Textos de autor

El jazz: la filosofía de la libertad

«Como un árbol que abre sus ramas a derecha, a izquierda, hacia arriba, hacia abajo, permitiendo todos los estilos, ofreciendo todas las posibilidades».

Así definía el enorme escritor Julio Cortázar al jazz, inspirándose en éste para moldear su maravilloso estilo literario.

A lo largo de la historia el ser humano ha intentado expresar sus sentimientos a través distintas formas como el arte, la literatura y la música, procurando siempre encontrar pureza y autenticidad en su expresión. Ateniéndonos a la música, encontró en los sonidos, un lenguaje tan propio que funcionaba como canalizador de esa incansable búsqueda propia del ser. En su naturaleza creadora, el hombre inventó música de guerra, de paz, de amor, de odio e inclusive música sobre la esclavitud y la libertad. En estas últimas nacería el jazz. Seguramente fue el mejor género que mejor representó la libertad porque nació de quienes la carecían, expresando un sentimiento compartido, mientras intentaban aliviar el dolor que producía el racismo y la explotación del ser humano. Entendieron que la música no distinguía de la pigmentación de la piel.

Historia

Sus dos principales raíces son la música africana y la música europea, derivadas de la llegada de los esclavos africanos a los cultivos y minas de los Estados Unidos. En las plantaciones de algodón, retumbarían los cantos de aquellos cuya libertad había sido usurpada. Al ritmo de sus pies y caderas, tejerían su protesta, comunicándose entre ellos con mensajes encriptados en ritmos pegadizos, ya que tenían prohibido hablar entre ellos mientras trabajaban.

El jazz emergería como un discurso oculto donde se expresaría un descontento y una resistencia hacia las élites dominantes de la época, con un trasfondo social y cultural que buscaba mostrar las desigualdades que existían. Se crearon formas musicales de resistencia con un tinte nostálgico, rememorando sus costumbres y sus antecesores, y por otro lado un grito de rechazo hacia las injusticias.

Después de años de incansable sufrimiento y lucha, la liberación de los esclavos dio nacimiento a un alegre ritmo denominado: Ragtime, el cual era tocado en pianolas e invitaba a los espectadores a bailar y festejar su libertad. Los llantos de impotencia de los cultivos se transformaron en cantos y bailes interminables, al compás de los ritmos vertiginosos de gritos de victoria.

Estos estilos florecieron en la ciudad de Nueva Orleans, que fuera hogar de familias aristocráticas francesas y holandesas. Se caracterizaba por la convivencia multicultural, dando lugar a un mayor espacio para el arte y una mayor tolerancia. En esa época, Nueva Orleans estaba llena de vida artística callejera. Innumerables bares plagaban sus calles. Los clubes se llenaban de afroamericanos que encontraban en la noche y en la música una forma de liberación que durante años les fue prohibida.

El analfabetismo y el desconocimiento de partituras no fue un obstáculo para crear música, sino todo lo contrario: enaltecieron la bandera de la improvisación como estandarte de creación sin límites ni fronteras, donde lo efímero de una simple nota perduraba eternamente en un océano musical formando ritmos y melodías únicos e irrepetibles.

Se expandió rápidamente por el resto del país, principalmente en las ciudades de Chicago y Nueva York, pero el gobierno no tardó en reprobarlo e intentar apaciguar cada manifestación de soltura y espontaneidad.

Debido a la desaprobación de las autoridades de este nuevo género musical, el jazz se vio orillado a refugiarse en burdeles y clubes nocturnos, y comenzó a ser relacionado con lo bajo, lo deplorable, lo sexual y lo pervertido.

Lentamente con el transcurso del tiempo, y con la inclusión de los afroamericanos a la vida americana, comenzó a ganar adeptos de toda raza e ideología. A medida que pasaba el tiempo, el jazz se iba perfeccionando, adquiriendo formas de composición más sofisticadas, a la par de sus ejecutores, quienes se convirtieron en virtuosos estudios de la música. Cada década traería su propio estilo con sus grandes exponentes. Emergería desde el Swing, pasando por el Be-bop, Free Jazz, Cool, Hard Pop, Fusión, Jazz Rock, entre otros tantos, influyendo en un sinfín de estilos musicales, como el funk, reggae, rock, jazz cubano, bossa nova, inclusive en la salsa.

El jazz no sólo influyó en una gran variedad de estilos musicales, sino que también ejercería una enorme influencia cultural en el siglo XX.

Me atendré a la influencia de este género en la literatura, la filosofía y la importancia del jazz como fenómeno social-histórico.

El jazz y la literatura

El jazz ejercería una notable influencia en innumerables escritores y poetas, no sólo cómo inspiración para sus historias, también para moldear su propio estilo de escritura. La poesía y la literatura evolucionaba al mismo tiempo que lo hacia el jazz y sus músicos. Ambas expresiones artísticas tomaron nota del estilo una de la otra, y se unieron para formar la poesía jazz, que no sólo contenía referencias literales al jazz, sino que también imitaba el estilo de la música, buscando en la improvisación una forma de alejarse de las formas tradicionales de escritura de la época.

El Be-Bop cuyo máximo exponente fue Charlie Parker, inspiraría a toda una generación de autores, como es el caso de la Generación Beat. Este grupo de escritores y poetas, con Jack Kerouac y Allen Ginsberg a la cabeza, encontró en los ritmos frenéticos y caóticos del jazz de la época, un correlato musical-literario digno de su rebeldía y su amor por la improvisación. Por este motivo, intentaron inyectar estos ritmos en su forma de escritura completamente espontánea y liberada de los estilos literarios formales, desprovista de cadencias premeditadas, donde la inspiración del saxofón y la trompeta se traspasaban a sus plumas, generando una escritura espontánea, surreal, como si fuera un largo monólogo. No se utilizaban tantos puntos ni comas, porque acortaba y disminuía la libertad de creación. Existen varias obras de esta generación donde se ve plasmada esta forma de escritura, principalmente en la novela On the Road, de Kerouac; o en el poema Howl, de Ginsberg.

Otro notable caso, fue el del autor Julio Cortázar, quien con el paso de los años se ha convertido en un inevitable lugar común cuando se quiere establecer la correspondencia entre jazz y literatura. A sus alumnos de la Universidad de Berkeley, les diría:

“El elemento de creación permanente en el jazz, ese fluir de la invención interminable tan hermoso, me pareció una especie de lección y de ejemplo para la escritura: dar también a la escritura esa libertad, esa invención de no quedarse en lo estereotipado ni repetir partituras en forma de influencias o de ejemplos, sino simplemente ir buscando nuevas, a riesgo de equivocarse”

En Rayuela, Cortázar expresaría que el jazz «es inevitable, es la lluvia y el pan y la sal, algo absolutamente indiferente a los ritos nacionales, a las tradiciones inviolables, al idioma y al folklore: una nube sin fronteras, un espía del aire y del agua, una forma arquetípica…».

Muchos años antes, Scott Fitzgerald creaba y describía una década de vicios y lujos, donde en las fiestas que narraba se escuchaba más el sonido del jazz que sus palabras. Las desgracias, amores, desamores, pasiones, vidas traumatizadas y excesos de sus personajes literarios se desarrollaban al compás de las trompetas y los contrabajos, como vemos en este pasaje de Hermosos y Malditos:

“Le gustaban los Johnstons Gardens, donde bailaban, donde un trágico negro creaba el anhelo, música agonizando en un saxofón hasta que el audaz salón se convirtió en una jungla encantada de ritmos bárbaros y carcajadas, donde olvidar el tedioso paso del tiempo a la par de los suaves suspiros y tiernos susurros de Dorothy era la consumación de toda aspiración, de todo contenido” .

El jazz como expresión musical artística le ha brindado a la literatura tantas herramientas formales e inspiracionales como agudos profundos e hilarantes puede tener una canción de Miles Davis.

El jazz y el existencialismo, la improvisación y la libertad.

Encontrar un punto de conexión entre el jazz con la corriente filosófica existencialista pareciera ser una búsqueda bastante rebuscada. No obstante, podemos encontrar una clara conexión en el fenómeno de la improvisación jazzística.

El existencialismo pone énfasis en la expresión individual y en la libertad de elección. El ser humano debe crearse a sí mismo, según la famosa expresión de Jean-Paul Sartre donde “la existencia precede a la esencia”. Esto mismo podría ser la esencia de la filosofía del jazz. Por un lado, los existencialistas rechazaban la noción de verdades y morales universales; y por el otro, el músico de jazz rechaza, haciendo una metamorfósis constantemente, cualquier tipo de imposición en el modo de ejecutar su arte. Tanto el existencialismo como el jazz se centran en la libertad individual y en la auténtica expresión de uno mismo como base para afrontar el sinsentido de la vida.

Es en la improvisación donde el jazz encuentra la libertad de creación tan rica en variedades y estilos. Se convierte en una obra colectiva, y encuentra, en la pasión renovada, un nuevo punto de vista en cada interpretación, generando la sensación de que es imposible oír el tema dos veces sin escuchar algo nuevo.

En esa misma línea el guitarrista John McLaughlin, quien grabó junto a Miles Davis, el brillante y majestuoso disco Bitches Brew, que cumplirá este año medio siglo desde su publicación, respondió quó sentía respecto a la improvisación:

“En la música que utiliza la improvisación, es la espontaneidad: estar en el presente. El músico se mete en un problema, corre un riesgo. Y el público lo sabe, lo siente. A veces nos equivocamos, pero no importa, lo único que sale herido es el ego. La espontaneidad, en un sentido colectivo, es hermosa: no te permite esconderte, sólo puedes ser tú mismo. No puedes pensar, no hay tiempo para hacer nada más que estar ahí. También ocurre entonces una relación de complicidad entre los músicos, una conexión muy profunda. Tienes la posibilidad de hacer que algo mágico ocurra.”

De vuelta al ámbito existencialista, al igual que Schopenhauer, quien dijera que la música era «un lenguaje enteramente universal, cuya claridad supera incluso la del propio mundo intuitivo”, Sartre consideraba a la música como un refugio ante la existencia del humano y así lo dejó ver en una de sus máximas obras La Náusea. En ella su protagonista, Antoine Roquentin, encontró la libertad, curó su náusea y el vacío existencial al escuchar una canción de jazz. La pieza en sí es Some of These Days y se refiere a la cantante como «una negra» y al compositor como «un judío».

La esencia del jazz está profundamente marcada por una idea filosófica existencialista. Al partir del concepto de la libertad, surge como voluntad y fuerza de creación la improvisación, dando lugar a libertades creadoras infinitas y perpetuas que nunca tienden a repetirse, destruyéndose en espacio-tiempo ínfimo, provocando al mismo tiempo nuevas y singulares melodías.

En los siguientes fragmentos podemos contemplar la descripción que hace Sartre sobre la canción, con un inmanente sesgo existencialista respecto a la fragilidad del tiempo y de la muerte:

[…] Parece inevitable, tan fuerte es la necesidad de esta música; nada puede interrumpirla, nada que venga del tiempo donde está varado el mundo; cesará sola, por orden. Esta hermosa voz me gusta sobre todo, no por su amplitud ni su tristeza, sino porque es el acontecimiento que tantas horas han preparado desde lejos, muriendo para que ella nazca. Y sin embargo, estoy inquieto; bastaría tan poco para que el disco se detuviera: un resorte roto, un capricho del primo Adolphe. Qué extraño, qué conmovedor que esta duración sea tan frágil. Nada puede interrumpirla y todo puede quebrantarla.

El último acorde se ha aniquilado. En el breve silencio que sigue, siento fuertemente que ya está, que algo algo ha sucedido.

Silencio».

El jazz como fenómeno histórico-social

Sería un error demarcar al jazz solamente como un simple género musical. Como se ha dicho, es una construcción histórica causada por una lucha constante de relaciones de poder, que encuentra en la libertad de creación el vigor de enunciar los postulados discursivos de resistencia, supervivencia y vanguardia, donde la obra individual converge en su totalidad en una obra colectiva-histórica, retroalimentándose, utilizando la música como forma de reivindicar la lucha de clases propia de las minoría oprimidas.

La música representa un engranaje de culturas que busca reconstruir su papel en la sociedad. El jazz, por su lado, permite utilizar la música como una forma de construcción de la realidad social, aprovechando su propio multiculturalismo para brindar vías de acceso hacia la interpretación social y artística natural en la estructura de toda comunidad.

En esta realidad ideal, hallamos el individualismo naciente de la improvisación de cada músico, expresándose, a primera vista, como individuo diferente y desarticulado. Pero en el fondo, ese individualismo converge dentro de una comunidad como una construcción colectiva y concatenada a lo largo de los años, transmitiendo la misma esencia musical, pero cada uno incorporando su propia fragancia al mecanismo de solidaridad musical e histórico del género.

No obstante, el filósofo alemán Theodor Adorno, a comienzos de la década del 40, se mostraba escéptico respecto al poder de liberación del jazz, inclusive lo criticó por considerarlo como una potencial herramienta de la maquinaria capitalista. Creía que si el jazz no se aferraba a su improvisación y liberación constante, corría el riesgo de convertirse en una mera estandarización musical, propia de la repetición de los procesos mecánicos de la maquina «fordista”. Para él, era imperioso alejarlo del monopolio cultural que inflige el capitalismo, impidiendo que perdiera su esencia propia de una expresión artística completamente libre en sus formas y manifestaciones.

Con el transcurso de los años, el temor de Adorno nunca se vio concretado. El jazz siempre permaneció prácticamente en las sombras de aquellos géneros musicales que ganaron popularidad y fueron vendidos como objeto de consumo a las masas. Como diría el historiador Eric Hobsbawm:

“El jazz maduro (a partir del estilo bebop) no mostraba ningún interés por conquistar un público numeroso. Existía un implícito rechazo a la popularidad. Rechazar el éxito (excepto si éste se ajusta a las condiciones inflexibles que pone el artista) es una actitud característica de la vanguardia, y en el jazz, que siempre ha vivido del cliente que paga, las concesiones a la taquilla parecían especialmente peligrosas para el intérprete que aspiraba a la condición de artista”.

Cada 30 de abril se celebra el día internacional del jazz. Para los amantes de este género, es un día de rememorar las raíces de esta música, hundidas en la lucha de libertad y la resistencia a la opresión, lema que puede y debe ser aplicado en todos los tiempos. Donde la libertad, la improvisación y la vanguardia, son los bastiones erigidos frente a las modas efímeras vendidas al mundo entero, y destinados al consumo insaciable de las multitudes hambrientas. Donde la rebeldía de sus ritmos y melodías combate permanentemente a las clases dominantes, sedientas de imponer a la sociedad una cultura ideada a su parecer, con el ánimo de empobrecer las mentes, donde cada día la libertad se ve reducida en una fugaz ilusión.

En estos tiempos cuando pareciera ser más valiosa la fama instantánea generada en y gracias a las redes sociales y los medios de comunicación masivos, es menester y obligación defender a las más amplias expresiones artísticas que siguen una dirección contraria. Allí habita la triunfante inmutabilidad del humano: en la resistencia frente a las imposiciones y en la inagotable fuerza creadora de su espíritu.

Cómo resumiría Martin Luther King, “el jazz habla por la vida. Esta es una música triunfante”.

Fotografías cortesía: Morrison Hotel Gallery y Michigan State University.

Abogado para vivir. Letras, música y cine para intentar encontrar sentido a aquello que no lo tiene.