Narrativa

Otra luz, un cuento de Pablo Concha

El dolor fue súbito. Una llamarada le atravesó el cuello. Se llevó las manos a la garganta tratando de contener el manantial caliente que comenzó a fluir. Cayó de rodillas. El ardor intenso fue reemplazado de inmediato por una sensación de ahogamiento. Abrió la boca para respirar y expulsó un chorro de sangre. La desesperación lo mordió.

Miró a ambos lados, la calle estaba desierta. De algún lugar provenía un eco de pasos que se alejaban. Se inclinó. La camisa y el pantalón se tornaban escarlatas. Retiró una mano del cuello para buscar su teléfono y al sacarlo el aparato resbaló y rebotó contra el asfalto.

Empezó a temblar, abrió la boca de nuevo y salió más sangre. Un perro se acercó desde el otro lado de la calle y se quedó observándolo. El hombre cerró los ojos un instante y al abrirlos los colores eran más brillantes. Se dejó caer de medio lado y trató de aspirar de nuevo, su pecho convulsionaba. Volvió a cerrar los ojos y una luz blanca, deslumbrante, lo envolvió y le obligó a contraer el rostro.

Al fondo de lo que parecía un túnel una silueta comenzó a destacarse. El sujeto le hacía señas con el brazo para que se acercara. Abrió los ojos, una convulsión le hizo estirar las piernas. La fuerza con que apretaba el cuello empezó a menguar, los párpados se cerraron y la luz blanca lo llenó todo. La figura llevaba una túnica y continuaba haciéndole señas. Ahora la veía con más claridad.

Sintió calor, unas líneas rojas y amarillas, zigzagueantes, se destacaron y luego desaparecieron en el espacio que los separaba. Unas protuberancias en la cabeza de la figura se hicieron visibles, luego la imagen tembló y una convulsión hizo que abriera los ojos. El perro estaba más cerca y lo miraba impasible. El hombre se arrastró un poco, debatiéndose consigo mismo, luchando por respirar.

Estaba agotado, ya no podía presionarse la garganta, se sentía pegajoso, caliente, el temblor en su cuerpo aumentó. Creyó escuchar, muy lejos, una sirena. Sus párpados descendieron una vez más. La luz había virado a un tono grisáceo, fogonazos amarillos y naranja destellaban a los lados y se apagaban.

La figura lo llamaba por su nombre. Era muy alto, no alcanzaba a distinguir su rostro. Le llegó una oleada de calor, se encontraba más cerca de él. Una sensación de frialdad en la cara lo forzó a girar la cabeza y se encontró mirando al perro, que lo lamía. Trató de aspirar y ya no tuvo fuerzas, dejó caer la cabeza sobre el hombro, cerró los ojos. La luz blanca fue perdiendo intensidad hasta nivelarse en un amarillo.

Más calor, un crepitar en algún lado. Ya no sentía que se ahogaba, los espasmos cesaron. La figura había cambiado, las protuberancias se apreciaban con nitidez. Dijo su nombre, sonrió, y comenzó a caminar hacia él. Quiso despertar, abrir los ojos, pero se dio cuenta de que ya los tenía abiertos.