Narrativa

El hombre sin sombra, un cuento de Mary Atencia

No le gustaban las noches frías, de esas que le congelaban la nariz y las orejas. Las ventiscas la ponían nerviosa. Miró por la ventana. Las luces de los postes le devolvieron cierto aplomo. Se subió la cremallera de su chamarra color rosa, abrió la ventana y sacó una pierna tras otras. Sobre el tejado, podía oír la televisión en el cuarto de sus padres. Se sentía mal por escaparse, pero se sentiría aún peor si faltaba a la fiesta del año. Se sujetó de las plantas trepadoras y descendió por la reja blanca. La calle estaba desolada. Corrió hacia la parada del autobús; se sentó y esperó.

Chequeaba su celular constantemente, los dedos le temblaban mientras hacía ‘scrolling’ en sus mensajes. El último mensaje que recibió decía: «10 p.m. para del autobús», eran las 12:30.am. «¿Dónde está?», pensó. Se impacientaba con los segundos. Se ponía de pie y se volvía a sentar en la fría banca metálica. Agarraba su cabello en una cola alta y lo volvía a soltar. Actualizaba su celular. Miraba a ambos lados de la calle por si veía su figura a lo lejos, pero no había nadie; sólo estaban ella y la brisa helada que se colaba por los huesos. No encontraba cómo ponerse cómoda, su pie se movía impaciente. Soplaba aire caliente a sus dedos para quitarles la rigidez, y por enésima vez sacó el teléfono para llamarlo. Una vez más se fue a buzón. Le dejó un manifiesto de lo mal novio que era, del tipo desconsiderado y egoísta que resultó ser, y que si le volvía a ver tendría que ser en mil años, y aún así, sería muy pronto para perdonarlo.

Continuó con su soliloquio cargado de odio, hasta que a lo lejos vio una silueta. Entrecerró los ojos para distinguirla. Era él, por fin había llegado. Se puso en pie de un salto y agitó los brazos para llamar su atención, pero la persona seguía ahí sin dar un paso, sin hacer ninguna señal de reconocimiento. La forma de su cuerpo se distorsionaba por las luces, alargándola y recortándola. No veía bien de lejos, pero algo le decía que ese no era Pedro. La silueta se acercaba lenta y decidida hacia ella. Un escalofrío le recorrió la espalda. Sentía la piel de gallina y la respiración agitada. Miraba aquella silueta oscura sin apartar los ojos, sin pestañar siquiera. Por eso no sintió la presencia a su espalda, ni los dedos que se posaban sobre sus ojos impidiéndole ver.

Al sentir el contacto de los dedos helados, gritó y trató de zafarse de ellos. Hasta que habló no supo quién era.

—Cálmate, vas a levantar a todo el vecindario.

Recobró la compostura y vio que era Pedro, su novio. Le lanzó pequeños puños al pecho y con voz estridente le dijo:

—¿DÓNDE ESTABAS? LLEVO UNA VIDA AQUÍ, CONGELÁNDOME, Y ESA COSA QUE APARECIÓ DE LA NADA ME DIO UN SUSTO… PUDO HABER SIDO UN VIOLADOR, UN ASESINO. PUDO HABERME PASADO ALGO.

Con su natural desenfado, Pedro le explicó que se le pasó el tiempo, que no había oído el celular, y que sus amigo casi no le dejaban venir.

—Lo importante es que estoy aquí—le dijo con tufo de alcohol.

Ella se cruzó de brazos y le torció la cara.

—No tienes que ponerte así, fuera lo que fuera, ya pasó—le dijo conciliador.

Natalia se dejó envolver entre sus brazos. Se sintió reconfortada por el olor de su chaqueta de cuero y el de su perfume Bvlgari, que se entremezclaba con el de la cerveza.

—Te esperé mucho, y tenía tanto frio.

Pedro se quitó la chaqueta y se la dio. Por gestos como aquel, ella le perdonaba todo. Antes de entregársela, sacó una lata de cerveza de uno de los bolsillos. Decidió concentrarse en lo bueno y no en lo malo de la intención.

—¿Ya que todo está solucionado podemos irnos?—le preguntó, dando un sorbo a la lata.

—Sí, supongo que sí.

Había olvidado por completo al sujeto de negro. Junto a Pedro era capaz de olvidar que el mundo existía. Era como si él ocupara todos sus pensamientos y su campo de visión; era la principal razón de que sus padres lo detestaran. Le decían que ella había cambiado, y que ahora vivía en función de aquel muchacho poco sano. No sabía porqué llegaron esas palabras a su cabeza, las deshechó con un movimiento de cabeza. Tomó la mano de Pedro y emprendieron el camino hacia la casa de él. Eran diez cuadras hacia abajo. Iban en silencio, cada uno en sus pensamientos. De vez en cuando paraban para que Pedro diera largos sorbos a su cerveza.

La sensación de terror que experimentó regresó como un dolor de muelas. Quería contarle lo que había visto, pero no estaba segura de que valiera la pena alarmarlo. Se había sugestionado. El frío y encontrarse sola en una calle oscura a la media noche jugaron en su contra. «Esas cosas sólo pasan en los libros de Stephen King o en alguna historia de R. L Stine». No contaría nada, era lo mejor; Pedro tampoco lo entendería. Lo quería, pero sabía que «no era la luz más brillante del firmamento», se dijo.

—¿Quién es ese?

La voz de Pedro la sacó de su monologo interno. Alzó la vista hacia donde él estaba señalando. No necesitó de mucho para saber que no era un sujeto, era aquella forma, aquel ser que la había asustado.

Pedro gritó.

—¡EH! ¿QUÉ QUIERES?

Ella se aferró a su brazo, él se soltó.

—¿Qué pasa con este imbécil? ¿Por qué no contesta?

Le tiró la lata de cerveza, pero la figura ni se inmutó. Pedro retrocedió y vio en los ojos de su novia el pánico.

—¿Quién es?

—No estoy segura, pero no creo que sea una persona.

La figura se acercaba a ellos y pudieron ver que no tenia cuerpo ni una forma definida. Se alargaba a su antojo. Se proyectaba en el asfalto, alargando sus extremidades, tratando de tocarlos. No había rostro ni distinción alguna en él. Su ser estaba hecho de completa oscuridad. Pedro intentó tocar una de sus proyecciones con la punta del zapato.

—NO LO TOQUES—le gritó Natalia.

—¿Por qué?

—No lo sé. Sólo no lo hagas.

Ella lo miró sin verlo.

—Llega sin ser llamado, como todas las desgracias. Sabes que está cerca porqué contemplas la larga y oscura forma de su ser. Se alimenta de tus errores, de las cosas que te avergüenzan. Nadie ha visto su rostro y los que lo han hecho, no regresan.

—¿Cómo sabes todo eso?—le preguntó él tragando en seco.

—No lo sé.

Pedro la asió por el brazo y arrastró de ella. Corrió el resto del camino, debido al susto, ahora se encontraba sobrio. Natalia se dejaba llevar. Era como llevar una muñeca de trapo, y algo le dijo que eso que llevaba acuestas era el cascarón vacío de lo que una vez fue su novia.

—No podemos correr, ni escondernos. Él siempre te encuentra, y sin que tú lo sepas te lleva.

—¡Cállate, Natalia, cállate!—le rogaba.

Vio a lo lejos el pórtico de su casa. La luz que dejaban sus padres encendida le dio las fuerzas. Si llegaban, estaban seguros. Apresuró el paso y haló de Natalia. Empezó a aporrear la puerta, a darle patadas, a gritar.

—¡ABRAN! ¡ABRAN!

Sus puños rebotaban en la gruesa puerta de roble, pero nadie respondía.

—Natalia, ven y ayúdame. ¿Natalia?

La encontró observando a una muchacha que parecía estar iluminada por la luz de un reflector. Parecía una puesta en escena. El telón había subido y el público esperaba a que la actriz comenzara. La chica estaba de perfil, su cabello rubio, recogido en una cola, dejaba ver su oreja llena de piercings. Las uñas pintadas de negro pasaban por su labios y se tapaba los dientes chuecos, pero en ella ese desperfecto le daba un aspecto hermoso. Sus ropas eran oscuras, igual que su maquillaje. Era una gótica.

Pedro la llamó por su nombre.

—Mara.

La chica no se dio por enterada, seguía mirando a lo lejos. Volvió a llamarla.

—Mara.

Natalia observaba como quien ve una película, con toda su atención en lo que pasaba y podría ocurrir a continuación.

Pedro hizo el amague de acercarse a Mara.

—Mara, perdóname, no quería…

Natalia sintió la presencia del ‘no ser’, y haló de Pedro con todas sus fuerzas. Él parecía hipnotizado. Algo lo empujaba a la chica, quien ahora lo miraba y llamaba con un gesto de la mano. Sin embargo, él no paraba de decir que lo sentía. Viendo que la oscuridad del ser se posaba sobre él, Natalia empezó a golpear la puerta, a tocar el timbre y a patear, como lo había hecho Pedro hacía unos instantes.

—¡AYUDA! ¡AYÚDENME!—gritó

—¡Eh! ¿Qué es lo qué esta pasando?—preguntó Pablo, el hermano de Pedro.

Natalia hizo a un lado a Pablo, empujó a Pedro adentro de la vivienda y cerró la puerta tras de sí. Se apoyó, dándoles la espalada y con las manos sujetaba la puerta, como si en algún momento pudiera ser derribada. Pedro parecía haber despertado de una pesadilla, pestañeaba y trataba de recordar dónde estaba.

—¡Jo! Por fin llegaron—dijo Mateo.

Natalia cerraba las cortinas y miraba, como venado en autopista, hacia todos lados.

—¿Qué pasa hermano?—preguntó Pablo.

—No lo sé—respondió aturdido.

—Ya viene, hay que protegernos—gritó Natalia, acuclillada detrás del sofá.

—Bueno, ¿y esta loca qué?—preguntó Mateo.

—El hombre sin sombra—dijo Natalia.

—¿El hombre sin qué?

—Nos sigue un sujeto, un no sé qué—dijo ella, cerrando las cortinas.

—Hombre, Pedro, ¿qué fue lo que le dio usted a esta vieja, no ve cómo está de mal viajada?

—¿Qué es lo que pasa?—le preguntó Pablo a su hermano.

Pedro los miraba a todos, alternaba sus caras, pero no daba respuesta.

—El hombre sin sombra viene, pero no por nosotros, viene por ti—dijo Natalia, señalando a Pedro.

Aquello lo hizo reaccionar. Se levantó de un salto y perdió los estribos. La zarandeó.

—¿Qué dijiste? ¿Cómo sabes todo eso?—le exigió.

—Sólo lo sé.

Pedro la cacheteó hasta que la hizo sangrar por la boca, no dejaría de hacerlo hasta que ella diera una respuesta que explicara todo lo que les estaba pasando. Su manaza caía pesadamente en el rostro de la joven. Sólo se oían los quejidos de ella y el sonido incesante de la palma contra la mejilla. Pablo y Mateo intervinieron, lo alejaron de Natalia. Tenía la cara hinchada y los ojos llorosos. Pedro la miraba como un toro rabioso antes de una corrida. La puerta empezó a retumbar «bum, bum, bum». Los cuatro se quedaron en silencio.

—¿Será mejor que vaya ver quién es?—dijo Pablo.

—No vayas—dijo Pedro, sujetándolo del brazo y sin levantar la vista.

—Si esto es una broma, pueden parar ya—dijo Mateo, asustado.

—No es ninguna broma, es el Hombre sin sombra—dijo Natalia, sollozando.

—¡Cállate! Vuelves a hablar de eso y te mato—amenazó Pedro.

Natalia se encogió en el sofá y se tapó la cara.

—Todos sabemos que eres capaz—dijo ella, sosteniéndole la mirada.

—¿Qué?—dijo Pedro.

Pablo intervino:

—Ya Pedro, no empieces. Voy a llamar a la Policía.

Los cuatro estaban en la sala cuando se fue la luz. Mateo gritó y Natalia lloró.

—Calmados, sólo es un corte de luz—tranquilizó Pablo.

Encendió la linterna de su celular y todos se acercaron a él, como en una fogata. El teléfono vibró en su mano y en la pantalla se mostraba ‘usuario desconocido’. Los chicos se quedaron contemplando la luz intermitente que emitía la llamada.

—No contestes—dijo Pedro con un hilo de voz.

—Tengo que…

Sus dedos temblaban al deslizar la imagen del teléfono verde.

—Ponlo en altavoz—dijo Mateo.

Sólo se escuchaba la estática y un pitido de fondo.

—Debe ser un fallo—dijo Pablo sin darle importancia—. Voy a colgar…

Pablo fue interrumpido por una voz cargada de desdén y que parecía sacada de las películas de Vincent Price.

—Te he encontrado—anunció la voz—. Tengo mil formas y ninguna. Puedes escapar, sí, pero no por siempre. Estoy en los corazones de la gente. Corre, si puedes, e intenta esconderte; pero nada podrá salvarte ya de mis dientes. Llegará el día marcado y lo último que verás será mi rostro bañado en tu sangre. Despídete de tus amigos queridos, porque ahora eres mío.

Colgó. Todos se quedaron observando el teléfono, esperando. La pantalla se bloqueó y no encendió más.

—¡Préndelo, préndelo, préndelo—gritaban en coro.

—Eso intento, pero no enciende. Se habrá quedado sin batería.

Una corriente helada se filtró por la casa. Podían oír la respiración agitada de cada uno de ellos. Largos dedos los rozaban en las cabezas y extremidades. El contacto les erizaba la piel y lanzaban pequeños sollozos ahogados. Querían gritar, moverse, pero no podían; era como si les hubiesen puesto mordazas y yunques. La sensación de que no estaban solos se les metió en el corazón. En la oscuridad, se tomaron de las manos y regresó la luz. Se miraron, buscaron en sus caras señales de cambio y trataron de reconocerse en los ojos sus compañeros. Mateo lloró. Natalia se quedó estupefacta. Pablo llamó y llamó a su hermano. Se había esfumado. La puerta de la entraba se encontraba abierta, se mecía de adelante hacia atrás, causando un chillido. Las primeras hojas marrones del otoño se arremolinaban en el tapete de bienvenida.

***

La Policía llegó bañando el tranquilo vecindario de luces azules y rojas. La zona estaba cercada con una cinta amarilla de ‘no pasar’. Los vecinos en bata salían a ver qué pasaba. Las paramédicos atendían a tres adolescentes aturdidos, una de ellos en estado catatónico. Los otros dos se encontraban aparentemente bien. El dueño de la casa gritaba a todo pulmón que encontraran a su hermano mientras era llevado a la parte de atrás de la patrulla.

—¿Qué pasó aquí—preguntó una mujer de cabello rizado y gabardina.

—Sabes que no puedo hablar con la prensa, Miriam.

—Me extraña, BP. Pensé que éramos más que la periodista y el policía—dijo con coquetería—. Anda. Cuéntame que pasó.

—Lo mismo de siempre: adolescentes que hacen fiestas cuando los padres no están, se drogan, y a uno de ellos no le sentaron bien los tragos o la mezcla, vete a tú a saber; pierde los papeles. Debe andar tirado en algún parque, pasando el efecto. Ya aparecerá.

—Pero… y qué hay de lo que han dicho los chicos: que se lo ha llevado un hombre—consultó en sus notas—. El hombre sin sombra.

—Son locuras de niñatos drogados. Un hombre sin forma ni rostro que viene en la noche y rapta personas para comérselas basados en sus errores. Tiene toda la pinta de ser alucinaciones de drogas.

—Tengo entendido que el desaparecido es el mismo joven que hace un año fue inculpado por la muerte y violación de aquella niña, ¿o no?

—No le vayas a meter tu cuota de misterio, Miriam. Sé que adoras las historias mórbidas y de terror, pero aquí no hay nada. Sólo unos adolescentes experimentando con drogas, y una situación que se fue de las manos.

—Bueno. Esta bien. Gracias, BP.

—¿Y qué, nos vemos esta noche?—le dijo con un guiño.

—Ya veremos.

Se aleja dándole golpes a su libreta.

Poco a poco la calle empezó a quedar tranquila. Algunos de los vecinos despotrican por la hora y la manera de despertarlos. El vecindario volvió a ser un remanso de paz. Sólo se escuchaba el vaivén de las copas de los árboles. La temperatura volvió a decaer y el asfalto húmedo, junto con las luces, hacían un espectáculo de sombras que se alargaban y contraían a su antojo. Un vecino ocioso que no podía dormir estaba asomado por la ventana, se percató de las sombras y de la extraña danza que parecían ofrecer. Detrás de su cortina blanca contemplaba, embelesado, la oscuridad. Cayó rendido sobre el sofá. Lo ultimo que escuchó fue el susurro de una voz femenina cerca de su oído: «llega sin ser llamado, como todas las desgracias. Y sabes que está cerca porqué contemplas la larga y oscura forma de su ser. Se alimenta de tus errores, de las cosas que te avergüenzan. Nadie ha visto su rostro y los que lo han hecho, no regresan».