Poesía

El hombre gris

Anoche soñé contigo, querido Borges.
Estabas al borde del infalible mar,
con tu agrietado bastón acuñado por el tiempo,
señalando el sur, 
hacia un vasto y eterno laberinto. 

¿Allí has estado todo este tiempo?
Leyendo a los grandes contemporáneos griegos, 
o leyendo a Stevenson, Kafka,
volviendo a Lugones y a Carriego.

¿Lograste recorrer los perpetuos pasillos de Babel? 
Al final no eran tan largos.
Tú que has visto el infinito
en aquel sótano de Constitución,
lugar de refugio y memoria,
memoria
no la necesitas.

Aquí los breves mortales dependemos de ella (para no morir),
al igual que tus valientes ancestros necesitaban la daga y el revólver.
A ti que te fueron dados los libros y la noche, 
Buenos Aires y Ginebra,
Wilde y Hernández,
la patria y la ironía,
la espada y el bronce,
el espejo y la sombra,
el norte y el sur,
el símbolo y la palabra, 
Alfa y Omega,
Edipo y Proteo, 
Heráclito y Parménides, 
la milonga y el Oriente,  
el idioma alemán y el castellano,
el color amarillo y la soledad.

Ahora estás en el cálido zaguán, 
al lado del sencillo aljibe, 
debajo de la sombra benigna de los árboles, 
sintiendo el olor de los jazmines y la humedad,
mirando plácidamente al dorado tigre.
Allí donde el tiempo se ha disecado,
Allí donde un hombre gris aguarda, 
a orillas del inmutable crepúsculo.

                            Fotografía: El Tiempo .com
Federico Serralta

Abogado para vivir. Letras, música y cine para intentar encontrar sentido a aquello que no lo tiene.

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