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Constanza Duque: «No llegamos a la TV para ser famosos»

Si se habla de consagración en televisión y teatro, uno de los rostros que despunta, inequívocamente, es el de Constanza Duque.

La familiaridad de las actuaciones de esta manizalita son un sello tan personal como admirable, al punto de que la reconvierte en una más de las integrantes de todas las familias colombianas a las que su arte ha llegado, personificando quizá a una hermana, madre, abuela, o, incluso, villana. Como artista, Constanza llama la atención ante la poca importancia y falta de entrega con que algunos de los actores nacientes toman su profesión. Sin embargo, no lo hace porque pretenda adoctrinar ni entrar en críticas mordaces. La reflexión tiene que ver con el compromiso que deben asumir los actores frente a los televidentes, y el poder e influencia que tienen en los hogares del país.

Por tanto, ahora, y desde hace mucho tiempo, su búsqueda va más allá de la vanidad y el ego que parecen ser los comunes denominadores en la pantalla chica. En una industria tan voraz y comercial como la del entretenimiento televisivo conviene tener los pies en la tierra, y entender que más allá del ruido de las promociones que idolizan a ciertos artistas, existe una pasión por contar historias que permanece debajo de toda la arrogancia publicitaria.

Esas circunstancias las tiene clarísimas esta mujer, de 67 años, que admite haberse interesado por la actuación gracias a juegos infantiles que encantaban a sus padres y a sus doce hermanos.

Asistir a una conversación con la eterna madre de Gaviota, se deriva en una clase magistral de conceptos artísticos y éticos, pero sus ideas trascienden y reflejan a una actriz, en todo el sentido de la palabra, que se ha ganado a punta de perseverancia no sólo cada una de las seis letras componen su profesión hace más de 50 años, sino un espacio en los recuerdos imborrables e insospechados de varias generaciones de colombianos.
 

¿Por qué decidió ser actriz?

Fue una decisión que tomé y fui muy terca con mi familia. Mira, vengo de una familia muy conservadora de Manizales y en mi época ser actriz… ¡Mis padres me excomulgaron! También en el colegio mis amigos, el círculo social. Pienso que no la  escogí en el sentido de que me escogió a mí. Nací con un talento, una terquedad que llamo constancia que con todo confluyó. Había una vena artística muy cultivada en mi familia de música y canto. Hacíamos veladas y representaciones, pero nunca pensaba que eso se pudiera volver una profesión. Pero cuando empecé a hacer teatro y ver que uno se podía convertir en eso, me dije: ‘¡Quiero ser actriz!’. Me sentía totalmente transformada en un escenario, esa posibilidad de hablar por otras mujeres, de hablar por otras personas.
 

¿Cómo era ese núcleo familiar del que habla, cómo fue su niñez?

Vengo de una familia muy numerosa. Tiene que ver también con que soy la número 12 de 13 hermanos, o sea por querer llamar la atención de una familia de 13… era muy difícil que se fijaran en mí porque en esas familias numerosas se califica: está el mayor, el menor, la más bonita, el más inteligente. Yo ocupaba los últimos puestos porque era la número 12. Empecé a payasear para que se fijaran que yo estaba ahí. En el colegio era muy necia, no grosera, pero veía a alguien y empezaba a hacer piruetas, a remedarlo, a ponerme moños en la cabeza, tendría unos 10 o 12 años. Mi mamá le cortaba el dobladillo a un vestido y entonces yo me lo amarraba, o me encontraba un trapo y me disfrazaba. Tenía dos o tres hermanos con los que nos disfrazábamos, pero de verdad jamás pensé que pudiera ser una profesión.
 

¿Y cuándo se da cuenta de que se podía y era válido ser actriz?

Cuando empecé a estudiar Bellas Artes en Manizales. Hacían festivales de teatro. Conocí a Miguel Ángel Asturias, a Pablo Neruda, a Mario Vargas Llosa, traían a personajes muy importantes de la literatura. Empecé a hacer teatro y lo sentía. Estudié durante 5 años y luego me fui a México y estudié pintura mural, pero al tiempo hacía teatro. Después dije que lo mío no era la pintura y me regreso pa’ Colombia. Luego fui a Europa, tenía unos 25 años. Había terminado mi carrera y me fui a vivir del sombrero a rodar. Cantaba en el metro en París.

Era muy bohemia, de izquierda, contestataria. Mi época fue la de Allende, éramos socialistas, todos queríamos cambiar al mundo. Una época muy politizada, los jóvenes lo éramos. Empecé haciendo teatro universitario, pero yo me quería profesionalizar y empecé a estudiar en la escuela con Santiago García que fue mi maestro, mi tutor, el mejor director que ha existido en Colombia para mí.

Entonces empecé mi carrera en teatro, a diferencia de hoy en día que veo que las carreras de los actores son al revés…
 

Ahora parece que nadie quiere ser artista sino famoso lo más rápido posible.

A mí mucha gente joven, hasta sobrinos, familiares me dicen: ‘Quiero ser actor’. Les digo: ‘¿Y por qué? Ah porque quiero salir en televisión y por la plata’. Esto yo lo hablaba un día con Jairo Camargo, con actores de mi generación, veteranos, no nos importaba un carajo si íbamos a comer o no, si había de que comer. Nosotros queríamos hacer teatro aunque costara lo que fuera. Si nos tocaba vender enciclopedias para poder financiar nuestro teatro, lo hacíamos.

Lo que fue el nombre, la fama y el poder vivir muy decentemente de esta profesión, llegó después por la entrega, por la pasión que pusimos. Fue un acumulado porque obviamente nuestro trabajo se empezó a notar, pero nosotros no llegamos a la televisión para ser famosos, y eso es lo que más me gusta: fue por la pasión.
 

¿Por qué cree que ahora se da tanto lo contrario?

Tiene que ver, tristemente, con la filosofía de la plata rápida y fácil que heredamos de la narcocultura. Eso de que es más fácil ganarse un millón de pesos haciendo un ‘torcidito’ que un mes trabajado. No puedo decir que todos porque también hay una generación y gente muy talentosa, que está estudiando, que hace cursos y talleres, que corren riesgos y que no aceptan cualquier papel por tener plata. Pero hay toda una gran industria, esto se volvió una cosa muy comercial y muy prefabricada. Se piensa: ‘Yo me posiciono rápidamente y el talento viene después’.
 

Por eso es que abundan tantos realities, y tanta gente quiere meterse ahí.

Le dije eso a una persona que me dijo: ‘Coni, ayúdame, quiero ser actor’. Le pregunté si tenía ganas de ser famoso o si de verdad sentía la pasión de representar a alguien, de contar unas historias. Cada vez me doy cuenta de que este oficio es una responsabilidad muy grande, porque nosotros entramos a una intimidad y tenemos mucha credibilidad.

Sé que tengo una credibilidad desde Café (Café, con aroma de mujer. Una de las telenovelas más populares en la televisión colombiana, 1994) y si yo hiciera una embarrada, un escándalo, sería una desilusión para mucha gente que ha armado una persona que les mostraba ciertos valores.

Uno es un modelo y puede ser bueno para imitar o malo. Puedes armar una carrera a base de escándalos o de mucho trabajo y de mucha dedicación y trayectoria.
 

¿Qué anécdota muy personal recuerda de Café?

Pasó una cosa que fue muy bonita. A mí me empezaron a llegar cartas de muchas partes, cartas de mamás y de papás agradeciéndome. Me acuerdo de una señora de Bucaramanga que me decía: ‘Yo tenía una relación muy difícil con mis hijas, pero después de ver como usted se relaciona con Gaviota, estamos tratando de hacer lo mismo, de hablar y de no sé qué’.

Me llegó una carta de un sacerdote jesuita. Decía que él creía que yo me daba cuenta de la misión que estaba cumpliendo porque representaba una cantidad de valores dentro de un hogar, de una madre soltera que se había hecho sola, que sacaba adelante a su hija, de amor, de solidaridad. Me llegó esa carta de una de una sociedad como de viejitos, de un ancianato y me mandaron un regalo y me acuerdo que yo leía esa carta y lloraba.

Uno no se da cuenta hasta donde es esta responsabilidad. Mamás de España y de Cuba me mandaban fotos y oraciones. Esa parte fue muy linda.
 

¿Qué otra anécdota de ese estilo recuerda?

Después de un personaje tan amoroso pasé a ser de mala, por ejemplo, eso me dio duro…
 

Dicen que es más fácil hacer de bueno que de malo.

No, hacer de malo a veces es fácil porque a veces son muy caricaturas. No era tan mala porque era una mujer muy bogotana, muy cansona, muy insoportable en El Inútil. Me dio duro porque la gente no me saludaba tanto. Era una mujer muy odiosa, arribista, muy del club y los apellidos y que no dejaba ser feliz a su hijo. En la calle me gritaban: ‘¡Déjelo ser feliz, vieja cansona! En los almacenes donde me atendían muy bien empecé a sentir que no era lo mismo, pero me gustaba porque decía: ‘Lo estoy haciendo bien porque se están comiendo el cuento’.
 

Usted hace yoga hace mucho tiempo y también es vegetariana, ¿Cómo va con esa búsqueda espiritual?

Me parece esencial porque creo que con los años y con las oportunidades que has tenido te das cuenta de que viniste a más cosas.

No es fácil en un medio donde el ego es el rey, pero ha sido un aprendizaje muy lindo y no te digo que no caiga en esas cosas. Pero empiezo a entender que yo no soy esto, que no soy este cuerpo, que todo personaje que me llega es porque yo tengo que aprender esa lección o aprender a tener ese maestro. Era una persona muy ofuscada, impaciente, muy perfeccionista. Ahora siento esta posibilidad. Que lo que hago lo tengo que hacer por amor y no porque me vean, ni por ser la más o por ser nombrada. Eso va a venir por añadidura y si no viene tengo que aprender eso con mucha humildad.  No es fácil porque aquí vienen las competencias, los premios.

Entonces antes me apegaba mucho, ahorita estoy sintiendo que a medida en que más suelto, más fluye y más cosas buenas me han salido. Esto me parece magia, parece una fórmula muy sencillísima y yo lo estoy viendo y viviendo en carne propia.
 

Muchos actores apestan a ombligo, viven en torno a sus egos, ¿Qué es para usted la fama?

Es una trampa, pero también una experiencia en la vida a la que uno le podría sacar mucho jugo en la parte positiva porque te acerca a la gente y te hace sensible a ciertas cosas que de lo contrario no verías. Pero también es una cosa que podría obnubilarte y hacerte perder tu esencia, tu yo. Podrías creerte más por ser reconocida, o por ser actriz. A veces tiene una parte cansona que te invade la privacidad, pero estoy aprendiendo a soltarlo porque pues si viene alguien en la calle y me expresa amor y me abraza lo recibo, ¿cómo me voy a molestar? Ahora, si veo que me están invadiendo trato de ser lo más amorososa y les digo que me tengo que ir, pero sé que muchas veces una foto con alguien o un autógrafo los hace felices. A veces me da pudor, pena, con gente como mayor e importante que vienen y se toman una foto conmigo. ¡Uy, me da pena que me vean como la Virgen del Carmen!
 

¿Cuál es su paraíso personal?

Podría decirte que una casa de campo que tengo frente una laguna cerca de Choachí (Cundinamarca), pero lo que estoy tratando de buscar es que ese paraíso no esté por fuera, sino adentro. En eso consiste ahora mi búsqueda. Hay días en que me siento cerquita, hay días que no se puede tener ese silencio. Por ahora me encanta ese sitio porque puedo recogerme y tengo silencio, pero estoy tratando de que sea en cualquier parte en que esté, en mi casa, en el tráfico.