Narrativa

La profesora, un relato de Eduardo Viladés

Este texto de narrativa fue finalista en el Certamen Internacional de Galapagar (Madrid) a principios de 2023.

Era basta pero con gracia, aquello que notas que ha ido a la Universidad pero se ha criado en el ribazo. Siempre me habían gustado las personas capaces de hablar con la tendera de la tienda de ultramarinos y, al mismo tiempo, con un catedrático de Ingeniería Molecular. Se llamaba Allison y era mi profesora de inglés. Han pasado 15 años desde mis primeras clases con ella. Gracias a sus enseñanzas salí del cascarón y planté cara a mi madre, una mujer reprimida y sectaria, una castradora de emociones que me tenía encerrado en una jaula de oro. Ahora soy un espíritu libre. A mi madre no la veo, tan sólo cinco minutos en Navidad y en algún entierro. Ha engordado mucho y tiene la piel ajada por su mala leche, llena de manchas verdes que parecen moho, como una cuajada de marca blanca dejada un mes entero en pleno verano en la terraza. Allison había nacido en Birmingham y, cuando yo la conocí, llevaba cinco años viviendo en La Carolina. Me dio clases durante doce meses. Mi destreza para los idiomas es espantosa, de manera que la pobre mujer se volvía loca para que aprendiese a pedir un café o preguntar dónde estaba el baño. No era muy alta, apenas 1,64, con unas tetas estilo Dolly Parton que tapaban parte de su estómago, plano y sin grasa, y una cara muy pecosa, la típica que te imaginas en un chiringuito de Denia atestado de guiris pidiendo paella a las diez de la mañana. De carácter alegre y expansivo, su indumentaria era muy moderna. El día que viene a mi memoria iba vestida con un pantalón vaquero azul y un suéter del mismo tono estilo hippie con bailarinas turquesa. Llevaba el pelo recogido en una coleta.

—Come in!

—Good morning, teacher!

—Have you had a nice day?

—Teacher, deje de hablar en inglés que estoy de bajón.

—What are you saying, my dear Bruno?

—Allison, por favor, que hoy no tengo ganas de estudiar inglés.

—Como se entere tu madre ya verás el número que nos monta. ¿Qué te pasa?

—Mira que libro he encontrado en casa.

—“Curiosidades del sexo para gozar”. ¿Quién te lo ha dado?

Había encontrado el libro en la estantería del dormitorio de Miguel, mi hermano mayor. En casa éramos doce. Mi madre tan sólo había hecho una cosa en toda su vida: joder, en todos los sentidos de la palabra. Miguel era el único que tenía cuarto propio, para envidia del resto, que dormíamos apelotonados como en barracones. Yo compartía habitación con Macarena y con Leticia. Tenía una cama nido en la típica habitación con reminiscencias de Cuéntame, forrada con papel de colores chillones y muebles baratos de los años setenta. Como Macarena y Leticia roncaban como locomotoras, solía desvelarme y pasaba las noches en el salón viendo Teletienda y porno. Mis padres tenían mucho dinero, pero lo donaban todo a una organización religiosa. Había conseguido la llave del cuarto de Miguel una vez que se le cayó cuando vino a casa borracho. Su cuarto era otro mundo. Para tener 27 años impresionaba ver posters de Samantha Fox y Rafi Camino a tamaño real, que convivían con fotografías de Freddy Krueger y recortes de Hola y Diez minutos de Athina Onassis montando a caballo en Niza. En una estantería tenía libros de los más diversos temas: sexo tántrico, cocina para delincuentes, budismo, deforestación en el África Negra, la huerta del futuro, cómo comprender el conflicto checheno, el fondo de armario de Alicia Koplowitz. Uno de ellos era “Curiosidades del sexo para gozar”.

—Las mujeres aumentan su actividad sexual un 30% durante la luna llena—, dijo Allison mirándome de soslayo con expresión atónita—. El sexo con animales es legal en el estado de Washington, siempre y cuando el animal pese menos de 18 kilos.

Allison cerró el libro de golpe y me lo entregó. Me gustaba la expresión que ponía cuando algo le resultaba interesante. Enarbolaba las cejas, resoplaba y hablaba sin saberlo con sus centelleantes ojos verdes.

—What’s that book? It seems propaganda.

—Llevo dos días leyéndolo sin parar y consultando en Internet lo que dice.

—Bruno, deberías hablar de estas cosas con tu madre o con tu mejor amigo. I’m just your English teacher, for God’s sake!

—¿Sabías que durante la eyaculación el semen alcanza una velocidad de 45 kilómetros por hora?

—Bloody hell! Of course I knew it, mi novio parece un géiser cuando se corre y hay veces que tengo miedo de que me saque un ojo. Stop it! Hoy we have que study the lección sobre the verb to give, is that claro?

—El orgasmo femenino dura aproximadamente entre 13 y 51 segundos, el masculino de 10 a 13 segundos y el de un cerdo media hora.

—Fucking hell! Dame el libro! Thirty fucking minutes? Oh my God, ¡quien fuera cerda!

—Y el de un león…

—Bruno, que te dejas llevar. ¡Coge el manual de inglés! When Aunt Sally gave their chickens to her husband in the lovely farm from Iowa. Repeat with me…

Me sentía libre durante mi hora de inglés. Vivir en mi casa era un viacrucis, no solamente porque parecía una comuna por esa obsesión de mis padres en procrear, sino por el ambiente de represión que se respiraba. El único que se libraba era Miguel, el mayor, porque estaba todo el día puesto. Para aguantar a mi madre era necesario drogarse o emborracharse. El caso de mamá era muy extraño porque pasó de tener una mente abierta a enjaularse con ideas arcaicas de contención interior. Mis abuelos eran dueños de una casa de citas en Guadix y desde pequeña mi madre vivió en un ambiente liberal. De hecho, hasta los 18 años hacía las veces de secretaria. Como sabía idiomas, era ideal para organizar las habitaciones y distribuir a los clientes. Aunque parezca mentira Guadix es conocida en los circuitos de la prostitución de lujo como el Las Vegas granadino. Ministros, marqueses, duques y maharajás se daban cita en el pueblo de mi madre. Poco antes de cumplir 20 años, cansada del ambiente de permisividad que se respiraba en casa, fue a un retiro espiritual por error. Es algo que no me explico. Entendería que una reprimida se volviese loca si un día acude a un burdel como el de mis abuelos, pero la opción opuesta, pasar de la libertad a la represión, no me cabe en la cabeza. En ese retiro conoció a mi padre, un bocachancla que jamás había visto más allá de las cuatro paredes de su habitación y los manuales de saber estar de Pilar Urbano. Se enamoraron, empezaron a salir y al año y medio se casaron. Mi madre dejó de hablar con mis abuelos y se trasladó a La Carolina porque en quinto de EGB le había marcado la conferencia que sobre la batalla de las Navas de Tolosa dio uno de sus profesores.

—Un hombre eyacula unas 7.200 veces en su vida. De éstas, dos mil son gracias a la masturbación.

—¿Sueles masturbarte todos los días?

—Sí.

—Es lógico. A tu edad sois como conejos.

—Tampoco tú eres tan mayor, Allison.

—I know it! Pero se baja mucho la libido, Bruno. Cuando tenía tu edad arrastraba muy mala fama en el colegio. Fíjate que las inglesas somos muy guarras y a los cinco minutos de conocer a un tío nos lo tiramos, pero quieras o no yo vivía en la periferia de Birmingham y ahí las cosas eran diferentes.

—Pues debe de ser un poco como vivir con mi madre.

—Hay que reconocer que tu madre es punto y aparte.

—Lo paso fatal por las noches cuando quiero tocarme porque entra a mi cuarto cada diez minutos. Con una mano, la izquierda, sostengo el edredón y con la derecha me la machaco para hacerme el dormido si aparece in fraganti. No te puedes imaginar lo que sudo en verano y el barrizal que se monta, pero claro, imagínate si mi madre entra de repente y me encuentra encima de la cama dale que te pego, le daría una embolia.

—Tu madre está amargada. Si le destrozas su edredón de El Corte Inglés es capaz de desheredarte. Fíjate que no debería decir esto porque me paga bastante bien y tú eres mi mejor alumno. Pero tú madre es una triste, esos ojos saltones que tiene, esa piel ajada de monja de clausura and so many things.

—Siempre nos ha dicho a mis hermanos y a mí que el sexo es malo.

—Una amargada, ya te digo. Believe me! Como te estaba contando, en mi adolescencia I was the Birmingham slut.

—¿Slut?

—Sí, la putilla de Birmingham. Mira, una word nueva, coge el boli y apúntala.

—¿Equivale a whore y bitch?

—Más o menos, dear. A ver, whore es la que cobra, cosa que yo nunca hice, y eso que en casa no teníamos un duro porque me tocó la época de la Thatcher y esa cerda hundió a todo el sector metalúrgico británico, pero no, no cobre jamás. Bitch es más de carácter, ya sabes, un poco como tu madre, amargada y de mal rollo. Yo puedo ser muy bitch, es cierto, pero sólo cuando me tocan el coño. Y la otra es la slut, la ligera de cascos como decís aquí. Ahí sí que me englobo yo.

Yo me enteré del pasado de mi madre cuando pasaba los veranos en casa de los abuelos. Con el paso del tiempo cerraron el burdel y se dedicaron al contrabando de marihuana. Eran dos personas maravillosas. Gracias a lo que aprendí con ellos y a las fuerzas que me proporcionó Allison conseguí mandar a paseo a mi madre. Empecé a trabajar en un bar para pagarme mis estudios de Bellas Artes y me mudé a casa de mis abuelos. Cuando terminé la carrera, convencí a mi padre para que me diese un 5% de lo que destinaba a la organización religiosa porque quería irme un tiempo a Sao Paulo, donde una entidad sin ánimo de lucro había organizado un campamento artístico en una favela con pintores y escultores de todo el mundo. No se lo comentó a mi madre, me dio el dinero y me mudé a Brasil.

—¿Te viniste de Birmingham por las habladurías?

—Yo siempre había considerado el sexo como algo natural. No entiendo la gilipollez de las tías que van de iluminadas por la vida haciendo ascos al sexo, que conocen a alguien y tardan 20 años en acostarse con él y que encima se creen más especiales.

—Mi hermana es de ese estilo.

—A tu hermana Macarena la ha educado tu madre y es una sad woman. ¿Cuánto tiempo lleva saliendo con su boyfriend?

—Siete meses.

—Y aún no se lo ha fucking, ¿verdad? O le van los tíos al novio de tu hermana o es imbécil. Como te estaba contando, me fui de Birmingham por un hombre, un legionario español que hizo que perdiese el norte.

Allison era ímpetu, libertad, exuberancia. Un pájaro libre. Tras beberse un par de gin-tonics, me enseñó una fotografía de su novio y se me nubló la vista por completo. Era perfecto. Allison debió de darse cuenta de mi reacción porque le cambió la expresión.

—Le conocí en Lloret de Mar, ya sabes, estaba pasando unos días con estas ofertas que por cuatro euros tienes zulo en donde dormir y alcohol por un tubo. Allí en Inglaterra estaba harta de los típicos guiris con pelo testimonial en el pecho, ojos azules y cara de que acababan de pasar el escorbuto. So terrible! Cuando conocí a Evaristo, ya te lo puedes imaginar, me volví loca al verle bajar del todoterreno, con el uniforme ceñido y la jungla asomándole por la camisa de camuflaje.

—Eso me pasa a mí en clase, que lo paso muy mal con mis compañeros.

—Cariño, hay que reconocer que si a tu madre le dices que tienes este libro, que te la machacas como un macaco por las noches ensuciándole su nórdico y que además te ponen los tíos te tira por la ventana o te da una infusión de cicuta, estilo Sócrates, para que te reúnas con sus santos.

—Hace ya mucho tiempo que en clase me insultan, no quieren jugar conmigo y en las duchas se tapan sus partes cuando yo paso a su lado.

—Lo que tienes que hacer al pasar al lado de esos anormales es cogerles el rabo y decirles Yes, you fucking bastards, I love sucking cocks, any problem? Ya verás como al día siguiente no hacen el gilipollas.

—Nunca he hablado de estas cosas con nadie.

—Me está haciendo mucha ilusión que te desnudes anímicamente conmigo, I really mean it. Tienes que ser tú mismo, corazón. Da igual que te guste Manolo que Mari Carmen. ¡Que se joda tu madre! Cuando dejé mi vida en Birmingham por Evaristo, estuve dos años sin hablar con mi familia. Pensaban que estaba loca al liarme con un legionario. Ya te puedes figurar cómo se ponían cuando buscaban información en Internet y veían fotos de la Legión con la cabra y esos tatuajes de amor de madre en el brazo. Mi madre creía que estaba presa en Chiapas o algo parecido.

—¿Qué pasó?

—Sigo con Evaristo, es el amor de mi vida, lo tengo claro. Al cabo de un tiempo volví a hablar con mis padres y ahora son íntimos de Evaristo. Estoy segura de que a ti te pasará lo mismo con tus padres. Bueno, al menos con tu padre, con la triste de tu madre lo dudo… ¡Alegra esa cara! Ahora dame morralla, fucking hell, ¿te gusta alguno de tus compañeros de clase?

—Son todos muy jóvenes. El único que me gusta es Gonzalo.

—You slut! Gonzalo es el profesor de educación física, ¿verdad? Un día vino a recogerte con tu madre. ¡Qué brazos, qué piernas! De todos modos, no tienes nada que hacer con él. No te engañes. Para mí que se lo monta con tu madre, qué quieres que te diga. El rollo novicia está de moda y a los tíos les hace enloquecer.

Con el paso del tiempo me enteré de que Allison estaba liada con Gonzalo. Mantenía una relación poliamorosa entre el legionario y el profesor de educación física. No entendía los conceptos de la monogamia tradicional. Allison siempre decía que las relaciones poliamorosas implicaban una mayor capacidad de organización que las tradicionales y denotaban inteligencia emocional.

—¿Sabes lo que vamos a hacer? A partir de now dedicaremos la mitad de la clase a hablar de nuestras cosas y la otra mitad a dar English. ¿Te parece bien?

—¿Y mi madre?

—Fuck up your mother! Con las pelas que me da yo llego a fin de mes y pago las facturas y tú vas aprendiendo un poco de la vida moderna. Lo primero que tienes que hacer es tirar este libro. Lo segundo, mirarte todos los días en el espejo y decirte “I’m so georgeous, I´m so amazing” que viene a ser como “¡Qué guapo soy, qué tipo tengo!”. Lo tercero, hablar con tu madre y ponerle los puntos sobre las íes. “Sí, mamá, me gustan los tíos”. ¿Que le da un derrame? ¡Que se joda! Y, por último, tirarte a alguno de tus compis en las duchas, bloody hell, que no puedes hablar de hombres si no los has catado. ¡Las seis de la tarde! So late! La semana que viene más.

—Thanks, Allison.

—Oh please, my little flower, see you next week!

Planté cara a mis compañeros del colegio. Los pendencieros quieren una víctima fácil, pero cuando ven que alguien se hace respetar buscan otro blanco. Allison me enseñó que hay que dejarse llevar y fluir sin cortapisas. El furor sexual que viví durante los últimos tiempos de instituto me sirvió para hacerme valer, disfrutar como nunca y acumular experiencias que me convertirían en un amante perfecto cuando apareciese el hombre adecuado. Tras mis años en Brasil volví a España y monté una galería de arte. Hay meses en los que me cuesta pagar el alquiler, pero lo compenso con lo que obtengo de las tareas de marketing que hago a mis abuelos con su negocio de marihuana. Allison entró a trabajar en el British Council. Fue ella, precisamente, quien me presentó a mi novio, Pepe, amigo del legionario. Es un muerto de hambre que lleva en paro siete años y no tiene intención de trabajar, pero me hace reír y me tranquiliza. Yo soy una ametralladora, como Allison, y Pepe es justo lo contrario. Yo le doy vida y él me da paz. Organizó una cita a ciegas en un restaurante del centro de la ciudad. Y acertó. Son muchos años de confidencias bilingües y sabe perfectamente qué tipo de hombre me gusta. Nada más ver a Pepe quería llevármelo a los baños. Allison enarboló las cejas, su seña de identidad, y me llamó “puta” con los labios, para reírse acto seguido a carcajada limpia. Nos vemos una vez a la semana, todos los miércoles en una cafetería cercana a su trabajo. Ella me cuenta qué tal le va la relación con Gonzalo y Evaristo, yo le cuento cómo me van las cosas en la galería de arte, ella me cuenta que sus alumnos son más ineptos que yo con el inglés, yo le cuento que Pepe cada día mejora en la cama, ella me cuenta que echa de menos Birmingham, yo le cuento que no echo de menos a mi madre, ella se ríe, yo me río, nos miramos y seguimos riéndonos. De todo y de nada, de nosotros y del mundo. Así todos los miércoles. Y los que nos quedan.

Escritor, dramaturgo, director de escena y periodista con más de 25 años de carrera, referente de la cultura española contemporánea. Ganador de prestigiosos premios internacionales de teatro y literatura, Eduardo Viladés cultiva el teatro largo, de medio formato y de corta duración, así como la narrativa. Ha publicado dos novelas y prepara la tercera. Sus obras teatrales se representan en varias ciudades españolas, México, Colombia, Perú, República Dominicana y Estados Unidos. Elegido dramaturgo del año 2019 en República Dominicana y en 2020 en La Rioja a través del Instituto de Estudios Riojanos. Colabora asiduamente con sus ensayos, relatos y obras de narrativa con las editoriales Odisea cultural (Madrid), Canibaal (Valencia, España), Extrañas noches (Buenos Aires), Microscopías (Buenos Aires), Lado (Berlín), Otras Inquisiciones (Hannover), Primera página (México), Gibralfaro (Málaga), Windumanoth (Madrid), Amanece Metrópolis (Madrid) y Viceversa (Nueva York). Compagina su labor como dramaturgo y director de escena con el periodismo, área en la que cuenta con más de dos décadas de trayectoria profesional en diversos países del mundo como reportero, editor y presentador de TV. Ha vivido en Reino Unido, Italia, Bélgica y Francia. Hoy en día trabaja también para la revista Actuantes, la principal publicación española de teatro, lo que le permite combinar el periodismo con las artes escénicas. También es experto en periodismo cultural y documentales de sensibilización social, un artista polifacético.