Narrativa

El sexo de un varón coronado, un relato de Eduardo Viladés

Hoy he soñado con ríos de semen y cascadas de fluidos desde el edificio de Telefónica hasta Callao; la gente se lanzaba sin tabla desde las ventanas y confluía en la acera, pegajosa y viscosa, se besaba y se escupía, lamía el pavimento y derramaba su contenido en coños abiertos y penes dispuestos a humedecer el subsuelo. Cuando estaba a punto de despertar, los dependientes del Mercadona de la esquina me secuestraban y follaban sobre la encimera de la pescadería, con los ojos saltones de las lubinas contemplándome. Se unía al desmesurado saturnal un grupo de amas de casa que estaba comprando leche en polvo desnatada. Desnudas, la esparcían encima de las lubinas. Los policías de la comisaria de Leganitos, alertados por la denuncia de un vecino que había acumulado experiencia en los balcones durante el confinamiento, acudían en masa al supermercado. Se les unía un grupo de legionarios, con los botones de la camisa a punto de estallar, la jungla saliendo por sus torsos poderosos y el fardo del pantalón pidiendo guerra. Fuerzas de seguridad del Estado y pescaderos, lo más granado de la población. Un sueño hecho realidad.

—Está claro que el hecho de que su padre fuese marinero le ha influido.

—Pero no pescaba lubinas sino merluza.

—Todo lo relacionado con los océanos marca, créame. No me preocupa en absoluto lo que ha contado. A mí me sucede algo parecido pero soy más de sección de carnicería. De todos modos, no le incumbe esa información porque soy su psicólogo y no me gusta mezclar negocios con placer.

—Me deja más tranquila.

—Analizando su sueño está claro que le gusta el orden, el sector petrolero y la pesca de altura. Supongo que habrá visto muchos documentales durante los seis meses de encierro, quizá algunos con la Fosa de las Marianas como protagonista o la subida del precio del Brent, de ahí el paralelismo entre esos penes taladrando el pavimento de la Gran Vía y las excavaciones petroleras.

—He visto mucha basura.

—No se torture. Todo sucede por algo. El sexo gourmet está de moda. Dese cuenta de que hemos estado seis meses sin salir a la calle por la pandemia, sin interactuar con nuestros congéneres, es lógico que experimente ese tipo de sueños, aunque hágame caso, deje de soñar y láncese a vivirlos. Menos ensoñaciones y más sexo, dilátese y permita que la perforen, el petróleo acumulado en su interior se convierte en moho si no se emplea para avivar la chimenea-. A continuación, nos apareamos, obviamente. En tiempos de crisis me gusta llegar al meollo de mis pacientes y acumular información por el futuro de la comunidad científica internacional.

Desde que había terminado la cuarentena no daba abasto en la consulta. Mis pacientes acudían temerosos de que les aumentara la dosis de ansiolíticos porque soñaban con orgias, desmadres y festines sexuales. Era lo que cabía esperar después de medio año encerrados. Como se cuenta en el Decamerón, de Boccaccio, y el Diario de la peste, de Daniel Defoe, tras muchas epidemias se ha producido un tórrido despertar sexual. El caso del corona no iba a ser diferente. Además, había dejado a la economía tan devastada, con un 80% de paro, que el único aliciente para subsistir y olvidar era follar. Durante los meses de toque de queda trabajé bastante, en especial recomendando a mis pacientes cómo podían disfrutar del sexo. Lo que más solía aconsejar era el sexting, una de las prácticas de moda durante el confinamiento para paliar la lujuria: excitarse mutuamente a través del móvil, mediante videollamada o sólo con mensajes.

Aunque soy terapeuta de clases adineradas, entre los ricos hay mucho palurdo, gente iletrada que ha heredado millones pero no intelecto. Me encontraba en una gran dicotomía. En tiempos de encierro la gente se deja, se limita a levantarse a las doce de la mañana, enfundada en un pijama roído con pelotillas, y tumbarse en el sofá, lleno de trozos de pizza del día anterior y mocos de los niños, para ver Ana Rosa con una botella de Budweiser. Por lo tanto, una videollamada podría no ser una buena opción para despertar la concupiscencia. Bien es cierto que podría obviarse la cara para evitar el efecto shock de ojeras y rostro apocalíptico y centrarse en el resto del cuerpo, pero semanas sin ducharse tampoco beneficiaban cuando se bajaba con la cámara a los terrenos de labranza. El olor puede detectarse a través del móvil, años de psicología clínica me lo han enseñado, es algo que no puedo contar, sensaciones. Quedaba, por lo tanto, la opción de los mensajes pero, habida cuenta de la escasa capacidad de palabra de algunos de mis pacientes, tampoco lo recomendaba. Pasaban del polla, clítoris, ojal, lefa, más adentro de manual al los lirios de tu monte de Venus embebecen mis sentimientos sacado de una entrada cursi de Wikipedia. De manera que en casos de problemática relativa a la erudición de mis pacientes solía recomendar el onanismo. Alcancé un acuerdo con Amazon y el 40% de los beneficios de ventas del Satysfier fueron a parar a mis arcas. Mi madre fue de mis primeras clientas, la utilicé de conejillo de Indias. Pasó de ser una persona amargada, áspera como la lija y triste a despertarse con las mejillas sonrojadas y reírse de la nada, seguramente pensando en lo húmedo que tenía el coño y el tiempo que había perdido viendo Testimonio o alguna tertulia con Isabel San Sebastián.

Aparte de terapeuta sexual, catedrático de Medicina por La Sorbona, ingeniero y ebanista, también soy médium. Soñar con otra persona significa que se despertará con nuestra imagen clavada en su retina. Depende de la capacidad de telequinesia y el arte con que se haga. Yo tengo una mente privilegiada y mi cuerpo parece moldeado por los dioses, de manera que es obvio que consiga mi objetivo. Quienes tratamos la comunicación extrasensorial sabemos que cuando alguien piensa en nosotros se nos activa una sensación táctil, sutil, como un hormigueo, en la parte superior de la cabeza. A veces pasa de la cabeza al pene, que se hincha como una pelota hasta que estalla a lo Yellowstone, es algo que no se puede controlar. En mí piensa mucha gente, es lógico, de manera que debo levantar ciertas barreras porque no tengo tiempo para tonterías. Esa transferencia de información y fluidos extracorpóreos a través de la telepatía es algo que también expliqué a mis pacientes durante los seis meses de guerra contra el corona. La naturaleza nos ofrece múltiples recursos y posibilidades. Somos cuánticos. Nuestra carne, nuestros huesos y nuestros órganos son energía sexual que puede transmitirse. Sé que alguien estará pensando “menudo montón de mierda, dame un rabo de verdad y déjate de manuales esotéricos”. Me hago cargo…

El territorio sexual es como un gran bosque lleno de misterios. El sexo es vida. Somos sexuales, con y sin corona. Nuestras creencias con respecto a la sexualidad pueden ser el origen de muchos conflictos internos y dar como resultado un bloqueo en lo que se refiere a la auténtica comprensión de la misma. Me fascina cuando hablo como un iluminado, lo exigen mis clientes ricos, quieras o no estudié en La Sorbona y se nota. La energía sexual es una expresión personal de la energía primaria bruta que está almacenada en nuestros cuerpos. Los meses de confinamiento hicieron que muchas parejas entrasen en barrena y se separaran. Acumulaban energía que no explotaba, que se iba pegando a la piel y que terminaba convirtiéndose en roña. Sin aplicaciones de sexo, portales de citas, el cancaneo de playas, bares, tríos, locales de intercambio o el polvo semanal en la rebotica de la farmacia con el dependiente, encontrarse a esa pareja con quien se está por seguridad forzada pero que te excita menos que una lata de verduras se convirtió en un viacrucis para parte de mis pacientes. A muchos de ellos les recomendaba saltarse el confinamiento, bajar al garaje del inmueble y quedar con el del quinto en el coche, utilizar el cuarto de calderas, la habitación del portero o la azotea, el baño del supermercado con los orines en el suelo y la cerradura estropeada con un trozo de papel dentro, insinuarse en el balcón al aplaudir y quedar a medianoche en el rellano. Como médico, velaba por el bien de mis pacientes. Antes que las normas impuestas por un Estado opresor que ha devastado económicamente al país pensaba en la psique de mi clientela, mejor morir coronado y follando que no solo y coronado.

Lo que pasó tras la pandemia es normal. Parecía que vivíamos en un estado constante de asepsia. Limpiarse, lavarse, ducharse, alcohol, jabón. No sólo el cuerpo sino todos los dispositivos que usáramos. En los pisos de estudiantes era un espectáculo la cola que se formaba en el cuarto del ordenador para disfrutar del Premium de PornHub. Al lado de los pañuelos de papel para limpiarse (algunos se echaban la lefa en la cara para prevenir arrugas y así evitarse una salida al Mercadona, de todos es sabido que las proteínas que contiene son fabulosas, yo llevo años haciéndolo y es mejor que el bótox) una bandeja con Fairy, lejía, aguarrás, amoniaco y Mister Proper invitaba a desinfectarlo todo. Por otro lado, afrontar la gestión de la crisis como una guerra en la que todos éramos soldados y en la que se vulneraron los derechos fundamentales generó mucha tensión en la sociedad, que se tomó la justicia por su mano delatando a sus vecinos para matar el tiempo. Más hubiesen disfrutado machacándosela esos imbéciles metidos a policías de arrabal. Tanto estrés tenía que salir por algún lado.

No hay para comer pero siempre nos quedará comernos. Es uno de mis axiomas. Al principio detecté en la consulta cierto temor a la hora de aparearse y tocarse. Entre los jóvenes el miedo era menor, quizá porque pensaban que el corona se cebaba menos con ellos y porque los jóvenes menores de 35 años, no descubro América, son bastante limitados. Yo les animaba a que se dejasen llevar, se habían levantado las restricciones, era el momento de desmelenarse, de vivir. Se produjo entonces un hecho sin precedentes, una relajación de la moral judeocristiana como no se había visto desde la irrupción de Sylvia Kristel. La gente tenía hambre, vivía en chabolas y mendigaba por un trozo de pan, pero disfrutaba de sus congéneres. Se popularizó el naturismo, con lo que la inmunidad de la población a futuras enfermedades como el corona se reforzó al entrar en contacto directo con la natura. Viejos estamentos tuvieron que modernizarse. Así, en busca de sinergias, el Opus se convirtió en una franquicia de puticlubes de carretera y Trece TV en un canal porno de televisión por cable.

El país estaba en quiebra. Iberdrola y Unión Fenosa habían desaparecido y las empresas de abastecimiento de agua al borde de la bancarrota. Sin luz en las casas (en estos momentos Apple y Bill Gates se plantean la posibilidad de convertir la energía sexual de la población en electricidad a través de cargadores pene-pared) y sin agua corriente (con el consiguiente repunte del cólera, pero esto lo abordaré en un congreso médico en Atlanta) sólo quedaba el sexo. De portal, de carretera, de campo, de rellano, de ascensor, de gasolinera abandonada, sin detergente, sin aceites esenciales, sin desodorantes. Una nueva era. Un nuevo despertar. Junto con mi consulta y las clínicas de adelgazamiento tras semanas comiendo basura, los únicos empleos rentables tenían al sexo como principal fuente de ingresos. Burdeles, prostíbulos, cuartos oscuros, el Vaticano, locales de sexo duro y portales o aplicaciones de contactos. Después de meses de capa caída habían experimentado un renacer sin precedentes con la llegada del monzón, la regenerada temporada de lluvias, el advenimiento de un nuevo Katrina. Eros, dios del amor encumbrado por Bocaccio, comenzó a regir el mundo. Y mi saneada cuenta bancaria. El corona había sido vencido.

         Fotografía: The Belly Lab Eng

Escritor, dramaturgo, director de escena y periodista con más de 25 años de carrera, referente de la cultura española contemporánea. Ganador de prestigiosos premios internacionales de teatro y literatura, Eduardo Viladés cultiva el teatro largo, de medio formato y de corta duración, así como la narrativa. Ha publicado dos novelas y prepara la tercera. Sus obras teatrales se representan en varias ciudades españolas, México, Colombia, Perú, República Dominicana y Estados Unidos. Elegido dramaturgo del año 2019 en República Dominicana y en 2020 en La Rioja a través del Instituto de Estudios Riojanos. Colabora asiduamente con sus ensayos, relatos y obras de narrativa con las editoriales Odisea cultural (Madrid), Canibaal (Valencia, España), Extrañas noches (Buenos Aires), Microscopías (Buenos Aires), Lado (Berlín), Otras Inquisiciones (Hannover), Primera página (México), Gibralfaro (Málaga), Windumanoth (Madrid), Amanece Metrópolis (Madrid) y Viceversa (Nueva York). Compagina su labor como dramaturgo y director de escena con el periodismo, área en la que cuenta con más de dos décadas de trayectoria profesional en diversos países del mundo como reportero, editor y presentador de TV. Ha vivido en Reino Unido, Italia, Bélgica y Francia. Hoy en día trabaja también para la revista Actuantes, la principal publicación española de teatro, lo que le permite combinar el periodismo con las artes escénicas. También es experto en periodismo cultural y documentales de sensibilización social, un artista polifacético.