Música,  Opinión

Una joya musical suiza enamora Logroño

Escrito por Eduardo Viladés

Los buenos momentos duran un suspiro, cuando te das cuenta ya se han evaporado, de ahí que tengamos que atrapar su perfume y guardarlo en frascos para destaparlo en los días aciagos. Ese aroma del pasado no ausente lo había olvidado desde que vivía en Zúrich a mediados de los noventa. Lo que más me llamaba la atención de esa ciudad gris pero acogedora era el idioma. No hablaban alemán, ni mucho menos, sino suizo, por mucho que la urbe presumiera de ser la encrucijada de cuatro idiomas, al final a uno no le quedaba más remedio que optar por el inglés. Fue en esa época cuando conocí a David Bruchez-Lalli, el director de la Joven Orquesta Sinfónica de Zúrich, que esta tarde actúa en Riojafórum de Logroño. Lo más seguro es que no se acuerde de mí porque nadie lo hace, paso desapercibido para la mayor parte de la gente, soy como un topo que permanece invisible.

Bruchez-Lalli completó sus estudios de trombón en el Conservatoire de Musique de Lausana con los profesores René Vouillamoz y Roger Bobo. Obtuvo un diploma de solista y desde entonces ha ganado numerosos premios en concursos nacionales e internacionales.

La JSOZ es una orquesta muy joven, con músicos de hasta 24 años, pero se nutre de programas destinados a músicos especialmente dotados. Logroño está de suerte, no es habitual disfrutar en una ciudad pequeña del norte de España de un repertorio que incluye la primera sinfonía de Mahler, más conocida como Titán, una pieza básica del postromanticismo alemán, y Cantus in Memoriam Benjamin Britten de Arvo Pärt, una obra minimalista que crea una profunda resonancia espiritual y emocional, compuesta en 1977, que sirve como ejemplo destacado de la particular estética musical de Pärt.

Por un beso sabrás todo lo que he callado.

Así explicó lo que significaba un beso el escritor Pablo Neruda. ¿Cómo podría explicar lo que supone para mí? El beso de una madre empieza en la mejilla y termina en el corazón. El del abuelo se ciñe a la frente. Tu padre te lo da cuando se acuerda. Hay días que viene del trabajo tan cansado que lo único que quiere es que su mujer le lleve la bandeja al comedor y se olvida de que tiene una hija. Si te cruzas con una manchega, obtendrás un beso en los mofletes con una gran dosis onomatopéyica. El beso de los amantes no se limitará a la boca. Se sentirán atraídos y deseados de besar y ser besados en otras partes del cuerpo. Cuello, espalda, pecho, vientre. Indescriptible, mágico e indescifrable, el beso nos hace entrar en una dimensión que ninguna palabra puede explicar. Justo en este momento, ahora, a las nueve de la noche de este domingo oscuro, siento de nuevo esos besos perdidos en Zúrich gracias a Mahler.

Su música, como mi interior, no es música descriptiva, pero hay en ella algo de retrato de lo que somos. Danzas populares, movimientos lúgubres y casi sangrientos, pintando el horror de la guerra en el siglo por antonomasia de la confrontación.

Crimea, las independencias alemana e italiana, las guerras napoleónicas, la franco-prusiana. Europa se deshacía y Gustav Mahler la retrataba. Fue un compositor y director de orquesta cuyas obras se consideran, junto con las de Richard Strauss, las más importantes del postromanticismo. En la primera década del siglo XX, fue uno de los más importantes directores de orquesta y de ópera.

Titán estalla al final en un movimiento brillantísimo, una cumbre del sinfonismo de todos los tiempos, toda una prueba de esfuerzo para una orquesta con la intervención de las siete trompas puestas en pie, cinco trompetas, cuatro trombones, tuba, maderas a cuatro, arpa, un despliegue de percusión y un ejército de violines, violas, chelos y contrabajos.

De Zúrich me fascinaba su vida cultural, con tantos museos, habitantes tan letrados y cultos, esas cafeterías donde degustar su exquisito chocolate (recuerdo mis devaneos en el Café Voltaire, construido en 1916 y donde nació el dadaísmo), perderse por las callejuelas de su casco antiguo, disfrutar con sus tiendas artesanas o descubrir la parte más moderna de la ciudad, la parte oeste, con su antiguo acueducto, reconvertido en el centro del diseño y de los espacios de creación. Y las fuentes, todas con agua potable, parece una tontería, pero no lo es, un botellín de agua mineral en un bar podía suponer el sueldo de un mes entero. Y David en mi mente, siempre lejano, componiendo y labrándose un futuro. Yo, sin embargo, muerto en vida, pero rozagante. Puede que sufra el síndrome de la depresión sonriente, qué sé yo.

La Joven Orquesta Sinfónica de Zúrich se fundó por Howard Griffiths en 1987. Inspirados por conciertos exitosos y críticas entusiastas, lo que en un principio comenzó como un puro conjunto de cuerdas se transformó en una auténtica orquesta sinfónica. Hoy comprende alrededor de 80 miembros con edades comprendidas entre los 14 y los 24 años.

Además de numerosos conciertos en Suiza, la orquesta realiza giras regulares en el extranjero, incluyendo Francia, Alemania, Grecia, Canadá, Corea del Sur, Italia, Japón, Argentina, Sudáfrica, Inglaterra, Finlandia, Estonia, Serbia, Austria, Hungría y España.

Como esta tarde en Logroño.

¿Cuántos besos nos perdemos por el camino? Supongo que muchos, aunque el beso más importante es el que deberíamos darnos todas las mañanas a nosotras mismas. Es el beso primitivo, el único que vale la pena, el que puede conseguir que nuestra alma rejuvenezca al lanzar deseos de amor al aire. De repente, gracias a la música de estos jóvenes virtuosos, me invade una extraña sensación de optimismo, ¿me escuchas, David? Tengo la certeza de que las cosas pueden ir a mejor, hace mucho tiempo que no experimentaba algo así. Observo la orquesta con dilección, miro en derredor, siento que floto, Arvo Pärt me acompaña, mis besos se han convertido en compases de una vieja Alemania que se despereza a finales del siglo XIX, desconocedora del horror que le aguarda pero confiada en la nada de ese perfume de los días sin rostro.

                  Imagen cortesía: David Buehler - sjso.ch

Escritor, dramaturgo, director de escena y periodista con más de 25 años de carrera, referente de la cultura española contemporánea. Ganador de prestigiosos premios internacionales de teatro y literatura, Eduardo Viladés cultiva el teatro largo, de medio formato y de corta duración, así como la narrativa. Ha publicado dos novelas y prepara la tercera. Sus obras teatrales se representan en varias ciudades españolas, México, Colombia, Perú, República Dominicana y Estados Unidos. Elegido dramaturgo del año 2019 en República Dominicana y en 2020 en La Rioja a través del Instituto de Estudios Riojanos. Colabora asiduamente con sus ensayos, relatos y obras de narrativa con las editoriales Odisea cultural (Madrid), Canibaal (Valencia, España), Extrañas noches (Buenos Aires), Microscopías (Buenos Aires), Lado (Berlín), Otras Inquisiciones (Hannover), Primera página (México), Gibralfaro (Málaga), Windumanoth (Madrid), Amanece Metrópolis (Madrid) y Viceversa (Nueva York). Compagina su labor como dramaturgo y director de escena con el periodismo, área en la que cuenta con más de dos décadas de trayectoria profesional en diversos países del mundo como reportero, editor y presentador de TV. Ha vivido en Reino Unido, Italia, Bélgica y Francia. Hoy en día trabaja también para la revista Actuantes, la principal publicación española de teatro, lo que le permite combinar el periodismo con las artes escénicas. También es experto en periodismo cultural y documentales de sensibilización social, un artista polifacético.