Parranda en la pandemia: los paisajes mentales
Doscientos años atrás la preocupación de los organismos administrativos de Cartagena estaba centrada en los vagos, grupos de hombres y mujeres sin empleo y sin interés de asistir a las escuelas, personas que deambulaban por la ciudad durante todo el día. Muchos se convirtieron en limosneros, otros frecuentaban o formaban sus propios sitios de ocio, fiestas escandalosas y perturbaciones del orden público. Nombres como el de Bartolomé Calvo aparecen en la lista de personalidades preocupadas por este asunto, pero de una forma u otra el problema subsistió y subsiste. Hoy se habla de indisciplina social en medio de la pandemia que ha cobrado más de once mil vidas en Colombia.
Desde el 26 de marzo del 2020, y por un periodo de cinco meses, Colombia ha seguido el único método de control de la pandemia provocada por el Coronavirus: el aislamiento preventivo; las calles se vaciaron, los centros de congregación se cerraron, los buses dejaron de rodar atiborrados, pero poco a poco un fenómeno inesperado comenzó, las calles se llenaron de pickups, cajas de cerveza y ron, fiestas, bailes y descontrol; incluso en donde no parecía haber comida había suficiente bebida.
Sucedió en todo el país, en distintas proporciones, ¿pero por qué es tan difícil comprender los comportamientos de indisciplina social, fiestas clandestinas o en la mitad de las calles, en el marco de la pandemia?
¿Qué dice la sociología?
“La función de un hecho social debe buscarse siempre en la relación que sostiene con algún fin social”, escribió Émile Durkheim en Las reglas del método sociológico; el sociólogo propone distintas observaciones para hacer un correcto análisis de la sociedad y los fenómenos sociales. Una de sus conclusiones le permiten indicar que “la causa determinante de un hecho social debe ser buscada entre los hechos sociales antecedentes, y no entre los estados de la conciencia individual”.
Durkheim propone que el modo de vida de determinado tipo de ciudadano se debe reconocer como hechos sociales; sostiene que los hechos sociales “consisten en modos de actuar, de pensar y de sentir, exteriores al individuo, y están dotados de un poder de coacción en virtud del cual se imponen sobre él”. De esta forma, el autor señala que los comportamientos sociales de un individuo provienen, en esencia, de costumbres aprendidas y pueden tener origen en tiempos pasados, de modo que dichas costumbres pueden ser anacrónicas.
Anacrónicas como el hábito de orinar detrás de un árbol, detrás de un poste de servicio eléctrico o en la pared de una casa en cualquier barrio de la ciudad. Un comportamiento tan antiguo como la misma Cartagena de Indias, suficientemente documentado en los libros de historia.
Volviendo a Durkheim, un hecho social corresponde a un marco de “maneras de hacer” generalizado en determinado grupo o comunidad y siempre proviene del exterior de la persona, “independiente de sus manifestaciones individuales”, es decir: aun cuando las personas produzcan comportamientos particulares, sus razones siguen estando ligadas a las mismas raíces exteriores.
De la educación escolar
Por alguna razón poco o nada estudiada, existe un significativo número de ciudadanos desinteresados en asistir a las escuelas desde muy temprana edad. Es un hecho antiguo. La mayoría de nuestros abuelos, ciudadanos nacidos entre 1900 y 1930 no asistieron a una escuela durante su niñez, y tampoco se proponían dar educación a sus hijos e hijas. La cobertura escolar actual es del 72% según el DANE, un gran avance que demuestra que los colombianos han comprendido la importancia de la educación escolar.
Se hable poco o nada de ello, hay una variable que corresponde a un desinterés por educarse que sobrevive en la sociedad colombiana, muy distinta a la variable de la deserción escolar, y muy distinta a la costumbre de las guerrillas de convertir a menores de edad en combatientes armados con fusiles desde 1948 hasta hoy.
De modo que un significativo espectro de ciudadanos no ha sido educado en las aulas y sus costumbres provienen del ámbito familiar y social más cercano.
¿Qué decir de la lectura?
La Encuesta Nacional de Lectura realizada en 2017, reveló que el promedio de lectura correspondió a 5,1 libros por personas. La encuesta observó a las treinta y dos capitales de Colombia, con una muestra representativa de 108.383 personas según el Departamento Administrativo Nacional de Estadísticas, DANE. Medellín se ubicó como la ciudad con mayor número de lecturas, con un promedio de 6,8 libros en ese mismo año, superando el 6,6 de Bogotá y el 6,5 de Tunja.
Riohacha fue la ciudad de mejor promedio en el Caribe colombiano, su 5,0 la pone muy por encima del 3,9 de Montería y de Cartagena o el 3,8 de San Andrés. Sincelejo con un 4,7 destaca al igual que Valledupar (4,6) y Santa Marta (4,5), Barranquilla conserva un discreto 4,3 como promedio.
Las curvas y escalas de lecturas podrían no tener relación con los comportamientos sociales, puesto que las fiestas y celebraciones por fuera de las medidas de aislamientos vigentes en medio de la cuarentena ocurren por igual en las ciudades de mayor promedio, como Santiago de Cali (5,8) y en las de menor promedio como Cartagena.
Habitualmente se subestiman los contenidos preferidos por los lectores colombianos. Entre los libros más vendidos anualmente se incluyen varios de autoayuda o superación personal, compartiendo lugar con textos clásicos o novelas de moda en Europa y Estados Unidos. Sin embargo, estos textos pueden ser útiles para conservar la calma en medio de las dificultades normales de una extensa cuarentena.
Se estima que en 2018 los colombianos adquirieron 118.266 ejemplares de La Biblia, una cifra que envidiarían las editoriales de contenidos no religiosos, puesto que las expectativas mínimas de ventas de un libro de contenido distinto son casi siempre inferiores a las diez mil copias. Una vez más, no parece haber relación entre el desorden social y los hábitos de lectura.
Los paisajes mentales
Magoroh Maruyama, autor del ensayo Paisajes mentales y teorías de la ciencia ha formulado cuatro tipos de paisajes mentales sobre los cuales intenta comprender el comportamiento social. Los paisajes mentales pueden definirse como “una estructura de razonamiento, cognición, percepción, conceptualización, diseño, planificación y toma de decisiones que puede variar de un individuo, profesión, cultura o grupo social a otro”.
El tipo H tiene componentes homogenísticos y se concibe desde procesos clasificadores. Según Maruyama, “las partes están subordinadas al todo». Esto quiere decir que «hay un mejor camino para todos los individuos. Los principios universales se aplican a todos. La sociedad consta de categorías, supercategorías y subcategorías, estructuras, superestructuras e infraestructuras”.
El tipo I tiene componentes heterogenísticos e individualistas, y se concibe desde procesos random. Señala el autor que “la sociedad es simplemente un conjunto de individuos que piensan y actúan de forma independiente. Sólo los individuos son reales”.
El tipo S tiene componentes heterogenísticos e interactivos, y se concibe desde procesos homeostáticos. Maruyama describe que “la sociedad consiste en individuos heterogéneos que interactúan para beneficio mutuo. Las interacciones mantienen un patrón armonioso de heterogeneidad o van en ciclos. Las interacciones no son jerárquicas”.
El tipo G también tiene componentes heterogenísticos e interactivos, y cumple procesos morphogenéticos. Para el autor, “las personas heterogéneas interactúan para beneficio mutuo. Las interacciones no jerárquicas generan nueva diversidad, nuevos patrones y nueva armonía y buscan nuevas relaciones para el mutuo beneficio”.
Cada tipo de paisaje mental comprende de forma distinta conceptos como: la calidad de vida, los valores, las políticas ambientales, la ética, principios estéticos, actividad social, religión, causalidad, lógica, conocimiento, percepción y cosmología.
En la propuesta de Maruyama, “un paisaje mental se forma durante un largo período en la vida de un individuo. Por lo tanto, no es fácil para un individuo cambiar”. Afirma también que “algunos de los conceptos sólo pueden entenderse en términos de un paisaje mental particular”. Esto último quizá se aproxime a responder a la pregunta inicial: ¿por qué es tan difícil comprender los comportamientos de indisciplina social, fiestas clandestinas o en la mitad de las calles, en el marco de una pandemia que ha cobrado más de once mil vidas en Colombia? Tal vez sólo se puede responder desde los paisajes mentales propios de quienes quebrantan los decretos de aislamiento social.
Maruyama coincide con Durkheim, y afirma: “los datos disponibles actualmente parecen indicar que la mayoría de los paisajes mentales se aprenden, no son innatos. Se forman principalmente en la infancia, y por eso es extremadamente difícil para cambiarlos más adelante en la vida”.
Para Cartagena y para Colombia esto puede suponer un problema más difícil de erradicar, en tanto que la escuela no tiene el mismo impacto en los individuos, agravado por el hecho de que un número significativo de ciudadanos no consideran interesante asistir a las aulas desde temprana edad, no en vano se ha acuñado términos como: estudiantes calienta-sillas y los leveros… Hay algo, se intuye, más profundo y complicado de definir, que no se limita a las ofertas escolares ni a la academia.
Fotografia: Fototeca Histórica Cartagena de Indias