Arte y Letras,  Narrativa

Sin reversa, un cuento de Jhoanna Bolívar

Su último cliente del día era un grandulón, fofo y calvo, que gemía asido sobre ella como un jinete; mientras Camila fingía en piloto automático, e intentaba distraerse con alguna imagen de los momentos felices junto a sus padres.

Aquella grasienta y sudorosa piel adherida a la suya le provocaba una aversión incontrolable. Evocó el vaivén de un columpio mecido por las manos de su madre, el viento agitando su lacio cabello. Cuánto deseaba echar reversa y borrar la pesadilla en que ahora vivía. Recogió del piso sus pequeñas piezas de blonda, se calzó los tacones y abandonó el Salón Rojo.

Afuera la esperaba Nick, su exprofesor, quien dos años antes le daba clases de inglés en la escuela secundaria. Ella tenía catorce; florecía, anhelante por conocer su primer amor. Entonces para él fue fácil embaucarla y llevársela de la ciudad. Al cabo de un mes de estar juntos le atizó la primera golpiza, empezó a drogarla y a venderla al mejor postor.

— ¿Cómo te comportaste? — inquirió el profesor, clavándole una mirada amenazante.

—Lo dejé hacer conmigo lo que quiso. ¿Conforme? — repuso Camila, sin mirarlo.

Encendía un cigarrillo.          

—Buena chica. Ya puedes irte a descansar.

Su habitación tenía barrotes en la entrada y una puerta de acero que sólo se abría externamente. Camila no era la única atrapada en aquel burdel subterráneo, había otras treinta chicas de entre doce y diecisiete años.

Se reclinó en un sofá cercano a la cama y observó al ángel dorado que tenía colgado en la pared. El único objeto que llevó consigo al fugarse con Nick, y lo que evitaba que olvidase quién era ella.

Al día siguiente despertó en medio de los gritos de Nick, cuyas venas de las sienes se abultaban como gusanos. Sostenía los resultados de los exámenes médicos mensuales que le practicaba: «Estás preñada» le dijo, soltándole un guantazo en el estómago que acabó provocándole un sangrado vaginal. Él pensaba en todo el dinero que perdería durante la recuperación tras el aborto. Pero ocho meses después nació una pequeña pelirroja; se había sujetado con fuerza a la matriz de Camila. Nick se había retractado, decidiendo que vender al bebé le daría mayores ganancias.

Camila tan sólo la vio una vez.

Transcurrió otro año. El Salón Rojo era como una cámara de gas; casi se asfixiaba entre aquellos hombres insaciables de sexo, pero a diferencia de una cámara de gas, ella allí no terminaba de morir.

Después de cumplir los dieciocho años, Camila descubrió que las chicas de esa edad eran «sacadas de circulación». Así que metió al ángel dorado en una pequeña caja, lo envolvió con papel de regalo y anexó una nota. Luego convenció a un cliente que la frecuentaba, y que estaba dispuesto a hacer lo que fuera por ella, para que se lo entregase a su hija cuando lo considerara conveniente.

Una semana luego de su cumpleaños dieciocho le dispararon en la cabeza y la arrojaron a un río infestado de cocodrilos. Una forma de libertad que ella ya se esperaba.