Textos de autor

El hombre que canta en la miseria

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Si nos preguntan por literatura Argentina, existe un nombre que llega de manera instantánea a la cabeza de todos: Jorge Luis Borges; sin dudas llega de segundo a la carrera mental Julio Cortázar, pero los amantes del género fantástico nombrarían sin titubeo a Adolfo Bioy Casares. Los tres, son artistas consagrados con una obra narrativa incuestionable. La realidad es que Argentina cuenta con una biblioteca rica en autores, con todo tipo de estilos y matices, Roberto Arlt, Manuel Puig, Silvina Ocampo y el revolucionario Rodolfo Fogwill, por nombrar unos pocos.

Pero existe, entre tantos, un escritor que ha sido opacado por el tiempo y la celebridad de sus congéneres, un autor que marcó un antes y un después en el desarrollo de la narrativa latinoamericana del siglo XX, una voz protagonista de la conciencia moral de todos los argentinos. No olvidemos sumarlo a la lista, es Ernesto Sábato.

Hombre y engranaje

Ernesto Sábato nació en Rojas, provincia de Buenos Aires, el 24 de junio de 1911. Recibe el nombre de Ernesto por su hermano mayor, quien muere poco antes de que él nazca, siendo tan sólo un bebé. Esta especie de suplencia marca de manera trascendental la vida del autor que se siente como una sombra dentro de la familia, como alguien que ha sido invitado a la mesa por simple formalidad, sólo para llenar la silla que había sido destinada para otro.

En sus memorias Antes del fin nos comparte esa intimidad: “Aquel nombre, aquella tumba, siempre tuvieron para mí algo de nocturno, tal vez haya sido la causa de mi existencia tan dificultosa, al haber sido marcado por esa tragedia, ya que entonces estaba en el vientre de mi madre; y motivó, quizá, los misteriosísimos pavores que sufrí de chico, las alucinaciones en las que de pronto alguien se me aproximaba con una linterna, un hombre a quien me era imposible evitar, aunque me escondiera temblando debajo de las cobijas”.

En 1929 ingresa a la facultad de Ciencias Físico-Matemáticas de la Universidad de la Plata, y a su vez se vincula al Partido Comunista, en donde llega a ser Secretario de la Federación Juvenil, creyendo que abrazaba ideales de justicia e igualdad social para los hombres; pero Sábato necesitó poco tiempo para decepcionarse de la farsa en la militancia política y de lo lejos que estaba la palabra “justicia” con las atrocidades de Stalin. Así fue como dejó el partido, no sin antes sufrir persecuciones y señalamientos por los que alguna vez fueron sus “camaradas”.

Luego de esta decepción, se enclaustra en la facultad donde recibe su doctorado en física, y en 1938, teniendo una prometedora carrera como científico, le otorgan una beca para trabajar en el Laboratorio Curie, en Francia, donde de día realizaba investigaciones cuánticas, y de noche, vagaba por las calles de París, empapándose del movimiento surrealista. Allí conoció a artistas como Wilfredo Lam, Oscar Domínguez, Feret y Marcele Ferri, que influyeron posteriormente en sus obras. Porque no eran las ciencias exactas la respuesta que su espíritu anhelaba. “En el Laboratorio Curie, en una de las más altas metas a las que podía aspirar un físico, me encontré vacío de sentido. Golpeado por el descreimiento, seguí avanzando por una fuerte inercia que mi alma rechazaba”

Después de resistir un tiempo la dualidad en la que vivía (ciencia versus arte), en 1945 abandona todo que había abrazado como vocación y decide volver a la Argentina para instalarse en una casa humilde de campo, sin luz eléctrica ni agua potable, con el único propósito de escribir. Sin distracciones, sin banderas qué defender ni teoremas en los que perderse. No, para ese momento Sábato ya estaba perdido en los más oscuros túneles de su mente.

El túnel

“Bastará decir que soy Juan Pablo Castel, el pintor que mató a María Iribarne; supongo que el proceso está en el recuerdo de todos y que no se necesitan mayores explicaciones sobre mi persona”. Preciso, simple, contundente, es el párrafo inicial de El túnel, la primera novela que Sábato público y que recienteme cumplió 60 años (1948). Esta obra encasillada como novela psicológica es también una muestra brillante del discurso científico aplicado a un género literario.

Nuestro escritor al parecer no se desliga aún de la ciencia y utiliza el método científico para responder a las obsesiones de Juan Pablo Castel, un hombre enamorado de una mujer casada, que parece ser la única persona en el mundo que puede entenderle. Veamos. Primero Castel quiere saber si la mujer en cuestión le quiere (pregunta), insiste en que tengan diferentes encuentros (observación), si la mujer es amante de él, también puede serlo de muchos otros hombres (hipótesis), le pone pruebas para ver su reacción (experimentación), la mujer no responde de la manera esperada (análisis de datos), la mujer es cruel y debe matarla (conclusión). Allí están los seis clásicos de la ciencia entrelazados con una historia de amor y odio, dos clásicos de la vida.

Creo que Sábato estaba cansado de las estructuras insondables del método científico, por tanto altera a su antojo los pasos y nos entrega el final al inicio de la lectura. ¿Y si ya sabemos cómo concluye para qué leer toda la obra? Porque la historia vale más por el proceso que por el resultado funesto. La narración está contada de manera absorbente, envolviéndonos en una pesadilla que sólo una mente trastornada puede generar. Con monólogos que guardan una lógica brillante. A pesar de la conducta inestable del protagonista, Ernesto Sábato nos demuestra que el caos es un orden por descifrar.  

Héroes, tumbas y un ángel exterminador

En sus siguientes novelas Sobre héroes y tumbas, y Abadón el exterminador vuelven a ser protagonistas personajes llenos de delirio y desolación, con una necesidad lacerante de afecto, y una búsqueda de una verdad, un absoluto. Ya desprendido del pensamiento científico más innato, inclina todas sus pasiones y pesadillas en diálogos existencialistas y en situaciones sociales reales que atraviesa su país (como la dictadura militar, la escena literaria, el Che Guevara).

Sábato va más allá al momento de contarnos una historia, decidiendo ser parte de ella en todo sentido. Por eso, en su última novela Abadón, nos encontramos a Sábato haciendo el papel de Sábato, trasgrediendo todas las fronteras entre un autor y su obra, siendo él la obra en sí, hablándonos de su dolor sin utilizar la máscara de un personaje de ficción. Su universo es tan real que tiene ojos, boca, manos, corazón. Tiene nombre, es él mismo.

Al encarar de esta forma los cuestionamientos humanos más profundos, tiene en su contra que en general las personas no quieren enfrentar la verdad, están cansadas del horror del mundo. Es más fácil cambiar el canal de la televisión para ver una película de comedia, después de escuchar que se mueren de hambre los niños del África. Nos volvimos dependientes del entretenimiento, y nuestra cultura de masas se inclina a los lugares comunes de optimismo y alegría. La oscuridad de los escritores malditos parece interesar a unos pocos y al ser vocero de cuestionamientos incómodos, sin ningún interés de quedar bien con nadie, la obra de Sábato ha quedado relegada en el tiempo.

Querido y remoto muchacho

Como él, yo admiro las obsesiones profundas. Reconozco la grandeza de su obra porque no intenta ser “decente” ni “satisfactoria”. Es un disparo al pecho que, en lugar de querer matarnos, desea darnos otra vida, la oportunidad de ver con otros ojos lo que nos rodea y decirnos que, aunque todo parezca perdido, existen actos que nos redimen, que hay que creer en ellos o ser directamente nuestra propia salvación. Más que un profeta del caos, lo veo como un hombre que tiene fe ciega en la resistencia y de cómo nuestras pasiones nos salvarán:

Es entonces cuando además de talento o del genio necesitarás de otros atributos espirituales: el coraje para decir tu verdad, la tenacidad para seguir adelante, una curiosa mezcla de fe en lo que tenés que decir y de reiterado descreimiento en tus fuerzas, una combinación de modestia entre los gigantes y arrogancia ante los imbéciles, una necesidad de afecto y una valentía para estar solo, para rehuir la tentación pero también el peligro de los grupitos, de las galerías de los espejos.”

Antes del fin

Ernesto Sábato, muy a pesar de sus tormentos, tuvo una vida casi centenaria. Murió a los 99 años en su casa en Santos Lugares, provincia de Buenos Aires, casa en la que vivió casi toda su vida de escritor y donde también desarrolló su carrera de pintor. Detuvo su obra narrativa en tres novelas, pero nos regaló libros de ensayos entre la ciencia y la filosofía, además de trabajos investigativos, como el sobrecogedor Nunca más, donde vuelve a hacer gala de su noble característica de pensador.

Un pensador que escribió para todos; para el joven desdichado que no encuentra su amor correspondido, para hombres y mujeres solitarios, que caminan por la gran ciudad buscando una verdad, para el adolescente que tiene una pérdida de la cual no cree sobreponerse. Para todo aquel que se ha parado frente al cielo a pedir respuestas y se encuentra con el silencio sepulcral de los astros. Para todos está su obra, que, si bien no podrá darnos siempre una respuesta satisfactoria, nos recuerda que nosotros seremos los únicos héroes auténticos en la lucha interna diaria. Que vale la pena, que hay que resistir. Porque como sentenció: “El mundo nada puede contra un hombre que canta en la miseria”.