El vuelo del zeppelin, un cuento de Andrea Martínez Rodríguez
A mis amigos amantes de las letras y la inclusión…
“Si de verdad les interesa lo que voy a contarles, lo primero que querrán saber es donde nací, cómo fue todo ese rollo de mi infancia, qué hacían mis padres antes de tenerme a mí, y demás pendejadas estilo David Coperfield, pero no tengo ganas de contarles nada de eso. Primero porque es una lata, y segundo porque a mis padres les daría un ataque si yo me pusiera aquí a hablarles de su vida privada. (…)” El Guardián Del Centeno – J.D. Salinger.
Lo segundo en el orden a contar tendría que ser quien soy, mi nombre, descripción física, y por supuesto la historia de mi vida, porque se supone que soy el protagonista de este cuento, pero tampoco se me apetece comenzar este libro con la parafernalia típica de los escritores de libros de auto superación.
Lo tercero que les contaré y eso si se los contaré, es que no soy igual a todos ustedes. Según mi profesora Indira soy mejor, pero lo dice como una excusa para no hacerme sentir más tonto de lo que soy.
Roger dice que soy un estúpido. Que mi cabeza parece un zeppelín en movimiento. Dice que un día de estos mientras duerma, dejará caer estrepitosamente el martillo sobre ella y luego limpiará los depósitos de sangre. Suena divertido, lo sé porque mientras lo dice me mira y se ríe. No me atrevo a preguntarle ¿qué es un zeppelín? Ni ¿por qué limpiará los depósitos de sangre cuando caiga el martillo? Además ¿qué tiene que ver el martillo con la sangre? Para todos, todo es menos complicado.
Le he dicho a mi profe Indira que escribiré un libro y ella me ha sugerido que incluya mis dibujos. Dieciocho en total, uno por cada día que deje de asistir. Me ha dicho también que escriba sobre mi viaje a Medellín, sobre los juegos y la medalla de oro que gane. Tal vez más tarde lo haga. Ahora me concentraré en mover mi destartalado cuerpo por la pista de atletismo.
No soy tan estúpido como dice Roger. Sólo me concentro en un punto fijo y dejo mover pendularmente mi cuerpo. Como si te dejaras caer al vacío hacia adelante y hacia atrás, y así, una, dos, tres, o mil veces si quieres, y nunca dejarás de sentir ese hueco en tu cuerpo.
Las personas que se “auto declaran” normales generalmente no lo entienden, no me importa, tampoco los entiendo a ellos. Aglomeran sus cerebros para buscar salida a sus problemas: dinero, amor, guerra, paz, política, religión, música, más dinero. Sin embargo su capacidad mental no les da para comprender lo simple que resulta no mezclar colores, ni alimentos, en mi plato del almuerzo.
Cuando corro me siento feliz. En verdad creo es reconfortante. Es fácil. Verán, te pones justo detrás de la línea de salida, espera atento el sonido del silbato y pones en funcionamiento tus pies. Entonces apenas escuchas el “pi” entrar por tus odios, el cerebro le ordena a tu masa hacerse ligera, y la adrenalina se deja ver en cada pisada que das. Literalmente puedes ver el polvo desprenderse de la calzada.
Monté en avión y vi las nubes. Son mucho más grandes de lo que parecen a lo lejos, son como inmensos copos de algodón flotando en el cielo. La profe Indira decía que si me concentraba tanto, tanto, tanto, mirando fijamente las nubes, se me nublaría el cerebro. Pero no fue así, porque vi claramente el letrero azul con letras blancas que decía Meta, a los otros corriendo detrás de mí, y a lo lejos los inmensos copos de algodón flotando en el cielo.
Imagen: HS inside