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Las Cenicientas, por Eduardo Viladés

Una de las mejores cosas en la vida es estornudar sin taparse la boca, dejar que salga todo a la superficie, que nada se enquiste dentro, con respeto e inteligencia, asumiendo la diferencia como un mérito, convirtiéndose en una Cenicienta que arrasa contra la opresión y la sinrazón con su mejor arma, la bondad. Porque ser bueno no es sinónimo de debilidad.

Son las ocho de la tarde del 15 de diciembre y en el patio de butacas del Palau de les Arts de Valencia hay muchas Cenicientas. No se dan cuenta del poder que tienen, quiero que despierten, que suban al escenario y agarren a los personajes por la pechera, que asimilen lo que Laurent Pelly intenta decirnos con esta versión de La Cenicienta (La Cenerentola, 1816) de Rossini, que se conviertan en una Frida Khalo de los tiempos modernos impregnadas por el espíritu de Betty Friedan.

Como artista y como ciudadano, genera pena e impotencia observar la zona de platea prácticamente vacía por la limitación de aforo establecida por el coronavirus. De todos modos, al menos la función puede realizarse y un pequeño resquicio de cultura vuelve a estar presente en este olvidable año 2020. Llama poderosamente la atención el escenario, mezcla de vintage y kitch, muy almodovariano, con el rosa como color protagonista. Uno podría pensar que el espacio escénico ha sido diseñado por Gaultier. Combina elementos barrocos y decimonónicos con otros propios de los años 50 y la cultura pop. Una lavadora, un fogón y un radiador conviven con una bañera de estilo clásico, un sofá roído y una lámpara que vivió tiempos mejores. Sucede lo mismo con el vestuario, combina épocas y estilos. Así, al principio las hermanastras de Cenicienta visten de modo contemporáneo, con pijamas y camisetas modernos, si bien en la escena del baile parece que se hayan retrotraído al pasado.

Laurent Pelly, el director de escena francés, crea un lenguaje escénico único que exprime al máximo lo que Rossini intentó expresar a principios del siglo XIX. Pasan los siglos y se empeñan en volvernos locos con mentiras y patrañas, con las falacias motivadas por la hegemonía cultural de la postración que ha envuelto a la mujer desde tiempos inmemoriales. Hay tantas Cenicientas como personas merecen un respeto y admiración ante una sociedad aherrojada y mediocre.

Nuestra heroína es diferente. Y lo sabe. Pero no se vanagloria de ello, espera que su buen corazón triunfe ante los demás. La mezzosoprano rusa Anna Goryachova nos ofrece una Cenicienta-Angelina fresca, natural, sin pelos en la lengua, lozana. La moraleja de la ópera podría resumirse en que hay que apoyar a los que desean ser diferentes y luchan contra aquellos que quieren que sean iguales.

Mentalmente, escojo a varias personas del patio de butacas, también del gallinero, no vamos a ponernos estupendos, e imagino lo que diría una Cenicienta moderna, esta mujer que está sentada a mi derecha en platea, la chica de 24 años que no encuentra trabajo, la señora a quien su marido la ningunea, la madre harta de cuidar a unos hijos que no deseaba:

Estoy loca porque huyo de los convencionalismos sociales.
Loca porque no quiero ser un cuerpo parido para parir más cuerpos.
Loca porque me gustan las mujeres.
Loca porque quiero volar.

El feminismo no implica que las mujeres merezcan un trato especial, simplemente conlleva que merecen un trato igual. No quiero subir a las alturas al sexo femenino, sino que la sociedad se de cuenta de que es igual de fuerte que el masculino. No necesitamos el feminismo para castigar a los hombres, solamente para ver que cada individuo tiene fortalezas y debilidades que nada tienen que ver con el género. Friedan defendía que las mujeres debían buscar objetivos propios, independientemente de las cargas familiares, para poder realizarse como personas…

Ese es el objetivo de Cenicienta. Y el tuyo, amada lectora. Si no lo sabes, tranquila, yo te ilumino, seré tu antorcha hasta que decidas tirarme por la ventana, algo que aceptaré porque hay que volar siempre en soledad para aprender y ser realmente libre.

Siempre he admirado al villano, al perturbado, al que asume la locura como modo de vida. No aguanto al típico chico bien afeitado, rasurado de gimnasio, con su corbata y un buen trabajo que pasa los domingos en su chalet del extrarradio. Me gustan las personas desesperadas con mentes y destinos hechos a jirones, como Cenicienta, quienes tienen el corazón lleno de tósigo porque han sufrido, pero que gestionan ese sufrimiento del único modo posible, desternillándose de él.

No me hace gracia la gente feliz porque sí, sino aquella que ha generado su felicidad a partir de los golpes. Me gustan las mujeres que van al Carrefour en chándal y con tacones y llenas de maquillaje barato porque les da exactamente igual lo que piensen de ellas los demás, me gusta que Angelina se enamore del presunto escudero porque le da igual su estirpe u origen, sólo piensa con el corazón.

Vamos a ser felices, sólo por molestar, a salir de las catacumbas en donde la ignorancia machista nos ha encerrado. La humillación que sufre Cenicienta, su confinamiento en la cocina, cerca de las cenizas de los fogones, de ahí su nombre, sin ninguna oportunidad de disfrutar de las comodidades y estilo de vida de sus hermanas y soportando el maltrato psicológico de su padrastro, no consiguen eliminar su bondad.

Nuestra protagonista vive entre cenizas, símbolo de degradación social, pero el interior no puede degradarse por un Estado opresor que se aprovecha del miedo de la sociedad y de la mansedumbre de pensamiento para imponer sus descarnadas normas. Don Magnífico, ese monstruo de los mil y un tentáculos, no conseguirá que Angelina, nuestra Cenicienta, se amilane ante su poder. Porque ese poder es ficticio, se asienta en el miedo, y el miedo no se sustenta por vigas poderosas sino hechas de serrín.

En colaboración con las óperas de Ámsterdam y Ginebra, Pelly debuta en la capital del Turia con esta producción de La Cenerentola. Bajo la batuta de Carlo Rizzi, en el escenario Anna Goryachova y el tenor Lawrence Brownlee como Don Ramiro, asiduo del Metropolitan y las óperas de Chicago, Múnich o París. La parte bufa de la obra recae sobre el más aplaudido Don Magnifico de los últimos años, el zaragozano Carlos Chausson.

He acudido a la ópera con Rocío de Juan, pintora valenciana de renombre nacional que ha confeccionado los carteles de varias de mis obras de teatro en España y el extranjero, sin ir más lejos los de La era líquida (estreno en Madrid en 2021) y Vidas Invisibles (de gira por España en 2019). Está extasiada ante el diseño de vestuario que ha realizado Jean-Jacques Delmotte. Todo es rosa y azul en escena, en función del estado anímico de Angelina, el mismo que experimenta la audiencia.

El escenario parece un puzle, las plataformas se mueven de un lado a otro, de derecha a izquierda, de arriba abajo. A pesar del componente reivindicativo que encierra, no dejamos de encontrarnos ante un dramma giocoso donde la comicidad es vital, aspecto que se ve reforzado por los movimientos de los actores. En ocasiones recuerdan a viejas películas de los Hermanos Marx, los cuatro intérpretes muy cerca, cabeza a un lado, pie al otro, mismas muecas al unísono, misma velocidad en la dicción, hasta tal punto que parece un trabalenguas. De hecho, en la presentación de la ópera, se refirió a esto Carlos Chausson al hablar del arduo proceso de ensayos al que tuvo que someterse para no trabarse ante la rapidez de los barzellette (chistes).

Rossini compuso La Cenicienta cuando tenía 25 años tras el éxito de El barbero de Sevilla. La escribió en sólo tres semanas y contiene algunas de sus mejores composiciones para voz individual y conjuntos. Llaman poderosamente la atención las diferencias con el cuento de hadas tradicional de Perrault. La más notable es que se sustituye el hada madrina por un hombre de carne y hueso, coincidiendo con los requerimientos que impuso Rossini al libretista para no utilizar elementos sobrenaturales, que además encarecían la puesta en escena.

Alidoro, interpretado por Riccardo Fassi, representa el yo combativo de todas las Cenicientas, eres tú, lectora, sal al balcón y vomita toda la ira que tienes dentro porque antes de toparse con el suelo se convertirá en amor. Aparéate con Ramiro, el príncipe que te busca, humedécele con tus fluidos, como Angelina finalmente consigue cuando le encaja el brazalete, que reemplaza en la ópera al tradicional zapato de cristal. Porque Ramiro es el objetivo final, existe luz al final del túnel. Es un hombre, cierto, y tradicionalmente no sirven para nada salvo para utilizarlos como pañuelos desechables, pero en esta ocasión Ramiro representa la libertad de Cenicienta, que ha mordido en la yugular a sus cancerberos. Esta ópera, como el cuento, versa sobre la vanidad, la envidia y la maldad, un ejemplo bíblico del habitual deseo de destrucción y aniquilación que existe entre los seres humanos.

De Juan me pellizca la pierna, se emociona, apenas quedan 20 minutos para que termine la función. La Cenicienta incluye algunos de los más difíciles pasajes de la literatura rossiniana, entre ellos el rondó final del personaje de Angelina donde cuenta que ya no habrá más llanto ni sufrirá junto al fuego de la cocina.

Cenicienta enfatiza en la posibilidad de que los deseos se cumplan, de que triunfe la humildad, que se reconozca el mérito y la virtud y que se castigue al malvado. Como no nos dan trabajo, les daremos el trabajo de escucharnos. Esto viene a decir en voz alta Angelina a los poderes públicos, da igual que nos encontremos a principios del siglo XIX que en los albores del XXI. Por mucho que intenten convencernos de que la existencia que nos rodea está llena de ponzoña, fruto de una acinesia provocada, la inteligencia y pureza de pensamiento acabarán imponiéndose.

Me sorprende que haya bastante gente joven entre el público. Los jóvenes de hoy en día son la generación distraída, su capacidad de atención se ha hundido, han perdido la esencia de las grandes narrativas, todo se reduce al aquí y al ahora. Suelo huir de las personas menores de 40 años porque me aburren y su curiosidad intelectual se limita a saber quién ha ganado Masterchef, que después verbalizan con serias dificultades debido a la precariedad con que se expresan en lengua española. No obstante, admito que hay bastantes adolescentes. Curioso que hayan logrado concentrarse en un primer acto que ha durado, sin intermedio, una hora y tres cuartos, cuando generalmente esa deficitaria franja poblacional pierde la concentración más allá de los cuatro minutos que dura el último tema de Justin Bieber.

Angelina representa los esfuerzos por salir del pozo de Marie Curie, Hedy Lamarr, Simone de Beauvoir, Frida Kahlo, Rosa Parks, Benazir Bhutto, Virginia Wolf. Tú, lectora, espabila, no te dejes zaherir por las normas, no las acates, recupera las grandes narraciones del pasado y reescribe tu historia. Cenicienta es la primera antisistema de la ópera, de nuestra historia, para ella el sexo es un modo de comunicación más allá de los fogones de la cocina, lo más seguro es que una vez que conquiste a Ramiro le abandone y se convierta en una mujer mancillada, como tiene que ser, libre y sin ataduras, porque hay que llamar la atención para que las cosas cambien. La mujer no domina el espacio público, está enclaustrada dentro de un sistema de coacciones que la coloca en una situación de sospecha. Cenicienta dice basta ya. Se rebela contra su padrastro y arremete contra el machismo y cosificación que representan sus dos hermanas.

A pesar de su cólera, Cenicienta es buena. En el salón del trono del palacio de Ramiro, Magnífico intenta obtener el favor de su hijastra, la nueva princesa, pero ella sólo quiere que la reconozcan como su hija. Cenicienta le pide al príncipe que perdone a Magnífico y las dos hermanastras. Ante el perdón y su bondad, no les queda más remedio que desistir…

Lo mismo nos sucederá a nosotros. No nos darán trabajo, nos ningunearán, tratarán de infundirnos temor para que nuestras vidas sean exánimes, para que los comentarios frusleros vertidos en el calor del momento intenten hipnotizarnos, pero no lo conseguirán porque responderemos con bondad, una bondad teñida de saña y de odio, pero bondad al fin y al cabo, un sentimiento del que el Estado, como Magnífico, carece.

      Fotografías: La Cenerentola ©Miguel Lorenzo y Mikel Ponce - LesArts (98)-min

Escritor, dramaturgo, director de escena y periodista con más de 25 años de carrera, referente de la cultura española contemporánea. Ganador de prestigiosos premios internacionales de teatro y literatura, Eduardo Viladés cultiva el teatro largo, de medio formato y de corta duración, así como la narrativa. Ha publicado dos novelas y prepara la tercera. Sus obras teatrales se representan en varias ciudades españolas, México, Colombia, Perú, República Dominicana y Estados Unidos. Elegido dramaturgo del año 2019 en República Dominicana y en 2020 en La Rioja a través del Instituto de Estudios Riojanos. Colabora asiduamente con sus ensayos, relatos y obras de narrativa con las editoriales Odisea cultural (Madrid), Canibaal (Valencia, España), Extrañas noches (Buenos Aires), Microscopías (Buenos Aires), Lado (Berlín), Otras Inquisiciones (Hannover), Primera página (México), Gibralfaro (Málaga), Windumanoth (Madrid), Amanece Metrópolis (Madrid) y Viceversa (Nueva York). Compagina su labor como dramaturgo y director de escena con el periodismo, área en la que cuenta con más de dos décadas de trayectoria profesional en diversos países del mundo como reportero, editor y presentador de TV. Ha vivido en Reino Unido, Italia, Bélgica y Francia. Hoy en día trabaja también para la revista Actuantes, la principal publicación española de teatro, lo que le permite combinar el periodismo con las artes escénicas. También es experto en periodismo cultural y documentales de sensibilización social, un artista polifacético.

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