Opinión

Desobediencia civil: ¿por qué asistir al paro?

«Nunca podrá haber un Estado realmente libre e iluminado hasta que no reconozca al individuo como poder superior, independiente, del que derivan el que a él le cabe y su autoridad, y, en consecuencia, le dé el tratamiento correspondiente»

Henry David Thoreau / La desobediencia civil (1849)

Cuántos atropellos hay que aguantar, cuánta mierda más hay que comer, cuántos muertos más debemos enterrar, cuántos impuestos más podremos soportar. ¡Cuántas más injusticias estamos dispuestos a ver! ¡Hasta cuando esta sodomización interdepartamental deberá perpetrarse por parte de quienes deberían garantizar nuestro bienestar! ¿Cuánto más pueden mancillarnos? La respuesta no hay quien no la sepa: Cuanto sea necesario y hasta que el último colombiano aguante.

El 2020. El año que nos marcó para siempre y que inevitablemente hizo que la vida cambiara para todos. Tuvimos que dar cuenta de más de lo que queríamos, de algunas circunstancias que tratamos de ignorar a diario, haciendo lo posible por concentrarnos única y exclusivamente en nuestra existencia. Vivimos como soñamos, como morimos: solos. Y también la salvación, que a lo mejor es individual, necesita de todos. Aquel lúgubre año nos enseñó que debemos estar juntos para enfrentar a la adversidad, pero también la importancia de tener un buen gobierno, buenos (o, al menos, decentes) dirigentes y representantes políticos para crear y gestionar alternativas que tengan en cuenta las necesidades de las personas. En Colombia, por ejemplo, ese 2020 nos enseñó la caterva de impíos mefistofélicos que son legión en el gremio político. 

Ahora bien, las impericias sociopolíticas que de por sí ha arrastrado la historia de nuestra nación, han adquirido nuevos matices dada la cultura capitalista, neoliberal, que se ha instaurado hace varias décadas a nivel global. Cogiendo más fuerza con cada avance tecnológico, acumulando cada vez más riquezas en detrimento de comunidades enteras, destruyendo el medio ambiente como si tratara de vengar contra la naturaleza algún crimen personal. Este vacuo y mercantil modo de vida al que nos induce, es una sombra que se ciñe incluso en el más detractor de ella. La indiferencia, la banalidad, la superficialidad, la hipocresía disfrazada de moral, la ética del egoísmo, el consumismo fútil por no decir absurdo, la precariedad afectiva, la desinformación mediática, la decadencia académica y cultural, las condiciones laborales y de mínimo vital cada vez más paupérrimas, casi hasta rozar un cinismo risible. Todas estas y otras cuestiones tan protervas como insidiosas, son cada vez más implacables, y es a razón de una sola cosa: nuestra apatía, nuestra pusilanimidad y conformismo, nuestra falta de sentido de pertenencia, nuestra indolencia por el pellejo propio y del otro. Sí, parecen varias cosas, pero es una sola y se resume en un simple pero poderoso: NOSOTROS.

Por qué entonces si este esperpento político es una realidad tangible, un rumor a gritos, que incluso tiene el descaro de llegar cotidianamente a la pantalla de nuestros televisores desde un patético programa con el que más que informarnos, parecen burlarse de nosotros. Para nadie es un secreto que en “el país más feliz del mundo” se vive en la constante entre tener que hacer gárgaras con la mierda o tragársela, en cuanto injusticias e ignominias se trata. Por qué si estamos al borde del colapso, nadie hace nada.

Entiendo que haya miedo a perder la vida, el trabajo o lo poquito que se tiene. Que aterran igual -o más- los policías, soldados y demás fuerza pública, que los mismos criminales que pululan por la inseguridad que tampoco da tregua. Entiendo que muchos crean que como con el sufragio “uno no hará la diferencia” o que ya hayamos desistido de luchar por creer que esto no tiene solución, que es una causa perdida, absurda. Entiendo que estemos cansados, endeudados, jodidos, enfermos, desempleados, divorciados, abandonados, huérfanos, deprimidos, obstinados, resentidos, desengañados, desesperanzados, angustiados, ansiosos, sin fe, desesperados, sin un peso y amedrentados.

Los abrazo a todos como hermanos porque yo estoy igual y sé que muchos también, aunque incluso no quieran o les duela reconocerlo. Y si esto pasa es también por esa estúpida idea de optimismo y “happycracia” que como ese término de “Resiliencia” son sólo formas de romantizar nuestra propia miseria, de que seamos agradecidos con la mano que nos lanza las migas de pan, aunque seamos nosotros quienes prestan el horno y hacemos la harina. Entiendo que parezca que no hay futuro y que todo este cambalache seguirá igual.

Pero hermanos, les digo, que así, precisamente, es como ellos, los corruptos, los infames, los adefesios de traje y corbata, quieren que estemos, que percibamos nuestra vida. Así nos quieren ellos, sumisos, alienados, indolentes y sobre todo, desunidos y desinformados. Sí, no es una arbitrariedad, estamos con la soga al cuello y con una lucha significativa por pelear, si acaso queremos que esto pare, que termine de una vez por todas. La tenemos difícil, pero no más de lo que ya están las cosas. ¡Complicada la vaina, claro que sí! Pero no perdida, no del todo. ¡Aún hay mucho por hacer!, por resistir, por subvertir y derrocar.

Es hora de que tomemos partido, que luchemos contra ese Kraken que no tiene más tentáculos que patriotas nuestra bella tierra, hija de Bolívar, Nariño, Santander, Caldas y todos los que la fundaron en nombre de la libertad, la dignidad y la justicia. La bravura y el valor corren por nuestra sangre, somos indios, negros, mestizos, blancos, hombres, mujeres, un pueblo tan fuerte como para seguir en pie a pesar de todas las calamidades que por lo general se han gestado en el congreso, la Casa de Nariño y el palacio de justicia. Perpetradas por esos que comen de lo que nosotros les damos, que no saben cuánto cuesta una canasta de huevos y aun así quieren dejarnos sin la proteína casi exclusiva que acompaña el unánime arroz de más de un humilde hogar colombiano.

¡No más! No es una cuestión de ideologías, o partidos políticos, es una cuestión de dignidad humana, de amor por nosotros mismos y por quienes sufren con nosotros esté calvario. Si algo me ha enseñado esta pandemia, es que, solos, podemos hacer mucho, pero juntos somos invencibles. Me enseñó que si mis vecinos están bien hay más posibilidades de que yo y los míos, lo estemos. Que si velas por el bien de alguien, alguien lo hará por el bien tuyo. Que donde comen tres pueden comer cinco, que no hay fortuna más grande que vivir rodeado de otros seres humanos, sobre todo cuando las condiciones permiten hacerlo dignamente y ejerciendo su pleno derecho de la libertad. Porque aunque tal vez no en un sentido absoluto, somos libres, y somos libres por tener responsabilidad y no al contrario.

Ser libre es ser responsable ¿De qué? De defender mis derechos y ejercer mis deberes. Y el deber de cada uno y de todos ahora mismo es derrocar este gobierno corrupto, inepto y perverso. Sentar el precedente de una vez por todas como lo hicimos con el florero de Llorente, o en la batalla de Boyacá, con la constitución del 91´y el acuerdo de paz. ¿Cuál precedente? Que somos nosotros quienes decidimos la realidad en la que queremos fundar la moral con la cual deseamos vivir como sociedad en este inmenso pueblo de 32 departamentos que somos como colombianos. Entendiendo que con políticas y condiciones donde se garanticen la vida digna y libre de cada sector social, no sería necesario la desobediencia. Pero siempre y cuando la injusticia y la ignominia sean el pan de cada día, desobedecer más que un derecho se convierte en un deber.

Nuestro deber es salir el 28 de abril al Paro Nacional, demostrar nuestra desidia e inconformidad, nuestra indignación y rabia. Nuestra insatisfacción debe ser el grito que se haga sentir en cada rincón de los despachos de esos zánganos con millonarios sueldos que en vez de representarnos, lo único que hacen es vendernos al mejor postor, inmolarnos cuál becerro, cuál neonato a Belcebú. Nos toca, tenemos que ¡debemos que! Sobre todo nosotros, los jóvenes, las nuevas generaciones, quienes heredaran esta tierra que pareciera ser de nadie. Pero que es nuestra. Del costeño, el cachaco, el llanero, el rolo, el afrodescendiente, el raizal, el indígena, el gitano, el guajiro, el isleño. Del campesino, el comerciante, el profesor, el médico, el abogado, el tenedero, la estilista, el celador, el señor de los tintos, la que cuida a los niños, los que construyen las casas, quienes entierran los muertos, quienes viven aún, a lo mejor para dar muestra de la misericordia de Dios.

Debemos luchar  juntos por esta bella Colombia de todos nosotros, y por la que no podemos seguir siendo neutrales ante la sórdida realidad que se nos impone con más sevicia cada semana. Porque cuando la injusticia es el imperativo y la muerte una constante, ser neutral es ser un cómplice de lo abyecto.

Sólo en nosotros esta cambiar esto, el 28 de abril debemos salir dispuestos a no dar tregua hasta conseguir justicia, honor y verdad. Está en juego lo más sagrado que cada uno tiene, libertad y dignidad. No tenemos nada que perder, no podemos perder más de lo que ya estamos perdiendo. Hay que salir a las calles, justos, todos, como un país de luchadores incansables y gente que ama la vida, que no está dispuesta seguir dejando que esta cultura de muerte y precariedad se siga alzando sobre nosotros. Debemos resistir, subvertir, derrocar, pelear mientras se pueda respirar, luchar en nombre de los valores que son sacros para una vida digna. Por todos y por cada uno, sin importar las consecuencias.

 

               Fotografía: Pixabay
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