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El trabajo doméstico aporta más al PIB que tu empleo

UNO.  El señor A llega a su casa a las 21 horas. Se siente cansado y terriblemente hambriento. Casi al instante empieza a quejarse ante su esposa de lo dura que estuvo la jornada laboral en la fábrica. Ahora sólo desea disfrutar de un plato de comida caliente y reposar un rato sin que nadie se atreva a incomodar su tranquilidad.

Afortunadamente, el señor A encuentra todas las noches un rico plato de comida caliente en la mesa, se puede tomar un merecido descanso mientras ve las noticias en la televisión. Después de darse un agradable baño, se pone ropa limpia y por fin se echa a dormir en una confortable cama que todas las noches lo espera con sábanas pulcras donde deja caer su agotado cuerpo de hombre trabajador.

DOS. Nina y Linda son dos hermanas jóvenes mayores de 30 que viven juntas. Ambas trabajan todo el día. Coinciden en casa sólo durante la noche. Suelen vivir con su madre que lleva varios meses ausente debido a un viaje familiar. Últimamente Linda y Nina han bajado unos cuantos kilogramos de peso. Al parecer no se están alimentando bien. Linda se concentra mucho en su trabajo como secretaria en una fábrica de zapatos, de modo que durante el día come cualquier cosa que le permita continuar la jornada. Antes, cuando contaba con su madre, solía llevar un rico almuerzo al trabajo. Tanto Nina como Linda tienen un estomago delicado, de tal manera que no pueden comer cualquier cosa por ahí. A veces no cuentan con suficiente tiempo para preparar y llevar algún tipo de vianda.

TRES. La señora H acaba de llegar a casa, la espera su madre y su niño de dos años. Después de comer la comida que preparó ese mismo día a las 6 de la mañana antes de salir a trabajar como editora en un medio de comunicación digital, se toma un tiempo para mimar a su hijo que la reclama con insistencia. Cuando el pequeño por fin se queda dormido, la señora H releva a su madre de las tareas del hogar, y empieza con las labores que quedaron pendientes. Menos mal, mañana es mi día de descanso, piensa. Así podrá tomarse el día para limpiar cada rincón de la casa. Posiblemente también lleve al niño al parque durante la tarde. Por lo pronto, la cena debe estar lista antes que llegue el esposo. Luego continuará lo que queda del día, alternándose entre asuntos laborales y atendiendo al pequeño. Le enseña las vocales y los números del 1 al 10 con una canción que se inventó hace unos días.

Las situaciones citadas son sólo un acercamiento a las complejas y heterogéneas realidades que convergen en la cotidianidad de cada una de las personas que componen los actuales sistemas socioeconómicos de los países. Además de poner énfasis en la importancia de la actividad laboral que desempeñan sus protagonistas fuera de casa, asimismo cada caso deja entrever la existencia de un “algo” que les facilita llevar a cabo de manera medianamente o muy satisfactoria sus determinados roles como trabajadores de diferentes rubros económicos. Cuando ese “algo” desaparece empiezan a surgir imprevistos nada triviales que terminan generando una crisis en el sujeto, afectando indudablemente, su rol como agente productivo en el sistema social.

¿Qué sería del señor A sino contara con una esposa responsable que todos los días le prepara la cena, le mantiene una cama pulcra y siempre se muestra dispuesta a escucharle cada vez que se queja de las arduas jornadas laborales?

Las hermanas Nina y Linda probablemente extrañan mucho a la madre ausente y no sólo porque  simplemente sea su madre. De seguro extrañan la comida que preparaba temprano en la mañana y que se convertía en el almuerzo saludable que tendrían a mediodía en sus respectivos lugares de trabajo.

Y qué decir de la señora H,  por fortuna cuenta con una madre que tiene la disposición de cuidar de su pequeño mientras ejerce una profesión. De igual manera, aun cuando debe cumplir una jornada laboral de medio tiempo, también otorga prioridad a las responsabilidades de toda ama de casa: cuida de su esposo, de su hogar, cuida y educa a su hijo.

Ese “algo” que subyace debajo de toda actividad considerada altamente productiva por el indiscutible aporte al desarrollo y crecimiento económico de una sociedad, se llama Trabajo doméstico y de cuidados no remunerado: La segunda economía, de acuerdo a la periodista y escritora sueca Katrine Marcal, de la cual nunca hablan las tradicionales teorías económicas.

Lo esencial es invisible a los ojos

De acuerdo al investigador colombiano, Javier Pineda Duque, el trabajo doméstico y de cuidados no remunerado “abarca un abanico muy amplio y diverso de actividades dirigidas a mantener o preservar la vida de los otros, que incluyen también aquellos mecanismos subjetivos que activan, especialmente las mujeres, son centrales para la humanización de la vida social y política”.

Siempre hemos tenido claro qué lugar representa el hogar en la formación personal. Pero, ¿en realidad cuánto significa para la sociedad que todo ande bien en esos espacios privados, desde los quehaceres diarios y necesarios que realizan madres, abuelas, padres, hermanos hasta el apoyo emocional y soporte psicológico que brindan?

A mediados del siglo XX el reconocido psicólogo estadounidense Abraham Maslow propuso su teoría sobre la motivación humana, conocida como la jerarquía de las necesidades de Maslow, sintetizando en una pirámide aquello que podría ser considerado más que simples deseos de la naturaleza humana, necesidades biológicas y psicológicas que actúan como un impulso del comportamiento individual.

Antes de finalizar el siglo, el economista chileno Manfred Max Neef revisaría esta teoría, ampliando el esquema de clasificación de las necesidades en dos categorías. La primera considera el Ser, tener, hacer y estar. Mientras que la segunda se basa en categorías axiológicas donde propone las necesidades de Subsistencia, Protección, Afecto, Entendimiento, Participación, Ocio, Creación, Identidad y Libertad.

Los anteriores conceptos explicados dentro de sus respectivos marcos teóricos sólo nos dejan una cosa clara: Cuán complejos y necesitados (en el buen sentido de la palabra) somos los seres humanos.  No sólo nos basta con la satisfacción de necesidades básicas resueltas en gran medida por el factor económico sino que siempre estaremos sedientos de algo más, ese algo puede ser afecto, comprensión, autorrealización, respeto, autonomía…

Si lo consideramos desde una perspectiva simplista, no necesitamos mucho para vivir pero nuestra complejidad psicológica, unida a los actuales y exigentes modos de vida, determinan que tan larga o ilimitada es nuestra lista de necesidades por satisfacer.

Precisamente es en el ámbito del hogar y de la familia, donde todas las necesidades humanas, desde las más simples hasta las más elevadas empiezan a surgir, a tomar forma, sentido y rumbo en diferentes etapas de la vida de un sujeto. Ese ámbito constituye un espacio, muchas veces idealizado, y es allí donde tiene lugar el trabajo doméstico y de cuidados que cumple una función especial en las actuales economías capitalistas porque reproduce la fuerza de trabajo que necesita el sistema para seguir con el motor encendido.

Esa fuerza de trabajo debe alimentarse bien, descansar bien, educarse de la mejor forma posible, mantenerse equilibrada psicológicamente para que pueda emplear todas sus energías en el sistema productivo. Por lo cual no es cierto que exista estrictamente una separación entre la vida laboral y personal o familiar. Un desbalance de cualquier tipo en la vida familiar o privada claramente puede llevar a un bajo rendimiento laboral.

De acuerdo a la Organización Internacional del Trabajo, las mujeres dedicamos tres veces más tiempo que los hombres a las labores domésticas y de cuidado. Sin este trabajo cotidiano, menospreciado por la ciencia económica tradicional, de seguro todo colapsaría.

Si bien, el debate alrededor de considerar trabajo los quehaceres del hogar se inicia en los años sesenta, obedeciendo en un principio intereses tanto feministas como marxistas que cuestionaban lo que denominaron la subordinación de la mujer que se describe como un tipo de opresión o explotación “que se halla, de facto establecida sobre una base material y se enlaza con la economía política de la sociedad capitalista”, de acuerdo a la socióloga Maxine Molyneus, hoy es políticamente aceptado que sí es un trabajo que carece de remuneración, siendo constantemente la OIT quien advierte sobre el significativo aporte que producen las labores domésticas para la economía global, las cuales se han incrementado por la pandemia.

Sin embargo, ¿Cómo una labor tan esencial y útil para el sostenimiento de la vida socioeconómica terminó siendo invisible y despreciada en nuestra sociedad de corte capitalista?

En su interesante libro ¿Quién le hacía la cena a Adam Smith?, Marcal afirma:

Las mujeres no empezaron a trabajar en los años sesenta o durante la Segunda Guerra Mundial. Las mujeres han trabajado siempre. Lo que ha ocurrido en las últimas décadas es que las mujeres han cambiado de trabajo. Han pasado de trabajar en el hogar a ocupar puestos en el mercado laboral, comenzando a recibir una remuneración por su esfuerzo”. 

La respuesta a la subestimación de las tareas que realizamos las mujeres en el hogar puede encontrarse desde los inicios de la historia del pensamiento económico con Adam Smith y el desarrollo posterior de las teorías neoclásicas que vincularon el concepto de trabajo sólo con las actividades remuneradas, consideradas productivas y generadoras de riqueza según la lógica del mercado. De acuerdo a esta lógica es el interés propio el que mueve a las personas a crear, producir e intercambiar bienes y servicios, de tal forma que todos obtengan un beneficio.

Marcal retoma la famosa frase del padre de la ciencia económica para explicarnos cómo empezó a formarse esta visión de la humanidad que desencadenaría en el concepto del Hombre Económico, que según la autora es un concepto que no abarca a la Mujer.

“No de la benevolencia del carnicero, del cervecero y del panadero, sino de sus miras al interés propio, es de quien esperamos y debemos esperar nuestro alimento”. Sin embargo, hay una parte del eslabón en la cadena de producción que se le escapó a Smith: La persona que preparaba el filete de carne. Así lo explica Marcal:

Adam Smith nunca se casó. El padre de la ciencia económica vivió la mayor parte de su vida con su madre, que se encargaba de la casa mientras un primo gestionaba sus finanzas. Cuando Smith ocupó el puesto de director de aduanas en Edimburgo, su madre se mudó a vivir con él. Toda la vida se dedicó a cuidar de su hijo; A la hora de responder a la pregunta de cómo llegamos a tener nuestra comida en la mesa, ella es la parte que Adam Smith pasó por alto”.

Según Marcal, la visión del hombre Económico descansa sobre la idea de que los seres humanos somos egoístas por naturaleza y sólo nos moviliza el interés propio. Lo que incentiva de alguna forma el desarrollo económico en una sociedad es la búsqueda del bienestar individual. De tal manera, que el amor, ese bien escaso sobre el cual se justifica la abnegación y entrega de las mujeres a un hogar, no podía considerarse como un factor determinante para el progreso de la humanidad.

No obstante, ese lado invisible que hasta hace poco no se tenía en cuenta en las estadísticas del crecimiento económico y en el PIB de los países está conformado por mujeres y niñas que hacen los quehaceres domésticos, cuidan de niños pequeños, hacen las compras en el supermercado, mantienen la ropa limpia, llevan a familiares enfermos al médico, se encargan del cuidado de los adultos mayores, algunas veces son el paño de lágrimas, maestras, enfermeras, organizadoras de eventos familiares y la lista continúa…

En palabras de Marcal se necesitó que una mujer cuidara muy bien de Adam Smith para que él pudiera escribir La riqueza de las naciones. Sin embargo, nada de ello se considera trabajo productivo en los modelos económicos estándar.

Así como Beauvoir, desde su perspectiva feminista habló de la mujer como “el segundo sexo”, también existe una “segunda economía” que desempeñan principalmente mujeres y de la cual todos los seres humanos dependemos para ejercer la profesión que deseamos, estudiar, y perseguir todos esos sueños con los que solemos fantasear.

Desafortunadamente, el trabajo doméstico y de cuidados suele ser una labor que sólo se ve cuando no se hace, muy similar a lo que ocurre cuando las personas tomamos conciencia de lo que es verdaderamente esencial en nuestras vidas porque carecemos de ello o lo hemos perdido.

El aporte del trabajo doméstico y de cuidados no remunerado a las economías de los países latinoamericanos

En el 2008, el año de la gran recesión mundial, un grupo de economistas entre los que se encontraban los Premios Nobel Amatya Sen y Joseph Stiglitz, además de otros especialistas en Ciencias Sociales, conformaron la Comisión sobre la Medición del Desarrollo Económico y Progreso Social, la cual elaboró un informe para el entonces presidente de Francia, Nicolás Sarkosy, determinando los límites del PIB para evaluar el crecimiento económico, a su vez que identificaron nuevos datos y variables más eficaces para medir el progreso social.

Entre las recomendaciones que realizó la Comisión sobresale la de ampliar los indicadores de ingresos a las actividades no mercantiles, refiriéndose exactamente al valor económico que representan las tareas no remuneradas que se desempeñan en el hogar.

De acuerdo al informe “las actividades domésticas deberían ser objeto periódicamente, y de la manera más exhaustiva posible, de cuentas satélites a las de la contabilidad nacional de base. En los países de desarrollo, la producción de bienes por parte de los hogares (Alimentación o vivienda, por ejemplo) desempeña un papel importante: Cabe tomar en cuenta la producción de estos bienes por parte de las familias para evaluar los niveles de consumo de los hogares de esos países”.

Estas recomendaciones se han llevado a la práctica en países latinoamericanos como Argentina, donde recientemente su Ministerio de Economía presentó el informe Los cuidados, un sector económico estratégico, concluyendo que el aporte del TDCNR al PIB de ese país es del 15,9%, valor similar al de otras regiones donde los resultados varían entre un 15 y 24%.

En el caso de Colombia este aporte asciende al 20,0%, según datos publicados y actualizados en 2017, en la página oficial del Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE), a través del apartado Cuenta Satélite de Economía del Cuidado, superando incluso el aporte en términos monetarios que realizan otros rublos de la economía como el comercio y la construcción.

De los datos relevados por la entidad colombiana, en un estudio realizado en 2013 se puede concluir que  el TDCNR es el sector que tiene más participación dentro de la economía, es decir, la rama de actividad que más aporta al PIB. Así lo resaltan las investigadoras Viviana Osorio y Carmen Tangarife en una serie de ensayos sobre la situación de la economía del cuidado en Colombia.

En Chile, este aporte equivale a un 22%, superando incluso la contribución de otras ramas de actividad económica, según un estudio elaborado por la organización ComunidadMujer.

En Ecuador el TDCNR representa el 19,1% del PIB, según la información publicada por el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INEC).

De acuerdo a datos de la CEPAL, en México este aporte equivale a 24,2%.

El cálculo de estimar cuánto costaría en el mercado cada una de las actividades que se realizan dentro del hogar, unido a la información que arrojó la Encuesta Anual de Hogares Urbanos (EAHU), también denominada Encuesta del Uso del Tiempo (EUT) en los respectivos países fue lo que permitió medir en términos monetarios el aporte del Trabajo doméstico y de cuidados no remunerado al PIB.

Por su parte la OIT señaló en su informe de 2018 sobre el Trabajo de los Cuidados y los Trabajadores de Cuidados que «Si estos servicios se valoraran sobre la base de un salario mínimo horario, representarían el 9 por ciento del PIB mundial lo que corresponde a 11 billones de dólares de los Estados Unidos (Correspondientes a la paridad del poder adquisitivo en 2011)”.

Entre el reconocimiento social y el respaldo de las políticas públicas

En el citado informe sobre los cuidados que elaboró el gobierno argentino se corrobora que las mujeres dedicamos tres veces más tiempo que los hombres en el desempeño de las tareas del hogar, motivo por el cual nuestra participación en el mercado laboral es más baja. Esta situación conlleva a que tengamos trabajos más precarios (si no contamos con un nivel educativo competitivo) como los que tienen lugar en la economía informal, lo que implica a su vez una mayor probabilidad de quedar por fuera del régimen de seguridad social y por consiguiente una mayor dificultad para acceder a una jubilación por no contar con los aportes suficientes.

Considerando la compleja realidad que se teje desde los hogares, es evidente la necesidad que tienen los gobiernos de gestionar políticas públicas que equilibren el desbalance social que según los datos mencionados nada nos favorecen.

Si bien, no se trata de que maridos remuneren económicamente a esposas, hijos a madres, nietos a abuelas, lo cierto es que el Estado es el gran mediador a través de la creación, gestión y cumplimiento de políticas públicas que faciliten el tan urgente equilibrio entre familia, empleo y autorrealización.

Acaso ¿será una casualidad que muchas mujeres y parejas de la generación actual ya no prefieran tener hijos, sino que opten por enfocarse en el desarrollo de una carrera profesional que les permita ser y hacer lo que siempre han soñado?

Definitivamente este desbalance entre Economía, Familia y Estado, del cual hablan las investigadoras colombianas Osorio y Tangarife, ha engendrado, sin duda esta generación. Me aventuro a afirmar que nuestra sociedad empieza a lidiar con una generación de mujeres, compañeras de trabajo, de estudio y amigas que se niegan a ser madres porque tienen plena consciencia de lo que significa ser madre, esposa y profesional exitosa al mismo tiempo.

La vida misma nos pondrá siempre entre la espada y la pared. Nos mostrará que quizás, en este sistema, tal y como lo conocemos ahora no será posible alcanzar el equilibrio sin que se tenga que sacrificar algo. (Conozco a muchas mujeres que conviven con cierto sentimiento de culpa porque las jornadas y cargas laborales no les permiten estar más presentes durante el crecimiento de sus hijos desde las edades tempranas. Este cuidado debe ser relegado a instituciones como jardines maternales o a parientes).

Desde una perspectiva amplia, reconocemos que a causa de las transformaciones que experimenta constantemente la sociedad en sus modos de concebir el mundo y la Familia, son cada vez más los hombres que entran a participar de los cuidados diarios, aunque no de la misma forma que la mujer ha salido a ofrecer su mano de obra al mercado.

Por lo anterior, Marcal sostiene que “la mujer ha entrado en el mercado de trabajo, pero el hombre no ha entrado en la casa, en la misma medida«, debido probablemente a factores socioculturales que se reproducen como un círculo vicioso en nuestras sociedades, al tiempo que la Política de Cuidados apenas empieza a ser considerado algo serio en la agenda social y política de muchos países.

Fotografía: Pixabay