Arte y Letras,  Cartagena,  Textos de autor

A bordo de la Expedición Padilla

­

Un relato que se parece mucho a la bitácora de un capitán de navío, una crónica sobre la singular travesía marítima que replicó la Expedición del Almirante Padilla, con recuerdos entrecruzados, entre el sabor salobre del mar y la compañía riquísima de la música del Caribe. Un periplo, en definitiva, muy bien logrado por el arquitecto y curador musical Eduardo Polanco Porras.

“Cuando era niño mi barrio era un continente y cada calle era un camino a la aventura en cada esquina una memoria inolvidable”. Así inicia Rubén Blades la canción titulada Como nosotros, en su álbum Mundo. Canción urbana que me recuerda los años que viví en el barrio José Manuel Rodríguez Torices, el mejor trazado de Cartagena desde el punto de vista urbanístico.

Sus calles hacían homenaje a personajes como Julio Arboleda, Benjamín Herrera, Manuel Murillo Toro, Jorge Isaacs, Guillermo Posada, José María Pasos y Pedro Romero. Otras se llamaban La Paz, Santa Fe, La Libertad, Bogotá, Bolívar, Sucre, Santander, Nariño, 20 de Julio y Progreso.

Torices era un barrio con tres cinematógrafos al aire libre: El Caribe, El Variedades y El Cultural; con la heladería El coche rojo, con carpinterías de excelentes ebanistas donde comprábamos trompos en guayacán; con un mercado sectorial, una fábrica de vinos y el cabaret Aires Cubanos. Pero tenía también clínica, lavandería, iglesia, colegios y campos deportivos sin grama en La Salle y Santa Rita, donde se jugaba bola de caucho, bolita uñita y tapita. En ese continente se dieron grandes héroes del béisbol y el boxeo.

Torices es costa del mar Caribe separado por el caño de Juan de Angola; cuerpo de agua que se conecta con la Ciénaga de la Virgen y la bahía, lamentablemente amenazadas por la contaminación ambiental.

Fue ruta y espacio privilegiado, a mediados de los 60, para hacer deporte acuático. Con mis cinco hermanos planeábamos aventuras de navegantes alquilando botes a pescadores de Marbella para hacer deporte a puro y físico canalete, en emocionantes travesías por los caños. Zarpando al noreste llegábamos a la Ciénaga de la Virgen, que nos parecía otro mar, y al sur, con el viento a favor, llegábamos hasta la bahía y la Isla de Manga, en una ruta que se repetía entre mangles y clemon para aprovechar las cosechas de mango, uvita de playa y chirimoya que descubríamos en los patios de las casas-villas del barrio de Manga.

La travesía a bordo del ARC

Estos recuerdos me vinieron a la memoria cuando fui invitado a participar como expedicionario en la Expedición Padilla. La invitación era para ir a bordo del buque multipropósito ARC Cartagena de Indias, en un periplo que tenía el propósito de exaltar la Independencia de Cartagena de Indias, la vida y obra del almirante José Padilla y lo afrocolombiano como parte de la multiculturalidad.

Pero era también una invitación a entrar en contacto con la realidad social, ambiental y cultural de los principales puertos del Caribe colombiano.

La travesía me entusiasmó porque venía de viajar por aire y tierra con el grupo Maldeojo1, evaluando los Salones Regionales de Colombia como investigador curador en artes plásticas y museógrafo, para realizar la versión 42 del Salón Nacional de Artistas, que se realizó en Santa Marta, Barranquilla y Cartagena, en un intento por descentralizar y visibilizar el arte nacional e internacional en nuestra región Caribe.

Estatua de José Prudencio Padilla en la Plaza Central de Riohacha. Cortesía: Eduardo Polanco, 2011.

¿Qué se escucha en el Caribe?

Con una llamada a mi teléfono móvil los organizadores me avisaron que tenía en el correo electrónico un formulario que debía diligenciar para legalizar mi participación y que mi trabajo en la expedición era con la música. No dudé en aceptar y pensé en una curaduría musical para una serie en el programa radial Encanto Caribe, por la emisora de la Universidad de Cartagena, UdeC Radio. Quería también trabajar la música como Proyecto Regional en dúo con mi gran amigo Rafael Bassi realizador de Concierto Caribe, de la emisora Uninorte FM Estéreo, para producir un espacio que intentara responder a la pregunta: ¿Qué se escucha en el Caribe colombiano?

Con Rafael Bassi, veterano y batallador en esto de la música, trabajamos hace unos años en una compilación musical para el Primer Encuentro Latinoamericano de Proveedores Independientes de Agua Potable y Saneamiento, realizado en Cartagena con el apoyo del Banco Mundial. Hicimos un disco compacto que en este momento es un incunable, con canciones de intérpretes nacionales e internacionales que parafrasean poéticamente el elemento agua. Elemento que nos une compartiendo de nuevo con ánimo de navegantes de la Expedición Padilla -a la memoria del benemérito e intrépido marino de nuestra magna epopeya- para estructurar un proyecto con la música: el registro más inmediato y extendido de la sensibilidad contemporánea.

Hicimos un plan de trabajo para cada ciudad, elaborando registros contemporáneos, visitas a coleccionistas, entrevistas a vendedores estacionarios de música en acetato y grabaciones piratas, preguntando a los transeúntes qué música escuchan y qué canción les recuerda a su ciudad.

A trece nudos

Zarpamos a las 5:00 a.m. del Muelle Turístico de Manga. Yo llevaba mi propia banda sonora en los audífonos, escuchando el legendario Joe Arroyo …Como me gusta mirar/ los barcos en la bahía… Navegando a trece nudos rumbo a Barranquilla, reflexionaba desde mi memoria y con ojo sibilino.

En charla con los estudiantes expedicionarios, les preguntaba por qué a José Padilla no se le rindió homenaje con una estatua en el espacio público en Cartagena. ¿Por qué no se les ocurrió a los historiadores en el Centenario? No sabemos, pero creo que es el momento para una propuesta escultórica urbana contemporánea, no estatuaria, pues estamos invadidos, como lo delató el maestro Enrique Grau en el telón de boca del teatro Adolfo Mejía, de monótonas estatuas.

El maestro de historia patria

Mar adentro los delfines nos acompañaron, un sol brillante sobre nosotros y a cuatro millas del centro amurallado, les contaba a los alumnos de cuando yo estudiaba en el Colegio de la Esperanza y tenía al profesor José Rodríguez, oriundo de Sabanalarga, quien vestía siempre de blanco en dril naval, como maestro de historia patria y geografía. Sus clases eran como un videotape y en ellas relataba—con onomatopéyicos sonidos— las hazañas de este héroe guajiro que como hombre de mar lideró las batallas de La noche de San Juan en la Bahía de las Ánimas y la del Lago de Maracaibo. Era maravilloso verlo refrescarse con un abanico que le había regalado un compañero de origen hindú, cuyo padre era dueño del Bazar Calcuta.

En sus clases teníamos que aprender los nombres de las capitales en geografía, ejercicio de competencia comunicativa para no perdernos frente a los grandes mapas que pendían frente a nosotros. En historia de Cartagena nos preguntaba los nombres de las calles de los barrios del centro amurallado, por eso supe que José Padilla había recibido de su barrio Getsemaní, uno de los más populares del centro amurallado, el homenaje de ponerle su nombre a una avenida que, sin embargo, sigue siendo conocida como la Calle Larga. Allí, al costado derecho de la iglesia De la Orden Tercera, viniendo de Manga, figura la placa anclada en mármol con su nombre en bajo relieve.

La casa del Almirante

El hoy Centro Comercial de Getsemaní, desafortunada y hacinada “cueva” comercial, fue el predio donde vivió José Padilla; casa alta colonial de primera importancia, demolida por administraciones ajenas a la conciencia de conservación del patrimonio edificado; las mismas administraciones que ordenaron demoliciones de predios y murallas para dar paso a la modernidad.

Si existiera todavía, la casa sería el sitio ideal de la Casa Museo Naval José Prudencio Padilla. Creo que alguna de esas administraciones se arrepintió demasiado tarde y decidió edificar —brillante idea— el Cine Padilla, una de las más grandes salas al aire libre, con un diseño funcional para disfrutar el séptimo

arte. Esta edificación, con dos garitas en su fachada, tuvo en la entrada principal una placa en mármol que decía: “Aquí vivió el Almirante José Padilla”. Como diseño, el edificio fue una propuesta postmoderna que hacía referencia a la arquitectura militar, muy cercana a la teoría que lanzó Charles Jencks en su libro The Language of Post-Modern Architecture, Rizzoli, NY 1977.

Acceso principal al cine Padilla. Cortesía: Fototeca Histórica de Cartagena de Indias

El Cine Padilla

También les contaba a los jóvenes expedicionarios, que disfruté ese espacio porque mi padre fue administrador de Circuitos Velda, empresa responsable del manejo de las nueve salas de cine al aire libre que existieron en Cartagena: el Padilla en Getsemaní, el Atenas en Daniel Lemaître, el Caribe y el Variedades en Torices, el Circo Teatro en San Diego, el Miramar en el Pie de la Popa, el Granada en el Barrio Chino, el Colonial en La Quinta, el Miriam en El Bosque, el Cine Blas de Lezo en ese barrio, y el España también en su barrio, donde vivían todos los chinos de Cartagena.

Fue en ese circuito donde me inicié como programador musical para los cines, entreteniendo al público mientras la tarde iba perdiendo su esplendor, para dar inicio a la función vespertina y nocturna. Siempre con la ilusión de ver un estreno: la película del héroe guajiro José Padilla en batallas militares en la laguna Salá o en Maracaibo o en el Mar Caribe.

El espacio del Cine Padilla fue el único que le rindió homenaje al almirante, con dos columnas imponentes de siete metros de altura enmarcando el acceso a la sala, dividida con un muro que separaba al público según el precio de la entrada. Su fachada, que hacía referencia a la arquitectura militar estaba conformada por dos garitas que funcionaron como taquillas; la garita izquierda vendía tiquetes para la sección general, donde se compartían sillas de madera, como las de las iglesias; la garita derecha para las secciones de luneta y palco techado en forma de herradura, con sillas metálicas individuales con asientos rebatible.

En la entrada principal teníamos el privilegio de circular viendo afiches de los próximos estrenos por un hall cubierto a dos aguas, con recorrido de treinta metros; o como segunda opción, la decisión de subir a una rampa como las de los baluartes para disfrutar de la mejor brisa caribeña al lado de la cabina de proyección. También podíamos pasar a luneta al aire libre, o al palco techado en forma de herradura del acceso vehicular, tal como se accede actualmente al centro comercial de Getsemaní.

Universidad flotante

Vuelvo a la Expedición Padilla: entrando por Bocas de Ceniza a una velocidad de siete nudos en contra de la corriente sobre el imponente rio de la Magdalena, les comentaba a mis compañeros de periplo que Barranquilla hizo homenaje en un parque a José Padilla con una estatua en la que parece un pirata con disfraz del carnaval.

En la vía entre Ciénaga y Fundación encontramos otra estatua, pero en un estado deplorable: cojo, sin brazo y con un hueco en la caja torácica. En Santa Marta se sabe que en los años 60 o 70 existió un busto en el camellón que desapareció con la renovación urbana del Centro Histórico de la ciudad. En Riohacha sus restos reposan en la catedral, en un mausoleo de mármol con busto en bronce. Y en la plaza de la capital guajira, cuna del héroe, se levanta una imponente estatua como desagravio y homenaje del pueblo colombiano a su valor y patriotismo.

En otro lado del buque el capitán de fragata Óscar Mantilla ofrecía una conferencia sobre el mar, la navegación y otras hierbas marinas, y en cubierta la antropóloga Margarita Serje dictaba una charla sobre las relaciones entre nación, soberanías mixtas y democracia, que es tema de su último libro.

Fue un interesante intercambio con los estudiantes sobre cómo se repiten ciertos fenómenos políticos a lo largo de la historia en el Caribe colombiano… ¡qué maravilla!… nos sentíamos ‘como en una universidad flotante’, comentó Patricia Iriarte, compañera de la expedición.

Espacios culturales

En tierra firme el buque fue recibido con aires del Atlántico interpretados por la Banda de la Armada Nacional de Barranquilla. Se programaron visitas a espacios culturales, se presentaron exposiciones en museos, libros, conferencias conciertos. Un circuito cultural por La Arenosa con el espíritu de José Padilla, y la independencia de Cartagena de Indias.

La exposición bilingüe Spirit of Persistence, -por citar un ejemplo- fue una muestra que me hizo recordar el paisaje con las goletas en la Bahía de las Ánimas, ancladas a 45 grados al costado del bello mercado público, imagen lamentablemente borrada de la memoria de los cartageneros.

También la muestra en el museo de arte de la Universidad del Magdalena “Cuadros Vivos” del artista Cristo Hoyos, me viene con frecuencia a la memoria: entramos a la sala, oscura como en cine, para que una vez prendida la luz, lográramos un efecto especial en los receptores al confrontarnos, como público, con tres pinturas en gran formato del artista caribeño.

En la visita al Archivo Histórico fuimos a observar y firmar un acta haciendo un llamado de atención sobre el estado crítico en que se encuentran estos documentos, una de las colecciones más completas del siglo XVIII, con libros incunables y hermosos manuscritos en tintas que se difuman en páginas que ‘craquean’.

Los libros La libertad e igualdad en el Caribe Colombiano 1770-1835 de Aline Helg, historiadora experta en divulgar la vida y obra de José Padilla, La Historia Social del Caribe Colombiano de José Polo y Sergio Paolo Solano acompañaron el itinerario; también Geografía submarina del Caribe Colombiano de la Dimar, Derrotero y cartografía de la Expedición Fidalgo por el Caribe Neogranadino 1792-1810 Francisco Fidalgo extraordinario cartógrafo (editado por Camilo Domínguez, Ossa Hernando, Luisa Martin-Meras Verdejo), que me invitó a observar detenidamente desde el barco, la geomorfología del litoral Caribe.

También en Macondo

En Aracataca, provincia de Padilla, tuvimos la conferencia: “La música y la literatura” , de Ariel Castillo, en la Casa Museo Gabriel García Márquez. Fue una charla maravillosa, acompañada con aires de música vallenata y al término, un recorrido por sus calles: vimos allí a un personaje del pueblo, de 82 años de edad, que tocaba un instrumento vernáculo de viento, con sonoridad de la sabana de Bolívar. Se trata de un instrumento que evolucionó, pues antes se tocaba con la boca en un pedacito de hoja de lirio (que se pelaba y se le sacaba una película transparente), otra opción era la peinilla, que se cubría con papel brillante de cigarrillo “pielroja”; el último cambio, es al material de acetato de rayos X.

Otra experiencia macondiana en ese recorrido fue la locomotora: de los 45 jóvenes estudiantes expedicionarios que alcanzaron a verla pasar con sus vagones vacíos y destapados por la Estación de Aracataca, varios confesaron que no la habían visto nunca. Aproveché para contarles que ese medio de transporte hizo parte del paisaje de la región Caribe y que solo Santa Marta lo mantuvo; era pintoresco verlo, años atrás, con los vagones cargados de gajos de bananos recién cortados, pitando, expulsando humo blanco de vapor entre el verdor de hojas de la zona bananera. Ahora esos 120 vagones que habían visto pasar regresarían cargados de carbón para sacarlo del país al aire libre, contaminando así con sus negras partículas a pueblos, paisajes y playas del Mar Caribe.

Disco de 45 revoluciones con 2 cortes, grabado por la Flota Mercante Grancolombiana. Cortesía: Eduardo Polanco.

La radio en casa

De regreso, en el bus de la Expedición Padilla, a Santa Marta, recordando mi recorrido por la Casa Museo de Gabo, se me vino a la cabeza pensar que uno se inició en la música escuchando la radio en casa.

Teníamos un transoceánico de tubo marca loewe opta de madera con teclas de baquelita, donde mi madre escuchaba la Orquesta de Lucho Bermúdez y Matilde Díaz, la Orquesta de los hermanos Castro, Libertad Lamarque y Lucho Gatica; uno de sus temas favoritos era Bésame mucho, tema que hace parte de la banda sonora del filme animado Chico y Rita de Fernando Trueba con la música de Bebo Valdés.

Tengo la imagen de mi madre en mi memoria, copiando, con agilidad extraordinaria, en sus manuscritos, y con una escritura de moda en los años 50 (la taquigrafía), las canciones que se emitían una vez al día. Después elturno al bate era para mi padre, sintonizando Radio Habana Cuba, casi siempre en la primera o segunda mitad del noveno, sus partidos de béisbol con la voz del famoso e inolvidable Bob Canel.

En la Samaria, indagando discografía, encontramos con Rafael Bassi el long play “Estampas musicales de Santa Marta en sus 450 años” de 1975 , con el famoso tema anónimo El helado de leche, danzonete típico de Santa Marta, Cantando sobre el mar y Burucuca de Lucho Bermúdez, El Indio tayrona de Alfonso de Espriella, Cumbia cienaguera de A. Paz Barros, Santa Marta tiene tren de Crescencio Salcedo, Santa Marta mujer de Sonia Guerrero, Puerto Galeón de Alberto Nieto, Taganga de Nacho Dugan, Las Pilanderas de José Barros, Santa Marta de Mario Gareña, Santa Marta Linda de Marco Posada, y El Samario de Álvaro Tovar.

Vaivén a mar abierto

En la ruta final, sorprendidos los expedicionarios ante Riohacha, capital sin puerto, anclamos a cuatro millas de tierra firme, distancia dividida por dos colores, dos millas de azul esmeralda y dos del color ocre, del río Ranchería que teñía toda la orilla del litoral.

Desembarcamos cuando la tarde perdía su esplendor, tremenda osadía. El capitán del barco César Martínez, a mi lado, me reparó de pies a cabeza. Se me acercó y al oído expresó “usted es el primero en bajar”, me vio aspecto de lobo de mar, pensé.

Bajando a una lancha de treinta pies de eslora, nudo en la garganta, por supuesto, vaivén de mar abierto, una heroica experiencia premiada con aplausos, en ese adminículo que llevaría a tierra firme los quince primeros navegantes.

Concentré mi observación en Rafael Bassi. Lo que para mí fue heroico, para él toda una odisea bajar por la escalera de cuerdas colgadas a ese casco metálico. Mostrando por debajo de la línea de flotación adherida hierba marina y ostiones, al compás del sube y baja de la marea. Rafael, asustado, y el movimiento de sus pies semejando bailar una salsa salobre.

La libertad

Explorando en Riohacha, y dando por hecho que se escucharía nada más música de acordeón, resultó que encontramos un festival de boleros con varias versiones, un concierto ofrecido a los expedicionarios por una orquesta de jóvenes interpretando charangas, y en el famoso malecón, la competencia de decibeles producía las sonoridades más extrañas en la esquina del continente latinoamericano.

Pero la gran sorpresa melómana fue descubrir El himno Almirante Padilla, —letra y música de Carlos E. Vargas Rubiano—, un acetato de 45 revoluciones grabado por la Flota Mercante Grancolombiana; se tocó el disco por segunda vez en la plaza, con ofrenda floral que contó con la llegada a la Expedición Padilla de la Alcaldesa de Cartagena (2008-2011), Judith Pinedo y toda su cúpula, y de la Fuerza Naval del Caribe, demostrando el amor y respeto por un hombre nacido en la Villa de Pedraza, pueblo olvidado y desaparecido, ubicado en las cercanías de esta capital, quien con su capacidad y valentía supo llevar a todo un ejército por los mares del Caribe, para darle la libertad a varias regiones, entre ellas a la hermosa Cartagena, que no olvida ese gesto.

Fotografía: Armada Nacional de Colombia 

Leave a Reply

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *