Narrativa

El gato que iba a su aire, un cuento de Rudyard Kipling

La mente de uno de los mejores cuentistas del siglo XIX nos ofrece una ficción del principio de los tiempos, cuando los animales todavía eran salvajes. Rudyard Kipling, premio Nobel de Literatura en 1907, se deshoja en un cuento estimulante por divertido y clarividente. El relato hace parte del libro Just So Stories del autor británico. 

Oye, escucha y presta atención, pues esto ocurrió, sucedió y aconteció, y fue, mi niño querido, cuando los animales domésticos eran salvajes. Era salvaje el perro, era salvaje el caballo, era salvaje la vaca, y salvaje era la oveja y salvaje era el cerdo… tan salvajes cuanto podían… y andaban por los húmedos bosques silvestres a solas con su salvaje soledad. Pero el más salvaje de todos era el gato. Iba siempre a su aire, y para él todos los lugares eran iguales.

Por supuesto, el hombre también era salvaje. Terriblemente salvaje. No empezó a domesticarse hasta que conoció a la mujer que le dijo que no le gustaba vivir de esa forma salvaje. Ella escogió una cueva seca y agradable para tumbarse, en lugar de un montón de hojas húmedas. Esparció por el suelo arena limpia. Encendió un buen fuego de leña al fondo de la cueva y colgó de la entrada una piel seca de caballo salvaje con la cola para abajo y dijo:

-Sacúdete los pies al entrar, cariño, que ahora tenemos que cuidar de la casa.

Aquella noche, mi niño querido, comieron oveja salvaje asada sobre las piedras calientes y condimentada con ajo y pimienta silvestres, pato salvaje relleno de arroz, fenogreco y cilantro silvestres, tuétanos de buey salvaje, y cerezas y granadillas silvestres. Luego el hombre, absolutamente feliz, se durmió delante del fuego, en cambio la mujer se incorporó y se puso a peinarse. Cogió un hueso de paletilla de cordero, ese hueso grande, plano y afilado, contempló las maravillosas marcas que había en él, echó más leña al fuego e hizo una magia. Fue la primera canción mágica del mundo.

Fuera, en los húmedos bosques silvestres, todos los animales se juntaron donde podían ver la luz del fuego desde muy lejos, preguntándose qué significaba.

Entonces Caballo Salvaje pateó con su casco salvaje y dijo:

-¡Oh amigos y enemigos míos!, ¿por qué han hecho el hombre y la mujer esa gran luz en esa gran cueva? y ¿qué daño nos acarreará?

Perro Salvaje levantó su hocico salvaje, olfateó el olor del cordero asado, y dijo:

-Me acercaré a ver y mirar, y os contaré, porque creo que es bueno. Gato, ven conmigo.

-¡Ni hablar! -dijo el gato-. Yo soy el gato que va a su aire y para mí todos los lugares son iguales. No iré.

-Entonces no volveremos a ser amigos -le dijo Perro Salvaje, y corrió hacia la cueva. Pero cuando el perro había recorrido un trecho, el gato se dijo para sí: «Todos los lugares son iguales para mí. ¿Por qué no habría de ir también a ver y a mirar y marchar cuando me plazca?» Así que se deslizó tras Perro Salvaje suave, muy suavemente, y se escondió en un sitio donde podía oírlo todo.

Cuando Perro Salvaje llegó a la boca de la cueva levantó con el hocico la piel de caballo, ya seca, y olfateó el espléndido olor del cordero asado. La mujer, contemplando la paletilla, le oyó, se rió y dijo:

-Aquí llega el primero. Ser salvaje que sales del bosque silvestre, qué quieres?

-¡Oh enemiga mía y esposa de mi enemigo! -respondió Perro Salvaje-, ¿qué es eso que huele tan bien en el bosque silvestre?

Entonces la mujer cogió un hueso de cordero asado y se lo tiró a Perro Salvaje diciendo:

-Ser salvaje que sales del bosque silvestre, prueba y saborea.

Perro Salvaje royó el hueso y lo encontró más delicioso que todo lo que había saboreado antes, y dijo:

-¡Oh, enemiga mía y esposa de mi enemigo!, dame otro.

-Ser salvaje que sales del bosque silvestre -dijo la mujer-, ayuda a mi hombre a cazar durante el día y guarda esta cueva por la noche y te daré todos los huesos asados que necesites.

-¡Ah! -dijo el gato, que estaba escuchando-. Esta mujer es muy sabia, pero no tanto como yo.

Perro Salvaje entró arrastrándose en la cueva, puso la cabeza en el regazo de la mujer y dijo:

-Amiga mía y esposa de mi amigo, ayudaré a tu hombre a cazar durante el día y por la noche guardaré tu cueva.

-¡Ah! -dijo el gato que estaba escuchando-. Ese perro es muy estúpido -y volvió a los húmedos bosques silvestres meneando la cola salvaje y caminando solo con su salvaje soledad, pero sin contarle nada a nadie.

Cuando el hombre se despertó, preguntó:

-¿Qué hace aquí Perro Salvaje?

Y la mujer respondió:

-Ya no se llama Perro Salvaje, sino Mejor Amigo, porque será nuestro amigo para siempre jamás. Llévale contigo cuando salgas de caza.

La noche siguiente la mujer cortó grandes brazadas verdes de hierba fresca de los húmedos prados, la secó junto al fuego para que oliera como heno recién segado, se sentó en la boca de la cueva y trenzó un ronzal con la piel de caballo, luego contempló la paletilla de cordero, la grande y ancha hoja de hueso, e hizo una magia. Fue la segunda canción mágica del mundo.

Fuera, en el bosque silvestre, todos los animales se preguntaban qué le habría pasado a Perro Salvaje y, al fin, Caballo Salvaje pateó el suelo con su pata y dijo:

-Iré a ver y os contaré por qué no ha vuelto Perro Salvaje. Gato, ven conmigo.

-Ni hablar -respondió el gato-. Yo soy el gato que va a su aire y para mí todos los lugares son iguales. No iré. -Pero, de todas formas, siguió al caballo salvaje suavemente, muy suavemente, y se escondió donde podía oírlo todo.

Cuando la mujer oyó a Caballo Salvaje tropezando y dando traspiés con su larga crin, se rió y dijo:

-Aquí viene el segundo. Ser salvaje que sales de los bosques silvestres, ¿qué quieres?

-¡Oh, enemiga mía y esposa de mi enemigo! -preguntó Caballo Salvaje-, ¿dónde está Perro Salvaje?

La mujer se rió, cogió la paletilla, la miró y dijo:

-Ser salvaje que sales de los bosques silvestres, tú no viniste aquí por el perro salvaje, sino por esta buena hierba.

Y Caballo Salvaje, tropezando y dando traspiés con su larga crin respondió:

-Es verdad. Dámela para comer.

Y la mujer respondió:

-Ser salvaje que sales de los bosques silvestres dobla tu cabeza salvaje y ponte lo que te doy, y comerás esa hierba maravillosa tres veces al día.

-¡Ah! -dijo el gato, que estaba escuchando-. Esta mujer es lista, pero no tan lista como yo.

Caballo Salvaje inclinó la cabeza salvaje y la mujer le colocó el ronzal trenzado de piel. Caballo Salvaje piafó a los pies de la mujer y dijo:

-¡Oh, dueña mía y esposa de mi dueño!, seré tu sirviente por esa maravillosa hierba.

-¡Ah! -dijo el gato, que estaba escuchando-. Ese caballo es muy estúpido -y volvió a los húmedos bosques silvestres meneando su salvaje cola y caminando solo con su salvaje soledad, pero sin decirle nada a nadie.

Cuando el hombre y el perro volvieron de cazar, el hombre preguntó:

-¿Qué hace aquí Caballo Salvaje?

-Ya no se llama Caballo Salvaje, sino Mejor Sirviente -respondió la mujer-, pues nos llevará de un lugar a otro por siempre jamás. Monta en su lomo cuando vayas de caza.

Al día siguiente, con la cabeza salvaje bien alta para que los cuernos salvajes no se engancharan en los árboles silvestres, Vaca Salvaje fue a la cueva, y el gato la siguió y se escondió igual que antes, y todo sucedió lo mismo que antes, y el gato dijo lo mismo que antes, y cuando Vaca Salvaje prometió a la mujer que le daría su leche todos los días a cambio de la hierba maravillosa, el gato volvió a los húmedos bosques silvestres meneando la cola salvaje y caminando solo con su salvaje soledad lo mismo que antes, pero no le contó nada a nadie. Cuando el hombre, el caballo y el perro volvieron de la caza y el hombre hizo las mismas preguntas que antes, la mujer respondió:

-Ya no se llama Vaca Salvaje, sino Donante de Buen Alimento. Nos dará la blanca leche templada por siempre jamás y yo cuidaré de ella mientras tú, Mejor Amigo y Mejor Sirviente vais de caza.

Al día siguiente el gato esperó a ver si algún otro ser salvaje iba a la cueva, pero nadie se movió en los húmedos bosques silvestres así que el gato anduvo por allí a su aire. Vio a la mujer ordeñando a la vaca, vio la luz del fuego en la cueva y olfateó el olor de la blanca leche templada.

-¡Oh, enemiga mía y esposa de mi enemigo! -dijo el gato-, ¿adónde ha ido Vaca Salvaje?

La mujer se rió y dijo:

-Ser salvaje que sales de los húmedos bosques silvestres, vuelve a los bosques porque me he trenzado el pelo, he guardado el hueso mágico y ya no necesito más amigos ni sirvientes en la cueva.

-No soy un amigo ni soy un sirviente –respondió el gato-. Soy el gato que va a su aire y deseo entrar en tu cueva.

-Entonces -preguntó la mujer-, ¿por qué no viniste con Mejor Amigo la primera noche?

El gato se enfadó muchísimo y dijo:

-¿Ha andado Perro Salvaje contando cuentos de mí?

Entonces la mujer se rió y dijo:

-Tú eres el gato que va a su aire y todos los lugares son iguales para ti. No eres un amigo ni un sirviente. Tú lo has dicho. Vete a caminar a tu aire por todos los lugares iguales.

Luego el gato, aparentando que lo sentía, dijo:

-¿No podré entrar nunca en la cueva? ¿No podré nunca sentarme junto al fuego? ¿No podré nunca beber la blanca leche templada? Tú eres muy sabia y muy guapa. No deberías ser cruel ni siquiera con un gato.

-Sabía que era sabia -dijo la mujer-, pero no sabía que era guapa. Por tanto haré un trato contigo. Si alguna vez digo una palabra en tu elogio, podrás entrar en la cueva.

-¿Y si me dices dos palabras de elogio? –preguntó el gato.

-No lo haré nunca -dijo la mujer-, pero si te digo dos palabras de elogio podrás sentarte junto al fuego en la cueva.

-¿Y si dices tres palabras? -preguntó el gato.

-No lo haré nunca -respondió la mujer-, pero si te digo tres palabras de elogio, podrás beber la blanca leche templada tres veces al día por siempre jamás.

Entonces el gato arqueó el lomo y dijo:

-Pues que la cortina de la boca de la cueva, el fuego del fondo de la cueva y los cazos de leche que están junto al fuego sean testigos de lo que ha dicho mi enemiga y esposa de mi enemigo.- Y marchó por los húmedos bosques silvestres, meneando la cola y caminando solo.

Aquella noche cuando el hombre, el caballo y el perro volvieron de cazar, la mujer no les dijo nada del trato que había hecho con el gato, porque temía que no les gustara.

El gato marchó lejos, muy lejos y se escondió, solo, en los húmedos bosques silvestres durante mucho tiempo hasta que la mujer se olvidó por completo de él. Sólo el murciélago -el pequeño murciélago con-lacabeza-para-abajo- que estaba colgado dentro de la cueva sabía dónde se escondía el gato, y todas las noches volaba hasta allí con noticias de lo que sucedía.

Una noche el murciélago dijo:

-Hay un bebé en la cueva. Es nuevo, sonrosado, regordete y pequeño, y la mujer le tiene mucho cariño.

-¡Ah! -dijo el gato que le escuchaba-, pero ¿qué es lo que le gusta al bebé?

-Le gustan las cosas suaves que hacen cosquillas-respondió el murciélago-. Le gusta tener cosas calientes en los brazos cuando se duerme. Le gusta que jueguen con él. Todas esas cosas le gustan.

-¡Ah! -dijo el gato que le escuchaba-, entonces ha llegado mi hora.

La noche siguiente el gato cruzó los húmedos bosques silvestres y se escondió muy cerca de la cueva hasta que llegara el amanecer y el hombre, el perro y el caballo se fueran de caza. La mujer estaba ocupada cocinando esa mañana y el bebé lloraba y la interrumpía. Así que le sacó de la cueva y le dio un puñado de guijarros para jugar. Pero el bebé siguió llorando. Entonces el gato alargó la almohadillada garra y le acarició la mejilla y el bebé se alegró. Después se frotó contra sus rechonchas rodillas y, con la cola, le hizo cosquillas bajo la rechoncha barbilla, y el bebé se rió y la mujer le oyó y se sonrió.

Entonces el murciélago -el pequeño murciélago con-la-cabeza-para-abajo- que estaba colgado en la boca de la cueva dijo:

-¡Oh, mi anfitriona, esposa de mi anfitrión y madre del hijo de mi anfitrión!, un ser salvaje del bosque silvestre está jugando deliciosamente con tu bebé.

-Bendito sea ese ser salvaje quienquiera que sea -dijo la mujer enderezando la espalda-, pues esta mañana estaba atareada y me ha prestado un buen servicio.

En ese mismísimo momento, mi niño querido, la cortina de piel de caballo, ya secada, que estaba extendida, con la cola para abajo en la boca de la cueva, se cayó al suelo con un ¡pafl, porque recordó el trato que la mujer había hecho con el gato, y cuando la mujer fue a recogerla, hete aquí que el gato estaba sentado, muy cómodo, dentro de la cueva.

-¡Oh, enemiga mía, esposa de mi enemigo y madre de mi enemigo! -dijo el gato-, soy yo, pues me has dicho una palabra de elogio y ahora podré sentarme dentro de la cueva por siempre jamás. Pero sigo siendo el gato que va a su aire y para el que todos los lugares son iguales.

La mujer se enfadó muchísimo, apretó los labios, cogió la rueca y empezó a hilar. Pero el bebé lloraba porque el gato se había marchado y la mujer no podía acallarlo porque forcejeaba y daba patadas y se le ponía la cara amoratada.

-¡Oh, enemiga mía, esposa de mi enemigo y madre de mi enemigo! -dijo el gato-, coge una hebra del hilo que estás hilando, átala a tu rueca y tírala por el suelo, te enseñaré una magia que hará reír a tu bebé tan alto como ahora está llorando.

-Así lo haré -dijo la mujer-, porque estoy a punto de volverme loca, pero no te lo agradeceré. Ató la hebra a la pequeña rueca de arcilla y la tiró por el suelo. El gato corrió tras ella, le dio palmaditas con las garras, dio volteretas, la tiró hacia atrás sobre su lomo, la cogió entre las patas traseras, hizo como que la perdía y saltó de nuevo sobre ella hasta que el bebé se rió tan alto como había estado llorando, fue gateando tras el gato y retozó por toda la cueva hasta que se cansó y se echó a dormir con el gato en sus brazos.

-Ahora -dijo el gato-, le cantaré al bebé una canción que le hará dormir durante una hora. -Y empezó a ronronear alto y bajo, bajo y alto hasta que el bebé se quedó profundamente dormido. La mujer sonrió al verlos a los dos y dijo:

-Lo has hecho maravillosamente. No hay duda de que eres muy listo, ¡oh gato!

En ese mismísimo momento, mi niño querido, el humo del fuego al fondo de la cueva bajó del techo formando nubes, ¡paP!, porque recordó el trato que ella había hecho con el gato, y cuando se disipó el humo, hete aquí que el gato estaba sentado, muy a gusto, junto al fuego.

-¡Oh enemiga mía, esposa de mi enemigo y madre de mi enemigo! -dijo el gato-, soy yo, porque has dicho una segunda palabra en mi elogio y ahora podré sentarme junto al fuego caliente en el fondo de la cueva por siempre jamás. Pero sigo siendo el gato que va a su aire y para el que todos los lugares son iguales.

Entonces la mujer se enfadó muchísimo, se soltó el pelo, echó más leña al fuego, sacó el ancho hueso de paletilla de cordero y empezó a hacer una magia que le impidiera decir una tercera palabra en elogio del gato. No era una canción mágica, mi niño querido, era una magia silenciosa, y poco a poco la cueva se quedó tan silenciosa que un minúsculo ratoncillo salió de un rincón y corrió por el suelo.

-¡Oh enemiga mía, esposa de mi enemigo y madre de mi enemigo! -dijo el gato-, ¿forma parte de tu magia ese ratoncillo?

-¡Ahhh! ¡Uhhh! ¡Desde luego que no! -exclamó la mujer dejando caer la paletilla, subiéndose de un salto al escabel de delante del fuego y trenzándose el pelo a toda prisa por miedo a que el ratoncillo se le subiera por él.

-¡Ah! -dijo el gato que estaba observando-. ¿Entonces el ratón no me hará ningún daño si me lo como?

-No -dijo la mujer, trenzándose el pelo-. Cómetelo enseguida y te estaré siempre agradecida.

El gato dio un salto y capturó al ratoncillo. Y la mujer dijo:

-Mil gracias. Ni el mejor amigo es tan rápido para cazar un ratoncillo como tú lo has hecho. Debes de ser muy sabio.

En ese mismísimo momento, mi niño querido, el puchero de la leche que estaba junto al fuego se partió en dos, ¡pafl, porque recordó el trato que la mujer había hecho con el gato. Y cuando la mujer se bajó del escabel, hete aquí que el gato estaba lamiendo la blanca leche templada que había en uno de los trozos rotos.

-¡Oh enemiga mía, esposa de mi enemigo y madre de mi enemigo! -dijo el gato-, soy yo, pues has dicho tres palabras en mi elogio y ahora podré beber la blanca leche templada tres veces al día por siempre jamás. Pero sigo siendo el gato que va a su aire y para el que todos los lugares son iguales.

Entonces la mujer se echó a reír, le puso al gato un tazón de blanca leche templada y dijo:

-¡Oh gato!, eres tan listo como un hombre, pero recuerda que no hiciste tu trato con el hombre o el perro, y no sé qué harán cuando vuelvan a casa.

-¿Y a mí qué me importa? -dijo el gato-. Mientras tenga mi sitio en la cueva junto al fuego y mi blanca leche templada tres veces al día no me importa lo que hagan el hombre o el perro.

Aquella noche, cuando el hombre y el perro entraron en la cueva, la mujer les contó toda la historia del trato, mientras el gato sonreía sentado junto al fuego. Luego el hombre dijo:

-Sí, pero no ha hecho ningún trato conmigo ni con todos los hombres de verdad que vengan después de mí.

A continuación se quitó las dos botas de cuero, cogió la pequeña hacha de piedra (hacen tres) y fue por un leño y por un destral (hacen cinco en total), lo puso todo en fila y dijo:

-Ahora haremos nuestro trato. Si no cazas ratones cuando estés en la cueva por siempre jamás, te tiraré estas cinco cosas siempre que te vea y así lo harán todos los hombres de verdad después de mí.

-¡Ah! -dijo la mujer que estaba escuchando-, es un gato muy listo, pero no tan listo como mi hombre.

El gato contó las cinco cosas (todas ellas muy abultadas) y dijo:

-Cazaré ratones cuando esté en la cueva por siempre jamás, pero sigo siendo el gato que va a su aire y para el que todos los lugares son iguales.

-No cuando yo esté cerca -dijo el hombre-. Si no hubieras dicho eso último habría retirado todas estas cosas por siempre jamás, pero ahora voy a tirarte las dos botas y el hacha pequeña de piedra (eso hacen tres) siempre que te vea. ¡Y así lo harán todos los hombres de verdad después de mí!

-Espera un momento -dijo entonces el perro-. No has hecho un trato conmigo ni con todos los perros de verdad después de mí -y enseñando los dientes continuó-: Si no eres amable con el bebé mientras yo esté en la cueva por siempre jamás te perseguiré hasta atraparte, y cuando te coja te morderé. Y así lo harán todos los perros de verdad después de mí.

-¡Ah! -dijo la mujer que estaba escuchando-, es un gato muy listo, pero no es tan listo como el perro.

El gato contó los dientes del perro (que parecían muy afilados) y dijo:

-Seré amable con el bebé mientras esté en la cueva por siempre jamás siempre que no me tire de la cola demasiado fuerte. Pero sigo siendo el gato que va a su aire y para el que todos los lugares son iguales.

-No cuando yo esté cerca -dijo el perro-. Si no hubieras dicho eso último habría cerrado mi boca para siempre jamás, pero ahora voy a perseguirte hasta que te subas a un árbol siempre que te vea. Y así lo harán todos los perros de verdad después de mí.

Entonces el hombre le tiró al gato las dos botas y el hacha pequeña de piedra (eso hacen tres), y el gato salió corriendo de la cueva y el perro le persiguió hasta que subió a un árbol. Y desde ese día hasta hoy, mi niño querido, tres hombres de verdad de cada cinco tiran cosas a un gato siempre que lo ven, y todos los perros de verdad le persiguen hasta que se sube a un árbol. Pero el gato también mantiene su parte del trato. Mata ratones y es amable con los bebés cuando está en casa siempre que no le tiren demasiado fuerte de la cola. Pero cuando lo ha hecho, entre una vez y la siguiente, y cuando sale la luna y llega la noche sigue siendo el gato que va a su aire y para el que todos los lugares son iguales. Entonces se marcha a los húmedos bosques silvestres o a los húmedos tejados salvajes meneando la cola salvaje a solas con su salvaje soledad.

El gato sentarse puede junto al fuego y cantar,
El gato puede a un árbol escalar,
o con un ridículo corcho viejo y una cuerda jugar,
y así se divertirá (por mí no lo hará).
Pero me gusta Binkie, mi perro,
pues se sabe comportar.
Yo como el hombre de la cueva seré
y Binkie como el Mejor Amigo será.
El gato a ser Viernes jugará
hasta que la pata quiera mojar
y por el alféizar pasear
(pues de Crusoe la huella verá).
Luego la cola encrespará y maullará,
arañará y atención no prestará.
Pero Binkie a lo que yo quiera jugará
y mi mejor amigo será.
El gato mi rodilla frotará
su gran amor aparentando,
pero tan pronto me acueste
al patio correrá,
y hasta el amanecer allá se quedará,
que sólo finge. Lo sé.
Pero Binkie toda la noche a mis pies roncará
y mi Mejor Amigo será.

Rudyard Kipling
El gato que iba a su aire