Cárcel inmediata, un cuento de Andrés Pinzón-Sinuco
Cuando todos se despidieron, ella y yo sugerimos que íbamos a jugar billar. Las bolas estaban en su sitio, espaciadamente brillantes, dispuestas en el mejor sentido y anunciando como una señal irrevocable una noche de desvelo consentido. Adiós, buenas noches, que descansen.
Lo inapelable, un cuento de Rubén Darío Álvarez
“Hay que vender esta casa”, dijo el abuelo terminando de revisar las últimas facturas de servicios públicos y el recién llegado cobro del impuesto predial.