Volverse Palestina, un libro violento como una pedrada
La literatura del cuerpo que nos trasciende como individuos, pero también como pueblo e inconsciente colectivo.
Lina Meruane es escritora, periodista y docente, y se ha hecho conocida tanto por sus libros de cuentos y novelas Las Infantas (1998), Póstuma (2000), Cercada (2000), Fruta podrida (2007) y Sangre en el ojo (2012), como por sus trabajos ensayísticos y crónicas Viajes virales (2012), Contra los hijos (2014) y Volverse Palestina (2013/2014).
Sus textos narrativos tienden a enfocar el cuerpo, los cuerpos, todos femeninos: cuerpos adolescentes en Las Infantas; cuerpos sufridos, incluso en estado de putrefacción, en Fruta podrida y Sangre en el ojo; cuerpos en lucha por dominar a otro cuerpo y cuerpos que carecen de todo abrigo y enfrentan así al mundo porque no les queda otra.
Meruane escribe en un contexto literario de post-dictadura. Allí el sufrimiento y la lucha de las figuras se convierten en señales liberadoras, a la vez que potencialmente fatales. Sus textos se valen de un lenguaje velado y corporal pasible, llegado el momento de expresar lo inexpresable, de acusar recibo del daño y del deterioro que desean comunicar, incluso si se trata de expresar en voz alta antes de sucumbir.
También en su primer libro de ensayo, su tesis doctoral en estudios literarios, la autora desarrolla un tema de obvias conexiones al cuerpo material, aunque esta vez no es femenino, sino completamente masculino e igualmente precario: Viajes virales,un texto sobre el corpus literario del VIH/sida.
Trata un cuerpo de libros que escriben una epidemia, semi oculta desde su comienzo en los años ochentas, mientras traza un “mapa de la peste” que convierte a los enfermos en “nómadas” en tiempos de globalización masiva.
En su obra más reciente, Volverse Palestina, en edición que incluye “Volvernos otros”, la conexión con el cuerpo no es tan obvia a primera vista. Sin embargo, también aquí es el cuerpo de una mujer escritora el que se desplaza en dimensiones geográficas, temporales, culturales, religiosas y emocionales.
Lina Meruane alza una voz sumamente personal en este libro de crónica-ensayo que también por eso se vuelve importante. La primera parte, publicada ya en 2013 por Conaculta y Literal Publishing bajo el título Volverse Palestina, se podría describir como una crónica de viaje. Es el viaje que lleva a la autora a unas tierras que durante el recorrido se convierten en algo personal, algo como una patria que no es, o en un no-lugar distópico, en el que las reglas de la “convivencia humana”, por darles algún nombre, no se aplican.
La familia paterna de Lina Meruane es parte de la extensa comunidad palestina sólidamente establecida en Chile a partir de las sucesivas oleadas migratorias desde mediados del siglo XIX, cuando Palestina era parte de la Siria Otomana. El apellido Meruane tiene una importancia central en el libro. Sin embargo, casi se pierde en cierto momento, poniendo así en jaque la precaria y reciente identidad palestina de la escritora, quien no había advertido fisuras en su “chilenidad” hasta emprender este proyecto.
Señales de los rastros palestinos en su biografía se acumulan durante la búsqueda preparatoria hasta hacer impostergable el viaje a los territorios palestinos, hoy ubicados dentro de un país llamado Israel.
Pero el viaje empieza mucho antes de que la narradora decida tomar un avión de El Al en el aeropuerto de Londres, y deba para ello someterse a controles humillantes y violentos por agentes de la seguridad israelí, evocadores de los “tiras” de la dictadura chilena. Empieza ya en las conversaciones con su padre y las hermanas de este, en las que poquito a poco se revela un panorama de violencia, pérdida, migración y lucha. Pérdida de llaves y de casas, de memorias, de historias y hasta de la tierra, la lengua, los propios nombres.
Asistimos a la dolorosa pérdida de una parte importante de la identidad. Paulatinamente la narradora se mira a sí y a su familia con otros ojos, mientras traza una historia de cosas, nombres y lugares perdidos e irrecuperables, y constata en sí el deseo, la necesidad creciente de acercarse a aquello que, quizás, todavía esté.
En capítulos muy cortos que bosquejan escenas cotidianas, el lector acompaña un texto construido sobre lo que importa y lo que avanza en detalles aparentemente casuales, como la anécdota del taxista de nombre y acento palestinos que en dos oportunidades la conduce, frecuencia poco probable en el tránsito de una ciudad como Nueva York, y en cuyos ojos la narradora cree reconocer a su abuelo; o las breves reflexiones sobre los nombres de esos abuelos, diferentes antes de su arribo a Chile; o las investigaciones en archivos o en internet que arrojan conclusiones sorprendentes; o los mensajes de e-mail, parcialmente tachados (¡censurados!), que la autora intercambia con un amigo israelí que vive en Jaffa (en hebreo: Yafo), a quien finalmente decide visitar por un proyecto literario conjunto. Por razones de seguridad finalmente lo abandonan.
El viaje, sin embargo, no queda abandonado, sino que se hace cada vez más imperioso, también para restablecer la conexión con la parte de la familia que “se quedó” o “volvió”.
Así, los lectores somos testigos de una llamada telefónica que la narradora hace a las tías lejanas. Esta llamada desemboca en un des-/encuentro, emblemático del tono y del significado, a un tiempo íntimos y universales, de la escritura de este libro con la rara virtud de narrar sólo lo importante, a veces incluso sin nombrarlo:
Hola, repito, hello, repito, english?, y trato de decir marjaba, pero se me enreda la lengua. Repito: Maryam. Quien atiende debe ser la otra hermana, la que no estuvo fuera de Beit Jala, la que no habla más que árabe, pero que me lanza algunos trozos de un inglés algo tieso […]
(página 55)
Hay un silencio seguido de un lento who are you, y yo trato de explicarle quién creo ser. Hay entonces un momento de agitación en la línea […] ¡Aaaaaa! ¡family!, dice, entre grandes aspavientos, family!, family!, y yo, sin saber qué más decir, le contesto, yes, yes, y empiezo a reírme porque hay estruendo y hay exageración y hay confusión en esa palabra y hay también un vacío enorme de años y de mar y de posible pobreza, pero a cada family que ella grita más me río yo, diciendo yes, family, yes, como si hubiera olvidado todas las demás palabras.
Después de esa llamada, empieza el propio viaje de la narradora a los territorios palestinos. Lo que más impresiona al lector, por lo menos en mi caso, no es tanto la narración de las violencias cotidianas contra los palestinos que viven en Israel, sino justamente la efectiva cotidianidad de esa violencia, y lo que ello implica.
En varias ocasiones el paso es interrumpido por controles de seguridad, tanto en los checkpoints como en estaciones ferroviarias, o simplemente en la calle. El o la guardia con su linterna será un shock la primera vez que aparezca para exigir mirar en las entrañas de los bolsos de las mujeres, pero en su repetición se impondrá como una costumbre apenas perceptible.
También casi de paso se entera el lector de los varios muros que se están construyendo y de la segregación generalizada, impuesta por razones de seguridad. Casi dejan de importar los incidentes aislados de violencia, porque el texto nos revela el aparato de la seguridad israelí en su conjunto como una maquinaria dotada de una dinámica de violencia tan normalizada, que cualquier alteración resulta inverosímil.
El texto en sí constituye, por ende, una decisión: la decisión de Lina Meruane de reescribir su propia historia a partir de un aspecto de su identidad que antes parecía no tener demasiada importancia. La decisión de la autora implica redibujar estos pasos ahora suyos, simplemente porque los está dando ahora y, en ese proceso, volviéndose Palestina (sí, con mayúscula).
Cuando la narradora se desnuda frente a la seguridad israelí en Londres, su propio cuerpo se convierte en el cuerpo de un país que prácticamente no existe, despojado de sus derechos humanos como ella de su ropa. La situación se asemeja, casi irónicamente, al abominable momento de la historia que hizo necesaria la fundación de un estado para los judíos perseguidos de todo el mundo.
Esa ironía no pasa inadvertida en el libro cuando se explicita la situación de las “personas de segunda clase” que el Estado israelí, lejos de proteger, acosa permanentemente. El cuerpo de la autora, sin embargo, se niega a permanecer desnudo tanto a nivel metafórico como concreto, y lo hace en un gesto elocuente e inolvidable:
Me detengo en una esquina a esperar que cambie la luz. Siento una mano por detrás, o más bien un dedo sobre mi hombro y una voz que formula una pregunta que no entiendo. Ni siquiera podría asegurar qué lengua es y sin fijarme demasiado respondo, en inglés, disculpe, no hablo ni árabe ni hebreo. La mujer que preguntó me mira con espanto. ¿Árabe? No debe ser árabe, ella, por la cara que pone cuando dice la palabra. ¿Árabe?, en inglés, con horror, ¿pero quién está hablando árabe aquí? […] [La acompañante me dice] Pensó que usted era israelí, esto es Israel, me dice. Se confundió, le digo, no soy israelí y no tengo hora, y desenrollando mi pañuelo del cuello empiezo a enredarlo alrededor de mi cabeza.
(página 85)
Con este gesto queda claro el posicionamiento de la voz narradora. Lo interesante es que no se trata de un posicionamiento asumido previamente, sino que es la consecuencia necesaria de su vivencia actual, y que se vale, no casualmente, de una prenda de vestir que lleva sobre el propio cuerpo.
La segunda parte de este libro lleva el título “Volvernos otros” y consiste en un profundo diálogo con otros textos, de escritores, intelectuales y estudiosos del tema israelí/palestino, así como en el repaso de un segundo viaje emprendido por la autora.
Esta parte guarda un tono mucho más ensayístico y, más que al mero relato, se dedica a una reflexión sobre lo vivido. El tema de este ensayo es el poder del lenguaje y sobre todo el poder de las lagunas en el discurso: aquellas palabras en blanco, lo no dicho.
El procedimiento parece bastante sencillo: el texto emerge de un cuadernito con palabras apuntadas durante las lecturas y el viaje. Avanza desde nociones como “casas arrasadas”, “castigo colectivo”, “ocupación”, “muro”, o el igualmente central “silencio”, hacia “empatía”, “paz” y “diálogo”.
A partir de estas palabras clave el texto desarrolla sus hipótesis sobre los usos manipulativos del lenguaje en esa región: la manipulación abarca desde el renombramiento de lugares y personas, hasta la supresión y reemplazo de palabras en el discurso oficial.
Un ejemplo llamativo es la palabra “nakba” que designa desde la perspectiva palestina lo que por otros es recordado como “la fundación del estado israelí”. Otro ejemplo es la designación dispar, a ambos lados del conflicto, de los actos violentos del otro: lo que unos llaman “barrios judíos”, para los otros son “asentamientos ilegales”; lo que para unos es una oportunidad de “ganancias estratégicas”, es para los otros el muro que los encierra.
Según se extrapola del diálogo que el texto de Meruane establece con textos de Amos Oz, Noam Chomsky, Mario Vargas Llosa, David Grossmann, la antropóloga Julie Peteet y la abogada judía que defiende a inculpados palestinos, Leah Tsemel, entre otros, este “verbicidio” es un fenómeno generalizado en el discurso del conflicto.
Y, aun más grave, también los textos de varios autores judíos “moderados” se valen de esta misma táctica de silenciamiento y manipulación de una verdad (d)escrita. El texto de Meruane se propone, en consecuencia, contraponer una voz “otra” en ese sentido en el múltiple discurso sobre el conflicto de Oriente Próximo, una voz siempre consciente de sí misma:
Es verdad que el trabajo político del lenguaje estético puede ser demasiado sutil o sinuoso o lento en reaccionar, puede que su fuerza radique en la contundencia de las preguntas más que en las respuestas que propone. Que la literatura está destinada a interrumpir la lengua reductora de ciertas causas.
(página 191)
Como muestra la referida cita, la voz narradora se ha vuelto más abstracta, más ensayística, pero a la vez más personal que en la primera parte. Con cada nuevo capítulo el compromiso de la voz narradora con la causa palestina se torna más palpable, quizás hasta un punto en que ella misma
utiliza la técnica del silenciamiento de ciertos acontecimientos.
Un ejemplo de ello, que considero revelador y sumamente problemático, es la forma en que el libro describe la violencia del lado palestino durante las intifadas (nombre popular de las rebeliones) y más precisamente en los ataques suicidas verificables hasta hoy:
[S]e me van borrando las huellas de los dedos o las voy dejando junto con mi apellido en la superficie del teclado, y sé que estoy esquivando todavía una respuesta aunque estoy intentándola pero mueren mujeres y revientan niños y viejos y hombres en Gaza convencidos de que deben luchar por su libertad, es decir, por su vida.
(página 192)
Hay un recurso artístico en esta oración y consiste en haber elegido usar el verbo “reventar” de manera intransitiva, equivalente a “morir”, y no como “suicidarse” o volarse uno mismo deliberadamente y con muchos otros –estos inconsultos– por los aires al activar un explosivo.
Se silencia así que se trata de una decisión de esos “niños y viejos y hombres” vueltos en Gaza terroristas y personas-bombas. Por ese procedimiento, los palestinos evocados resultan ser estrictamente víctimas. Y ello es problemático, si bien deja en evidencia la impresionante capacidad literaria de Lina Meruane.
Silenciar la violencia proveniente del lado palestino me parece tan equivocado y necio como los silencios, verbicidios y las abominables agresiones cotidianas provenientes del lado israelí. Pero, quién sabe, quizás sea exactamente este el pensamiento que la autora propone a sus lectores, quizás sea la tentativa consciente de llevar a cabo su propio “verbicidio” experimental.
El texto deriva en una profunda reflexión sobre el compromiso posible de una autora chileno-palestina. Constata la necesidad de dejar abierto el final de esa búsqueda de identidades y respuestas, reveladora de cada vez más preguntas y carente de grandes respuestas:
Tal vez sea ese el único compromiso posible. El de volverse hacia la historia para poder retratar el presente. El de trabajar contra la generalización, contra la conversión a estereotipos y al desparramo de opiniones que aniquilan la verdad.
(página 193)
Este libro vale la pena. En su multiplicidad de voces, mantiene la perspectiva de una mujer que viaja, piensa y escribe con su biografía a cuestas, incluso cuando esa perspectiva cambie de tono y se comprometa más en cada página.
Se trata de un libro violento. Violento como una pedrada. Pero es un libro necesario para abrir los ojos y las mentes de todos los que vivimos este momento de la historia, consumimos productos provenientes de esa región o viajamos sin pensar en lo que sucede allí al lado; todos los que percibimos las noticias, casi siempre interesadas, sobre el conflicto, acordes a las políticas hegemónicas del lenguaje, gestoras de realidades a costa de palabras.
*Esta reseña literaria fue escrita a dos manos por Raquel García Borsani y Christiane Quandt. Gira en torno a Volverse Palestina (Literatura Random House. Barcelona. 120 páginas), en su edición de 2014, conjuntamente con la crónica-ensayo Volvernos otros.