El hombre, un cuento de Carmen Cecilia Morales González
Leticia entró desprevenida a su apartamento y se asustó por un instante cuando vio al hombre sentado en el comedor. En realidad, lo primero que notó fueron sus zapatos de charol brillantes y las botas del pantalón negro, luego se encontró con el rostro de un hombre blanco, nariz larga, labios carnosos, barba bien cuidada y cabello negro. Ella, en medio de la confusión, le dijo:
─Hola.
El hombre sonrió y respondió:
─¿Cómo te fue?
─Bien, aunque esos estudiantes son unos demonios.
El hombre la miró de forma acusadora, observó sus zapatos salpicados de lluvia, el blue jean y la camisa de la mujer.
─¡Cómo has cambiado! Parece que vinieras de tiempos prehistóricos.
La respuesta del hombre indicó que la conocía desde hacía muchos años, pero también le recordó la época cuando ingresó al trabajo, las faldas largas que usaba, los zapatos de tacón, el maquillaje impecable y su lenguaje pulcro.
─Uno aprende también de los discípulos, ya van veinte años en la misma labor.
Leticia se quitó la careta facial, dejó su maletín al lado de la mesa, puso los zapatos sucios en el patio, se lavó bien las manos y entró a la habitación. Buscó unas sandalias y se puso una camiseta. Al instante pensó en el hombre y lo insólito de su presencia en el lugar. Todo era confuso, creía vivir sola, en realidad lo hubiese preferido; sin embargo, los hechos indicaban que algo no estaba bien. Sintió miedo y se encerró en el baño, recostada a la puerta para impedir que el hombre entrara a buscarla. Ahí permaneció un buen rato hasta cuando tomó la determinación de enfrentarlo y preguntarle quién era y qué hacía en su apartamento, sin embargo, una idea macabra pasó por su cabeza: imaginaba que el hombre se convertiría en un engendro y se evaporaría sin dar explicaciones.
Volvió al comedor con la esperanza de no encontrarlo, pero, el sujeto seguía allí, trabajando en un computador de tecnología avanzada. En realidad eran otros tiempos, el mundo había evolucionado de una manera vertiginosa. Ese mismo día, cuando iba para el trabajo, un par de delincuentes fueron atrapados, a través del rastreo con equipos especiales usados desde un helicóptero Bell 407 que sobrevolaba el centro de la ciudad.
─No hay almuerzo ─le dijo él. Luego agregó─: ¿Preparamos algo?
Leticia miró las manos delgadas del hombre y respondió que ella lo haría. Entró a la cocina y observó una nevera moderna llena de alimentos perfectamente organizados por colores como en los supermercados. Sacó unas verduras, tomó un cuchillo y se dispuso a cortarlas, pero no logró concentrarse. Reconoció que el apartamento era suyo, aunque algunas cosas eran nuevas. Creyó, tal vez, tener una enfermedad extraña que no le permitía poner en orden sus ideas. Sin soltar el cuchillo, fue a la mesita de noche y buscó la caja de medicamentos. No había nada extraño, solo unas pastillas para el insomnio.
Al volver al comedor, el hombre se frotaba la frente.
─¿Le pasa algo?
─Todo es confuso, el programa parece haber fallado o haber sufrido una modificación en los XP1 y XP7, no obstante, el chip indica que todo está en orden.
No entendió su respuesta. El tipo se veía inofensivo; su lenguaje y modales eran propios de una persona educada.
Finalmente, se llenó de valor y le dijo:
─Disculpe, creo que estoy soñando, ¿usted es mi esposo?
Él la miró con ternura y dijo:
─Sí, señora Leticia, en este momento soy su esposo.
El hombre se levantó lentamente de la mesa, se le acercó, le quitó el cuchillo con suavidad y procedió a darle un abrazo, luego la alzó y la mantuvo por unos segundos a su misma altura. La mujer quedó inmóvil sin poder resistirse a la demostración de afecto. El tipo era joven, atlético y no había en su mirada la sospecha de ser una mala persona. Por un momento sintió confianza, aunque el aturdimiento aumentó con las reacciones provocadas por el abrazo.
Volvió a sentarse frente al computador y mirando la pantalla, le dijo:
─Leticia, parece que el programa ha fallado.
─¿Cuál programa?
─Usted me contrató para arreglar su computadora, pero el programa que usé ha cruzado información con el chip nuestro y parece haber enloquecido. Juraría que cuando llegué estaba aquí otro hombre.
─¿Podría decirme cómo era?
─Soy malo para describir a otros hombres, sin embargo, haré el intento desde la computadora.
Buscó un programa llamado Identity, empezó a llenar una especie de formulario inteligente. A medida que llenaba la información se iba formando la imagen del otro hombre. La mujer tenía una expresión de pánico cuando vio a un neandertal aparecer poco a poco, en la pantalla del computador. El hombre le dijo:
─Probablemente, él es quien vive en esta casa y yo soy el extraño.
Leticia no pronunció una sola palabra mientras sus ojos desorbitados suplicaban que no fuera cierto todo cuanto ocurría; ya eran suficientes tantas confusiones. Él agregó:
─Es tan sencillo, si usted lo desea todo será como antes, sólo es cuestión de hacer clic, querida Leticia.
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