
Stress, es tres tres; un cuento de Jaime Arturo Martínez
A las 7 en punto de la tarde entraron al comedor. La mesa estaba dispuesta de manera elegante y se notaba el esmero en la colocación de la mantelería, los cubiertos, la vajilla y la cristalería. La fuente de verduras y frutas era variada y bien seleccionada, la bandeja con la carne esparcía un apetitoso aroma; la canasta de pan y, por último, dos copas de vino tinto. Él se adelantó a disponer la silla para su esposa y luego se sentó frente a ella. Desde hacía dieciséis años esta ceremonia se repetía de manera puntual, excepto cuando se encontraban fuera de la ciudad o eran invitados.
La casa que escogieron, para vivir luego de la boda, era una amplia vivienda de balcones situada en una esquina del parque. Sólo cuando había una recepción demandante, los esposos interrumpían esta rutina, de modo que todas las noches él iniciaba el rito con una oración y un brindis por los buenos tiempos. Esos tiempos lo habían convertido en un empresario de reconocida solvencia ética y financiera.
Allí, como siempre, él le contaba a ella anécdotas y pormenores de sus largos días de trabajo, se reían y celebraban. Pero esta noche las noticias eran alarmantes. Él espero hasta el final, cuando degustaban una taza de café, para informarle que al joven contador —su amigo de confianza — le habían descubierto un faltante considerable. Éste se había apropiado de más de cinco millones de dólares por lo que su decisión era denunciarlo ante las autoridades y llevarlo a la cárcel.
Ella ahogó un gemido al escucharlo, su rostro se tornó lívido y dejó la taza en el mantel y no en el platillo. Un largo silencio prosiguió, y él, al ver su reacción, dejó de hablar. Más tarde, en la recámara, se dieron las buenas noches y se acostaron sin más.
A media noche lo despertó un gimoteo proveniente del baño. Notó que ella no estaba en la cama y se levantó a averiguar lo que le ocurría. Estaba sentada en el piso junto a un frasco de somníferos y en ese instante procedía a tragarse un puñado de éstos. Él le lanzó un manotazo y las cápsulas volaron por el aire. La levantó y la condujo a la cama donde se sentaron uno al lado del otro. Cuando consideró que estaba un poco más tranquila, la abrazó y le besó la frente. Luego le habló al oído:
—Amor, comprendo. Todo ha sido mi culpa. Por estar entregado a mi trabajo te he abandonado. Pero nada va a cambiar entre los dos. No lo denunciaré y tú podrás continuar tu vida como hasta hoy. Pero a él no puedo perdonarle lo que me ha robado. De modo que mañana le dirás que me devuelva hasta el último centavo. Que mantendré las evidencias en secreto y que continuará a mi servicio como hasta ahora.
Ella empezó a llorar y a besarle el rostro. Le dijo lo agradecida que estaba. Que haría todo lo que él le ordenara y que, además, renunciaría a esa aventura. Que estaba dispuesta a serle fiel hasta la muerte.
Él —por su parte — asintió y dijo que entendía. La acostó y la cubrió. Luego hizo lo mismo, pero antes de apagar la lámpara sonrió aliviado, ya había blindado las maniobras que lo llevaron a edificar su imperio.
Ja, ja, ja, la verdad es que esto era motivo para un stress, con este trío.