La manicurista, un cuento de Jaime Arturo Martínez
Me gusta mi trabajo. Allí, conozco gente nueva todos los días. Mientras les presto mis servicios, les escucho sus historias o les hablo de la ciudad. Disfruto este ambiente, limpio, adornado y elegante.
El mendrugo de Velamazán, un cuento de Eduardo Viladés
Cuando creció se trasladó al pueblo animada por la verdad que la panadera le había enseñado, la verdad de lo auténtico, la verdad del aire vivido por nuestros antepasados que, como un boomerang, se manifestaba de lleno en la muchacha.
Doctor Emilio, un cuento de Carmen Cecilia Morales
De inmediato lo llevó hasta la habitación de Rodrigo. ─ Les presento al doctor Emilio, gran curandero del Sinú ─. Los especialistas se levantaron del sofá, estrecharon su mano y uno de ellos le expresó: ─ Usted tiene la última palabra, doctor.
Califagia, un cuento de Jaime Arturo Martínez
La madre oyó el murmullo de la conversación. Oyó la risa de ella como una alta palmera meciéndose en el aire, oyó los suspiros, oyó los quejidos y el llanto de amor, oyó -luego– el silencio.
Las niñas malas no visten de gala, un cuento de Laura Barragán Arteaga
Soy cruel. Disfruto hacer llorar a los chicos, robarles un beso y partirles el corazón. Pero no son los únicos, hace un tiempo hicieron añicos el mío.
La espera, un cuento de Jorge Luis Borges
Años de soledad le habían enseñado que los días, en la memoria, tienden a ser iguales, pero que no hay un día, ni siquiera de cárcel o de hospital, que no traiga sorpresas, que no sea al trasluz una red de mínimas sorpresas.
Mujeres de cartón, un cuento de Eduardo Viladés
Adosado, marido aburrido que follará sin quitarse la camisa de Pedro del Hierro, una docena de niños, jardín, barbacoa y paella. ¿Qué es esto? ¿Illinois años 50?
El negro, un cuento de Giovanna Robinson
Dicen que los negros son más sabrosos que los blancos, quiero probar si es cierto, eso me dijo una vecina quien tiene de amante a un negro.
Jalila me está esperando, un cuento de Rubén Darío Álvarez
Jalila, irradiando la clase de siempre, no lograba ocultar el maltrato de la nostalgia. Pero, sin tapujos, como era su estilo, le hizo saber al pianista lo espinosa que resulta la soledad cuando el enamoramiento envenena la vida.
Volver a casa, un cuento de Amelia Beatriz Bartozzi
Aquella noche estrellada en la ciudad de Rosario, entre el fulgor de las risas y el paso apurado de la gente que pasaba a su lado sin verlo, aquél hombre triste y melancólico, caminaba sin rumbo, con la mirada perdida, abatido por la soledad y el abandono.