Cartagena,  Entrevistas

El hombre que paseó a Gabo por Macondo

Veinticuatro años tardó Gabo en regresar, presencialmente, a la nostalgia de Aracataca. Llegó vestido de blanco y a bordo del mismo tren amarillo que recorre su literatura por la zona bananera de la Región Caribe.

Durante cuatro horas, ese miércoles 30 de mayo de 2007, la locomotora lo transportaría desde la estación contigua al puerto de Santa Marta, recorriendo los 80 kilómetros hasta su natal ‘Macondo’.

En el pueblo la noticia del arribo del Nobel de Literatura de 1982, que sólo los había visitado un año después de obtener el máximo galardón, fue recibida con el sudor de la expectativa ante el hijo pródigo que halla el camino a casa.

Entre el desorden multitudinario de amigos, periodistas, empresarios, y habitantes, estaba también Rolando Pérez, renombrado un año antes como Lucho Colombia, al cual se le había encomendado la misión de llevar uno de los coches antiguos de Cartagena para deleite del autor de Cien Años de Soledad.

Rolando Pérez, llamado a sí mismo Lucho Colombia, fue el hombre encargado de conducir el coche. Es, sin duda, uno de los personajes más singulares del Caribe colombiano.

Aunque no estaba en el programa que el Nobel se subiera a su coche, Lucho tenía la inquebrantable convicción de que su vehículo sería el escogido para que Gabriel García Márquez, acompañado de su esposa Mercedes Barcha, paseara por las calles de su infancia, a la que volvía irremediablemente con 80 años.

¿Cuál fue su sensación al verlo descender del tren?

Fue de un niño en medio de las olas y el agite de la gente, era asustador ese volumen de personas en un espacio tan reducido. El señor alcalde de Aracataca (Pedro Sánchez) le dice ante esa situación tan peligrosa: ‘Maestro súbase en la ambulancia que hay aire acondicionado’. Pero él le responde: ‘ahí después de muerto, yo me voy en el coche”.

Hablemos de ese pequeño paseo de 40 minutos…

La gente estaba apretada contra las paredes…

Allá habían vehículos antiguos, llevados por personalidades culturales, políticas y empresariales de los diferentes departamentos. Todo el mundo se montaba encima de todos (hasta en los árboles), y yo jalé el caballo (Cho Peluchín, nombrado así por Lucho) y la gente y los policías empujaban el coche aguantado, era la locura.

El caballo avanzaba empujado por su mismo coche…

¿Y qué decía Gabo?

Él estaba sonriente saludando. La gente le gritaba y lo saludaba, decían: ‘gracias Gabo no joda, por volver a tu tierra’. Era casi incontrolable. Pasamos por su casa que hoy es casa museo, pasamos por la biblioteca y cuando íbamos llegado al parque era tanta la aglomeración que doblamos en una esquina a la derecha en el momento en que se cayeron unas motos de la policía. Pasamos por su escuela. Ahí me levanté y me volví hacia a él para decirle que era muy valiosa su presencia en su terruño. Él sonrió y me estiró la mano.

¿Y ante el tumulto él no se preocupó?

El maestro no estaba preocupado en ese momento. Posteriormente sí porque hubo un momento en que tuvimos que correr porque había tanta agitación por la aglomeración…

¿Qué sucedió después?

Cuando pasamos la línea férrea aparece algo… eso hizo que no importara ni la trasnochada ni la intoxicada del día anterior…

Cuando volteamos una esquina apareció una compañía de teatro especializada en escenificar todos los personajes de sus obras: el gitano, las prostitutas, los soldados… era como estar en un libro.

De pronto se sube al coche uno vestido de soldado con un fusil de utilería de la época de los mil días. ‘Eres el último de los Buendía y es tu fin’, le dice. Lo recuerdo perfectamente.

El soldado empezó a decirle trozos de su obra. Yo reparaba el fusil pensando en que podía ser un fusil real, y el maestro le decía para animarlo: ‘Pero cuál es el problema, ¡explícame!’.

Luego el tipo se bajó y subió una muchacha gitana con senos prominentes, y mostrándole su pecho, intentando seducir al Gabo sin importar que estaba la señora Mercedes al lado. La mujer le decía que ‘su lecho estaba esperando’, y yo miraba a la señora Mercedes pensando que se iba a molestar pero estaba muerta de la risa.

¿Cómo termina ese recorrido?

Cuando llegamos a la entrada del Colegio Indegama (Instituto Educativo Gabriel García Márquez). Abrieron la puerta de hierro y los policías y los soldados creyeron que podían aguantar toda esa cantidad de gente que venía detrás. Pero no, la gente cayó encima de otra gente y de los soldados, cuando entró el coche lograron cerrar el portal.

Luego él estaba en una mesa ya agotado porque había salido desde la mañana. Estaba comiendo y le cantaban vallenato, y llegaban muchas personas pidiéndole que le firmara los libros.

Después él le dice a su señora: ‘así no se puede’, mientras continuaba firmando. Le dijo nuevamente: ‘así no se puede’. Hasta que se levantó de la mesa diciendo una vez más la frase ‘Así no se puede’ y se fue para un bus y ahí arrancaron él y su mujer.

Esa noche cuando me reúno con el alcalde de Aracataca, a comentar lo sucedido, él me dijo que el maestro García Márquez, en la vía a Barranquilla, lo regañó.

Me contó que le dijo: ‘Mira, tú no te diste cuenta a quien ibas a traer… no te diste cuenta que traías al escritor vivo más famoso del mundo. Y pones a 20 policías… eso se te salió de las manos… la próxima vez que me invites, no olvides lo que te estoy diciendo.

Él alcalde (Pedro Sánchez) me dijo que era el mejor regaño que le habían dado en el mundo.

¿Cómo hizo usted para llevar un coche desde Cartagena hasta Aracataca?

Se decidió meses antes en una reunión de alcaldes de municipios en un hotel de la ciudad, al que fui invitado. Llegué y saludé a los alcaldes. La Administración de Cartagena de ese entonces, decidió donarle a Aracataca dos coches de Cartagena y me dijeron que me encargara de conseguirlos.
Busqué los dos mejores coches. Convencí al dueño del coche para que por 1 millón 200 mil pesos me soltara lo que valía 7 millones de pesos y con lo que comía él y su familia.

Pero cómo fue la travesía, usted habló de que se intoxicó el día anterior a la llegada del Nobel…

Sí. Me fui a la sociedad portuaria, buscando un camión que fuera al interior del país, y buscando cómo subir ese coche y ese caballo a bordo.
Desgraciadamente me comí una arepa de huevo y me intoxiqué ese día.

Después llegando a Barranquilla se nubló la carretera, y sólo se podían ver 20 metros adelante. Llegando a Ciénaga se despejo la neblina, fue una noche mágica llevando el coche, y yo iba deshidratado. Llegamos a Aracataca a las 6 de la mañana. Andamos el pueblo hasta que encontramos un andén para bajar el caballo y le dimos aguapanela y pasto.

Después esperamos a Gabo, y pasaban avionetas con su nombre y todo el mundo cantaba: ‘ya viene llegando Gabo, ya viene llegando ya’.

Ese día no comí nada, sólo suero fisiológico, para no perderme ni un momento…

Gabo y Mercedes paseando en el coche tripulado por Lucho Colombia

¿Qué pasó con ese coche y el caballo?

Ahora está en Aracataca. Ese coche debería ser una prenda de museo de Aracataca. Fue el vehículo en que recorrió nuevamente las calles de su niñez.

Murió Cho Peluchín (el caballo). El coche es propiedad de la ciudadanía no de alguien en particular, pero pienso que debería estar exhibido.

¿Cómo presentaría a Gabo si tuviera que omitir su obra?

Le admiro la rapidez con que piensa. No crees que una persona pueda pensar así de rápido y tan brillante. Creo que de ahí viene el gusto del alcalde de haber sido regañado por él. Tiene un cerebro ingenioso, brillante y rápido…

Diría te presentó a un tipazo, un ser humano brillante.

Fotografía: Alejandra Vega, AFP