El hombre gris
Anoche soñé contigo, querido Borges.
Estabas al borde del infalible mar,
con tu agrietado bastón acuñado por el tiempo,
señalando el sur,
hacia un vasto y eterno laberinto.
¿Allí has estado todo este tiempo?
Leyendo a los grandes contemporáneos griegos,
o leyendo a Stevenson, Kafka,
volviendo a Lugones y a Carriego.
¿Lograste recorrer los perpetuos pasillos de Babel?
Al final no eran tan largos.
Tú que has visto el infinito
en aquel sótano de Constitución,
lugar de refugio y memoria,
memoria
no la necesitas.
Aquí los breves mortales dependemos de ella (para no morir),
al igual que tus valientes ancestros necesitaban la daga y el revólver.
A ti que te fueron dados los libros y la noche,
Buenos Aires y Ginebra,
Wilde y Hernández,
la patria y la ironía,
la espada y el bronce,
el espejo y la sombra,
el norte y el sur,
el símbolo y la palabra,
Alfa y Omega,
Edipo y Proteo,
Heráclito y Parménides,
la milonga y el Oriente,
el idioma alemán y el castellano,
el color amarillo y la soledad.
Ahora estás en el cálido zaguán,
al lado del sencillo aljibe,
debajo de la sombra benigna de los árboles,
sintiendo el olor de los jazmines y la humedad,
mirando plácidamente al dorado tigre.
Allí donde el tiempo se ha disecado,
Allí donde un hombre gris aguarda,
a orillas del inmutable crepúsculo.
Fotografía: El Tiempo .com