Textos de autor

Los puentes de Madison o cómo el miedo gana la batalla

Escrito por Eduardo Viladés

Recuerdo perfectamente que llovía muchísimo, parecía una escena sacada de un juicio final a destiempo, como un entierro en un cementerio de pueblo que gana empaque con el vendaval de hojarasca.

Félix y yo no llevábamos paraguas, por aquel entonces nos gustaba entrar a los sitios empapados, con los pezones turgentes bajo la camiseta, apretadísima para las lorzas que escondían y la mala vida. Demasiada movida, demasiados vicios; muchos que ya no están, muchos que se fueron, ambos nos preguntamos cómo es posible que a nuestros 80 años la innombrable no se nos llevará, puede que hiciéramos un pacto con la Parca, puede que por eso acudiésemos a ver a Mary Carrillo y Concha Velasco al Teatro Reina Victoria ese 14 de septiembre de 1984 interpretando la versión española de Buenas noches, madre. Sólo tres personas en el teatro de la carrera de San Jerónimo, nosotros dos y el acomodador. Y ellas dos en escena, tranquilas, dándolo todo, con el rugir de la lluvia golpeando el techo de metacrilato del teatro, sin reformar aún, hablando de la muerte sin estigmas, sin miedo, a la mexicana.

Te puedes creer que ayer mis antiguos compañeros del hospital me dijeron que tenía presbifonía, me comenta Félix, riéndose y apoyando su mano venosa y yerta, con un ligero olor a naftalina, sobre mi hombro. Voz de viejo, para que me entiendas, se apresura en aclarar. A mí no me falla la voz, pero no me gusta verme los bultos que han aparecido en el pecho ni las piernas, larguiruchas y sin pelo, piernas castas, como de obispo virgen. Cada vez tengo más manchas marrones en la cara, como cuando cortas una manzana por la mitad y la dejas un día entero fuera de la nevera. La vejez te va magullando, se tiene la sensación de que un extraño ocupa tu cuerpo, una especie de posesión, con poco de infernal y mucho de Friedkin.

Casi 40 años después, en el Teatro EDP Gran Vía de Madrid, Félix y yo volvemos a disfrutar de una obra que ha sido tocada por la varita mágica de Marsha Norman, premio Pulitzer en 1984 por Buenas noches, madre. La autora ha realizado la adaptación teatral en formato musical de Los Puentes de Madison a partir de la novela de Robert James Waller. Se estrenó Broadway en 2014 y la música es de Jason Robert Brown.

Norman, una vez más, aunque en un tono tremendamente más amable que su obra de teatro estelar y la versión cinematográfica protagonizada por Anne Bancroft y Sissy Spacek, identifica la muerte con la consecución de los deseos no cumplidos, conjura el pasado para dar una explicación a un presente que huele a roña.

Terrible que esos deseos no puedan cumplirse en vida por miedo, convencionalismos, el androcentrismo imperante y el machismo, que inmoviliza, por darse cuenta de que la mujer no domina el espacio público; está enjaulada dentro de un sistema de coacciones que la coloca siempre bajo sospecha, no le queda más remedio que contender frente a la sinrazón, pero con la convicción de que perderá la batalla antes de que haya comenzado.

Con Nina y Gerónimo Rauch (se esfuerza sobremanera en aparentar un español peninsular del que adolece, pues es argentino, y su dicción es muy forzada, hubiese resultado más natural que mantuviera sus raíces idiomáticas, no pasa nada) en los papeles estelares, el musical está ambientado en 1965 en Iowa.

Relata la historia de Francesca (Nina), una solitaria ama de casa de origen napolitano casada con un soldado estadounidense destinado en Italia durante la II Guerra Mundial. Mientras su marido e hijos se encuentran fuera en la Feria del Estado, conoce a Robert (Gerónimo), un fotógrafo de la National Geographic que ha llegado al condado de Madison para realizar una serie fotográfica sobre los puentes cubiertos de la zona.

Miedo

Los que trabajan tienen miedo de perder el trabajo. 
Y los que no trabajan tienen miedo de no encontrar nunca trabajo. 
Quien no tiene miedo al hambre, tiene miedo a la comida. 
Los automovilistas tienen miedo a caminar y los peatones tienen miedo de ser atropellados. 
La democracia tiene miedo de recordar y el lenguaje tiene miedo de decir. 
Los civiles tienen miedo a los militares.
Los militares tienen miedo a la falta de armas. 
Las armas tienen miedo a la falta de guerra. 
Es el tiempo del miedo. 
Miedo de la mujer a la violencia del hombre y miedo del hombre a la mujer sin miedo. 
Miedo a los ladrones y miedo a la policía. 
Miedo a la puerta sin cerradura. 
Al tiempo sin relojes. 
Al niño sin televisión. 
Miedo a la noche sin pastillas para dormir y a la mañana sin pastillas para despertar. 
Miedo a la soledad y miedo a la multitud. 
Miedo a lo que fue. 
Miedo a lo que será. 
Miedo de morir. 
Miedo de vivir.

Eduardo Galeano

Así podría definirse lo que siente Francesca, lo que Félix sintió por mí en esos locos ochenta hasta arriba de barbitúricos, anfetaminas y LSD. El Félix de las alucinaciones con ojos abiertos y cerrados, de la sinestesia, de la percepción distorsionada del tiempo y la disolución del ego. Mi Félix. El médico adicto a la mescalina enamorado de un artista al que tenía miedo y al que dejó escapar. Francesca deja escapar la vida, intenta atrapar los buenos momentos en una botella que abre de vez en cuando, pero se engaña. Esos buenos momentos duran un suspiro, con y sin aderezos, no sirve de nada meterlos en un frasco que destapar los días aciagos. Francesca, escúchame bien, todos nos quedamos siempre con algún viaje pendiente, planeamos viajes cuando ya son imposibles, como si intentásemos comprar tiempo aun sabiendo que el nuestro se ha agotado. Es muy duro tener todavía los ojos abiertos y saber que hay lugares que jamás se volverán a ver. Se cierran las posibilidades antes que los ojos. A Robert no le encontrarás en el más allá porque te espera una tumba putrefacta llena de coluvie y ratas en descomposición. Lo demás, querida amiga, es una socapa que escondes en cartas nunca enviadas y en ensoñaciones nocturnas en la soledad de un lecho sanguinolento. Perdiste la oportunidad por miedo.

Félix me observa. Le gusta el puente de Roseman, uno de los 19 puentes techados que se habían construido entre 1870 y 1884. Hoy sólo quedan seis. Estas estructuras se hacían cubiertas para proteger las vigas del suelo porque era muy costoso reemplazarlas. Félix, qué mayor está, a su lado yo parezco de pasarela, le queda poco, la naturaleza es sabia, mata lo que está medio muerto. De su boca brota un ruido parecido al de una nuez cascada, crack, crack, siempre ha sido muy de onomatopeyas, como si una amarga risa seca se le hubiese quedado atravesada en algún sitio, como si se le hubiera atragantado una sonrisa enjuta. Para tener presbifonía mantiene el tipo.

Echo de menos en el musical la escena de la furgoneta y el manillar; Meryl y Clint mirándose por el retrovisor, ella a punto de abrir la puerta del coche y cambiar de vida, abandonar a ese marido aburrido y rancio al que no quiere y optar por el amor, por la verdad. ¿Cuántos besos nos perdemos por el camino? Francesca los pierde todos de un plumazo. ¿Qué experimentaría Robert James Walker, el autor de la novela, al escribirla? Se tradujo a más de 40 idiomas y vendió más de 12 millones de ejemplares.

La película, que protagonizan Meryl Streep y Clint Eastwood (director), está ambientada en Iowa en 1965. Imagen cortesía: Youtube.

Esto sucedió hace cinco años y Félix ya no está. ¿Fue hace cinco años o hace una semana? Sigo rememorando ese musical, Nina sigue cantando, comienza con Nacida para amar y sigue con los compases de Robert Brown. Supongo que quienes desaparecen dejan algo de sí mismos para tortura de quienes nos quedamos, puede que ese sea el secreto de la memoria, Francesca y Robert se han querido en sentido inverso, se amaban incluso antes de conocerse. Me gustaría convertirme en una mota de polvo y que alguien me abrazase, que asumiera todas mis cargas aunque fuese durante un par de segundos, que gracias a ese abrazo pudiera disfrutar de un instante de paz y no pensara en el médico decrépito con voz de viejo, el muchacho que dejaba una ausencia perceptible cuando abandonaba una habitación, como si las luces bajasen de intensidad, lo mismo que sucede cuando termina Los puentes de Madison y todos deseamos que el sueño de Francesca y su ficticio abrazo a Robert sea real, porque también me hubiese gustado que Félix me hubiera abrazado… Porque el amor desmesurado por la ficción me lleva a manipular la realidad para convertirla en algo atractivo, porque la verdad me interesa poco, porque niego lo cierto y afirmo lo falso, incluso en las cosas más cotidianas, en la entrada de una heladería con Francesca mirándome con ojos dadivosos, soportando la admonitoria mirada de Félix en el patio de butacas, recordando a Concha y Mary; manos sudorosas, amor perdido, cartas que esconden temor a vivir, seguro que Francesca me daría la razón, puede que incluso Norman se basara en mí para una nueva adaptación, los artistas siempre terminamos entendiéndonos, aunque sea en lo incomprensible…

         Imagen principal: cortesía - UnBuenDíaEnMadrid 

Escritor, dramaturgo, director de escena y periodista con más de 25 años de carrera, referente de la cultura española contemporánea. Ganador de prestigiosos premios internacionales de teatro y literatura, Eduardo Viladés cultiva el teatro largo, de medio formato y de corta duración, así como la narrativa. Ha publicado dos novelas y prepara la tercera. Sus obras teatrales se representan en varias ciudades españolas, México, Colombia, Perú, República Dominicana y Estados Unidos. Elegido dramaturgo del año 2019 en República Dominicana y en 2020 en La Rioja a través del Instituto de Estudios Riojanos. Colabora asiduamente con sus ensayos, relatos y obras de narrativa con las editoriales Odisea cultural (Madrid), Canibaal (Valencia, España), Extrañas noches (Buenos Aires), Microscopías (Buenos Aires), Lado (Berlín), Otras Inquisiciones (Hannover), Primera página (México), Gibralfaro (Málaga), Windumanoth (Madrid), Amanece Metrópolis (Madrid) y Viceversa (Nueva York). Compagina su labor como dramaturgo y director de escena con el periodismo, área en la que cuenta con más de dos décadas de trayectoria profesional en diversos países del mundo como reportero, editor y presentador de TV. Ha vivido en Reino Unido, Italia, Bélgica y Francia. Hoy en día trabaja también para la revista Actuantes, la principal publicación española de teatro, lo que le permite combinar el periodismo con las artes escénicas. También es experto en periodismo cultural y documentales de sensibilización social, un artista polifacético.