Cárcel inmediata, un cuento de Andrés Pinzón-Sinuco
Cuando todos se despidieron, ella y yo sugerimos que íbamos a jugar billar. Las bolas estaban en su sitio, espaciadamente brillantes, dispuestas en el mejor sentido y anunciando como una señal irrevocable una noche de desvelo consentido. Adiós, buenas noches, que descansen.