Arte y Letras,  Entrevistas

Guadalupe Nettel: «Todos tenemos rasgos que nos vuelven irrepetibles»

Esta entrevista fue publicada por vez primera en alba.lateinamerika lesen, revista de literatura latinoaméricana, en junio de 2017. Christiane Quandt, miembro de la Asociación Alemana de Intérpretes y Traductores, y frecuente colaboradora de Alba, sostuvo esta charla sobre el quehacer literario con la escritora mexicana Guadalupe Nettel.  

Mujer, mexicana y escritora. Tres palabras útiles y todavía insuficientes para intentar describir a Guadalupe Nettel (México, Distrito Federal, 1973), una narradora que atrae la atención de sus lectores hacia temas sensibles como la aceptación de la anatomía humana y las imperfecciones físicas, propias de cada ser humano. 

Nettel es doctora en ciencias del lenguaje de la École des Hautes Études en Sciences Sociales de París; autora de cuatro colecciones de cuentos y de la novela ‘Después del invierno’, ganadora del premio Herralde 2014. Sus obras han sido traducida al francés, inglés, italiano, alemán, sueco, noruego, portugués y holandés.

En septiembre de 2017, participó como panelista de un conversatorio organizado en la ciudad de Medellín por la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, cuyo tema central fue Gabriel García Márquez.  

En tus cuentos y novelas tocas temáticas que tienen que ver con los márgenes de la normalidad y normatividad. En varios textos aparecen personajes con defectos físicos, entre ellos la ceguera (El huésped, El cuerpo en que nací), pero también aparecen ‘defectos’ psicológicos, relaciones difíciles o incluso disfuncionales. Esos textos desenvuelven una intensa fuerza y una extraña atracción para el lector, porque juegan con lo “feo”, lo “desechable” y lo escatológico. ¿Qué es lo que te atrae en lo ‘no normal’ y cómo llegaste al tema?

En Cartas a un joven novelista, Mario Vargas Llosa asegura que un novelista auténtico es aquel que escribe con urgencia y por necesidad sobre los temas que le dicta su propia experiencia, y creo que hay mucho de cierto en ello. En todo caso, mis temas están estrechamente relacionados con mi biografía.

Yo nací con lo que aún en estos días se considera “un defecto de nacimiento”, relacionado con mi visión, pero también con mi aspecto físico: uno de mis ojos era considerablemente más pequeño que el otro, tenía una mancha blanca en la córnea y veía muy poco.

Esa característica determinó mi relación con mi entorno, sobre todo en la escuela y en mi familia. Por esa razón los temas de la ceguera y de la normalidad me interesaron desde que era muy joven y aún lo siguen haciendo. No sólo en términos físicos sino también psicológicos.

Mucha de mi literatura se centra en reivindicar la belleza de la gente con características extrañas o inusuales. Todos tenemos rasgos que nos distinguen y nos vuelven irrepetibles.

Para mí la verdadera belleza (esa que somos capaces de reconocer cuando contemplamos una planta o una obra de arte) radica en la originalidad de esos rasgos. Sin embargo, en vez de reconocerlos y llevarlos con dignidad, la gente suele esconderlos. En lugar de estar orgullosos de ser como son, se esconden tras la máscara de quienes creen que deberían ser.

William Shakespeare decía que “renunciamos al que somos por el que esperamos ser.” Hay sin embargo momentos privilegiados como las circunstancias extremas o los momentos de mucho dolor en los que dejamos de fingir. La máscara desaparece para dejar ver nuestra humanidad: a veces frágil, a veces tenaz o valiente, pero siempre conmovedora, incluso en sus lados oscuros y contradictorios.

Ese es el tema que subyace en casi todo lo que escribo, desde mis cuentos y mi autobiografía, hasta la novela más reciente titulada Después del invierno, en la que hablo de la oportunidad de establecer vínculos profundos con otras personas cuando nos enfrentamos a situaciones dolorosas como la enfermedad o la pérdida de los seres queridos.

México es un país que vive momentos de violencia. En tu literatura también aparecen imágenes violentas, pero no parecen tener un vínculo directo o evidente con los acontecimientos actuales. ¿En qué forma se insertan tus textos, y la literatura en general, en su respectivo contexto, mexicano en tu caso, tanto político-social como literario?

La violencia no es solamente un problema mexicano. Se trata de un problema presente en casi todos los países, lo que me preocupa muchísimo. Yo lo he abordado en mis columnas periodísticas y también en algunos de mis libros, casi siempre desde una óptica intimista.

La violencia en México, la cantidad de muertos que se encuentran en el campo y las prácticas sangrientas, tanto de los políticos como de los
narcotraficantes, llega a ser tan agobiante que uno siente el deber de denunciarla, de hablar constantemente de ella. Sin embargo, creo que hay que tener cuidado con esto.

Estoy convencida de que la literatura sólo debe ser comprometida con ella misma. Incluso en tiempos tan duros como los que atravesamos hoy, el motor de la literatura no debería de ser la obligación, ni siquiera la obligación de escribir que a menudo sentimos quienes nos dedicamos a ello. Cuanto más espontánea, honesta y urgente es la literatura, más posibilidades tiene de ser poderosa. Una de las virtudes más maravillosas de la literatura es que nos permite ponernos en el lugar del otro, de imaginarlo, de comprenderlo.

La literatura es capaz de introducirnos en la intimidad de otros individuos, de otros pueblos y de otras culturas, y de asistir a su vida cotidiana, a sus miedos y a sus anhelos, hacer que nuestras emociones resuenen con las de esas personas cuyas historias estamos descubriendo.

Personalmente, leer la novela de un escritor sirio, por poner un ejemplo, me resulta más conmovedor y eficaz que leer decenas de artículos sobre los bombardeos en ese país. Seguro que con México pasa lo mismo. Una novela como La fila india de Antonio Ortuño puede explicar mejor el problema de la migración hacia Estados Unidos que cualquier reportaje.

Los artículos del periódico tienen algo de irreal, algo frío y estadístico que nos impide establecer un vínculo emotivo. Las novelas no. Leer una novela es un poco como emigrar durante un tiempo, o como recibir a un inmigrante en nuestra casa, pero sin los prejuicios y los miedos habituales. 

Escribes y publicas cuentos, textos periodísticos, ensayos y novelas desde los años 90. ¿Cómo llegaste al oficio de escribir y a la literatura? ¿Cuál es tu género preferido a la hora de escribir?

Llegué a la literatura como todo el mundo: leyendo. Aprendí a leer a la edad de tres años y a los seis se había convertido en un hábito para mí. Primero leía cuentos para niños, cuentos tradicionales tanto europeos como mexicanos, luego las historias fantásticas o de miedo como las de Stevenson o de Poe.

A los seis años empecé a escribir historias de misterio y terror para vengarme, sobre el papel, de los niños que se burlaban de mí en clase por mis problemas de vista. Pero a ellos les parecía fascinante y fue así como empecé a hacer amigos. A los dieciséis años entré por primera vez a un taller literario y a los diecisiete publiqué mi primer cuento en una revista.

Gané algunos premios y fue así como publiqué mi primer libro. A lo largo de mi vida he escrito cuentos, novelas y ensayos; y he llegado a la conclusión de que los géneros no son importantes, se entrecruzan constantemente. Lo mismo ocurre con la ficción y la no-ficción.

A mí me gustan mucho los textos híbridos, es decir, la posibilidad de mezclar todos los géneros en función del texto que quiero escribir. Esto me atrae mucho más que escribir acatando las reglas que impone un determinado género. Como sucede con la gente, la belleza de un texto también radica en que sea único y no se parezca a nada más.