Narrativa

Las dos caras de la moneda, un cuento de Jaime Arturo Martínez

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El poeta Ariel David Signoret (1772 – 1805) estuvo a escaso medio año de embarcar en su ciudad natal —el puerto de Cherbourg— hacia América. Un accidente casero se lo impidió: una mañana cayó escaleras abajo y murió al instante.

La razón de su viaje era casarse con una dama de origen francés, nacida en 1781 en la ciudad de Cartagena de Indias y que respondía al nombre de Doña Marie De La Basse. Su afición era la lectura de poesía y a sus manos llegó un ejemplar del poemario Les deux côtes de la pièce de monnaie, celebrado por la crítica francesa por su atildado y exquisito estilo clásico, de la autoría de Signoret. Ella se entusiasmó tanto con su lectura que le hizo llegar al poeta una carta por intermedio del editor. De allí en adelante, la correspondencia se intensificó hasta el enamoramiento y posterior acuerdo de matrimonio, que se cumpliría en la navidad de 1805, en la iglesia de Santo Toribio, en Cartagena de Indias.

El poeta vivió siempre con su hermano Maurice, éste se dedicaba al pastoreo de ganado ajeno en Normandía. La noche —después del entierro— se dedicó a revisar los documentos del poeta, guardados en su escritorio: leyó las últimas cartas de Doña Marie, leyó su diario, revisó los pasajes del barco y contó el dinero que éste había atesorado para el viaje a América.

El 5 de diciembre de 1805, Maurice arribó al puerto de Cartagena, a su paso por la aduana se identificó con los documentos de su hermano y luego caminó hacia una plaza, donde lo esperaba un coche que lo llevaría hasta la Calle De la Amargura, donde ella vivía en un enorme caserón.

Esa noche, después de cenar con las personas más allegadas a la señora y luego de que éstas se hubieran retirado, Maurice fue conducido a una de las habitaciones del segundo piso por un sirviente. Ya dentro se despojó del saco y de los zapatos con hebillas, se recostó en la cama de olorosas sábanas y sonrió. Pensó en los rostros amables de los invitados, en la figura imponente de su futura esposa. Volvió a sonreír cuando se enteró que era inmensamente rica y poderosa, hasta el punto que su nombre había servido para bautizar la región donde estaban sus propiedades: María La Baja.

Unos golpes discretos lo hicieron sonreír de nuevo. Se levantó, arregló su vestido y abrió la puerta. Envuelta en un pañolón oscuro, ella estaba frente a él, con un candelabro en la mano. Él se apartó. Ella entró mientras él le señalaba una silla. Ella la rechazó.

—Lo que vengo a decirle, se lo diré de pie: usted es un impostor, pero no me interesa conocer la identidad de alguien que no puede distinguir entre un soneto y una elegía. Nos casaremos en navidad, pero usted jamás me tocará. Su ocupación será pastorear ganado, que intuyo es lo que sabe hacer.

Se dio la vuelta, salió y cerró la puerta. Maurice dejó de sonreír.