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Nueve semanas y media o el sexo sin deseo

Nueve semanas y media es considerada hasta hoy una de las películas «eróticas» más respetadas, incluso dentro del llamado «cine de autor». La película no está mal filmada, todo lo contrario. El guión no presenta vacíos, todo lo contrario. Los actores no son mediocres, todo lo contrario. Sin embargo, aquello que se lee entre líneas supone un mensaje muy fuerte que se ha impregnado en el inconsciente colectivo.

La trama cuenta la historia de Elizabeth (Kim Basinger) y John (Mickey Rourke), quienes son presa de una «atracción fatal» y tienen un romance sexual desenfrenado durante nueve semanas y media. Hay algo de interesante en el hecho de que dos desconocidos se amen (¿cómo se puede amar si no a un desconocido?). La primera tarde que salen, John lleva a su casa a Elizabeth, y, cuando están solos, le recuerda —medio en broma, medio en serio— el peligro que corre al estar sola en casa de un desconocido.

La idea de que el peligro vaya de la mano del placer no está mal (¿cómo puede haber deseo sin vértigo?); sin embargo, el peligro —en Nueve semanas y media— no radica en el vértigo de la relación, en lo vulnerables que pueden volverse dos desconocidos que deciden exponerse el uno frente al otro, sino en el poder que él ejerce sobre ella. La idea de la sensualidad masculina ligada al poder, a la crueldad y al dinero se concreta en esta película.

A lo largo de la trama, John se convierte en una especie de maestro sexual para Elizabeth. Un tipo de maestro vulgar que actúa como una máquina sexual —no es que no siente, sino que no desea—. Y ahí radica la censura del personaje: John no desea.

Aunque John obtiene sexo cuanto quiere y como quiere, jamás se lo ve disfrutar del acto, es como si él fuera un espectador de su propia vida, como si un dios perverso le hubiera permitido hacer todo en el sexo, todo, menos sentir, todo, menos desear.

Un hombre que desea es un hombre vulnerable. Un hombre que desea está al borde del abismo. Un hombre que desea pierde el control. Por eso, un macho como John no desea, no se inmuta, no tiembla por una mujer. John tiene sexo como si no fuera él quien lo hiciera, como si hubiese dejado el deseo guardado en el cajón.

Este maestro sexual, perverso y calculador, propone otra forma de relación (y ahí es donde supuestamente radica lo subversivo del personaje, su gracia), propone sexo sin compromiso. Placer desenfrenado. Desligar al amor del sexo (como si el amor estuviera pasado de moda, como si el amor no fuera deseo).

En Nueve semanas y media, John nunca duda, jamás se inmuta. Basta recordar la escena (que es la más famosa de la película) en la que John le pide a Elizabeth que se desnude. Ella accede y le hace un striptease; en ese momento, tanto la mujer como la actriz y el personaje lo dan todo. Se desnuda Elizabeth y se desnuda Kim Basinger. La actriz lo da todo, la mujer lo da todo, el personaje lo da todo. Y John, ¿qué hace? Mira el show.

Mientras ella se desnuda —literal y metafóricamente— él se limita a ver el «show». Él no está jugando con ella, él no se excita, él aplaude y come. Y no, John no es un voyeur que disfruta observando, espiando, porque John no espía, simplemente la mira desnudarse como quien ve llover, o mejor dicho, como quien mira un programa de domingo o como quien se sienta —una tarde sin deberes— a hacer zapping. Eso es la sexualidad para John: un show, un espectáculo de entretenimiento en el que él no es parte.

Otra escena de la película nos lleva por similar trayecto: John le ha enviado flores al trabajo a Elizabeth; luego la invita a un parque de diversiones. Ya en él le compra globos y, en un clima cálido y festivo, la insta a subir a “la vuelta al mundo”.

“¿No vienes conmigo?”. Pregunta ella asombrada. Él no responde, y cuando Elizabeth está con su carrito en el punto más alto del circuito, le ordena al operador del juego que lo detenga allí. Elizabeth grita aterrorizada mientras ve como John y el operador se marchan riendo, dejándola en esa situación. John lo ha invitado a tomar un café en otra parte.

El fantasma interpreta lo que para todo sujeto es enigma: el deseo del Otro; su función es entonces evitar la angustia. Cuando éste vacila por una serie de sucesos que hacen que al sujeto ya no le sirvan las respuestas a las que está acostumbrado con el Otro, lo que surge es la angustia.

“¿Sabes Molly? Aún no sé cuáles son sus intenciones”. Le dice Elizabeth a una amiga al promediar la película. “A veces me resulta sencillo, puede influirme la corbata que lleva y el libro que lee. Pero ahora sé que algún día acabará…”.

John le solicita a Elizabeth en diversas oportunidades que se vende los ojos o que los cierre para hacerla luego objeto de “juegos” propuestos por él. Le pregunta: “¿estás asustada?” “¿te excita esto?” “a mí también”. En una oportunidad le recorre el cuerpo con un cubito de hielo, luego con un vaso. En otro le da de comer: primero frutas, dulces, de repente un jarabe de feo sabor, luego miel, sorpresivamente un pimiento picante, luego leche, la escena finaliza con la descarga de un baño de soda sobre ella. Liz se encuentra a merced de lo que él le suministra y esto último es siempre inesperado.

En una de las últimas escenas, mientras Elizabeth está, a pedido de John, con los ojos tapados, él incluye a una prostituta para que realice un juego amoroso con Elizabeth y luego lo continúe con él. Esto genera el colmo de la angustia en ella que, descubriendo que ha ido demasiado lejos, pone fin a la relación.

En la perversión el fantasma se afirma como voluntad de goce del Otro, para lo cual el sujeto se hace instrumento de ese goce. John pretende saber sobre su deseo y ser el dueño del fantasma. Su Voluntad de Goce pretende ser su elección deliberada. Sin embargo, está tan excluido del goce como cualquier hablante, imagina ser el Otro y se identifica con él para asegurar su goce. Se plantea como el sujeto supuesto saber gozar.

Nueve semanas y media asocia el erotismo al poder masculino, propone una relación sexual en la que la mujer lo da todo y el hombre se limita a verlo desde afuera, sin participar; asocia la sensualidad masculina a la crueldad, tanto física como psicológica. Así, lo que el personaje de John representa no sólo es agresivo hacia el género femenino, sino también hacia el masculino. John es un amante que no arriesga. Un amante que no se despeina, y a los amantes que no se despeinan hay que guardarlos en el cajón, para que busquen su deseo perdido.

9 1/2 WEEKS, Mickey Rourke, Kim Basinger, 1986, (c) MGM