Cartagena,  Textos de autor

El tatuador de artistas

La punzada se retrae y avanza repetitivamente generando una mezcla de tinta y sangre similar a una herida. El dolor —dice Erick Del Castillo— es similar al de una cauterización. El cliente hace lo posible por no expresar sufrimiento alguno. Los hay que sí.

Bajo la dermis el dibujo empieza a causar una leve rasquiña que la persona dejará de sentir al tercer o cuarto día después de la obra pictórica. El octavo día podrá lucirlo a sus amigos como una muestra indeleble de algún significado personal.

Una vez terminado el ritual sanguíneo, el usuario se contempla en un espejo mirando la obra de este comunicador social, de 33 años, que maneja el local de tatuajes desde hace dos con una rigurosidad de consultorio. De hecho, el lugar, (otrora) situado en Almirante Colón, tiene un olor a hospital por la asepsia que mantiene como parte de su rutina diaria, pues no quiere proporcionar al cliente una infección.

El rojo escarlata y verde asoman en su propio tatuaje que ostenta en su brazo derecho, una máquina eléctrica de tatuar.

La primera vez que vio este instrumento trabajaba para una tienda de ropa, piercings y artículos alternativos para jóvenes. Entró intempestivamente a su arte gracias al tatuador de aquel local, que, además de prestarle las máquinas para hacer sus primeras ilustraciones, le proporcionó la confianza definitiva que lo perfila como uno de los mejores de Cartagena de Indias.

Ahora tiene tatuajes en su espalda y las cuatro extremidades, pero el primero que tuvo se lo hizo “porque hubo la oportunidad… El ‘man’ iba a estrenar maquina y tinta, y necesitaban un marrano, y ése era yo. Abrí un libro, vi una imagen que me gustó y decidí que fuera debajo de la nuca. Me lo hice por saber qué se sentía”.

Danny Daniel, Kevin Flórez, y Lil Silvio, entre otros artistas locales, dan fe del trabajo metódico y cuidadoso de Erick. Pero lo que ellos probablemente desconocen es que sus primeras aproximaciones al diseño eran un intento de dibujos japoneses.

“Jamás pensé en dedicarme a esto, yo pintaba el anime (animación japonesa) que crecí viendo, pero nunca me dije que quería ser tatuador. Tenía la falsa idea de que del arte nadie vivía”, explica con la solemnidad de la experiencia este cartagenero que sólo en diciembre pasado llego a hacer más de 300.

Danny Daniel, interprete de música salsa

También deportistas se le han medido a su pulso. Entre esos varios jugadores del Real Cartagena, e incluso la campeona del mundial de patinaje Berenice Moreno.

Cuestión de moda

Del Castillo advierte que muchos de sus clientes van a su local impulsados por tener el mismo tatuaje de sus ídolos, y también gracias a los realities como Miami Ink que han popularizado este tipo de grabado cutáneo.

“Viene mucha gente queriéndose hacer las 38 estrellitas que tiene Rihanna en su espalda, o el ‘Ángel Guardián’ que exhibe David Beckham, e incluso me parece que Miley Cyrus (Hannah Montana) ha influído mucho en las nuevas generaciones”.

Aunque nunca sabe a ciencia cierta qué reacción van a tener sus clientes cuando empuja con firmeza el dispositivo mitad aguja y mitad tubo, admite que la más extraña fue esa vez cuando una mujer no podía parar de reírse. Un ligero ataque de carcajadas que sin embargo no entorpeció la “dinámica”.

Según Erick, “cada persona tiene un umbral de dolor diferente, hay gente a la que le duele sutilmente y otras que no lo soportan… Las que más aguantan son las mujeres. Ellas casi siempre se tatúan la pelvis y la cadera. En cambio los hombres, que son los que supuestamente mandan la parada, a veces no aguantan ni diez minutos”.

Otros de los tatuajes más frecuentes son “el nombre de un hijo, la huella, o el nombre de la pareja”. Pero muchos también lo buscan solicitando “trabajos orientales”, como la flor de loto.

Reconoce que la mayoría “se tatúa por moda”; y otros que sí conocen de esta cultura, se tatúan por gusto. “Por una extraña razón después del primero vienen muchos más porque tienes que hacer uno para arreglarte el anterior, o si te queda bonito quieres probar nuevamente. Es un juego”.

Este ‘pelúo’, como quizá lo podría referenciar quien no lo conoce, aborda su oficio desde los 20 años con una disciplina que pocos sospechan. Inclusive prefiere no tomarse más de dos cervezas porque afecta su pulso, y aunque no se lo revela a mucha gente, una de sus principales preocupaciones es padecer del síndrome del túnel carpiano, mal que sufren muchos de sus amigos tatuadores.

Mañana, como casi todos los días, abrirá su local a las 10 de la mañana. Ayudará a su asistente a hacer el aseo del lugar, que se cumple religiosamente en la mañana, en la noche, y después de cada intervención de pintura. “La gente se da cuenta de que la cosa es en serio, que se hace con respeto y compromiso”.

Dependiendo del diseño, un tatuaje básico y pequeño, que responde a unos 5 por 8 centímetros, tiene un costo de $90 mil y puede demorarse media hora. No obstante, los más grandes pueden colmar varias sesiones, de manera que “todo es relativo”.

Siente la satisfacción de ser su propio jefe. El viernes pasado no trabajó porque fue día sin moto, y – según él- la gente en Cartagena “se transporta es en moto, así que son días poco movidos”.

Lo que no deja de parecerle curioso y a veces molesto, es que con frecuencia casi semanal, le dirigen frases como “Cristo te ama” o “¿Por qué estás tan perdido?”. Al principio le causaba gracia que algunos religiosos se dejen llevar por el prejuicio de que los tatuajes tienen una connotación negativa, pero le parece irritante que los transeúntes que lo ven pasar asuman que hay algo malo con él.

Kevin Florez, cantautor de música champeta y dance hall

Riesgo y antigüedad

Muchas personas desconocen que esta práctica se hacía particularmente en Europa y Asia desde la Edad de Piedra. Y más allá del concepto artístico con la que es visto el tatuaje, también ha sido utilizado para marcar criminales, e incluso con fines terapéuticos, en una especie de acupuntura.

Esta suerte de expresión personal tiene tantos admiradores como contradictores, aunque lo cierto es que quienes se atreven a llevar un tatuaje indeleble deben limpiarse con jabones y cremas especiales de origen animal y vegetal.

Los pinchazos traspasan la epidermis y se fijan en la dermis a manera de herida, por lo que es susceptible de infecciones si no es cuidada la zona trabajada.

Así mismo, si no se realiza con las disposiciones higiénicas y con los instrumentos adecuados el usuario podría infectarse incluso de hepatitis C, enfermedad que puede permanecer latente durante veinte años, o manifestarse a los dos meses de haberse realizado el dibujo.

Artículo del periodista y escritor colombiano Andrés Pinzón-Sinuco, publicado originalmente el 27 de enero de 2013 en el diario El Universal.