Raphael hechiza Logroño con un concierto lleno de energía
Escrito por Eduardo Viladés
A pesar de que a mi izquierda se sentó una mujer de edad indefinida que me sugirió más de 300 veces que no le diese codazos al aplaudir ni la tocase, el concierto fue una delicia; sorprende ver que a su edad, 81 años, Raphael despliegue sobre el escenario tal fortaleza y presencia escénica. Plaza de Toros de Logroño, viernes 18 de octubre. Tras varios lustros sin recalar en La Rioja, ha vuelto. Su rango vocal es impresionante, con todo merecimiento puede denominársele todavía El Divo de Linares.
Emoción máxima al contemplar a Raphael y a mi abuelo a mi vera, tarareando las canciones. Bisbiseaba frases imperceptibles y, cuando le preguntaba qué decía, me miraba con cara de malas pulgas. ¡Qué cosas tienes!, estoy pendiente del concierto. Mentira pura, le encanta hablar por lo bajini.
Comienza el espectáculo con Yo soy aquel. La adereza con elementos modernos, algo que Raphael lleva haciendo mucho tiempo. La letra y la melodía no pierden la esencia, no se dedica a meter ritmos modernos a Las cuatro estaciones o alguna gilipollez postmoderna, afortunadamente sigue sonando como aquel Raphael que acudió al Festival de Eurovisión celebrado en 1966 en Luxemburgo, pero con pinceladas más actuales para atraer a los jóvenes.
El abuelo fue a verle en directo porque era íntimo del compositor Manuel Alejandro, referente en la carrera de Raphael. Hace tiempo que lo sabía, además ahora que se dedica a dormir todo el día o contar anécdotas de sus tiempos mozos, repite ese tipo de anécdotas hasta la saciedad, pero siempre añade capítulos nuevos. Yo me sé el truco, desconecto tres horas y, cuando intuyo que se acerca la parte nueva, me reengancho. El abuelo vivió en Centroeuropa en los años 60, llegó a ser muy conocido como dramaturgo. A pesar de que la memoria tiende a engrandecer lo positivo y eliminar, por higiene, lo negativo, el abuelo siempre ha sido muy claro con respecto a su andadura en el sector teatral. En realidad, no tenía nada que ver con él, nunca soportó la doble moral ni la falsedad que lo caracterizaba. Lo importante eran sus creaciones, nada más. Jamás acudía a los estrenos, detestaba las alfombras rojas, no calificaba a sus compañeros con adjetivos absurdos como lindo o bello ni pensaba que por escribir dramaturgia cagase rosas o estuviera levitando. Si le mandaban una obra y no le gustaba, lo decía con educación. Si sabía que no tendría tiempo para revisarla, también. No soportaba el carácter épico de la farándula, esas ganas de llamar la atención de modo gratuito, tardar años en responder a un mensaje y, al hacerlo, utilizar la mágica fórmula de he estado muy liado. El mundo universitario de los sesenta, con el TEU como paradigma, todavía padecía un gran aislamiento, roto solamente por pioneros casi heroicos. El teatral no corría mejor suerte. Mi abuelo fue uno de esos adelantados y tuvo la suerte de salir de España y dejarse impregnar por los aires de la nueva dramaturgia y el existencialismo. Como Terenci Moix, vivió en Londres y en París la primera revolución juvenil de la historia. El abuelo admiraba a Bob Dylan, Joan Baez, Ken Kesey, Andy Warhol, John Lennon, Yoko Ono, Jim Morrison, Paul Simon, Jimmy Hendrix. ¿A quiénes admiran los jóvenes de hoy en día? ¿A TikTok?
Raphael siempre ha dicho que sus referentes han sido Fosforito, Elvis, Manolo Caracol y Carlos Gardel. Seguro que hubiese sido un buen actor sobre las tablas en alguna obra escrita por mi abuelo. Menos mal que Álex de la Iglesia le rescató hace seis años con Mi gran noche, con la que incluso ganó un premio a mejor actor en un festival de cine de Japón, un país que adora al de Linares desde que en 1992 Escándalo se colocase en el número uno. La relación de Raphael con De la Iglesia siempre ha sido muy estrecha y el cineasta bilbaíno tituló una de sus películas más desgarradoras a partir de una canción de nuestra estrella, Balada triste de trompeta. Debería hacer más cine, sí señor, quieras o no desde su estreno en 1966 con Cuando tú no estás enlazó siete películas seguidas. Y también más teatro, aún recuerdo verle en 2000 con la versión española del musical Jeckyll&Hyde.
En el escenario recuerda esa época, canta precisamente Cuando tú no estás y se sumerge en esos finales 60, cuando embelesó a la audiencia reunida en el Madison Square Center de Nueva York y en el Teatro Olympia de París. Seis décadas dan para mucho. 70 millones de discos en siete idiomas, giras por todo el mundo, disco de uranio en 1981, cine, teatro, televisión, radio.
Clamor en el público con Qué sabe nadie, melodía que aprovecha para irse y volver con esos andares de divo que no cae mal, que tanto gustan. Sigue con Cómo yo te amo; en la mente de todos, el dueto con La más grande. Y lo termina con Escándalo, decorado multicolor en las tres pantallas del fondo, éxtasis, gente de todas las edades, entregadísimas, promete volver a Logroño en un futuro cercano.
Su próxima cita con esta gira Victoria, el 9 de noviembre en Palma de Mallorca. Después, Bilbao y La Coruña. Terminará el año con una serie de conciertos en Madrid. Y lo que le queda, como al abuelo, quien por cierto lleva dándome la brasa con las canciones de Raphael desde hace una semana. Si lo llego a saber le dejo en casa…