Arte y Letras

La musa del maestro de ‘La piragua’

Uno de los dioses más seguros de nuestro tiempo por su infinita nostalgia es José Benito Barros Palomino. Más de 700 composiciones y una manera única de narrar el inestable territorio de los sentimientos, lo acreditan como uno de los músicos más prolíficos de Colombia tanto por su recursividad literaria y gramática, como por la versatilidad de géneros musicales de sus canciones.

El propio Gabo se maravillaba del verso: “Ya no cruje el maderamen en el agua”, que habita en su tema inmortal ‘La Piragua’.

Ayer se cumplieron 100 años de su nacimiento en El Banco, Magdalena, y el Ministerio de Cultura, además de desarrollar un homenaje en su pueblo natal, ha nombrado este 2015 como su año, en un acto de justicia y reconocimiento con este titán de la música popular fallecido a las 4:30 a.m. del 12 de mayo de 2007 en Santa Marta, ¡A los 92 años!

“¿Qué me dejó tu amor? Mi vida se pregunta. Y el corazón responde: pesares, pesares”. ¿Se puede escribir mejor?

El maestro, de corte socialista, profundo admirador de las ideas de Lenin y de la literatura rusa, tuvo nueve hijos de tres parejas sentimentales a lo largo de su vida. Veruschka Barros es la penúltima. Dirige la Fundación que lleva el nombre de su padre -creada por él mismo en 1969 y precursora del Festival Nacional de La Cumbia-. Vive en El Banco, aquel municipio de más de 55 mil habitantes de la Depresión Momposina.

Redescubrir al Maestro a través de los ojos de infancia de su hija fue una búsqueda memoriosa del intrincado familiar del genio del compositor y del padre estricto.

– Cómo recuerda a su padre, ¿Era un un hombre cariñoso?- le pregunté el martes pasado en Bogotá-.

– No podría decirte que era cariñoso con nosotros, era consentidor en el sentido de que teníamos todo lo que quisiéramos, quizá con el propósito de suplir la falta de la madre en el hogar, pero no era una persona afectiva del todo. Era estricto, rayaba en la psicorigidez porque era demasiado organizado, no soportaba una arruga en su cama, eso se lo heredé yo, tenía que tener esa cama bien arreglada.

Veruschka, hija del maestro y Dora Manzano, también heredó el contorno de los ojos de su papá. Su parecido, dice, la hacía una de las hijas más consentidas. “Era el orgullo de él porque mis dos hermanos son blanquitos y ‘ojiverdes’ y demás, entonces cuando le decían a mi papá: ‘¡Maestro, esa niña cómo se parece a usted!, él sacaba pecho y se ponía como pavo real. Tengo los ojos de mi abuela Eustasia Palomino (de origen indígena y quien se casó con el portugués Joao Do Barros Traveseido)”.

Aunque José Barros estudió hasta quinto primaria, fue un lector ávido. “Mi padre era un tipo que leía muchísimo, yo lo veo como un genio de la música y de la escritura. Él lo que hacía era verdadera poesía. Leía de todo: Juan Rulfo, Dostoyevski, Tolstoi, poetas colombianos y latinoamericanos. Su pasión por la lectura era evidente y se refleja en el uso de la gramática y la métrica perfecta”.

Barros, padre, no solamente dejó a vísperas de su muerte un ritmo nuevo en el que trabajaba llamado ‘Katanguelé’ que no alcanzó a ser grabado, también dejó partituras, y alrededor de diez canciones inéditas, y cuatro novelas.

El amor y las mujeres

“La vida de mujeriego de mi papá se le acabó cuando se hizo cargo de nosotros. Yo era sumamente posesiva con mi papá, me le conocía todos los escondrijos en El Banco, y lo peor que pudo hacer fue regalarme una bicicleta, porque yo me iba a bucearlo y me lo traía para la casa. Ya al final de los años se resignó a que ya no podía seguir en su vida de chupaflor”, me dice Veruschka, administradora de empresas, cuyo proyecto, con apoyo del Mincultura, consiste en crear un museo y centro de documentación en la tierra donde los abuelos contaron que hace tiempo navegaba en el Cesar una piragua.

Tuvo tres parejas. Se casó sólo con la primera, Tulia Molano, por la Iglesia y posteriormente conoció a Amelia Caraballo con quien tuvo cuatro hijos. “Después conoció a Dora Manzano mi madre y se separaron al poco tiempo de haber nacido mi último hermano Boris”.

– ¿Era muy piropero?

– ¡A toda mujer que llegaba! Hay una anécdota de un periodista que va a hacerle una entrevista, y va con su esposa. Mi papá empieza a coquetearle a la esposa del periodista y él muerto de la risa, porque mi papá ya a su edad ya estaba por encima del bien y del mal. Le dice mi hermana (Kathyuska): ‘Papi, vea que ella es la esposa del señor…’, y él responde:  ‘¡Ay, ella está casada, pero yo no!

De niña dice no haber sido muy consciente del genio musical que la estaba educando. Fue necesario tiempo y madurez. “Para mí era algo desapercibido -su fama-, sólo cuando llegaban los periodistas a mí casa, las cámaras de televisión, o cuando llegaba mi padre después de ciertas ausencias y se le hacía un recorrido por las calles en el carro de bomberos, era cuando me daba cuenta que mi padre debía ser alguien importante. Sólo cuando crecimos ya teníamos el carácter suficiente para decir que era un genio de la música y motivo de orgullo. Pero nosotros somos personas del corriente, mi padre fue una persona muy sencilla, sin mayores pretensiones”. 

Para José Barros el orden era fundamental. Las mecedoras de su casa debían estar alineadas a su manera, la casa limpia y las habitaciones organizadas. “Le gustaba que si cogíamos algo, luego lo dejáramos en el sitio donde correspondía”. Era estricto incluso con el peinado de su hija. “Él mismo me cogía y me templaba el cabello y me hacía una trenza enorme. Mis amigas iban a mi casa a que mi papá les hiciera el lazo de atrás del vestido, porque era perfecto. Pero tampoco era de los que prohibía, crecimos con mucha libertad”.

El compositor escribía música y letras en su mecedora. Hacía su propio pentagrama y después salía a las 3 de la tarde a tomarse un tinto, bien charlado y con un vaso de agua por favor, en casa de Socorro Cárdenas, una de sus grandes amigas. Esa era la primera estación, luego iba donde Carmen Martínez para seguir conversando y se tomaba el segundo tinto. Finalizaba en la casa de Lucia Pisciotti, en la Calle Nueva. “Allá teníamos que ir a buscarlo nosotros a las 6 de la tarde para regresarlo a la casa, era una rutina de todos los días”.

En todos sus cumpleaños recibía pudín de parte de Doña Eligia de Casado y María Elvira Vigna. Los amigos más antiguos iban a visitarlo. Pero cuando se mudaron a Santa Marta, hacia el final de su vida, había banqueños que viajaban para llevarle serenata. A veces, José no recordaba que estaba cumpliendo años.

Por eso el de ayer fue un reconocimiento que retumba en la memoria de todos los colombianos. “Es un reconocimiento muy grande. Fue un trabajo conjunto de artistas, de gestores culturales, de organizaciones de toda la Región Caribe que buscaron que se le diera el reconocimiento al maestro José Barros, pienso que hasta ahorita estoy -estamos- redescubriendo la magnitud de la obra musical de mi papá”.

De todos los luminosos temas, sus favoritos son los boleros y tangos como ‘Viejo Carrusel’, ‘Falsaria’ y ‘Como tú reías’.

Epílogo con despecho

Es imposible hablar de la vida de José Barros sin hacer mención a su obra, en donde se plasman los amores furtivos y las decepciones más descorazonadas.

“Creo que mi papá es el verdadero rey del despecho, toda su vida está plasmada en las canciones”, dice Veruschka y no se equivoca pues los versos, aún hoy, son la semilla de un gran árbol de saberes y tradiciones colombianas, elementos de una identidad que nos une.

José Barros Palomino estuvo viviendo en un hotel de Cartagena desde 1946 a 1949 como cantante de la agrupación de ‘Toño’ Fuentes, Los Trovadores de Barú. En esa época, cree su hija, llegó a esta ciudad “buscando distancia de los problemas matrimoniales que él tuvo con su primera mujer”.

Una vez más la desolación, el despecho y las mujeres que siempre signaron su vida, fueron formando la memoria musical de todo un país que aprendió a enamorarse con sus canciones.

Fotografía al maestro José Barros
Crónica del periodista Andrés Pinzón-Sinuco, publicada el 22 de marzo de 2015, en el diario El Universal. Fotografía: Milton Ramírez.