Narrativa

El sueño del amo, un cuento de Henry Ortiz Zabala

Hoy que regresé de la calle me llevé la sorpresa de encontrar la puerta de la casa cerrada; es algo extraño, pues el amo siempre la deja abierta para que cuando yo regrese, no lo despierte con mis ladridos. El amo me abre para ir a hacer mis necesidades a eso de las cinco de la mañana, es puntual. Por lo general yo regreso a las siete, cuando ha pasado el camión de la basura por la esquina de la casa.

Los humanos siempre calculan el tiempo con aparatos extraños, nosotros lo calculamos, por ejemplo, con la rutina de los humanos. Sé que cuando son las seis, abren la tienda y que justo media hora después pasa el vehículo que lleva a los gemelos dueños de Firulais a la escuela. A esa hora me quedo acostado en la terraza donde ponen las botellas de agua para que nosotros no orinemos las flores. No recuerdo cómo se llama la anciana que vive allí, lo cierto es que no puede ser una buena persona, precisamente porque nos maltrata a nosotros que no le hacemos daño a nadie. Nos echa encima el agua del trapero, nos pega con lo que tenga a la mano y como si fuese poco, pone esas desgraciadas botellas de agua en la jardinera solo para reprimir nuestras vejigas; me gustaba mear allí, antes que estuviesen esas condenadas botellas.

Si se preguntan ¿por qué me acuesto allí aun sabiendo que esa malvada mujer no gusta de nosotros? les diré que lo hago porque es la única casa de ese lado de la acera que no tiene rejas y que de ese lado de la acera es donde da el sol de las seis y media, la mejor hora para tomarlo. Me acuesto en esa terraza. El sol me da energía y me quita los ácaros del cuerpo, mientras estoy allí tendido, observo detenidamente hacia la esquina a esperar que pase el camión de la basura para perseguirlo, aún no sé por qué lo sigo todos los días, pero es mi deber hacerlo, algo en mi interior me impulsa, me lo dice.

No me asusta la anciana porque se levanta después de ocho y yo antes de siete y media ya estoy en casa como siempre. Pero hoy la entrada está cerrada y como si fuese poco, también las cortinas, y es raro porque el amo abre las cortinas en cuanto yo salgo para que los primeros rayos de sol “le den vida a la casa” tal y como él dice. Ladro y no abre, tal vez no escucha. Ladro de nuevo, nada aún, debe estar bañándose. La ventana del primer cuarto está entreabierta, trataré de entrar por allí. Subo a la potera dónde está esa planta marchita que el amo dejó de regar hace ya una semana, sí, hace una semana. Recuerdo que se la regaló Grace, su hembra. Antes pasaba aquí todo el día, pero de un tiempo para acá, una semana más o menos, no la he vuelto a ver; si no estoy mal es el mismo tiempo que lleva el amo sin regar la planta.

Como pude subí a la potera y salté hasta la ventana, logré sostenerme, subí y entré. Todo estaba oscuro en el interior de la casa y no se sentía ningún rastro del amo en su interior ¿Habrá salido? ¿Estará aquí?

Empiezo a buscarlo por todas las habitaciones. Y por fin lo encuentro en el último cuarto. Me llama la atención que el amo me reciba de esta forma, debe ser algún juego nuevo, debe serlo, sí. Tal vez quiere que salte encima de él y lo empuje para que pueda balancearse tal y como lo hace con el cachorro de Grace en los columpios del parque.

Yo lo hago, se mece igual que un péndulo, me divierte, es imposible mantener mi cola quieta. Pero no me responde, no me sonríe ni me dice “Buen chico” como de costumbre; está raro, algo le ocurre. Ahora que lo observo detalladamente, jamás había visto su rostro de ese color entre azul, rojo y morado, ni su lengua a esa altura del mentón y de ese tamaño, debe estar muy sediento, exhausto. Tal vez ya se mecía desde antes que yo llegara. Le ladro, no responde, ¿y si le muerdo los pies? No, tampoco hace nada ¿Qué le ocurre hoy, si a él le molesta que yo lo muerda? ¿Por qué no me regaña, no me manda al patio o me palmea el hocico?

Bueno, el amo debe estar en un sueño profundo, seguro se quedó dormido allí arriba, pero es extraño cómo puede estar dormido con los ojos abiertos, incluso algo afuera de sus cuencas. Bueno, no entiendo qué pasa, pero igual yo no entiendo mucho a los humanos, quizás debe ser una especie de rutina nueva para hacer ejercicios, puede que sea un estado de reposo que el amo apenas práctica.

No me hubiese comido esas basuras ni tampoco haber correteado el camión, así habría llegado antes que se guindara a dormir allá arriba, me asusta verlo dormir así, la expresión de su rostro me aterra. En fin, la verdad prefiero verlo dormir de esa manera antes que continuar viéndolo llorar día y noche vestido con esa ropa negra que tanto usa últimamente; me siento mal siempre que le sorprendo llorando en su cuarto con la foto de Grace en sus manos. Quisiera ser humano para abrazarlo y llorar con él, o que ladremos de algo y olvide eso que lo aflige, ya que ni siquiera presta atención a mis ladridos.

Bueno, no sé qué puedo hacer por él. No entiendo por qué Dios con sus cuatro patas e infinita sabiduría canina no pudo haber hecho que los humanos ladraran, para comprendernos entre nosotros. ¿Qué hacer? Nada, después de todo solo soy un miserable animal hecho a imagen y semejanza de un Dios que nunca he visto.

Ni modo, me acostaré debajo de él mientras continúa allí arriba, balanceándose; hasta que por fin despierte y decida bajarse. Ojalá no tarde mucho, porque ya empiezo a tener hambre.

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