Textos de autor

Artistas del exceso y la bulimia

Publicado por Mauricio Aragón

Con excepción de algunos nombres tutelares como el de Fanny Buitrago o el de María Mercedes Carranza, la literatura colombiana, durante la gran mayoría del siglo XX, no tuvo numerosas escritoras cuyos trabajos aún se destaquen con fuerza. Las razones son múltiples e injustas a la vez. Lo cierto es que en los ochenta y noventa se empezaron a publicar obras de narradoras como Marvel Moreno, Piedad Bonnet o Laura Restrepo, y se abrió una puerta por la que transitan ahora escritoras como la autora de Los últimos días del hambre (2018), Juliana Muñoz Toro.

La protagonista de la historia es una joven que padece un “trastorno alimenticio”. Asistimos en esas páginas al retrato psicológico de un personaje, cuyos apetitos por la comida causan una identidad construida sobre un cuerpo rechazado: la no correspondencia entre su propio ideal de belleza y la imagen que ve en el espejo. Se trata así, del “flujo de conciencia”—o de la interioridad— de una estudiante de pedagogía que nos da acceso a su intimidad convulsionada.

Al iniciar, esa primera voz narradora habla de su doctora tratante, quien le ha dicho que no encuentra una cura para su bulimia, diagnosticada como crónica. Tal dictamen científico es el piso desde el que empieza a erigirse la protagonista. En su relato, la que monologa nos informa que ha cultivado una “extrañeza en el exceso”, y mira su propia muerte como una “decreación progresiva”.

El personaje central de Los últimos días del hambre sufre los estragos de su conciencia, atada al desafuero de unos apetitos expresados con ansiedad, y que terminan frecuentemente en los ámbitos de lo sublime o lo grotesco. Al mismo tiempo, se trata de una universitaria buscando herramientas para no sucumbir ante sí misma, para controlar la expresión de su hambre, o de eso que podríamos llamar su Tánatos.

En circunstancias disímiles, Kafka y Hamsun también elaboraron personajes enfrentados, con sendas razones, al ayuno y la contención, por un lado, y a la carencia de la comida necesaria por otro. Pero lo que vemos en la protagonista del libro de Juliana Muñoz, es una dietética en donde el acto de vomitar le permite asumirse como dios de su mundo, porque justo así, es dueña del tiempo. Según ella, como Cronos que come a sus hijos y luego los expulsa desde su estómago. Entonces nos dice que es el pan devuelto el que en verdad la alimenta.

Juliana Muñoz Toro, escritora colombiana. Foto cortesía – Ysimecuentasuncuento

La mujer principal de esa narración está agobiada por unas ideas canónicas sobre la belleza de los cuerpos, la escritora supo poner a su criatura en el centro de unas tecnologías y de unos discursos que fragmentan a la enferma en pedazos. En uno de los capítulos titulado Tripas de algodón, se refiere una especie de infierno de muñecas deformadas. Una alegoría de lo monstruoso, de lo femenino cultural, y tal vez de lo quirúrgico- alienante. En sus palabras, esos seres son “Piel vaciada de sentido”. 

En cuanto a los mecanismos de la ficción en esta obra, podemos remitirnos a una columna de la misma autora publicada en El Espectador, en la cual comenta una novela de Yulieth Mora Garzón llamada Movimientos involuntarios (2020). Esta última usa como epígrafe una frase del mexicano Ulises Carrión: “Un libro es una secuencia de espacios”.  Así, la historia de nuestra estudiante bulímica no detalla con demasiadas palabras, ni las ciudades, ni los edificios, ni las calles, en cambio sí, el mundo interno del personaje, sus dimensiones psicológicas, su conflicto orgánico. En el libro de Juliana Muñoz los capítulos, a lo sumo de cuatro cuartillas, son una sucesión de breves fragmentos del “mundo”, en el que la protagonista se resiste al desahucio, dejando aflorar las singularidades de su carácter.

Los últimos días del hambre puede incluirse en una categoría de novela anti-urbana. De modo que no tiene lugar el flâneur, el paseante; ni tampoco un individuo que se estrelle con lo intestinal de una ciudad, o de un pueblo siquiera. Sin embargo, la mujer de esta narración no está sola, hay para ella unas cuantas personas, de hecho, con ellas se integra, se ríe de sí misma y de los otros. Aparecen para formar su grupo de apoyo. No está de más anotar que la crudeza de lo que se dice se macera con dosis certeras de humor.

En Dos cenas, Steiner escribe: “Comer a solas es experimentar o padecer una soledad peculiar” y más adelante: “el partir el pan a solas tiene una extrañeza como de animal o dios”.  La mujer bulímica de la novela, en más de una ocasión reflexiona sus asuntos mientras se acompaña en una mesa de alguien que come a su lado, aunque nos hace saber que prefiere tomar sus alimentos en intimidad. Algunas situaciones de Los últimos días del hambre se adentran en la ambigüedad que hay en lo místico del acto de ingerir un animal o un vegetal, siendo que la posible trascendencia solo se logra gracias a nuestro cuerpo carnal, verdadero conducto hacia lo sacrificial. De esta suerte, quien se come, por ejemplo, una mantarraya, en cierta medida es también él, la mantarraya. ¿Y acaso el sentido común no nos dice somos lo que comemos?

En general, la gula es entendida como pecado capital dado que el culpable se encierra en su egoísmo, y en la consumación del placer que le produce la comida. Esta clase de repliegue hacia adentro se desarrolla en la novela, pero con más implicaciones a escudriñar lo que es considerado insalubre, y hacia lo que es visto como anormal o enfermizo, y menos hacia lo dogmático religioso.

La autora de la novela comentada—nacida en Bogotá en 1988— ha logrado un extraño funambulismo que sopesa lo tangible-orgánico y lo místico-trascendente. Pone en cuestión, mientras avanza la voz narradora, lo que entendemos por belleza y salud.

En uno de los puntos conclusivos de la historia, ocurre aquel diálogo en la tercera parte del libro. Una de las interlocutoras es la mujer llamada Floritariana, que hace las veces de némesis de la protagonista. Se compara la gordura de una con la delgadez de la otra. Las palabras finales del artista del hambre, de Kafka, son similares a las dichas por Floritariana, ante la pregunta de la mujer bulímica:

¿Cómo haces para resistir? La némesis, especialmente flaca, responde: Es fácil, nunca he encontrado un alimento que me guste.

Fotografía portada: Pixabay