Narrativa

Apariciones marianas en tiempos de corona, un relato de Eduardo Viladés

Publicado por Eduardo Viladés

Cuando Luis se mete a la cama le asaltan imágenes llenas de una sugestiva ponzoña epicúrea. Suele ser a las once de la noche después de haber suministrado un poco de pienso a su madre, a quien tiene encerrada en una mazmorra desde el comienzo de la pandemia por miedo al qué dirán. Siempre ha sido una mujer muy folclórica, de esas que chilla en vez de hablar, una loca de manual, y le da vergüenza que salga al balcón a aplaudir vestida de faralaes y borracha. Al acostarse, nada más cerrar los ojos, rendidos ante el poder de los ansiolíticos, vienen a su mente los rostros de Lucía, Francisco y Jacinta. Sabe cómo se llaman porque se lo han dicho en sueños. Levitan a su alrededor como motas de polvo en suspensión. El chico lleva un arnés y una fusta con la que azota a las dos mujeres, ataviadas con sostenes llenos de lentejuelas con un pequeño agujero por el que sobresalen sus pezones rosáceos. De vez en cuando, una de ellas agarra la fusta, la chupa y la blande como una espada con la que sacude la entrepierna del muchacho. Hablan en portugués de aldea, entendible pero gramaticalmente escabioso.

Nueve de la mañana, la misma rutina que el día anterior: regar la mazmorra de su madre con zotal y recoger sus orines, salir a la terraza para insultar a los viandantes que se saltan el confinamiento y echarles los desperdicios de su madre, machacársela con vídeos de Jane Fonda haciendo aeróbic y pensar en los rostros de Lucía y Jacinta cubiertos de lefa solidificada.

Buenos días, expertos en biomedicina molecular de la Clínica Mayo han inspeccionado el Mercadona de la Gran Vía de Bilbao con motivo del coronavirus. En las labores de desinfección en los sótanos han descubierto que se asienta sobre un antiguo cementerio que data de la Guerra de la Independencia. Al parecer, las cámaras frigoríficas del supermercado conviven desde hace años con los ataúdes, que aún conservan restos orgánicos, para sorpresa de la comunidad científica. Fuentes de Mercadona cercanos al magnate Juan Roig se han negado a hacer declaraciones. Los usuarios entienden ahora el peculiar sabor de la merluza congelada, famosa en toda la zona del Gran Bilbao y que se exporta a Guinea Bissau y el Benelux”.

Luis está harto de las mismas noticias. El independentismo catalán ha sido reemplazado por el COVID-19. Día y noche una cantinela que no cambia, tremendista y catastrofista, tan típica del periodismo trasnochado que se practica en España y de la cultura de arrabal. Su vida no ha cambiado mucho desde el estado de alarma. Simplemente ha pasado de ver dos horas diarias de porno a nueve. Está muy contento porque muchas plataformas han abierto sus canales y ha descubierto un universo de mayor calidad en HD. No entiende las proclamas, sacadas del discurso de Miss América, que hacen referencia al bien común y a la hermandad. La solidaridad entre compatriotas dará lugar a una guerra sin cuartel cuando el paro se coloque en el 70% y no haya dinero para comer. Su puta madre aplaudirá entonces. La gente no es buena, no lo ha sido nunca, se mueve con tres o cuatro parámetros y cuando la sacas de ellos se bloquea y entorpece el camino del resto. Ni es buena ni es consecuente, eso opina Luis, no entiende tanta defensa del bien común cuando, en su día a día, ni siquiera se cuidan a ellos mismos, se alimentan de basura y se flagelan con faramallas grandilocuentes. La gente hace daño por proximidad, es uno de los grandes peligros de la civilización. Luis siempre ha sido un indeseable, coronado o en el arroyo, vive en la mierda desde que nació y le gusta sentirse estigmatizado porque eso le da derecho a abofetear a cualquiera, se siente moralmente superior a quienes le han matado en vida. Alguien le dijo que la locura consiste en hacer todos los días lo mismo como un modo de preservarse del dolor. No recuerda quién, pero está de acuerdo, considera que nunca ha encontrado a nadie tan sociable como la soledad.

El gotelé continúa siendo el alma de este país. El español, decía Francisco Umbral, ama lo cutre porque se ha criado en la decadencia, porque hace las cosas deprisa y corriendo, porque le carcome tanto la envidia que es incapaz de pensar por sí mismo. Con el corona pasa lo mismo, venden mucho las actitudes mesiánicas y melifluas, de repente todo el mundo se adora, pero ándate con ojo si rozas a alguien en el supermercado porque te hará vudú nada más llegar a casa.

Luis nunca ha sido muy religioso, más bien todo lo contrario, a su madre le dice que cree en Dios para que sea generosa con el testamento. No le importaría que se muriese en época del corona porque se ahorraría el paripé del velatorio. Le darían las cenizas en 2024 o se las mandarían por Amazon. Le parece absurdo que cuando alguien se muere haya que organizar un ágape, ponerse en fila para que te den las condolencias y tener que decir “gracias, te lo agradezco” a gente que ora te importa una mierda ora te consta que ha ninguneado al finado durante toda su vida y acude al sepelio para matar el tiempo y joder. Su madre tenía catorce hermanos, aunque sólo viven tres. Nunca han dado palo al agua, pero la matriarca de la familia estuvo fregando en su adolescencia en uno de los palacios de Alfonso XIII. Desde entonces, amparados en unos aires de grandeza que huelen a desinfectante, son insoportables y de una fanfarronería que roza lo grotesco, hablan como si estuviesen montados a caballo y balancean la cabeza como las adolescentes de las series de Disney. Si al menos, piensa Luis, la señora hubiese robado las joyas de Victoria Eugenia o se hubiese follado al rey, cosa que tampoco hubiese sido muy difícil, tira que te vas, entendería que su madre y sus hermanos reaccionaran de modo prepotente, pero la muy puta ni siquiera se agenció del mocho con el que limpiaba las letrinas reales. Para más inri, ni siquiera tienen un apellido de prosapia, pero han explotado la anécdota borbónica hasta la saciedad.

Estos días de confinamiento está leyendo bastante. Hacía más de dos décadas que no leía nada. Luis no es Séneca y su poder de concentración se limita al porno. En la habitación de su madre encontró un ejemplar del Catecismo de 1968. Está de acuerdo con algunos preceptos, como aquel que dice que la carne es soporte de la salvación. Es un modo velado de hacer referencia a las orgías que se montan en la capilla Sixtina entre el camarlengo y la Guardia Suiza. Le gustaría tanto participar en ellas, postrado en el suelo con la mirada perdida en el Juicio Final, con Ratzinger como testigo silencioso, sin comentarios torticeros ni frusleros, sólo acompañado de fluidos celestiales. Ese pensamiento hace que se le erice todo el vello corporal, si bien a su edad el orgasmo puede confundirse con un infarto… No se quita de la cabeza la imagen de Francisco, Lucía y Jacinta.

Diez de la mañana. Hoy se ha levantado un poco tarde. Ayer estuvo viendo Teletienda hasta las seis. Compró un Satysfier para su madre. Hay veces que le da apuro mantenerla enclaustrada, pero lo hace por el bien común. Al menos 142 virus han saltado de animales a humanos. Los cerdos, seguidos de vacas, caballos, ovejas y perros son los animales que más virus han transmitido a los humanos. Después vendría su madre. Con lo podrida que está y el tósigo que corre por sus venas, Luis sabe que la tasa de mortalidad de una hipotética enfermedad generada en su interior convertiría al ébola en un catarrillo de verano. Desayuna una hamburguesa de pollo precocinada y kebab que le ha pasado la vecina paquistaní. Espera que la deporten en breve porque cocina con el culo. De repente, con la boca grasienta, trozos de pollo en los molares y las manos llenas del semen solidificado del onanismo nocturno, entra en trance. La vecina oriental, antigua bailarina de Bollywood, tiene la radio a todo gas, canta con acento asiático Rosas en el mar.

Voy buscando un amor
Que quiera comprender
La alegría y el dolor,
La ira y el placer,
Un bello amor sin un final
Que olvidé para perdonar
Es mas fácil encontrar rosas en el mar…

Luis empieza a levitar. Aunque hace tiempo que dejó el jaco, le resulta de lo más gratificante experimentar de nuevo sensaciones similares. Puede que la hamburguesa de pollo contenga trazos de algo, con el corona seguro que han relajado el control sanitario en los mataderos, quizá se trata de gripe aviar. Massiel está a su lado. ¿Está muerta?, se pregunta. Recuerda cuando se cayo por la ventana al haberse pasado con su dosis diaria de rooibos. De la mano de la cantante, observa la cocina de casa. Hace meses que no la limpia, se asemeja a los baños de una estación de autobuses abandonada en la periferia de Vladivostok. Se siente embebecido al contemplar el moho pegado al fregadero y las larvas de cucaracha en el horno. ¿Cuándo nacerán? La vida se abre paso en tiempos del corona, incluso en su cocina. Se siente feliz. Massiel, con una taza de manzanilla en la mano, le hace una mueca cómplice. Le habla con voz seca y perentoria a base de onomatopeyas que recuerdan notas musicales. Parece mentira la rentabilidad que la cantante ha sacado a un solo tema, justo lo que le sucedió a aquella señora con la fregona de Alfonso XIII. Gracias a ella educó a toda una generación de mindundis. Luis sonríe. Francisco, Lucía y Jacinta caminan junto a ellos. Van vestidos de azul y huelen a detergente.

Una de la tarde. A este paso, piensa Luis, va a quedarse todo el día en la cama. Se niega a pasar la jornada en pijama viendo Ana Rosa Quintana con una botella de cerveza. Hoy se acicalará, se pondrá su crema anticelulítica en el culo y se echará un poco de leche en la cara para alisar las líneas de expresión. En la nevera guarda varios botes que vende en el mercado negro. Por la tarde irá al Mercadona de la Gran Vía. Es hora de quererse a uno mismo y tirar la casa por la ventana. Tiene 45 años pero aparenta 70, si bien es cierto que cuando se cuida le echan 68. No es un hombre guapo, parece que ha sido engendrado un domingo a media tarde con desgana, tiene el cuerpo manga por hombro y cara de tonto de circo. Llegó a plantearse pasar por quirófano, pero su madre se negó a financiar la intervención. En eso estuvo de acuerdo con ella, siempre ha optado por lo auténtico. Cuando sale de casa, nota que un ángel de la guarda le protege. En su hombro derecho, Massiel, quien ha reemplazado la manzanilla por el vodka, y en el izquierdo Francisco, Lucía y Jacinta permanecen estáticos, como una escultura de las que venden a la salida del santuario de Fátima. Siguen vistiendo de azul y oliendo a Dixan.

Le apasiona Bilbao, su ciudad. Y más le apasiona el Mercadona de la Gran Vía. No sabe qué comprar, en realidad ha salido movido por un impulso irrefrenable. Como un autómata, se dirige a la sección de detergentes. Jamás la visita porque no lava la ropa, como mucho la empapa en la ría y la deja secar de mala manera en el alfeizar de la ventana. Le fascina que huela a humedad, a coño mal lavado. De repente, Massiel entona la vigésimo novena versión del La, la, la y los tres muchachos de su hombro izquierdo empiezan a echar espuma por la boca. Parece un acto de terrorismo, piensa Luis. Se apagan las luces del supermercado y se ilumina el fondo de la sección de limpieza. Emerge una mujer. Está muy buena, pero mucho, cruce de Veronica Lake, femme fatale de la comedia negra de los años 40, y Bo Derek saliendo del agua en 10. Tiene los ojos marchitos, apagados, ojos de aquel que siente que ha dejado más camino atrás del que tiene por delante, de quien ha quemado todas sus ilusiones. Se cubre la cara con un velo azul. Luis piensa que lo hace para contentar a la sociedad multicultural, hoy en día se lleva el estilo ecléctico, musulmán con ramalazo budista, chino de padre sueco, noruego criado por indio de reserva de Illinois, catalán amamantado por segoviana. Empieza a oler a detergente barato.

Los detergentes enzimáticos son limpiadores a base de enzimas con un pH neutro, capaces de saponificar, sufractar, disolver y degradar grasas y demás sustancias orgánicas aún en lugares de difícil acceso y se utilizan mayormente para la limpieza manual de instrumental médico y endoscópico”.

Luis se queda de piedra con lo que dice la mujer. Está claro que está concienciada con la crisis del corona porque habla de limpieza de material médico. Es un detalle. Tras pronunciar su discurso, Massiel indica a Luis que tenga deferencia y coja un bote del detergente que reposa al lado de la muchacha del velo. Han vuelto las luces al supermercado. Le parece absurdo que las empresas se gasten dinero con ese tipo de publicidad dadas las circunstancias. Jacinta y Francisco balbucean algo. Le indican que compre el detergente de 500 mililitros. Cuando se arrodilla para coger el bote, la mujer le mira fijamente a los ojos: Luis, soy la madre de Dios, sobre este pilar construirás mi iglesia. Acto seguido, desaparece. La botella de detergente se abre como si fuese una bebida con burbujas, un géiser de la limpieza en tiempos de corona. No hay mal que por bien no venga, ropa limpia por fin.

Ocho de la mañana. María, la madre de Cristo, le ha dado fuerzas. ¿Por qué caminar por el mundo cuando la naturaleza le ha dado alas para volar? Se ha venido arriba, pero la transverberación es lo que tiene. Lo ve todo de color azul y su piel huele a detergente. De pequeño, alguien le garantizó que era un niño índigo y que su aura desprendía fuerza. Tiempo después, su madre le aseguró que eso lo había dicho el tonto del pueblo. No le dio importancia, no rige desde hace años y es muy envidiosa.

Buenos días, los expertos en biomedicina molecular de la Clínica Mayo aconsejan destruir el Mercadona de la Gran Vía de Bilbao. El COVID-19, en reacción con los restos hallados en el sótano dentro de los féretros, podría reactivar las células muertas y provocar la resurrección de los muertos. Estados Unidos, con su habitual estilo pacificador, aconseja lanzar la Bomba H”.

Es su oportunidad de oro. Lo ve con claridad prístina. Al clero le fascina la resurrección de la carne, muy a lo George Romero. Ahora entiende el mensaje de la mujer del velo. Una vez derribado el supermercado colocará el primer pilar en honor a María. El nuevo Vaticano post apocalíptico. Para ello, necesitará dinero y el visto bueno de la Iglesia, puede que hable con el Opus para que traslade Torreciudad al centro de Vizcaya…

Luis quería ser actor y modelo en su adolescencia. Siendo como era un caracartón, nunca lo tuvo fácil. Ahora tiene la oportunidad de rescatar su vocación para honrar a María. Organizará un flashmob que compartirá en redes sociales para ganar dinero. Éxtasis en tiempos de corona, Corona’s times, Dance with me and Jesus. Seguro que se hará viral. En el fondo Luis apuesta por la concordia. Su referente vital es Charles Manson.

Siete de la tarde, manicomio de Getxo. Prácticamente cada santuario mariano tiene como origen una revelación o un fenómeno extraordinario vinculado a la Virgen María. La actitud de la Iglesia católica ante estos fenómenos ha variado desde la aceptación hasta el rechazo. Luis no entiende la displicencia del clero, formado por lamecharcos que no ven más allá de sus narices… Lucía, Francisco y Jacinta siguen a su lado. Alguien le ha traído una figurita del santuario de Fátima. La celadora se quita los cascos y suena el La, la, la. Huele a detergente barato y va vestida de azul. Hoy se cumplen tres años de la muerte de Charles. Su nombre real es Tex Watson, al menos eso pone en la placa que lleva colgada al cuello. No recuerda donde enterró a su madre. Tuvo que correr con los gastos del funeral porque el convento donde vivía se negó a ello. Le recordaba a Sharon. 16 veces la besó, sus tripas salían, su bebé con ella. Era hermoso. A veces hay que hacer algo imperdonable para seguir viviendo.

Estimados estudiantes de psiquiatría clínica, tenemos aquí un caso de demencia paranoide aguda motivada por la influencia negativa que se establece al contraponer la psique de un espíritu, la desencarnada, y la de una persona, la encarnada. Ya lo explicó Freud en la página 178 de su conocido “El yo y el ello”. Recuerden que puede que caiga en el examen. Se llama Luis y enfermó de corona en la epidemia de 2020. Corona esquizoide clerical, una nueva variante. Fascinante.

A la enfermera

Jacinta, haz el favor de comenzar con el procedimiento. Recomiendo estricnina. Comenta a Lucía, la celadora que acaba de volver de Fátima obsesionada con Massiel, que quiero que la habitación esté libre porque con los recortes no damos abasto.

A los estudiantes

Pueden echarle alpiste o palomitas. Bote de alpiste a seis euros y bolsa de palomitas a dos, que está de oferta. En esta otra sala, tenemos…

Escritor, dramaturgo, director de escena y periodista con más de 25 años de carrera, referente de la cultura española contemporánea. Ganador de prestigiosos premios internacionales de teatro y literatura, Eduardo Viladés cultiva el teatro largo, de medio formato y de corta duración, así como la narrativa. Ha publicado dos novelas y prepara la tercera. Sus obras teatrales se representan en varias ciudades españolas, México, Colombia, Perú, República Dominicana y Estados Unidos. Elegido dramaturgo del año 2019 en República Dominicana y en 2020 en La Rioja a través del Instituto de Estudios Riojanos. Colabora asiduamente con sus ensayos, relatos y obras de narrativa con las editoriales Odisea cultural (Madrid), Canibaal (Valencia, España), Extrañas noches (Buenos Aires), Microscopías (Buenos Aires), Lado (Berlín), Otras Inquisiciones (Hannover), Primera página (México), Gibralfaro (Málaga), Windumanoth (Madrid), Amanece Metrópolis (Madrid) y Viceversa (Nueva York). Compagina su labor como dramaturgo y director de escena con el periodismo, área en la que cuenta con más de dos décadas de trayectoria profesional en diversos países del mundo como reportero, editor y presentador de TV. Ha vivido en Reino Unido, Italia, Bélgica y Francia. Hoy en día trabaja también para la revista Actuantes, la principal publicación española de teatro, lo que le permite combinar el periodismo con las artes escénicas. También es experto en periodismo cultural y documentales de sensibilización social, un artista polifacético.