El paraíso es una inmensa biblioteca
Jorge Luis Borges imaginaba el paraíso como una inmensa biblioteca. Desde que existen las ciudades, existen las bibliotecas, existen los libros. Desde la época de Sumeria, Asiria y Babilonia había tablillas cuneiformes, los primeros registros. Los libros son la memoria y la posibilidad de que se conozca el saber de una época. El libro tiene toda una historia, una cantidad de influencias, cambió realidades, fue prohibido, escondido, conspiratorio.
Leer ha sido, es y será como soñar. La historia se cuenta, pero, fundamentalmente, se lee.
En la calle 24 con carrera 5 de Bogotá se sitúa la Biblioteca Nacional de Colombia. El edificio tiene dos fachadas, norte y sur. No solamente es una de las bibliotecas más antiguas de América Latina, construida en 1777, también es lugar donde se almacena toda la producción bibliográfica y documental del país.
—A través de la Ley de Depósito legal, — dice Camilo Páez, 35 años, coordinador del Grupo de Colecciones de la Biblioteca Nacional—, toda publicación que se haga en Colombia o sobre Colombia debe llegar aquí para preservar esa memoria del país.
También alberga la hemeroteca más importante del territorio nacional porque recibe la prensa de todos los días, de toda Colombia. Ninguna otra entidad hace semejante hazaña por la volumkinosa misión que significa.
La proeza de Mutis
Camilo, como pocas personas, habla con un entusiasmo infrecuente, casi desconocido, sobre esos conjuntos de hojas encuadernadas que forman volúmenes. Su relación empezó muy temprano, como casi siempre en estos casos, producto de una familia de humanistas.
—No he pensado mucho por qué soy historiador—dice Páez, cuyo título consiguió en la Universidad Nacional de Colombia—. Es muy apasionante, porque es la forma en la que la gente se ha apropiado de su cultura, ¿cómo se hacía para que un libro llegara desde Sevilla (España) hasta Mariquita (Tolima)?
José Celestino Mutis lo hacía. Se desconocen los detalles, pero seguramente la odisea era el resultado de esfuerzos conjuntos. La biblioteca de Mutis está en el fondo antiguo, como se le conoce a la colección de otras muchas bibliotecas de personajes ilustres que han donado o vendido las suyas. De ahí el valor documental.
Las entrañas del fondo antiguo reúnen el archivo de los jesuitas, que fue expropiado en 1767, pasando por los fondos de Mutis, Rufino José Cuervo, Miguel Antonio Caro, Germán Arciniégas, Danilo Cruz Vélez y otras colecciones que han ido agregándose.
—Son unos 45 fondos, cada biblioteca la llamamos fondo, y las conforman el fondo antiguo.
La de Mutis data de finales del siglo XVIII. Su biblioteca buscaba introducir la ciencia en el Nuevo Reino de Granada. Despunta la obra de Newton. “Mutis empieza a enseñar la gravedad, la biología, medicina, astronomía”.
Se compone de unos 45 mil volúmenes. Es mucho más sorprendente cuando se piensa que de ella leyeron Nariño, Caldas y otros personajes de la Independencia.
Las traducciones de Gabo
Se sabe —y se ha hablado mucho— que la Universidad de Texas, Dallas, Estados Unidos, adquirió el archivo de Gabriel García Márquez. Allí permanece más de medio siglo de la vida y obra de nuestro Nobel de Literatura, manuscritos originales de 10 de sus novelas, cartas, borradores, álbumes de fotografías, casi todo.
En Colombia, hasta los años ochenta —cuenta Camilo— lo que había de Gabo era una recopilación de más de 300 volúmenes de traducciones que se reunieron para una exposición de las Naciones Unidas. Los idiomas son disímiles, van desde el malayo hasta el árabe.
—A raíz de la muerte de García Márquez y del interés de la biblioteca por crear un espacio que reúna la memoria de la obra de Gabo—dice Páez, con visible entusiasmo—, hemos empezado a recibir donaciones. La de Daniel Samper Pizano es muy importante, porque tiene primeras ediciones con dedicatorias y traducciones.
También se ha nutrido con la concesión de ediciones modernas del librero Álvaro Castillo y de Mercedes Barcha, y entre los objetos que la familia entregó al país, tiene un lugar valioso la máquina de escribir Smith Corona y la medalla del Nobel (1982).
La historia de un historiador
Moviendo sus dedos, como haciendo llover las palabras, Camilo Páez admite que lo que más disfruta además de ordenar la información, es mostrar la riqueza de la biblioteca y las infinitas posibilidades de lo que hay por hacer, es decir, “ayudar a la gente a poner la información al día, porque de entrada puede parecer hostil. Eso es lo que más me gusta, se encuentra gente a la que también le gusta lo mismo”.
Estas cosas son así. Casi siempre penden de un gusto personal. Lo demás es disciplina para organizar y saber que eso va a ser importante.
—Los mejores libros que hay en la biblioteca son los de Rufino José Cuervo y los de Marco Fidel Suárez. Libros de más de 500 años, hay uno de 513 que es una joya—dice este historiador, apasionado por el siglo XIX.
Disfruta como nadie la prensa vieja. Dice que están empezando a entrar poco a poco en el siglo XVIII. Hace nueve años forma parte del equipo de la Biblioteca Nacional de Colombia, pero antes, cuando era estudiante de historia, ya la visitaba asiduamente trabajando como asistente de investigación de uno de sus docentes.
Epílogo con pistas
Hay un cartagenero muy importante del siglo XIX del cual se conoce muy poco. Su nombre, Manuel María Madiedo. Se fue a vivir a Bogotá y según lo que me contó Camilo, trató de hacer una mezcla “entre socialismo y catolicismo”.
Trabajó con los artesanos, que fueron una fuerza política muy importante en la segunda mitad de ese siglo. Además de escritor, editor y director de periódicos, se sabe, donó su biblioteca personal; sin embargo y he aquí el asunto: sus colecciones no figuran como un fondo (biblioteca) en los archivos. Dicho de otra manera: “tenemos la lista de la donación de sus libros, como 400, pero están dispersos. Este sería un trabajo para que un cartagenero que tuviera ganas, viniera a reconstruir ese fondo. Tenemos unas becas de investigación que apoyan esa reconstrucción”.
Tirado el dardo, solo resta esperar, ¿quién se le mide al reto?
Desde una biblioteca podemos hacer puentes con el pasado, pero también divisar el futuro.
Fotografías: Biblioteca Nacional de Colombia (cortesía)