Bailar en la cueva, un álbum para oír de pie
“Cae la noche y nos seguimos juntando a bailar en la cueva… Ir en el ritmo como una nube va en el viento, no estar en, sino ser el movimiento…”.
La metáfora del reciente álbum de Jorge Drexler tiende a la manifestación de la danza, hacia los golpes rítmicos sobre cualquier cuero templado, un acto que desarrollamos desde las cavernas, muchísimo antes -también lo dice- de conocer la agricultura.
Lo advierte el propio cantautor uruguayo. Bailar en la cueva surge como una necesidad cadenciosa, una respuesta corporal y necesaria, un intento por salir de su zona de confort y de lo lo que había sido su trayectoria de compositor de culto con rimas y métricas precisas. Dice que estaba harto de no poder escuchar su propia música en las discotecas que visitaba tras cerrar los conciertos de sus giras, por no ser lo suficientemente bailable.
De ahí emana la propuesta. Un trabajo pensado -en el mejor sentido- con los pies. El artista ganador de un premio Óscar, como mejor canción y banda sonora por el filme Diarios de Motocicleta, despunta con esta producción discográfica, proyecto que se nutrió con músicos colombianos. La textura del álbum sabe a guacharaca, a antídoto contra la parsimonia. Fue grabado en su mayoría en estudios bogotanos y contó con la asesoría de Mario Galeano, líder del grupo Frente Cumbiero.
“Soy un hijo de la dictadura uruguaya, la represión era muy fuerte, y llegaba hasta el cuerpo. Crecí en un entorno en el que no se bailaba. No era bien visto ni por el régimen ni por la izquierda. Era considerado como una cosa que no valía la pena desarrollar y siempre he sentido esa deuda, y tenía mucha curiosidad”.
Se trata entonces de un ejercicio formidable para el cuerpo. En Colombia, el cantautor percibió una energía generosa y un momento anímico muy relacionado con las raíces y con la contemporaneidad. Cautivado por esa noción decidió dejar el invierno de su casa en Madrid, España, y viajar a Bogotá para contagiarse de la creatividad de una América Latina que se explora en las diferentes manifestaciones culturales de nuestro país.
“Quería mostrar ese ambiente que percibí, ese optimismo de la música colombiana contemporánea y sobre todo traer la parte del ritmo, el groove. En este momento del péndulo no quería grabar el pulso anímico del disco en Madrid”.
De tal forma que se busca en el álbum mucho más allá de la narrativa acostumbrada, tanto así que el músico admite haber recortado varias de las letras para desarrollar un disco físico para las extremidades.
Porque se trata de reconocerse en el espejo de las artes y de las disciplinas, abandonando el plano intelectual y en su lugar dar rienda suelta a lo corpóreo. Por eso también participan en diferentes colaboraciones Caetano Veloso, célebre músico brasileño; Eduardo Cabra, de Calle 13; Ana Tijoux, rapera chilena; y Liliana Saumet, cantante de Bomba Estéreo.
Un disco para escuchar de pie. El primer sencillo, Universos paralelos, toma de la mano al oyente en ese mapamundi de encuentros musicales que significa la apuesta rítmica de una cara desconocida de Drexler.
El mismo cantante advertía en Don de fluir, canción de su álbum Eco, que los músicos no bailan, que sólo les interesa observar bailar a su pareja. Ese concepto está caduco.
Podría decirse que es el disco más latinoamericano del cantautor. Se deshoja en una relación muy abierta con el continente americano, su continente.
Con la alegría que encontró en Bogotá, crisol de la multiculturalidad colombiana, Drexler regresó a su casa. Junto a sus amigos habituales de producción fue terminando la experiencia compleja de mezclas y masterizaciones musicales.
“Los dos bebiendo de un mismo aire, el pulso latiendo y el muslo aprendiendo a leer en braile”. Bailar como creencia, como herencia,como un juego. Así lo canta, Drexler.
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