El escritor de los extranjeros: J. M. Coetzee
“… ¿en qué lugar del mundo puede uno esconderse donde no se sienta sucio?…”
Empacaste las maletas y te fuiste del país que te vio nacer, no estabas obligado a irte pero al mismo tiempo sentías que era tu única salida ¿por qué? Porque no soportabas ver en lo que te estabas convirtiendo: un retrato descolorido en la habitación de tus padres, un ser anulado, una guerra perdida.
Te vas lejos, el tiempo tiene otro ritmo, te acomodas a una nueva realidad, pero los domingos en la noche añoras. La culpa empieza a roer adentro y decides un día regresar, llegas, nada ha cambiado, te deprimes, te sientes ajeno y fuera de lugar. Ahora ya no quedan dudas, ahora sabes que siempre fuiste un extranjero en lo que creías hogar. HOGAR. ¿qué puede significar eso? ¿Una persona? ¿Un pedazo de tierra? ¿Una habitación en una casa vieja? ¿Un plato de comida? ¿o quizás el idioma? Tal vez la respuesta no sea obvia, tal vez un escritor llamado John Maxwell Coetzee, tiene una visión que hable por ti y por todos los que se sienten extranjeros del mundo.
En medio de ninguna parte
En el sentido más básico se define a un extranjero como: “Que es o viene de un país distinto al de la persona que habla”, parece un concepto simple de entender pero en el caso de Coetzee es un verdadero dilema. Nace en Sudáfrica en 1940, descendiente de inmigrantes holandeses, tiene apellido afrikaner, pero él no es un afrikaner, habla inglés pero no es un chico inglés, crece en continente africano pero no es realmente un nativo africano ¿Donde empieza él a ser un extranjero?, y lo más importante aún, ¿cuándo deja de serlo?
Bajo esta experiencia de vida y con una elegancia extraordinaria al momento de escribir, Coetzee nos lleva de viaje por realidades que sentimos familiares: la vergüenza, el sentimiento de culpa, el fracaso constante de vivir en medio de la nada y la extraña agonía de añorar algo que nunca se ha tenido de veras, ¿Qué extrañamos cuando nos vamos? ¿Nos vamos para sentir que podemos conquistar un espacio propio? ó ¿huimos para no hacernos cargo de lo que dejamos atrás? ¿Podrá un escritor con su obra, responder tantas incógnitas?
La barbaridad humana
No se puede hablar de las letras de J. M. Coetzee sin hablar también de la brutalidad, su obra está llena de minas que hay que saltar con cuidado si se quiere salir entero, tiene la proeza de escarbar hasta el fondo las capas embestidas por sus personajes para que quede a flote su cruel bajeza, su ingenua estupidez o miseria espiritual. Las palabras de Coetzee son el dedo en la llaga, son la sal en una herida abierta, no hay otra posibilidad en su creación, para él eso es lo único que importa y bien justificado lo tiene “El dolor es la verdad, todo lo demás está sujeto a duda”. (Esperando a los bárbaros, 1980).
Su obra se alimenta vorazmente de sus años en Sudáfrica, ya que al crecer y educarse en medio del apartheid, es espectador de lo que puede llegar a ejecutar un hombre con tal de apropiarse un pedazo de tierra, o visto de otro modo, con tal de no ser más un extranjero: “La guerra de todos es padre y de todos es rey, muestra a unos dioses y a otros hombres, hace a unos esclavos y a otros libres” (Vida y época de Michael K, 1983). ¿Es el extranjero un victimario o es el extranjero víctima? Una incógnita sigilosa que transita en muchos de sus libros y vale aclarar que estos no buscan reivindicación, Coetzee habla de la barbarie sin viejas trampas históricas, sin disculpas o redención de hombre blanco, la sinceridad de su pluma no se permite ni dramas baratos ni remordimientos de cajón.
Coetzee navega por los sentimientos íntimos de cualquiera de nosotros: jóvenes, viejos, viajeros, residentes, padres, madres o huérfanos, todos cabemos en sus libros; ya sea a través de sus autobiografías noveladas (Infancia, Juventud y Verano, esta última una joya del género) o de los diálogos de su alter-ego, Elizabet Costello, ó en sus novelas con párrafos críticos dedicados al maltrato de los animales. Sea cual sea la obra, podemos tener la certeza de que nos encontraremos, sus libros son un espejo donde a veces nos miramos a solas y, en otras ocasiones, en compañía de la vieja y pesada sombra de nuestras sociedades.
Un rostro hacia la luz
Podría caer en lugares comunes para recomendar este autor, como recordar que fue galardonado con el premio nobel en el 2003 y en esa línea continuar con un largo etcétera de reconocimientos y atributos, pero la realidad es que hoy sólo me atrevo a escribir de J.M. Coetzee porque en sus letras descubrí una lección muy oportuna para los tiempos que vivimos, y es que el mundo en sí mismo es una vasta y sensible tierra extranjera.
Es normal sentir que navegamos solos en aguas turbias y es habitual que no logremos vislumbrar a lo lejos suelo firme, está bien, ya llegará el momento de comprender sin asombro que el terreno más seguro y ameno que alguna vez pisemos será el saco de nuestros propios huesos, será la suela de nuestro propio zapato. Ser humano es lo mismo que ser extranjero y eso se describe igual a como Coetzee describe a sus propios personajes: …gente abandonando sus cadenas y girando su rostro hacia la luz.
Imágenes: Archivo.