Entrevistas

Las lecciones de periodismo de Germán Mendoza Diago

En Otras Inquisiciones nos sentimos herederos de periodistas inteligentes, locuaces y divertidos como Germán Mendoza Diago, toda una institución en el periodismo cartagenero. Mendoza, quien ha escrito varios de los mejores reportajes hechos en la ciudad, gestó y sigue ayudando en la formación de muchísimos cronistas, especialmente de la Universidad de Cartagena, donde fue docente de la cátedra de Periodismo Internacional. Los que alguna vez fuimos sus estudiantes lo recordamos con la admiración cómplice que se tiene hacia un Maestro, cuya vocación es profundamente singular.

No hay nada más satisfactorio que descubrir un dato y saber que ha sido producto de mucho trabajo de investigación. Lo dice Germán Mendoza Diago, 59 años, uniendo sus dedos, como si sostuviera una joya invisible. Que lo diga con tanta emoción y contagioso asombro, después de más treinta y ocho años de labor periodística, es la primera certeza de estar frente a un gigante de la crónica cotidiana.

Germán no siente ninguna nostalgia de la luz que flotaba sobre su destino de estudiante de Ingeniería Civil. “A mí no me gustaba eso. Me salí a los tres meses”, dice con ironía.

Hoy, juntando los puntos que lo perfilan como una institución del oficio que Gabo consideró el “más bello del mundo”, el antiguo editor general de El Universal y fundador de Q’hubo, en Cartagena de Indias, evita las solemnidades, los homenajes y todo aquello que tenga tufo a estatua. De hecho, no es usual que acepte entrevistas por lo mismo.

Sin embargo, vencida la primera ráfaga de pesimismo, me atreví a proponerle no más que una charla, sin parafernalias ni cursilerías.

Dice que desde pequeño hablaba para los demás. A los doce años sentía la fascinación por el papel impreso. Eso lo saben bien sus compañeros de colegio que lo veían armando murales en los salones. “Era pura emoción. Me gustaba cómo se hacía la prensa, es decir, físicamente: el stencil y los rodillos entintados, eran como juguetes”.

La primera experiencia en el arte de hacer noticias, escribirlas, documentarlas, y narrarlas, fue en el Noticiero radial Todelar.

Hacia el 79 se decantaría realmente su vocación tras marcharse de Cartagena a Popayán, Cauca, a estudiar —porque había que estudiar algo— Ingeniería Electrónica. Allí empezaría a escribir columnas de cine en el diario El Liberal y formaría parte del grupo La Rueda, una cofradía de estudiantes y entusiastas que compartían sus mismos intereses: la literatura, el cine y el periodismo.

“Después de eso entré a trabajar. En esa época el periódico se hacía en linotipo, como un sello”.

La comprensión clara de las diferencias que hay entre los géneros periodísticos y su sentido de la curiosidad, lo hicieron asumir todos los puestos de El Liberal, pasando por redactor, editor y director encargado.

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— ¿Y qué es lo más difícil de ser periodista?

— Buscar los datos. Hay que tener paciencia y fortaleza. Nada de pereza porque hay que investigar, pero no hay nada más satisfactorio.

Con un asomo de humor, me cuenta cómo tuvo que documentarse —estudiar durante días como cualquier universitario— para entrevistar, hace unos 18 años, al premio Nobel de Física de 1988, Leon Max Lederman, a quien le debemos, entre otras cosas, el descubrimiento de los Quarks, esas partículas subatómicas de la materia.

“También es difícil porque te obliga a hablar con todo tipo de personas. El periodismo te hace tolerante, respetar al otro, entender al otro”.

Los periodistas —los genuinos— son poco partidarios de pasar demasiado tiempo en las grises oficinas. “El reportero trabaja en la calle, buscando los hechos, hablando con la gente, son los cronistas de la realidad. Sólo nosotros la contamos. Es una tendencia del ser humano saber qué pasa a su alrededor”.

Por eso cree que el periodismo escrito va a existir siempre, no así el papel. Y sobre todo porque la realidad no es una, son muchas, siempre llenas de matices, de arenas movedizas y sentimientos contradictorios.

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El periodismo, en general, debe ser el punto de encuentro donde se escuchen entre sí, las voces silenciadas que conforman el conglomerado social, étnico y lingüístico de una comunidad en crisis como la nuestra.

Para Germán, a los periodistas de Cartagena les falta leer. “Muy pocos lo hacen y esa es una gran herramienta para entender el mundo”.

Hace dos décadas —dice— el ejercicio era mucho más difícil. Había que ir en bus hasta los lugares de los hechos, la documentación se hacía en las bibliotecas y la consulta con los expertos podía abarcar casi medio día de trabajo. “También se prestaba más para esconder información. Se demoraba uno casi una semana en corroborar. Los gobiernos estaban más dados a censurar y a influir para que no hiciéramos nuestro trabajo. Ahora es difícil esconder porque todo se sabe al momento”.

En la sociedad globalizada e hiperconectada en la que vivimos, el periodismo ha cambiado de forma abrupta. El carácter lineal, jerárquico y monopolístico de la producción de noticias ya no es exclusivo de los medios de comunicación. Ahora cualquier persona puede generar un contenido informativo en Internet y no existe nada parecido a un público pasivo. Todo lo contrario.

—¿Cree que los teóricos de la inteligencia artificial puedan crear alguna máquina que reemplace definitivamente a los periodistas?

—Mecánicamente sí, pero ideológicamente y emotivamente no. La inteligencia artificial nunca podrá reemplazar al corazón humano— advierte Germán, con la mirada fija y rechazando de plano la suposición.

—¿Y en qué cree que ha cambiado el periodismo?

—En el aspecto ético no ha cambiado mucho, o no en el fondo. Siempre habrán periodistas malos, buenos y antiéticos. Lo que cambian son las herramientas con las que uno trabaja.

Mendoza Diago no considera que se le deba imponer ningún tipo de límite a la libertad de expresión. Cree en la utopía. Lo malo es que cuando se avanza dos pasos, ésta también se aleja otros dos. “El único límite es la honra y la buena imagen de las personas. Siempre y cuando no se digan mentiras, uno puede decir las cosas por malas que sean”.

También explica que el periodismo siempre chocará con las autoridades y que “siempre estamos (los periodistas) indefensos, es nuestra principal debilidad. Estamos desprotegidos”.

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Aunque escribir cuentos y ficción siempre es una tentación para cualquier periodista, el Maestro, nacido en Ciénaga de Oro, Córdoba, opina que “la realidad es lo suficientemente maravillosa. La vida real es muy creativa”.

Rebelde hasta el pliegue de su conciencia. Perfila a la curiosidad, la desconfianza, la capacidad de investigación y la cohesión de todos los ángulos informativos como los comunes denominadores de todo aquel que quiera emprender el oficio.

“Los peores pecados son la deshonestidad y la prepotencia. Hay que ser honesto con uno mismo, no mentir, tener compasión, considerar que cada persona es única y respetable, y actuar en consecuencia”.

El periodismo que hace Germán Mendoza Diago cruza por las callecitas de Cartagena, entra en las alcobas, salta por las ventanas de la memoria, disfruta con las alegrías inolvidables, y se entinta para contar las crónicas que, por fortuna, nos siguen alumbrando a los más jóvenes.

“Es el mejor oficio, no lo cambiaría”, dice.

Su libro ‘La vida, una crónica fuera de serie’ es un lujo para los lectores de No ficción. Tiene la singular mezcla de rigurosidad informativa y humor inteligente. Cortesía: El Universal