Textos de autor

Comuna 15: Hermano menor de Arlt, nieto eterno de Borges

Escrito por Fernán Correale
... para los que sufren de patologías impuestas y expuestas por una sociedad corrompida, para los que no saben cómo seguir y deciden matarse.

“Somos polvo, no lo olvides, a la muerte le da igual quien seas”.

Maka

«Yo, como Heráclito de Éfeso y el General Mitre en el Paraguay, no voy a dejar más que fragmentos».

Washington Noriega en Glosa de Juan José Saer, citado por Ricardo Piglia

Tenía las manos frías como si hubiera estado removiendo arena y piedras para hacer cemento en pleno invierno y sin guantes, o quizá sólo había sido un sueño, una premonición. En tal caso, estaba errado, ya que en el pasado había cumplido con dichas tareas. Haciendo, despacio, sin gracia, derrotado por la gran ciudad, en su pueblo natal, mástiles para el paseo de las colectividades o algo así que figuraba en la calle Juramento, que era la calle más parisina y luminosa rodeada de bares irlandeses, escoceses, e ingleses. Ahí iban todo el tiempo en manada a fumar tucas, o porros, y los rascas a veces se sumaban. También, obvio, meaban en el parque de los Guardabosques. Construcción primera junto con La biblioteca Sarmiento y el Centro Cívico. Al lado estaba la YPF. Donde compraban Benson Gold y algún que otro Parisienne que algún filósofo animado por no sé qué dioses de la soledad lo envalentonaba a pregonar confidencias, pero siempre desde un tono bajo, de café, cómo pidiendo disculpas. Todos sabían que era el mejor y tenía a todas las minas. A pesar de eso no las quería. Trabajaba en comedores infantiles, ayudando a los pibes, sabía mucho de política y hacía cuadros sinópticos, estaba tatuado, sonreía, usaba riñonera.

Para tomar cerveza artesanal no hay mejor lugar que el sur, el frío y la ropa abrigada, un cigarrillo y un lugar chico donde se amuche mucha gente y así con el calor humano tener conversaciones esotéricas sobre la vida, entre ellos están los disidentes del sistema, los carenciados, los hijos de obreros y maestras, los estudiantes que nunca tendrán título y a su vez los que graduaron sus alas en secundarios nocturnos. La risa frecuenta. La violencia a veces. Pero siempre es por culpa de algún extranjero. Extranjeros en mi pueblo somos todos, como en la poesía. Conviven un crisol de etnias que no discuten entre sí, ni siquiera cuando van en colectivo. Digamos que es la New York de Argentina. La Suiza podrida y perdida del desierto, donde la discriminación solapada hace relamerse las muelas, es simplemente una forma de apretar los dientes.

Había olor a cadáver en Villa Crespo; la señora X se había tirado del último piso después de que su familia viniera a socorrerla. Eso me dijo el verdulero, pero ella no aguantó y lanzó todo su cuerpo desde un piso 15. Tenía, dijo el portero con anteojos y visera, problemas psiquiátricos, estaba con atención médica, y aún así, alegaron, no bastó, no hubo recados suficientes o simplemente la psique ya pulverizada decidió escapar como tantos escritores en el siglo XX, perseguidos, asesinados, recluidos de su libertad, hostigados por las fuerzas de Videla.

Su cuerpo reventó contra el estacionamiento, el contrafrente del monoblock.

Al menos, la señora, previó que no haya nadie abajo, que la pista de aterrizaje estuviese despejada, como la frente del escritor al escribir esto.

Fue considerada hasta el último día de su vida. La policía y los bomberos de testigos levantaron el cuerpo y lo envolvieron en una bolsa negra. Como cuando uno ve pasar en camilla a un ser querido después de velar por él en el hospital más cercano.

La secretaria de los chapistas estuvo de testigo, al menos, hablaba acerca de la situación. Ahora escuchamos una máquina lejana, como si fuera una sierra, o una amoladora que esté cortando algún fierro, no sabemos bien. El ascensor asciende, por suerte, porque a veces ni eso, queda tarado, catatónico, buscando respuestas y decide apoltronarse contra el suelo o quedarse varado entre la pared y el suelo y entonces uno tiene que llamar a los porteros para que lo activen de vuelta y a otra cosa. Lo que sí hay que saber es si se está bajando o subiendo.

Los vecinos enterados de la noticia corren a refugiarse. El sol está esplendoroso. Algunos vienen de tomar café, de comprar cigarrillos, servilletas en el DIA, de hablar con las novatas cajeras, con lesbianas que tienen buen trato con el paranoico del barrio. Perro loco putea y golpea el tacho de basura, el vagabundo de la cuadra reclama cerveza. Todos le dicen Perro, pero sería preferible inventar un amuleto para él, preferible también preguntarle su nombre, preferible también llamarlo Orión, por la costelación y la novela de Piglia. Pero que cada uno lo nombre como se le cante.

Todo lo asocia -el cronista de incógnito- y lo asociará con la literatura y este día: 31/07/2023 quedará cómo el día de los crímenes de la rue morgue sin asesino, sin mono con navaja, sino un simple aleteo, un último suspiro. Lo que llama la atención en estos casos es saber qué pensó en esos pocos segundos, cuál fue la última imagen, deseo, palpitación.

Ya desde su lejana adolescencia estuvo interesado por el género policial, por la imagen del detective y entre otras muchas cosas leyó La Pesquisa con fervor, más que nada la segunda parte. Sabía además que fue escrita a modo de provocación contra Ricardo Piglia, los dos grandes escritores del policial pampeano podríamos decir, de la mansedumbre idiota de la llanura, donde nada pasa y a la vez sí, donde el silencio enloquece, y hace vibrar alto las diferencias entre las urbes y el campo. En dónde está el mal, en todos lados. Saer y Piglia. La Pesquisa se publicó, si mal no recuerda, en 1994, algo querrá decir. Esperemos. Quiere creer ahora que ya no tiene que remover cal y arena.

Ahora la máquina le hace doler la parte posterior derecha del cráneo. El sonido llega rebotando quizás del exterior, pero por una mala praxis él cree que sucede dentro del edificio. No, viene desde edificios lindantes, el sonido de las maquinas que ya vinieron a conquistarnos de una vez por todas, en plena expansión fálica hasta tocar el cielo, pero nadie lo logra, salvo la señora X. Que en paz descanse. La iluminen, la guarden. No voy a seguir echándole leña al fuego.

                  Imagen: Edward Hopper - Soir Bleu (1914).