Cine y TV

Esa magia inconfundible: Estudio Ghibli

Todo apunta a que La princesa Mononoke fue la que atrajo la mirada hacia las obras anteriores de Hayao Miyazaki, y, simultáneamente, hacia el estudio Ghibli y al fallecido Isao Takahata. Esta cinta de 1997 hace parte de un lujoso catálogo de títulos como El viaje de Chihiro, La tumba de las luciérnagas, Mi vecino Totoro, El Castillo ambulante, El castillo en el cielo o Ponyo, para resaltar algunos en este pequeño homenaje que Otras Inquisiciones rinde a un verdadero referente del cine y la animación japonesa.

Mazinger Z, Astroboy, Centella, Candy Candy o Heidy llegaron poco a poco a finales de los años ochenta e inicio de los noventa a las pantallas de América y de Europa; el arte japonés y su industria animada empezaban a afianzarse en la televisión occidental, coincidiendo y sirviéndose del naciente servicio de la televisión por cable.

Aquello fue definitivo para la proliferación de las producciones niponas, puesto que se abrieron los espacios para un amplio repertorio de contenidos, algo similar a lo ocurrido en estos tiempos de las plataformas streaming, cuando hay más superficies de exposición (como la televisión por cable o el internet) hay más oportunidades para nuevas producciones.

Hasta aquí hablamos de televisión, pero un poco más tarde el auge del anime abrió las puertas para el cine, fue allí donde ambos continentes tomaron conciencia de las obras cinematográficas japonesas, y en donde resaltó por su brillo, el inconfundible trabajo del estudio Ghibli.

Más allá de la narrativa

La mayoría de las veces se asocia la narrativa de Ghibli con la estructura Kishōtenketsu, un paradigma en el que las historias (esta vez plasmadas en la gran pantalla) van más allá de conceptos como el inicio, el clímax y el desenlace, en cambio se sigue el modelo: introducción, desarrollo, giro y conclusión. Estos cuatro tiempos se asocian a la ausencia de conflicto como parte esencial de la narración, es en este lienzo blanco en donde podría tener acción la ya conocida capacidad de despliegue de los maestros Takahata y Miyazaki, para dar lugar a la magia inconfundible de Ghibli.

Takahata y Miyazaki parecen ofrecer una adaptación al cuento de La sirenita del escritor danés Hans Christian Andersen, en la cinta Gake no eu no Ponyo; la versión Ghibli consigue aportar los dos lados de la historia, de una parte la historia de la sirena cuya existencia depende de encontrar el amor en un humano, de otra parte la historia de Ghibli se permite darle al humano la oportunidad de conocer quien es realmente esta mujer y la importancia que su amor tiene para su vida, un sustancial elemento que evita la tragedia narrada por Andersen.

Habrían miles de detalles que resaltar y apuntar de todos los títulos de Ghibli: la premisa ecológica latente en La princesa Mononoke, la esperanza y el inocente amor filial en Mi vecino Totoro, o la tragedia de la Segunda Guerra Mundial en La tumba de las luciérnagas (por cierto, estas dos últimas son las piezas fundacionales de Ghibli, publicadas simultáneamente en 1988); sin embargo es necesario recordar otros puntos que hacen de Ghibli algo más que una compañía de la industria animada.

De aprendices a maestros

Miyazaki y Takahata venían de desempeñarse como aprendices y como empleados de otras compañías en las que incluso Hayao Miyazaki tuvo oportunidad de servir al celebre patriarca del manga y el anime, Osamu Tezuka; y por su parte Isao Takahata acababa de trabajar en el desarrollo del filme de Lupin III. Al juntarse para crear ese proyecto llamado Ghibli, comenzaron a generar un cambio sustancial que permitía mejoras salariales y horarios más justos a los empleados, derechos que entonces resultaron revolucionarios en el contexto de la industria.

Que ambos sean referentes en el dibujo, la creación y elaboración de guiones, es apenas natural; no obstante, sorprende descubrir detrás de escenas el amplio dominio de Hayao Miyazaki sobre la música y el canto, de tal forma que cuando él habla todos (artistas e interpretes) atienden y acogen sus disposiciones.

Ghibli también introdujo el concepto de mercadeo asociado a la industria audiovisual como arma para sostener las finanzas, y por accidente, la popular imagen de Totoro se convirtió en un producto comercial y en la imagen icónica del estudio hasta nuestros días. Aquí vale nombrar a Toshio Suzuki, quizá el menos famoso de los tres fundadores de Ghibli pero su labor como productor es (o fue) tan brillante como la de sus socios en los lápices y las pantallas, sin su complicidad Ghibli podría no haber dado los frutos que hoy satisfacen a los fanáticos.

Hayao Miyazaki, Toshio Suzuki y Isao Takahata, fundadores de Ghibli

Imágenes: todos los derechos reservados y pertenecientes al Estudio Ghibli