Narrativa

¡Este no será un viernes de mierda!

A todos nosotros en la plaza de San Diego o en la muralla.

Recuerdo una etapa de mi vida en la que esperaba todo de los viernes. Era la extraña ilusión de sentir que algo extraordinario iba a ocurrir antes de subirme en la buseta de Bosque, una ruta que amaba por todo el paisaje medio underground que ofrecía. Los viernes eran días perfectos para amar, beber, fumar, recitar en la muralla, caminar, reír y llorar. Aunque eso lo hacíamos de lunes a jueves al salir de clases, en ese día todo adquiría un encanto de otro mundo, como si fuera una liturgia que nos hacía soportable la vida. El viernes era extraordinario a pesar de los constantes fracasos y decepciones. El viernes era la fiesta con un letrero grande a la entrada que decía: «no importa si eres feo o un apestado, entra y verás que todo es una mierda, una muy bonita y hostil».

Nosotros estábamos enamorados de todo eso, de toda esa desilusión, de toda la fauna salvaje en el Centro que creía o sentía que eran los dueños de la fiesta (nosotros siempre íbamos de invitados, nos importaba un pito ser los anfitriones. El día que éramos el alma de la fiesta había que tener cuidado, porque, aunque no había cama pa´ tanta gente, nosotros montábamos al que se merecía subir al colchón y en eso siempre fuimos celosos y siempre lo seremos: si estás aquí, eres un afortunado, ojo con cagarla).

Recuerdo decirle a un amigo que era como mi hermano: «Vale, este viernes será diferente, algo genial nos va a pasar». Él miraba al inicio con ilusión lo que le decía, pero con el pasar de las semanas, los meses y los años, empezó decir: «Vale, deja eso, no pasará nada». Tenía la razón, no pasaba una mierda y pasaba todo. Éramos tan exigentes que pretendíamos que el viernes se sintiera o se viera como un poema de Rimbaud o una carcajada de Lautréamont. Necesitábamos la transparencia de las palabras de García Madero en Los detectives salvajes o la desesperación de Martín y Bruno en Sobre héroes y tumbas.  Al chocarnos con la vulgaridad de todo, nos sentíamos tan desilusionados porque esperábamos que hubiera un despertar de la esencia de aquello que nos rodeaba. Éramos, como diría Ginsberg, un millón de conversadores platónicos, saltando sobre las líneas de los andenes y del destino: pretendíamos poseer el conjuro y el gesto adecuado para que la vida fuera otra cosa cada viernes y no esa profunda herida de sentir que lo que necesitábamos estaba en la plaza o en la esquina que no visitábamos en el momento preciso. 

Fotografía: El Señor Underground

Cuántas veces mis amigos, tus amigos y los amigos de algún desconocido, esperaron una caricia, la certeza de que el viernes no sólo era en el calendario, el inicio del fin de semana, sino una bondadosa fiesta de iluminaciones en la que todos tenían algo de budas o de dioses. Una parranda ambulante de voces, labios, cuchillos, botellas, colillas, mantras y cuerpos listos para amar o morir en el intento de lo que sea.

El sistema decía que debíamos ir con cuidado porque si nos pasábamos, nos apalearía como a perros rabiosos escapados de la perrera municipal. Algunos decían “el viernes no era el culpable, ustedes eran pretenciosos, unos románticos deseando aventuras de película y sólo se merecían la mirada de reojo del dies Veneris”. Por mí, Todos ellos se pueden ir a la mierda.

Fotografía: Anders Peterson

Viernes, viernes, viernes, por ti iríamos hasta el fin del mundo y moriríamos de lunes a jueves, sólo para que nos encuentres risueños en la muralla con los bolsillos llenos de crepúsculos y el hermoso bullicio de las 5 de la tarde en la avenida Santander. Vayan a buscar en algún rincón de San Diego, de las Bóvedas o de Getsemaní, la ternura incorregible de mis amigos. Quiero que ella, con los ojos cerrados, sea de luna o de sol, me busque en Fernández de Madrid y me diga “este viernes es el primero de la eternidad”. Digan a D, J, A, C, N, E, C, M, H, H, A, J, E, L, A, N, Y, L, D, M, E, M, V, que los espero en lo profundo de un sueño en el que es viernes por la noche y un río de vino nos ahoga en cámara lenta. ¡Hago un brindis en la calle Tumbamuertos por este extraño dies Veneris! ¡Te prometo que, a pesar de todos los pronósticos, las ausencias y las desilusiones, este no será un viernes de mierda!

Narración publicada en el blog Fanzines desde la Interzonax

Fotografía: Anders Peterson