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Nietzsche y el Superhombre contemporáneo

El pensamiento de Friedrich Nietzsche fue un detonante en la historia del ser humano. Antes de sus ideas, la razón era prácticamente el centro de la filosofía. La ética, la moral y la religión eran los estandartes del progreso y desarrollo humano. Existía la creencia y la esperanza ante lo divino y una certeza incuestionable sobre la existencia del hombre por debajo de lo sagrado, pilares sobre el cual se asentaban los cimientos de la sociedad. Pero todos estos sentimientos se desplomaron y nunca volverían a ser lo que fueron. Con este gran pensador alemán, el orden, la ética y los valores dejaron de satisfacer al hombre. Se desconfió de sus creencias y de todos sus ideales. La sospecha y la indiferencia prevalecieron por encima de la razón y de la fe.

Influido por los presocráticos, y por Hegel, Marx, Schopenhauer, entre muchos otros, Nietzsche no forjó una escuela filosófica claramente determinada, pero sus ideas están presentes de un modo u otro en cualquier cantidad de pensadores contemporáneos e influenció las décadas venideras como pocos. Aunque en vida fue un autor prácticamente desconocido, su influencia ha traspasado los límites de la filosofía, llegando no sólo al público común, también filtrándose en la música, la literatura, el cine, la política y, prácticamente, en cualquier otro ámbito.

En sus principales obras, como El ocaso de los ídolos, El Anticristo y Así habló Zaratustra, criticaría el racionalismo dominante en Occidente, la religión, los valores y la moral de la época; y llamaría al surgimiento de un nuevo hombre que supere todo esto último. Comprender su pensamiento resulta fundamental para intentar darle sentido a esta época incierta, no por las soluciones que brinde, y menos aún por sus respuestas, sino por sus cuestionamientos y preguntas.

Critica a racionalismo

Para Intentar descifrar y explicar algunos de los lineamientos centrales del pensamiento de Nietzsche, y no fracasar en el intento, debemos, antes que nada, mencionar la génesis sobre la cual este pensador arremetería con toda su furia: la idea —inaugurada por los griegos y extendida a todo Occidente durante miles de años— de la naturaleza racional del hombre, de la inmutabilidad del ser, siendo la verdad un reflejo absoluto y perpetuo de la razón.

Contra siglos de filosofía, y declarando una feroz guerra contra Sócrates y Platón, el también poeta y músico sostendría que «la cultura occidental está viciada desde su origen. Su error, el más pertinaz y peligroso de todos, consiste en instaurar la racionalidad a toda costa». Este exceso de racionalidad del hombre representa la debilidad del ser.

El hombre necesita saber a toda costa y a cualquier precio. Durante miles de años intentó encontrar la respuesta en los dioses, en el cielo, en fenómenos naturales y en un largo etcétera, porque simplemente no es capaz de vivir sin certezas. El hombre, según Nietzsche, debe aceptar el caos de la realidad donde vive.

El cristianismo y la muerte de Dios

Según el pensador germano, el fundamento primero de la religión es el miedo. La religión nunca ha pretendido mostrar la verdad, sino todo lo contrario, ha inventado un mundo ideal, inexistente, proponiendo valores propios de un rebaño y de esclavos: obediencia, servidumbre, sacrificio, valores que se contraponen a los principales impulsos vitales del hombre. Valiéndose de conceptos como el pecado, culpa o arrepentimiento encarcelan al hombre y lo dominan.

En El Anticristo, expresaría sus más profundas críticas contra el cristianismo. Diría que las religiones, principalmente el cristianismo, imponen una vida propia de los esclavos, en la que el individuo actúa desde el miedo a un castigo eterno, dejando de lado otros valores como la fuerza y la valentía, despreciando las pasiones, impulsos y los instintos básicos del ser humano.

«La religión ha degradado el concepto del hombre; su consecuencia es la noción de que todo lo bueno, grande y verdadero es de naturaleza suprahumana y sólo se alcanza por obra de la gracia (…) El cristianismo es una doctrina que predica la obediencia». El cristianismo, al crear la idea de la vida después de la muerte, utilizando el pecado y el juicio final como armas contra quienes quieren revelarse contra ella, erigió una enorme y poderosa estructura con el único fin de reducir a sus miembros al estrecho ámbito del rebaño, para lo cual generó miedo en ellos.

Busto del autor en el museo de Weimar, ciudad del estado de Turingia, Alemania. Cortesía// welt .de

Entonces, ¿Qué debe hacer el humano ante estas cadenas? Aquí, Nietzsche nos dejaría una de las frases más famosas de la historia de la filosofía mundial: la proclamación de la muerte de Dios. Así se da paso al surgimiento de un nuevo hombre como fuerza liberadora de creación, con una moral nueva, completamente sobrepuesta a toda religión. Siendo el ser humano el único capaz de poder crear sus valores y alcanzar la libertad del espíritu, debe ocupar el espacio vacío dejado por Dios. Con su muerte, desaparecerían todos los valores absolutos que lo precedieron, surgiendo nuevos valores, cuyo hacedor y delineador sería el propio ser humano.

La muerte de Dios no sólo tiene una connotación religiosa, también implicaría la desaparición de todo deber moral del hombre. La idea del deber es reemplazada por la voluntad de poder del hombre. Al desaparecer los lineamientos y las prohibiciones del cristianismo y la moral, surgiría, con una voraz fuerza, el poder creador del individuo para alcanzar el mundo real.

Superhombre

En su obra máxima Así habló Zaratustra, Nietzsche nos dice que a este acontecimiento histórico (la muerte de Dios) le sigue, inevitablemente, la llegada del Superhombre. La idea del Superhombre es más bien una esperanza para el futuro. Frente al último hombre que abandona el idealismo y la trascendencia, Zaratustra anticipa la llegada esperanzadora del superhombre. Este sujeto reafirma la voluntad de superar todas las etapas que han precedido al individuo en la historia, superando la idea del “deber” moral e instalando la voluntad de creación, inerte a su propia naturaleza, liberándose, al fin, de todas las cadenas con el pasado para llegar a ser creador y dueño del futuro. El Superhombre debe y puede matar a Dios, desatándose de toda carga moral.

El Superhombre es un hombre auténtico que construye sus propios valores y creencias con base a una genuina voluntad de poder. Su surgimiento es necesario para evitar el desmoronamiento del mundo. Zaratustra, al anunciar la llegada del Superhombre, es ridiculizado por las masas y únicamente es comprendido por algunos hombres. “Yo anuncio el Superhombre -dice Zaratustra-. El hombre es algo que debe ser superado. ¿Qué habéis hecho para superarle?”

Influenciado por las ideas darwinianas, Nietzsche afirmaría que el hombre no sólo debe seguir una evolución biológica, sino principalmente una moral. “¿Qué es el mono para el hombre? Una carcajada o una vergüenza dolorosa. Pues eso es lo que debe ser el hombre para el Superhombre: una carcajada o una vergüenza dolorosa”.

¿Estamos en presencia del Superhombre?

Dentro de esta idea, cabría preguntarnos si el hombre contemporáneo, con su enorme poderío tecnológico, capaz de crear lo inimaginable y casi sin limitación alguna, podría ser el Superhombre que profetizó Zaratustra. Un Superhombre dotado de una moral nueva y poderosa, cada día más distante de la religión, con su imparable fuerza y determinación como máximas virtudes para seguir creando y moldeando la realidad del mundo a su parecer.

Un hombre liberado de todas cadenas, que en la primera parte del siglo XX, construyó armas de un poderío sin igual, y en la segunda mitad, acompañado de la última gran revolución tecnológica, sentó las bases de una sociedad a su imagen y semejanza. Una sociedad cada día más Orweliana, donde todo está vigilado, controlado y calculado. Este Superhombre omnipresente y omnipotente tiene la fuerza necesaria para acceder a todo lo que soñó pero nunca imaginó posible, viviendo en una sociedad donde él es el centro de todo y su magnificencia para crear y destruir son casi incuestionables.

Este cambio de paradigma respecto de la centralidad del hombre como fuerza de toda creación, ha generado enormes cambios en el desarrollo de humano en múltiples ámbitos del saber. La libertad de creación acaparada por el hombre ha dotado a la sociedad de enormes logros. La consciencia de ese poder es palpable en cada uno de los individuos de esta sociedad. Saben que no hay límites, que todo es posible, y que lo que no se puede lograr hoy, en algún momento del futuro se logrará.

La esperanza en Dios ha sido reemplazada por una certeza en el humano. Este cambio de dogma, ha empoderado al hombre convirtiéndolo casi en una deidad mitológica. Pero estos nuevos dogmas pueden traer aparejados los mismos peligros que los antiguos.

El Superhombre contemporáneo deberá cuidarse de esta certidumbre indiscutible por la tecnología y sus creaciones. De lo contrario, caerá en el mismo precipicio que se encontraba antes de su surgimiento y esta supuesta libertad sería solamente la mera ilusión de un futuro que nunca llegará. No debe cometer el mismo error frente a la religión, como sí lo hizo su antecesor. Según Nietzsche, el Superhombre, paradójicamente, debe tener un absoluto control sobre sí mismo, pese a ser movido por las fuerzas del instinto y de la voluntad (las fuerzas básicas y motoras del ser humano, según Schopenhauer).

Hoy pareciera ser, a más de un siglo del fallecimiento de Nietzsche, que el hombre contemporáneo, a pesar de su enorme poder y control casi absoluto sobre la realidad, lentamente está perdiendo su dominio. Pareciera entregar su libertad, su espíritu y su humanidad por el afán insaciable de obtener un conocimiento absoluto de las cosas, esclavizado por una de sus más grandes creaciones, casi con la misma intensidad con la cual el hombre antiguo era sometido por Dios.

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Abogado para vivir. Letras, música y cine para intentar encontrar sentido a aquello que no lo tiene.