Me he emocionado muchísimo, no sólo por la calidad de la orquesta de la Fundación Excelentia sino porque me he transportado a un tiempo que pensaba abolido en mi imaginación gracias a la música.
Pensaba en su esposa muerta, o simplemente se había separado, pero algo había muerto.
La culpa, la incomunicación y la soledad. Temas que, en cierto sentido, vuelven a estar presentes en Adictos, la distopia con la que Herrera actúa esta tarde en el Teatro Bretón de los Herreros de Logroño.
Esta obra escrita por el dramaturgo y periodista Eduardo Viladés fue ganadora por unanimidad del certamen internacional de literatura Fernando Ballesteros Saavedra 2018.
Somos parte del zoológico, de la lógica del pavimento, del escarmiento, compañeros, hay que levantar los ojos y dejar cegarse por el sol para llegar a parecerse a Borges.
Fue tal mi conmoción que me aparté de un salto y en medio de la oscuridad de la habitación metí la parte enhiesta de mi humanidad entre las aspas de un ventilador que andaba por la casa huérfano de rejilla.
Llevaba en paro veinte años. Vivía en España, no lo olvidemos, cuna de parásitos retóricos que se nutren de envidia y mediocridad. Por eso, cuando vio el anuncio se emocionó.
Completamente, me estremecí. Yo había conocido a Manuel Zapata Olivella, no en la versión de papel y tinta de Gabo, sino en la compleja de la carne y el hueso. Absurdamente sentí que García Márquez me estaba robando un personaje que me pertenecía.
Una es la mesera que cobra, la otra pone música electrónica. Ambas son dispares, la una muy gorda, la otra bastante flaca. Y está la tercera, la que ha despertado el súbito interés. Pinsel descrubirá en 6 minutos 44 segundos que su nombre es Emilia.
La policía y los bomberos de testigos levantaron el cuerpo y lo envolvieron en una bolsa negra.