Textos de autor

Céline y la antropología de lo abyecto

Mucho se ha dicho sobre Louis Ferdinand Destouches, mejor conocido como Louis-Ferdinand Céline, médico y escritor francés de comienzos del siglo XX que con la aparición de su ópera prima Viaje al final de la noche revolucionó para siempre el mundo de las letras dentro y fuera de la lengua francesa. Dejando a un lado su importancia literaria e influencia posterior, nos ocuparemos de los aspectos morales que están inmersos en su obra y la vigencia que tiene dicho pensamiento hasta el día de hoy, y sin ánimos de exagerar, más ahora que nunca.

No en vano su primera novela, luego de la obra de Proust es la más traducida a otros idiomas. Sus novelas de acuerdo con la opinión de Vargas Llosa o Vilas-Mata se podrían resumir sólo a las dos primeras en cuanto a calidad novelística se trata.

Lo demás que parió su pluma es posible dividirlo en sus panfletos políticos durante el periodo que va de 1937 a 1941 y su intento de reivindicación autobiográfica, con las novelas: De un castillo a otro, Norte y Rigodón, luego de la persecución, el exilio, el presidio y la amnistía que le fueron impuestos por su disposición ideológica. Considerado como deshonra patria por el pueblo francés a raíz de su apoyo y supuesto colaboracionismo a la ocupación Nazi sufrida por Francia entre 1940 y 1944.

Su figura políticamente incorrecta le ha granjeado el deprecio a su persona y el inmerecido desprestigio de su obra, que, por tales prejuicios en torno a él, ha sido subestimada e infravalorada por la crítica.

Su vida y obra se mezclan en una melodía sórdida y al unísono, donde es fácil confundir la realidad con la ficción, quizás, tal como el mismísimo Céline habría preferido. Ante su creación literaria estamos frente a lo que sería la narrativa precursora del Dirty Realism, de la autobiografía tergiversada. En Céline se hallan los cimientos de movimientos literarios que van desde el existencialismo, siendo él, aclamado y luego vilipendiado por el portavoz de este movimiento, el filósofo y escritor J.P. Sartre.

Admirado a su vez por Ginsberg, Burroughs y Kerouac, escritores del Beat norteamericano. Hasta llegar incluso al Boom latinoamericano, impactando de forma decisiva en el ya mencionado Vargas Llosa y en Juan Carlos Onetti, al mismo tiempo que en escritores modernos como Irvine Welsh, Raymond Carver o Michel Houllebeq entre otros.

Céline y Bardamu, preámbulo

Nos remitiremos a sus dos primeras novelas Viaje al final de la noche y Muerte a Crédito bajo la excelentísima y elogiada traducción de Carlos Manzano; la importancia de estas obras se debe al eco que hace su protagonista y alter ego (Ferdinand Bardamu) al discurrir existencial de su creador, el Yo detrás del antihéroe de ambas novelas: Louis-Ferdinand Céline.

No es arbitrario utilizar la no tan ficticia vida del protagonista de las dos novelas citadas, para llevar a cabo la disección de los aspectos morales que pueden entreverse en dichas obras, después de todo, la vida de Bardamu no se aleja mucho de lo que fue la vida de su creador, considerándose, homónimos desdibujados. No creo pecar de tendencioso al decir que Louis-Ferdinand Céline y Ferdinand Bardamu, son el mismo sujeto, la misma voz, un sólo eco.

En este esbozo de las peripecias y anécdotas de la vida de Ferdinand Bardamu desde su temprana infancia con su caótica vida familiar en los arrabales parisinos, hasta su formación juvenil que se ve atravesada, por la guerra, los viajes, las mujeres, el trabajo y la enfermedad; finalizando con su resignación adulta que raya con el hastió y la misantropía contrastada con su vocación médica, que se mueve como un péndulo entre la lástima y el asco; vivencias sazonadas por la exigüidad, el desengaño y la tragedia; retratadas con una prosa electrizante donde la lírica, la comedia y la ironía hacen de las suyas a lo largo y ancho del encuadernado.

Céline parece hacer una caricatura alterada e hiperbólica de sí mismo, dibujando a pulso de palabras la sociedad de su tiempo, sus vicios, la hipocresía detrás de sus virtudes y los personajes que hacían juego con ella. Nada se le escapa, arremete contra toda institución, creencia e ideología. Desde la Place Clichy hasta Meudom, de Africa a los Estados Unidos. Acusando sin miramientos a los grandes señores de la aristocracia y la burguesía, al mismo tiempo que a la prole que ni siquiera por su condición lastimera y sofocada, está exenta de perfidia y mala fe.

Para Céline todos los hombres son lacras que si no obran mal no es por bondad o falta de malicia, sino simplemente, porque carecen de circunstancias donde puedan poner en marcha su verdadera cara, esa que han forjado con ayuda del rencor, el egoísmo y la desesperación a las que los han llevado todas las injusticias y el odio que sufren por su condición de estrechez social y miseria humana.

Muy diferente a Dickens o Dostoyevski que intentan encontrar en los humillados y ofendidos los epitomes de virtud y grandeza humana. Para Céline es imposible que un perro apaleado se digne a lamer la mano que lo golpea, y más bien si lo hace, es sólo planeando o esperando el momento indicado para acertar la mejor mordida. Y quizás se figure que en lo humano haya tal vez alguna posibilidad de perdón, pero tiene claro que no existe el olvido y que ese perdón fácilmente se puede tornar en odio o venganza cuando el recuerdo arremete a la memoria en un estado de perfidia, desesperación o desconsuelo.

Nadie está exento de servirse de sus peores inclinaciones para ejercer la justicia con sus propias manos. Confiar en los hombres es dejarse matar un poco”, escribió.

Para este prospecto de galeno escribiente, el hombre camina a zancadas hacia su fin, se divierte con una sola melodía, la que toca su propia muerte. Desde el preludio de la infancia hasta el opúsculo de la vejez, la vida se erige ante sus ojos como una comedia trágica que nos forja en un conformismo desesperado, un falso humanismo con algún interés de por medio, el narcisismo más horripilante y el egoísmo más perverso y solapado.

Todos a su manera, cada quien con cierta proporción de desidia y una máscara de los más variados rasgos que, aunque se muestre fina y bella, su verdadera naturaleza es un misterio hasta para su propio portador y en ese afán de forjarnos una personalidad terminamos por mostrar sólo lo que nos conviene e ignorar lo que en realidad somos: “Un costal de gusanos a medio pudrir” después de todo “de los hombres, y de ellos sólo, es de quien hay que tener miedo”, es otra de sus líneas.

La infancia terrible y el inicio de la muerte a cuotas

El niño Bardamu, va creciendo en medio de penurias y maltrato intrafamiliar descubriendo cómo es el mundo con una conciencia lúcida e hipersensible que se va desilusionando poco a poco de la sociedad que le rodea, contemplando como esposos aniquilan a sus amadas al descubrir una merecida infidelidad, como entre comerciante a son de envidia y difamación se vilipendian y perjudican, negando cualquier tipo de empatía, aspirando únicamente a llevar a la quiebra el negocio del otro.

De primera mano ve como aquellos a los que se intenta ayudar se aprovechan con total cinismo de quien les tiende la mano, y no sólo toman la mano, sino que van más allá y meten el dedo donde no da el sol. Desde niño descubre que toda infancia es terrible porque está a expensas de los adultos, sus frustraciones, impotencias, desengaños que coaccionan nuestros deseos a los suyos para convertirlos en la misma decepción, el mismo fracaso con la intención de tener otra oportunidad para lograr sus sueños rotos e ilusiones perdidas.

Entonces el padre que no tuvo éxito desea que su hijo lo tenga a toda costa sin importar que no sea en el campo o instancia que el pequeño quiere. Se tiene que formar en un oficio al cual desprecia sin ni siquiera saber por qué, y entonces comprende que cuando no se es dueño de nosotros mismo, cuando hay una potestad por encima de nuestro deseo, “el único deber de un niño es sólo obedecer” tal como le dice Auguste, su padre, un retrato del fracaso de los años y el perfecto castrador de sus ensueños. 

Louis-Ferdinand Céline

“Le habría gustado ser fuerte, acomodado y respetado. En la oficina de la Coccinelle lo trataban a patadas. El amor propio lo torturaba y la monotonía también. Sólo contaba con su bachillerato, su mostacho y sus escrúpulos. Con mi nacimiento, además, se hundían en la miseria”, narra el autor.

La formación para “ser alguien” es desperdiciada por cuanto se recibe de mala gana, y como una suerte de Barterbly el escribiente opta por una actitud testaruda y silenciosa, incluso va más allá que el personaje de Melville ya que no repite la misma frase, sino que prefiere no decir absolutamente nada confesar atrae desgracias escribe.

Todo su dialogo es hacia sus adentros en cuanto al periodo de sus estudios cursados en Francia e Inglaterra. Hacia adentro todo esta permitido”, “en el monologo silencioso y en nuestros sueños somos completamente libres”; sólo le interesa resguardar lo mejor que puede su propia identidad e impermeabilizarla de la influencia del mundo, que sin embargo le cala hondo y en contra de su propia voluntad termina por envilecerlo. Los niños son como los años, no los vuelves a ver nunca más” escribe.

Finalmente, cuando logra emplearse descubre que el mundo cuando hay negocios y dinero de por medio saca aún más lo que tenemos de viles y ruines, de lo que no nos creíamos capaces ahora somos perfectos representantes; trampas, triquiñuelas, deshonor… todo lo que sea menester para llegar a final de mes y pagar las cuentas. 

La moral depende del imperativo de nuestras necesidades”; al final, luego del fracaso económico y el suicidio de su patrón, acto que entre otras cosas le parece la única muerte verdaderamente digna por cuanto se ejecuta en el momento y del modo que cada quien cree más oportuno, decide enrolarse en el ejercito y con esta última decisión da fin a la segunda novela que escribe: Muerte a crédito, que es a su vez es la precuela de la primera.

La moraleja que deja este primer periodo vital a los ojos del personaje, Ferdinand Bardamu, es que vivir no es más que un caos donde planear y esperanzarse, es tratar de darle forma a algo que jamás lo ha tenido y que por encima de nuestros deseos se improvisa así misma, la existencia, donde no hay ningún orden sino sólo contingencias.  “¡Convencerte con toda facilidad y al primer vistazo sincero de que el desorden es, amigo mío, la esencia misma de tu propia vida!” y a partir de esta sórdida visión del mundo se forja en adelante su vida posterior.

La adultez y su viaje al final de la noche

Ahora tenemos a un Ferdinand quizá no tan hecho y derecho, pero con voluntad y decisión sobre sus propios actos, y desde el inicio lo demuestra retomando la idea que había tenido al final de su adolescencia y se enlista en el ejercito en un acceso de excitación y estupidez como más adelante el mismo lo terminara reconociendo, pero con la suerte que en plena militancia, estalla la primera guerra mundial y debe enfrentarse en Flandes, durante las primeras brutales y sanguinarias batallas, al ejército alemán. En este sórdido enfrentamiento sufre la revelación de saberse parte de un absurdo que no comprende y además le trasciende.

“Somos vírgenes del horror igual que del placer”; comprende que nadie sabe porqué se decide en acabar con el otro, sólo sigue lo que otros dicen y tantos más esperan “más rabiosos que los perros, adorando su rabia (cosa que no hacen los perros), cien, mil veces más rabiosos que mil perros, ¡y mucho más perversos! ¡Estábamos frescos! La verdad era, ahora me daba cuenta, que me había metido en una cruzada apocalíptica”, relata.

Finalmente sale de esta cruzada herido y condecorado, aunque jamás con el sentimiento de héroe entre pecho y espalda, se siente como un estúpido, pero ve aún más estúpidos a quienes le adulan y lo adoran por su logro sin sentido. “Cualquier heroísmo verbal o real me inspiraba un rechazo fóbico. Estaba curado, bien curado”, narra.

Ahora su contienda es en parís, tratando de huir de la guerra, ingeniándoselas para pasar por enfermo o loco para que le den de alta y no tener que volver al frente, mientras tanto se aventura en los terrenos del amor andando con mujeres que están en busca de reconocimiento, pasión, aventuras, fama, prestigio y dinero… todo menos amor.

Entre Lola y Mausyne acaba por completo su fe en el género opuesto, le queda sólo una decepción profunda que descubre en las mujeres seres ambiciosos hambrientas de deseos y atenciones, pero incapaces para brindar afecto con sinceridad, movidas sólo por cuestiones biológicas y no por ideales del corazón.

La misoginia es entonces la postura por la que se resuelve. Decide que en adelante sólo se debe optar por las mujeres para saciar necesidades fisiológicas y nada más. “Los arrebatos del corazón habían llegado a resultarme de lo más desagradables. Prefería los del cuerpo, sencillamente. Hay que desconfiar por entero del corazón, me lo habían enseñado, ¡y de qué modo!, en la guerra. Y no me iba a ser fácil olvidarle”, concluía.

Céline vivió entre el 27 de mayo de 1894 y el 1 de julio de 1961

Bardamu repele cualquier metafísica, es un individuo pragmático y objetivo, no se deja engañar por los romanticismos del alma: “El alma es la vanidad y el placer del cuerpo, mientras goza de buena salud, pero es también el deseo de salir de él, en cuanto se pone enfermo o las cosas salen mal. De las dos posturas, adoptas la que te resulta más agradable en el momento, ¡y se acabó! Mientras puedes elegir, perfecto. Pero yo ya no podía elegir, ¡mi suerte estaba echada! Estaba de parte de la verdad hasta la médula, hasta el punto de que mi propia muerte me seguía, por así decir, paso a paso”, escribe.

Sabe que lo único que debe interesarle a un hombre es su propia muerte y el recorrido que lo lleva hasta ella, la caída en horizontal que le depara y los placeres que le sea posible acumular en esa carrera donde siempre se pierde y se llega lo suficientemente tarde o temprano, pero jamás a tiempo.

En las colonias africanas aumenta su desencanto por los hombres al evidenciarlos rapaces de los mas necesitados y desafortunados, como Conrad en el Corazón en la tiniebla denuncia como la soberanía de un pueblo consiste en subyugar a otro, revelando las múltiples protervias y depravaciones perpetradas por los europeos a las comunidades negras y tribus nativas. Y cómo éstas adoptan fácilmente el vicio occidental como un bien más del que pueden servirse a costa de perder su identidad y patrimonio, sin el menor reparo de ser explotados, ellos y sus tierras.

Alude a que lo que más tenemos en común los hombres y lo que más nos hace confraternizar es el vicio y la perversión, un ímpetu de hedonismo que hace caso omiso a cualquier inmoralidad. Nadie sigue la moral, sólo su propia ética y en medio de la precariedad y lejos de la civilización un hombre sólo está obligado a seguir su propia ley, sujeto únicamente a sus propias conveniencias. No hace falta reflexionar o discernir en más nada: “Filosofar no es sino otra forma de tener miedo y no conduce sino a simulacros cobardes”.

Y al llegar a norteamérica, después de ser vendido como esclavo en un lapso de enfermedad que casi le cuesta la vida, la cosa no mejora, al contrario sólo sirve para desencantarse más, para argumentar más su idea de que la raza de los hombres es un nido de víboras, buitres y chacales.

El sueño americano que se había figurado es una total estafa, termina entendiendo a regañadientes que todo hombre vale por lo que tiene o al menos puede demostrar que tiene, y no por lo que es, que al mundo no le importa un bledo quien sea sino lo que puede adquirir por medio de lo que tiene: comodidad, amor, respeto, incluso dignidad. “Todo pobre es indigno” “los deseos de los pobres terminan casi siempre en prisión”, narra.

En América sólo es invitado al extravió por una atmósfera kafkiana que lo desborda “Desde donde yo estaba, allí arriba, se les podía gritar todo lo que se quisiera. Lo intenté. Me daban asco todos. No tenía descaro para decírselo de día, cuando los tenía delante, pero desde donde estaba no corría ningún riesgo; les grité: «¡Socorro! ¡Socorro!», sólo para ver si reaccionaban. Ni lo más mínimo. Empujaban la vida y la noche y el día delante de ellos, los hombres. La vida esconde todo a los hombres. En su propio ruido no oyen nada. Se la suda. Y cuanto mayor y más alta es la ciudad, más se la suda. Os lo digo yo, que lo he intentado. No vale la pena”, escribe más adelante.

Por si fuera poco, vive en su propia carne cómo el capitalismo voraz hace competir al hombre con las máquinas y como estas ultimas a la larga, bien que mal le terminan reemplazando, sin importar que los individuos hayan perdido ya gran parte de su identidad en una labor monótona, rutinaria y absorbente que deja el vestigio de animales mecanizados despojados de toda humanidad.

Y si bien en medio de esta experiencia tan traumática como las otras, sólo que más mundanal por los entretenimientos burlescos que le ofrece la sociedad americana, encuentra espacio para volver a congeniar con una mujer, una que esta vez si le quiere y le comprende y lo acepta a él con todo y su desazón por el mundo, su intranquilidad y la mala costumbre de querer vivir y saber siempre más.

Ya es tarde para Ferdinand Bardamu en las cosas del amor, se siente incompetente para compartir su vida con alguien más, incapaz de enamorarse de Molly, la prostituta que le entrega todo su amor y cuidados, sin ningún interés y quien aunque sin que él mismo puede explicarse por qué, no le corresponde a sus nobles sentimientos. Y como todos los lugares que había pisado hasta ahora, se marchó solitario y sin tener muy claro que haría o por qué lo hacía; y se despidió de ella.

“Besé a Molly con todo el valor que me quedaba en el cuerpo. Me daba pena, pena de verdad, por una vez, todo el mundo, ella, todos los hombres. Tal vez sea eso lo que busquemos a lo largo de la vida, nada más que eso, la mayor pena posible para llegar a ser uno mismo antes de morir (…) Para dejarla, necesité, desde luego, mucha locura y un carácter chungo y frío. Aun así, he defendido mi alma hasta ahora y Molly me regaló tanto cariño y ensueño en aquellos meses de América, que, si viniera mañana la muerte a buscarme, nunca llegaría a estar, estoy seguro, tan frío, ruin y grosero como los otros”, reflexiona.

Al volver a Francia termina sus estudios en medicina, ejerce su profesión en Rancy un arrabal donde es recibido con recelo y tiene que pasar por penurias económicas, hambre, la muerte de pacientes, el desprestigio, la difamación a su oficio y dilemas éticos en torno a su persona y profesión: abortos, eutanasias, falsas promesas, desahucios, mentiras, homicidios.  

Finalmente trabajando en un manicomio gesta la recta final de esta historia siendo testigo de la muerte de su amigo, o lo más cercano que ha tenido en torno a eso a lo largo de todo el relato, Robinson, otro personaje que es una suerte de doble suyo y con quien tropieza en cada una de sus travesías y al final de esta epopeya moderna muere en sus manos a causa de un ataque violento producto de una mujer despechada, que mata con tanto amor como rencor en el corazón, no libera al hombre que no corresponde a sus afectos dejándolo partir, lo hace matándolo, no lo libera de ella sino de la vida misma. 

Empero para Bardamu esta muerte es una muerte heroica, gloriosa a razón que es elegida por el mismo Robinson, consciente de su final y apegado a la idea que prefirió y abrazo con total voluntad aun sabiendo que le costaría la vida.

“Y, sin embargo, ¡ni siquiera había llegado tan lejos como Robinson, yo, en la vida!… No había triunfado, en definitiva. No había logrado hacerme una sola idea de ella bien sólida, como la que se le había ocurrido a él para que le dieran para el pelo. Una idea más grande aún que mi gruesa cabeza, más grande que todo el miedo que llevaba dentro, una idea hermosa, magnífica y muy cómoda para morir… ¿Cuántas vidas me harían falta a mí para hacerme una idea así más fuerte que todo en el mundo? ¡Imposible decirlo! ¡Era un fracaso! Mis ideas vagabundeaban más bien en mi cabeza con mucho espacio entre medias, eran como humildes velitas trémulas que se pasaban la vida encendiéndose y apagándose en medio de un invierno abominable y muy horrible… Las cosas iban tal vez un poco mejor que veinte años antes, no se podía decir que no hubiese empezado a hacer progresos, pero, en fin, no era de prever que llegara nunca yo, como Robinson, a llenarme la cabeza con una sola idea, pero es que una idea soberbia, claramente más poderosa que la muerte, y que consiguiera, con mi simple idea, soltar por todos lados placer, despreocupación y valor. Un héroe fardón”, relataba.

En conclusión, lo que nos ofrece Céline con estas dos novelas es el retrato de un alma humana que se expresa y vive con total honestidad a pesar de las consecuencias a la que lo llevan su romanticismo sórdido, su abyecto proceder, la misantropía lírica con que deviene en la existencia. Las virtudes hipócritas que denuncia y los vicios éticos que defiende.

La religión, la espiritualidad y la metafísica son en esta radiografía antropológica una perdida de tiempo a la que sólo acuden ignorantes, amedrantados y desesperados. La familia, la sociedad y el trabajo son comunidades en torno a intereses compartidos y otros tantos solapados que se refugian en una labor grupal en miras de valerse de las cualidades de otro para camuflar las propias debilidades y defectos considerados como obstáculos para alcanzar nuestros deseos egoístas.

La patria es una falsedad con constitución y política, donde se llenan la boca y el pecho todo el que carece de suficiente valor o intelecto para sentirse orgulloso de si mismo. El amor y la amistad son el infinito al alcance de cualquier perro sin dignidad. El hombre y la vida son solamente una muerte a crédito, un largo viaje al final de la noche. El resto sólo son decepciones y fatigas.

Imágenes: Cortesía.