Narrativa

El negro, un cuento de Giovanna Robinson

Cada vez que veo a ese negro pasar, la sangre se me alborota. Vende pescados y plátanos. Como quisiera en sus manos estar. Me rozan sus rústicos dedos, miro embelesada su fornido pecho, me imagino entre ellos no queriendo escapar. Fija su mirada en mis piernas, luego haciéndose el que da un traspiés, roza uno de mis pechos, tiemblo, siento que muero, resucito, nuevamente muero y vuelvo a resucitar para seguir sintiéndolo.

Cae entonces una suave llovizna sobre mí y sonrió, porque aun no teniéndolo sé que está en mí. Ahora pronuncia mi nombre y pienso: «Nunca se lo he dicho, pero no importa, sale dulce, muy dulce de su boca». La mía se queda muda, ciega, sorda y seca pero con ganas de gritarle que me provoca. Me quedo como cocodrilo saliendo de un gran charco de agua, mientras él extiende su mano y suavemente me toca, si continúo al lado de este hombre, segura estoy, me voy a quedar occisa por el resto de mis días.

El insomnio se ha apoderado de mi mente, la comida apenas me pasa por la garganta, lo único que hago es escribirle poesía todos los días, sobre todo, cuando no lo veo pasar frente a la puerta de mi casa.

Recuerdo esa mañana mojada de octubre, me comentó que era analfabeto, yo le contesté que no se preocupara, podría darle clases en mi casa; comenzaríamos con geografía, le explicaría dónde están situadas las llanuras y ensenadas de mi cuerpo, también le comenté que en la cama todos somos iguales y compartimos miserias a la vez.

Ahora observo cómo se marcha, pero antes noto su mirada en mis nalgas y pienso: ¿Cómo sería estar perdida dentro de ese inmenso mar negro? Ya me imagino, pero no lo digo. Quítame, Dios mío, estos ricos pero malos pensamientos. ¿Cuánto se demoraría Dios en hacer este bello ejemplar? Le doy gracias a él por haberlo puesto en mi camino, aunque sé que nunca nadaré en sus hermosos ríos.

Dicen que los negros son más sabrosos que los blancos, quiero probar si es cierto, eso me dijo una vecina quien tiene de amante a un negro.

¿Cómo será en la cama? ¿Y para que la cama? Todos los lugares son buenos aún sin sábanas cuando el amor florece.

Ayer de madrugada me pareció escuchar golondrinas que cantaban, agudicé el oído, era mi alma que lo llamaba.

Imagen: Cortesía.