Cartagena,  Textos de autor

Porno, ficción y adicción mundial

UNO. Imaginemos a una mujer que sale en toalla de la ducha. Es atractiva, insinuante. Los planos empiezan a mostrarnos su voluptuosidad. Ella actúa para nosotros. No nos mira. Abiertamente posa, se desnuda para un personaje invisible que podría ser cualquiera. La secuencia continúa y nos revela su intimidad, su complicidad, su inevitable momento de apetito carnal, del cual sólo son testigos sus amantes de ocasión. Pero ahí estamos mirando y escuchando la realidad en tecnicolor.

El filósofo norteamericano Kendall Walton dice que participar como espectadores de una narración —literaria, cinematográfica— disminuye la distancia entre nosotros y la obra. Quizá ahí es donde radica el gusto por la pornografía. No porque ascendamos a las ficciones, sino porque somos nosotros los que descendemos a ellas. Es decir, en lugar de pensar las ficciones como reales, somos nosotros los que nos convertimos en ficcionales.

El descubrimiento de la sexualidad es un proceso innato, natural, que se da a diferentes edades de manera consciente, pero que traemos por defecto. Sin embargo, nunca antes en la historia de la humanidad había sido tan accesible la pornografía. El sexo invade el Internet, las redes sociales, los correos electrónicos, la televisión, los juegos de video, los teléfonos inteligentes, el cine y un largo etcétera.

Siempre hay una «telerealidad» dispuesta a ofrecernos el placer de mirar y escuchar una escena Triple X.

Millones de usuarios de todas las edades consumen porno a diario. Está a un clic de distancia. Se dice que mirarlo ayuda a encender la libido. Se dice que enferma; se dice, incluso, que disminuye la materia gris. Mitos por montón y a la orden.

Lo que sí es preocupante es que según el informe de la Fundación Amigos Unidos en Colombia, los niños están empezando a consumir porno desde los 12 años. Se afirma que en el país el 74% de la pornografía que consumen niños y adolescentes es a través de Internet, seguido por un 16% en CD y 10% en revistas.

DOS. Hortensia Naizara Rodríguez, catedrática, experta en estudios de Equidad de Género de la Universidad de Cartagena, dice que la intención de la pornografía es la comercialización del placer, un comercio antiguo.

—Que los niños y jóvenes usen o empleen la pornografía es más útil a los dueños del gran capital en torno al placer, que a ellos mismos— dice Hortensia, mientras mezcla su segundo café de la tarde—. Los niños y niñas expuestos a estos materiales no se han preparado para afrontar los riesgos en la construcción identitaria.

En sus palabras, el riesgo de los menores expuestos a temprana edad a esta saturación pornoaudiovisual puede afectar la construcción identitaria y de género. «Aquí el padre y la madre tienen un papel importante».

Rodríguez, quien obtuvo una beca en la Universidad de Kentucky para continuar sus estudios sobre Género, precisa que el siglo XX, a través del cine, convirtió al sexo en un show cultural, en una «teatralización, publicidad, escenografía y comercio», y que «a principios del siglo pasado era un comercio discreto, dirigido a los hombres en primer lugar».

Lo que vende la pornografía es el poder de la potencia sexual a través de las imágenes y los sonidos, los cuerpos.

—En un momento histórico ayudó a que hombres y mujeres a que reconocieran en sus cuerpos el placer, el tema sexual estaba vetado por la moral y se convirtió en muy apetecido— dice la experta en estudios socioculturales y de identidad.

Ahora, en la era del capitalismo a ultranza, «la biopolítica define nuevos intereses y nuevos segmentos de población como los niños y los jóvenes». A su juicio, la sexualidad, que es un tema cultural, sigue siendo desconocido, las escuelas públicas no disponen de un proyecto sólido de educación sexual.

TRES. Hace siete años el Castillo de San Felipe de Barajas de Cartagena le dio la vuelta al mundo. Nada tenía que ver el hecho de ser una fortificación militar construida en 1536. La noticia tampoco hablaba de la inclusión que hizo la Unesco en 1984 al declarar el Castillo dentro de la lista de Patrimonio de la Humanidad. Se hablaba de sexo. Se hablaba de la salida a la luz de un video pornográfico que utilizó este emblemático lugar de la ciudad para varias de sus escenas sexuales.

La producción audiovisual de 41 minutos 20 segundos se desarrolla a plena luz del día. Una mujer voluptuosa con acento del pacífico colombiano simula trabajar como guía del atractivo turístico mientras es abordada por el protagonista del video, un joven no mayor de 30 años.

Después de recorrer varios puntos de la fortificación se dirigen a uno de los sectores poco transitados de la parte superior del monumento e inician, con afán, algunos juegos preliminares que derivan en sexo.

El «escándalo sexual», llamado así por los medios de comunicación, lo dio a conocer en primicia El Universal el 5 de junio de 2012, y ocurría justo dos meses después de que el Castillo San Felipe de Barajas albergara la fiesta inaugural de la VI Cumbre de Las Américas, con 33 de los presidentes más influyentes del continente.

Las autoridades locales repudiaron el hecho. Los responsables del manejo de monumentos de Cartagena, de ese momento, dijeron que se habían enterado sólo a través de ese matutino, y que «jamás en la vida se autorizaría que se hiciera un video de esas calidadades en un lugar tan sagrado para nosotros».

Se denunció en la Fiscalía General de la Nación a la productora audiovisual del video y el evento pasó a ser una de las anécdotas más curiosas de la ciudad.

Vixen. Tori Black – Award Season.

CUATRO. Además de experimentado abogado penalista, Fernando Barboza Díaz, 66 años, es técnico en psicoanálisis y miembro activo del Círculo de Estudios Psicoanalíticos del Litoral Caribe. Su reflexión sobre la permanente exposición a audiovisuales pornográficos en menores de edad y adultos en general, la hace desde la psicopatología de las adicciones.

—Hay que tener en cuenta que a una edad temprana las personas sobreexpuestas a la pornografía pueden ser muy manipulables y el mismo acto de ver distintas escenas las puede vulnerar—dice Barboza Díaz.

Explica que el porno es un fetiche, una pulsión escópica, es decir, un impulso psiquíco que tiene una fuente de excitación interna cuyo fin preciso es calmar ese estado de tensión.

—En el psiconálisis el padre debe hacer un corte, es decir, los padres son quienes deben hacer un corte para reprimir o frenar el impulso, que después se hace mediante la imposición de una ley social.

Advierte que el ser humano es un ser sexual «sin que ello implique o referencie a los genitales». En su opinión, más allá de ser una adicción hacia la pornografía, lo que los niños experimentan es una fascinación por las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC). «Nadie es totalmente psicótico, ni neurótico, ni perverso», concluye.

CINCO. El problema con el porno de hoy está en la facilidad de acceso a sus contenidos. Al tener diez o más ventanas abiertas consumiendo el material Triple X, nunca va a ser suficiente.

Un estudio realizado en Berlín, Alemania, sugiere que ver pornografía podría causar una reducción de la actividad cerebral. Para esta prueba se estudiaron a 64 hombres de entre 21 y 45 años de edad, a quienes se les pidió responder una serie de preguntas respecto del tiempo que dedican para ver pornografía. En promedio, el estudio reveló que pasaban cuatro horas a la semana consumiendo escenas eróticas y sexuales.

La mayoría cree que únicamente los hombres pueden volverse adictos al ciberporno, pero un reciente estudio publicado en la revista Ciberpsychology concluye que las mujeres están en igual riesgo que ellos.

La tecnología está permitiendo que algunas productoras investiguen los límites de introducir al espectador en la escena. Es decir, ¿hasta dónde se puede jugar con la ilusión de estar allí realmente, en aquel instante íntimo de los otros?

Distintos formatos audiovisuales se pelean por su nicho de mercado entre la inmensa oferta de ocio actual. Uno que viene haciendo mucho ruido es el de la realidad virtual. Amanecerá y veremos.

Fotografía cortesía: Elizabeth Loaiza.