Narrativa

From New York to Montería city, un cuento de Oscar Corrales

Todo fue un tropelín cuando el yellow cab pitó un par de veces en la puerta del edificio antiguo de dos pisos en donde vivía en Queens, lo abordé en silencio, no sin antes recibir de mamá una torrencial tempestad de besos y bendiciones. El taxista, un pakistaní cuarentón me echó una mirada a través del retrovisor y me preguntó en un ingles con su particular acento si me encontraba bien, le asentí con la cabeza y fijé la mirada en el marasmo de rascacielos que poco a poco dejaría detrás de mi, conocía la ruta casi de memoria por lo tanto el taxista debía tomar hacia el Norwest en Pidgeon Meadow RD hacia la 169 street, luego girar a la izquierda en la 164 Th street, girar a la derecha en Horace Harding expy.

– ¡Carajos, me perdí! – y empecé a tararear Love me tender, –¡Oh… the king! – Exclamó el taxista, – I love that song… Elvis the best.

Alguien sonaba el claxon de su automóvil con afán detrás de nosotros, giré la cabeza y descubrí que era mi amigo Dave detrás del volante de su Gto que me hacia señas para que me detuviera, el taxista puso mala cara y le pagué el banderazo, subí al Gto y Dave exclamó: ¿Por qué carajos no esperaste por mi? Te prometí que te traería. ¿Crees que me perdería esto? – De ahí en adelante todo fue un relajo hasta el JFK.

Dave me ayudó a arrastrar mi equipaje hasta el muelle, después de un rato y completar todo lo de mi partida, sentí un vuelco extraño en mi corazón al dirigirme al alimentador del avión y pensé en voz alta: – Mierda ¿Cómo será Colombia, Monteria? ¿Dónde rayos está Monteria? ¿Qué mierdas hago para llegar allá? Pero olvidaba que una parte de mi familia me esperaría con una “Chiflajopo”. ¿Qué carajos quiso decir mamá cuando me dijo que en Cartagena me esperarían con una “Chiflajopo”? Tarde que temprano lo averiguaría.

Ya en el asiento del avión, me sentí  invadido por una extraña emoción, al saber que descubriría un mundo nuevo, me hacía muchas preguntas. ¿Venderán pizza? ¿Hamburguesas, hot dogs? Toda esa rica chatarra. ¿Qué clase de comida me darán? – Dios, creo que enfermaré.

– Bueno en pocas horas despejaré todas mis dudas. Sentí un agudo dolor de estomago anunciándome que visitaría prontamente el incomodo y pequeño baño del avión, donde sin duda alguna daría rienda suelta a los wafles con miel de arándanos que me había empacado en la mañana, antes de pedir el taxi.

Escuché un puff puruff puff pu puff y ya estaba listo. Los wafles iban camino al drenaje, regresé a mi cómoda silla y tomé una Ginger Ale, dormí plácidamente el resto del viaje hasta que escuché por el altavoz del avión la cálida voz de la auxiliar de vuelo anunciando que íbamos aterrizar en la ciudad de Cartagena, una vez bajé las escalerillas me dirigí hasta el muelle internacional y hacer los tramites de inmigración, una vez fuera y todo en regla fui sorprendido con una estruendosa banda de músicos interpretando un porro, entre gritos de alegría y besos de tíos, tías y primos.

Trataba de identificarlos por sus nombres, alguien de repente me colocó un sombrero vueltiao, ya entre pitos, risas y festejos pregunté que es una “chiflajopo”, todos se rieron y me explicaron que así le decían a las bandas de música popular o papayeras. – Ah carajo – exclamé. Fue una noche algo agitada, calurosa y ardiente pues Cupido hizo de las suyas con un precipitado romance que incluía una pariente lejana. Sólo nos miramos y no hubo palabras entre los dos, hasta que todos dormían y me escurrí como los gatos dentro de su cálido toldillo de gasa. El señor “Pepino” hizo de las suyas.

Al día siguiente desperté con el cantar de un gallo escandaloso, luego de tomar un baño por primera vez en tierra caribe experimenté el inmenso ardor de su temperatura; hubo saludos y abrazos nuevamente, un desayuno descomunal: yuca cocida o “sancochada” como oí decir, bollos de mazorca calientes y vaporosos, suero atolla buey, café con leche, Kola roman, carimañolas de yuca rellenas con carne molida. – ¡Mierda, que vaina sabrosa! – Me dije para mi mismo, todos me decían: Mira mijo, prueba esto ¿has comido de estas? Están calientes. Comete la yuquita mientras está caliente. ¿Te gustó el suero?

Otra voz me decía: Cuidado con el suero no te vaya a soltar. ¿Soltar? ¿Qué carajos querían decirme con soltar? Pues descubrí que a eso también le decían “churria”o cagalera explosiva, pero ya era demasiado tarde.

Esa tarde calurosa, llegó hasta la puerta de la casa donde había pernoctado plácidamente, un gigante de voz grave y autoritaria que sin mediar palabras conmigo me abrazó y besó y me dijo su nombre y parentesco, pero yo sabía quien era; mamá se aseguró mostrándome fotos viejas y señalando quienes eran, su inconfundible tono de voz acudió a mi y recordé nuestra última conversación telefónica desde New York.

Ratos más tardes emprenderíamos parte de mi aventura rumbo a Montería a bordo de un pintoresco bus intermunicipal algo incómodo y saturado por el calor del día y me vino el reciente recuerdo de un adiós en secreto y sin palabras, un amor que dejaría y que al momento de mi partida me susurró al oído: – Mi nombre es Rosa Espina –. Al otro lado de la ventanilla me ofrecían toda clase de chucherías para el camino, desde huevos de iguana hasta yabolines, creo que hice una plegaria para no tener que cagar en el camino de 8 horas de intenso viaje.

Al llegar al Carmen de Bolívar me ofrecieron por la ventanilla chicharrón caliente con yuca y no dudé en comerlo. Fue del carajo. Recordé de repente que tenía una cagada envolatada y seguí rogando para no tener que hacerlo en el camino, pasamos por Ovejas, después de conocer sólo de paso los nombres de cada pueblo, la suave brisa de la ventanilla traía un olor particular, era el olor de la boñiga de vaca; creo que me dormí, y escuchaba con frecuencia la palabra Cereté entre sueños.

Desperté al escuchar rebuznos de unos burros que excitados y extasiados copulaban alegremente en plena plaza. Un pasajero de último minuto subió y cruzó por el pasillo del bus con dos gallinas y dos hicoteas en sus manos, era un cacareo infernal y por la estrechez del pasillo el tipo tropezó y las gallinas salieron disparadas con hicoteas y todo justo hacia mi. Del susto creo que las gallinas casi me cagan.

– Estamos en Sincelejo – me dijo el gigante de tez blanca y cincelada, con ojos graves y verdosos. Seguí durmiendo, por fin ya casi hacia las cinco de la tarde estábamos en Montería, un Jeep Willy de color rojo que prestaba sus servicios como taxi nos llevó hasta la casona cercana al rio Sinú y por primera vez contemplé su majestuosidad amarillenta y turbulenta, más risas y abrazos efusivos e interminables al llegar, con un poco de timidez pregunté en dónde estaba el baño, una gota fría rodó por mi sien, escuché risitas, susurros y frases de cariño camino al retrete, – El gringo se viene cagando.

Fotografía: Daniel Chamorro