Narrativa

Las hijas del carnicero, un cuento de Elkin García

En el barrio en el que vivo están sucediendo cosas bastante raras. Se están perdiendo los niños. Sí. Los de uno, dos, tres, cuatro, cinco años. Todos los vecinos andan alarmados, muchos les han comprado revolver a sus sirvientas. Mi mamá dice que eso deben ser los asiáticos que están de turistas por estos días en la ciudad, y yo le he dicho y re-contra dicho que eso no es así, que yo tengo una amiga china y qué es de lo más bien, que ella nunca se comería un niño en el desayuno, además intentó ser vegetariana para salvar a los desamparados animalitos, pero creo que se enfermó; mañana salvará vidas, es que se prepara para ser médico.

En fin, yo sí sé por dónde va la cosa, resulta que el sábado como a las 2 a.m. cuando apagué las luces y el televisor, me puse a mirar por la ventana, esperando ver a la vecinita poliandra que se baja de distintos carros. Me tiene loco, ella es la culpable de mi insomnio sabatino, es que está bien buena, pero no me convence en lo mental (no piensa sino en ropa cara) sólo en el ámbito sexual. Me la he imaginado un poco de veces desnuda; imperfecta, borrosa, lo que no es lo mismo que verla.

¿Y cómo hago yo para decirle que la invito a cine? (y que acepte). Que pago los taxis y el motel, pero que no me hable, porque me desencanta es enseguida con su simpleza; eso no se puede (todos sabemos cómo son las mujeres). En fin. Lo que no es para uno que se lo coma otro.

Aquella noche no la vi llegar, como que no durmió en su casa. En el momento en que iba a cerrar las cortinas de las ventanas y prepararme para dormir, un poco desilusionado, vi a lo lejos una sombra que poco a poco se fue revelando y descubrí entre la oscuridad la figura de la vieja bruja de la esquina con sus vestidos andrajosos, su pelo canoso, su bastón, y sus gatos. No le di importancia, pues todos aquí en el barrio saben que está loca y que le da por caminar en la madrugada. Si no estoy equivocado sus familiares la han olvidado y nadie le paga manicomio.

En esas estaba cuando vi pasar al papá de las mellizas Monster frente a mi casa, abrí bien los ojos y noté que tenía extensas manchas de sangre seca sobre la camisa y el pantalón, rápidamente solté la cortina y me agaché para que no me viera, eso me llenó de espanto.

Al otro día muy temprano me impuse revelar el misterio de la pérdida de niños en mi barrio, ya tenía una pista, sólo me faltaban las pruebas, yo sabía a qué hora exactamente pasaban las mellizas Monster por mi casa, todos los días; nunca las saludaba, es que me asusto con solo verlas. Las mellizas Monster son dos esperpentos de 30 años que las mantiene el papá porque no han podido encontrar marido, y tampoco pudieron ir a la universidad porque sus puntajes ICFES fueron decadentes.

Las vi un soleado sábado desde mi ventana, cruzaban delante de la casa. —Hola— las saludé.

—Holas—respondieron las dos.

—Cómo está hoy el cielo de bonito, ¿no? Igual. ¿Para dónde van?

—Pa’ internet.

— ¿Y eso?

—Pues a chatear con nuestros ciber novios.

—Ah no, es que ando de lo más aburrido y las quería invitarlas, a ver una película en su casa.

—¿Te burlas de nosotras? Vivimos hace 30 años en esta cuadra y nunca nos has dirigido palabra alguna.

—No. ¿Cómo se les ocurre? Siempre las he catalogado como las mellas más lindas del barrio.

—Tan bobo usted, claro que somos las más lindas no ves que no hay más gemelas por aquí.

—¿Entonces aceptan?

—Sí.

—No. Espera aquí no te vayas— La más larga cogió a su hermana del brazo y se alejaron de mí.

—¿Por qué dices que no?

—Oye, que no se te note la ansia.

—A mí no me importa, ya estamos muy viejas para bobadas de quinceañera, más bien regresemos rápido que se puede ir, tú sabes cómo es ese man de misterioso— Se acercaron.

—Volvimos—, dieron un salto.

— ¿Entonces?

—Sí— respondieron en coro.

—Yo tengo una película aquí—, les dije.

—¿Cuál?—, se las mostré. —No, ¿Qué le pasa? ¡Qué película tan pendeja! A usted como que le gustan muchas pendejadas.

—Tenía ganas de mentarles la madre pero me aguanté y me dije: hay que salvar a los niños.

—Pues sí.

—Vaya a cambiar esa película acompañado de mi hermana—. Le susurró a su hermana en el oído: ve con él, porque si no ese man nos pone a ver es terror.

Donde el vendedor pirata de la esquina nada le gustó, entonces me dijo: —Vamos pa’ la casa que allá tenemos un poco de películas buenísimas—. Así lo hice, llegamos pronto a la casa.

La otra mella Monster me dio gaseosa con Detoditos, y entre las dos me agarraron de los brazos y me arrojaron en la cama. Entraron juntas al baño y salieron en Baby Doll (sin tetas ni culo) cada una se me acostó a cada lado. Pusieron una de las películas que tenían debajo del colchón, y empiezo a ver tremendo porno; 20 minutos después me metieron mano, y yo me levanto es enseguida.

—¿Qué les pasa?

—Nada, ¿es que no te gusta la película?

—No es eso, es que ustedes están como necias, yo me voy mejor.

—¿Es que no le gusta el placer?

—Sí, pero no con adefesios.

—Usted sí inventa cosas.

—Olvídenlo, ¿en qué trabaja su papá?

—No nos cambies el tema—, respondieron al mismo tiempo.

—Saben, yo cómo que me voy.

—¡No! ¡Tú no sales de este cuarto! — No sé de donde mierdas sacaron las hachas de su papá y empezaron a blandirlas. —Te acuestas con las dos o si no te cortamos el miembro—. Tragué saliva.

—No. Prefiero morir que quedar traumado el resto de mi vida.

—¿Entonces para qué te pones a ilusionarnos?

—No, yo solo quiero saber en qué trabaja su papá.

—Él es carnicero.

—Déjenme ir— dije sollozando. Estaba muy asustado, es que sus rostros eran distintos.

—¡Que no! ¡Bájese los pantalones! ¡A ver! ¡Rápido!

—Bueno, pero primero se lo hago a la más bonita.

—O sea conmigo— dijeron al mismo tiempo.

—¡Ay!—. Se las hice bien, éstas se pusieron a pelear; se arrojó una contra la otra soltando chillidos y hachazos, yo empecé a escuchar los jadeos y los bramidos de furia, después vi los cortes que se hacían. La sangre fresca y caliente brincaba por todas partes, eso mancharon paredes, cortinas, almohadas, hasta me cayeron unas gotas de sangre en la cara y en la ropa; vi cómo se quitaban los dedos, las manos, las piernas, las orejas, y por último las cabezas. Al ver el abominable estado en el que yacían las mellizas Monster, me fui fue vomitando. Sin perder tiempo llamé a la policía y llegó una pareja, uno muy raquítico que tomaba las fotografías a las mellizas desmembradas y el otro uno gordo de bigote y gafas que empezó con las preguntas.

—¿Qué pasó aquí?

—Se mataron.

—¿Conoce el motivo?

—Sí, por sexo. Deseaban abusar de mí.

—Cálmese joven, váyase para su casa y péguese un buen baño.

Antes de irme les dije: No olviden revisar toda la casa; yo creo que por aquí andan los niños perdidos.

A la mañana siguiente, en el periódico leí que habían aparecido todos los niños, que los hallaron en la madrugada en casa de la vieja bruja de la esquina. Todos exponían que habían acompañado a la vieja  y sus gatos. Al parecer, pronto la internarán en un manicomio.

Imagen: Leonardo Jarro, Pexel.

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