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El arte de amargarse la vida en tiempos de Coronavirus

Un fantasma recorre el planeta desde Oriente hasta Occidente. No es un creciente y contestatario fenómeno político.  Es el fantasma del Covid 19 (Coronavirus) que ha hecho tambalear al sistema socioeconómico mundial y a sus principales potencias globales.

Para un segmento de buenos ciudadanos es el principio del fin. El temible inicio del apocalipsis, dicen algunos férreos representantes de la religión cristiana desde sus masivos canales de comunicación digital. Lo cierto es que el Coronavirus, el actual talón de Aquiles de la humanidad, llegó para amargar la vida de muchas personas, que antes de la pandemia, se las ingeniaban para ver todo lo más sombrío posible, sólo que ahora el panorama pinta cada vez peor. Un discurso pesimista se ha tomado la esfera privada y la pública.

La economía: Un mal augurio

Las predicciones más oscuras giran en torno a la economía global. Medios de comunicación de todo el mundo entrevistan con frecuencia a prominentes economistas y premios Nobel.  Ya todos lo sabemos. Se nos ha explicado de diversas formas,  lo hemos escuchado constantemente en televisión y radio de la boca de empresarios y ciudadanos, pero sobre todo, somos testigos directos desde el lugar del mundo en el que estamos.

La percepción que tanto expertos e inexpertos económicos comparten es que con esta pandemia la economía, tanto local como global, está en cuidados intensivos, así como estará cada vez peor porque las consecuencias del actual estado de emergencia se sentirán durante largo tiempo. De esta manera, lo dejó claro el pasado mes de abril, la directora del mayor prestamista del mundo, el Fondo Monetario Internacional, Kristalina Georgieva: “Anticipamos las peores secuelas económicas desde la Gran Depresión”.

Países de la Unión Europea como Francia e Italia anunciaron oficialmente al mundo que su economía entró en recesión. Sobre Estados Unidos circuló recientemente un artículo del diario digital BBC Mundo que titulaba: «La economía de Estados Unidos era un castillo de naipes que se derrumbó con la pandemia». 

Hasta el momento las predicciones económicas sobre Latinoamérica, epicentro actual del coronavirus, no generan más que desaliento para los habitantes de esta parte del mundo. Según cifras de la Comusión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) la economía caerá en un 5,3%.

Más allá de las cifras que no alcanzan a mostrar la dimensión real del asunto, organismos como el Banco Mundial advierten lo que suele ser el común denominador durante todas las crisis,  que la actual situación de emergencia empujará este año a millones de personas a la pobreza extrema.

Desde hace décadas la lucha contra la pobreza extrema es la prioridad en la agenda de organizaciones sociales, gobiernos y organismos internacionales. Todos le temen a las escalofriantes cifras que muestran o predicen su aumento. Lo llamativo es que con y sin pandemia, este eterno dolor de cabeza de las naciones va en crecimiento.   

En enero del presente año un estudio elaborado por el Departamento de Asuntos Económicos de la ONU (DESA) informaba de un débil crecimiento económico para Latinoamérica a causa de “unas difíciles condiciones externas y una gran incertidumbre política”, realidad que traería consigo un aumento de los niveles de pobreza. Por supuesto, la ONU no imaginaba los estragos que vendrían en 2020.

La incertidumbre es la palabra que acompaña todas las previsiones que se realizan. Cuando se creía que el virus había sido superado en algunas regiones de Europa, y empezaba a resurgir su economía, el Covid vuelve a hacer estragos con un creciente aumento de casos entre la población más joven, quienes actualmente son considerados los impulsores de la propagación, según la Organización Mundial de la Salud.  

Lo curioso es que los jóvenes se muestran como la población que mira con más optimismo el futuro pos pandemia. ¡Juventud, divino tesoro! Diría el poeta Rubén Darío.

La ciencia nos salvará

Ante perspectivas tan abrumadoras aparece una esperanza: La anhelada vacuna. Pero no nos alegremos tanto, de todos modos la calavera es ñata, dice el popular refrán pesimista. “Que nadie se engañe. No habrá una vacuna segura y eficaz antes de dos años” fueron las palabras de la directora de la Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios (Aemps), María Jesús Lamas, en la Comisión de Sanidad del Congreso de ese país, el pasado mes de julio.

Michael S. Kinch, experto en desarrollo e investigación de medicamentos en la Universidad de Washington en San Luis, Misouri dijo al Washington Post que «El escenario más realista es probablemente mucho más parecido a lo que hemos visto con el VIH SIDA. Tenemos que prepararnos a la idea de que no tendremos una vacuna muy buena. Mi apuesta es que la primera generación de vacunas será mediocre.»

Además de las anteriores afirmaciones,  la Organización Médicos Sin Fronteras (MSF) manifestó desde su portal, la preocupación de que la vacuna contra el Coronavirus llegue a ser accesible para la población de mayor riesgo en todo el mundo y no sólo a quien pueda pagar más.

Entre todas las conjeturas en torno a la vacuna, que han sido reproducidas en diversos medios por especialistas de la salud e investigadores del área la que alcanzó a ser un espectacular titular a principio de agosto, fue la del  director de la OMS,  Tedros Adhanom Ghebreyesus, quien advirtió en rueda de prensa online que “No hay solución mágica y quizás nunca la haya” contra el coronavirus. Ese “Nunca la haya” sonó fatal para algunos medios de comunicación que interpretaron un inocultable pesimismo en esas palabras.

El pesimismo en la esfera privada

Si el pesimismo ha desbordado su discurso en esferas públicas como la de los medios de comunicación, en la vida privada de no pocos ciudadanos ha hecho eco alojándose como un desagradable y permanente sentimiento, hasta cierto punto comprensible debido a la incertidumbre, además del pánico que genera una pandemia entre la sociedad.

Quizás, el estimado lector haga parte de los ciudadanos amargados con este irritante asunto del coronavirus, si por fortuna no, es posible que un pariente cercano, amigo, vecino o amigo de un amigo esté padeciendo algún tipo de crisis en su salud mental ocasionada por el constante aislamiento social, la pérdida del empleo, la reducción de las oportunidades laborales y el aplazamiento de planes considerados valiosos para el desarrollo personal, o en el caso más extremo, la pérdida de un ser querido a causa del Covid 19.

No pondremos en duda el impacto psicológico que genera entre gran parte de la población, la reciente calamidad por el desajuste mundial. No obstante, sin ánimos de subestimar lo que algunos especialistas de la salud anuncian como otra epidemia, es hora de darnos cuenta que muchas veces somos los fabricantes de nuestra desdicha.

En algunos casos muy peculiares, la desdicha se ha convertido incluso en un estilo de vida propio sin que se tenga consciencia de ello, y hasta es una tendencia de moda entre algunos adolescentes como los que se hacen llamar Emos,  jóvenes que han hecho de la tristeza una fiel compañera. ¡Hasta la tristeza se ha vuelto una moda en estos tiempos…!

Lo cierto es que se puede ser un maestro o maestra forjando la desdicha propia, en épocas de paz o de guerra, con coronavirus y sin coronavirus.

En su libro El arte de amargarse la vida, Paul Waszlawick, psicólogo austríaco y uno de los representantes de la Escuela de Palo Alto, California, conocida por su Teoría de la Comunicación Humana, dice: “¿Qué seríamos o dónde estaríamos sin nuestro infortunio? Lo necesitamos a rabiar”.

Desde un lenguaje que recurre a la jocosidad e ironía, el autor plantea diversos mecanismos o formas con las cuales un individuo puede hacerse una vida lo más desdichada y vacía posible.  Waszlawick pone en evidencia lo que parece ser una verdad universal, en la siguiente reflexión del escritor ruso Dostoyevski.

¿Qué puede esperarse de un hombre? Cólmelo de los bienes de la tierra, sumérjalo en la felicidad hasta el cuello, por encima de su cabeza, de forma que a la superficie de su dicha, como en el nivel del agua, suban las burbujas; dótelo de unos ingresos para que no haga otra cosa que dormir, ingerir pasteles y contemplar la permanencia de la especie humana; a pesar de todo este hombre, de puro desagradecido, por simple descaro, le jugará una mala pasada. Le disgustarán los pasteles y deseará que le sobrevenga el mal más disparatado, la estupidez más antieconómica, sólo para poner, en esa situación razonable, un elemento fantástico de mal agüero. Y justamente, será esa idea fantástica, esa estupidez, lo que querrá conservar.

Los mecanismos hacia una vida desdichada

La tesis que expone Waszlawick al principio de su obra es que llevar una vida amargada lo puede hacer cualquiera, pero amargarse la vida a propósito es un arte que se aprende y como todo arte, se perfecciona con el tiempo.

Hay distintas formas, sólo mencionaremos algunas que muy probablemente usted y yo hemos llevado a la práctica en ciertas circunstancias a la hora de fabricar nuestros infortunios.

Ser fiel a uno mismo: Cuando se es fiel a uno mismo, se tiene la firme convicción de que sólo nuestra opinión es la correcta. Los principios e ideas que rigen la manera en que asimilamos y comprendemos el mundo que nos rodea son los únicos válidos. Por eso es tan frecuente enfadarse con quien se comporta o piensa diferente.  Así lo menciona el autor, si hay que elegir entre ser y deber, se decide sin titubeos por lo que el mundo debe ser (Según nuestro punto de vista) y se rechaza lo que es.

Cualquier sugerencia externa que nos quiera persuadir a ver las cosas de otra manera, será motivo de rechazo. Aunque estemos equivocados nos mantendremos fieles, inamovibles en nuestra posición, jamás nos traicionaremos a nosotros mismos. Así el creador de su desdicha camina hacia el abismo aunque la solución se la estén presentando de distintas maneras.

Ejercicios con el pasado

Todo hacedor de su desdicha siempre piensa en el pasado, el cual idealiza hasta convertirlo en una fuente inagotable de amarguras. ¿Cómo es posible ello?

1. Sublimación del pasado: La conocida frase todo tiempo pasado fue mejor resume adecuadamente esta forma de aferrarse a lo que alguna vez fue y ya no está. En estos momentos, pienso en la frase de moda: Cuando éramos felices y no lo sabíamos, haciendo referencia a la vida buena y bella que llevábamos antes de la pandemia. (Ahora todo se fue a la…)

Así mismo sucede con las recordadas épocas de juventud, con una relación amorosa perdida, un trabajo, los tiempos de la universidad… se va por la vida añorando un pasado mientras el presente resulta ser el trago más amargo.  

2. El instante fatal: El título original de este ejercicio es el vaso de cerveza fatal, que alude al nombre de una película norteamericana que gira en torno a ese instante o momento en que un joven no puede resistirse  a tomar su primera cerveza. Esa “insignificante” decisión lo llevará a la ruina por el resto de su vida. Es el tan declarado Si no hubiera… hecho esto o aquello. Waszlawick lo dice de una forma más elegante: La experiencia es breve, el arrepentimiento largo.

Cuando no hemos provocado el instante fatal la culpa siempre se le atribuirá a Dios, al Destino, la familia, el cónyuge, la ex… el o la infortunada tomará el status de víctima.  

Una Imaginación desbordada

Es increíble cómo la imaginación del ser humano logra alcanzar niveles insospechados donde son los juicios los que logran determinar la realidad de un sujeto, aunque éstos carezcan de validez y fundamento alguno. En otras palabras, hago referencia a la creación de una o varias situaciones particulares que no tienen base más sólida que nuestros propios pensamientos. ¿Hay algo que atice más la desdicha que nuestros absurdos, fantásticos y distorsionados razonamientos?

Algunas personas (me incluyo en este grupo) tenemos la habilidad de crear grandiosas situaciones y problemas que sólo existen en nuestra cabeza. Para ello, sólo basta un prejuicio resultado de una experiencia previa, una idea vaga de las circunstancias y hasta un presentimiento.

Aquí la palabra clave es la suposición. Suponga que su pareja le engaña, que le desagrada a un compañero de trabajo porque casi nunca le dirige la palabra, suponga que si empieza a sentir fiebre y dolor de garganta, posiblemente sea el coronavirus, ¡no puede ser un simple resfriado, tiene que ser la pandemia! De seguro, su ilimitada imaginación hará el resto.

He aquí la causa de muchos conflictos en las relaciones interpersonales: Una desbordada imaginación. Una frase del escritor estadounidense, Mark Twain sintetiza muy bien este apartado: “He tenido muchos problemas, la mayoría nunca me han pasado”.

Auto cumplimiento de las profecías

¿Ha leído el estupendo cuento del premio Nobel Gabriel García Márquez, Algo muy grave va a pasar en este pueblo? Si no lo ha hecho, le recomiendo leerlo, este texto literario es una pequeña muestra bastante realista de que los seres humanos tenemos la predisposición de atraer en determinadas circunstancias lo que pretendemos evitar.

Siguiendo con Waszlawick, dichas circunstancias cumplen ciertas condiciones: Están basadas en una expectación, temor, convicción o simple sospecha de que las cosas evolucionarán en un sentido y no en otro, segundo, la expectación se ve como una realidad inminente que debe ser evitada cuanto antes. Por último, la sospecha es más convincente cuanto más personas las compartan.

En el campo de las relaciones interpersonales, tenemos el ejemplo de la persona que supone que todo el mundo la desprecia. Ese juicio condicionará su comportamiento con el resto de las personas, de tal manera que su actitud será desconfiada y poco amigable con los demás, lo que sin duda terminará alejando a todo el que quiera acercarse.

De acuerdo al cuento citado de Márquez, la primera persona que tuvo el presentimiento de que algo muy grave pasaría en el pueblo, vio que la profecía se cumplía finalmente cuando el pueblo es abandonado e incendiado por sus habitantes. Por lo tanto, la profecía de un suceso lleva al suceso de la profecía.

Ahora, ¿sabe qué es lo recurrente en la persona que crea su propia desdicha? La idea de una desgracia que le persigue como si el universo o los otros conspiraran contra su existencia. ¿Le suena familiar?

Concluyamos…

Antes de que el mundo se enfrentara con la declarada pandemia del Covid 19, desde hacía mucho tiempo la humanidad esperaba una tragedia de igual o mayores proporciones. Durante semanas se habló de una tercera guerra mundial impulsada por las tensiones entre Estados Unidos e Irán. Analistas políticos debatían las circunstancias en que tendría lugar esa tercera guerra, dándola por hecho.

Con el nacimiento de las tradiciones religiosas como la judeocristiana y el islam, e incluso la misma ciencia a través de sus postulados sobre la posible extinción de nuestra especie, la humanidad juega a profetizar y fantasear sobre su propia aniquilación como si en el fondo fuéramos conscientes de que nos la merecemos.

Ahora bien, el maestro o maestra en amargarse la vida continuamente, creando una desdicha duradera juega a preparar el camino de su inminente aniquilación, quizás no como lo hace el suicida pero se aniquila a sí mismo como sujeto negándose la posibilidad de crear una dicha para sí mismo que le permita elevarse por encima del mundo y sus catástrofes.

Nietzsche escribió: La vida es una manantial de placer. Pero para aquel en el cual habla un estómago indigesto, padre de la aflicción, para éste todas las fuentes están envenenadas. ¿Seremos nosotros estómagos indigestos?

Fotografía: filme Anleitung zum Uglücklichsein